Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

domingo, 19 de febrero de 2012

De cómo identificar y tratar a los reaccionarios- Fuerzas armadas: desgaste y necesidad de rectificar- ¿En dónde está el nuevo PRI?

El Despertar
De cómo identificar y tratar a los reaccionarios
José Agustín Ortiz Pinchetti
     Es frecuente en esta temporada de conflicto político toparse con conservadores recalcitrantes que pueden ser más o menos inteligentes (¡que faltan usarse en conservadores ilustres!), pero sobre todo beligerantes. Es sano poder identificarlos y saber cómo tratarlos. Casi todos son criollos. Aunque hay aspiracionistas morenos y hasta renegridos. Las mujeres son más apasionadas que los hombres, absorben con gusto la influencia estadunidense, algunos hablan spanglish. Si uno escarba un poco aparecerá su racismo. Aunque muchos son católicos y las jerarquías católicas tienden a alimentarlos, la falange incluye agnósticos, evangelistas, esotéricos, practicantes de yoga, de la astrología y del trote.
Sus convicciones son simples y duras como la roca. Consideran que los cambios son buenos siempre y cuando garanticen la inmovilidad. Si de veras fueran estadunidenses votarían por los republicanos y muchos se incorporarían al Tea Party. Desconfían de Obama y esperan que los estadunidenses impidan que llegue el comunismo a México. Sienten simpatía por Díaz Ordaz y aunque admiten que Salinas no fue un espejo de honestidad, reconocen que no todo lo hizo mal. La posibilidad de un giro a la izquierda, un gobierno popular, los descompone. Imaginan multitudes de desarrapados invadiendo Ciudad Satélite, incendiando Polanco, saqueando Interlomas.
Votan por el PAN y votarán por Vázquez Mota, pese a que como secretaria de Desarrollo Social aumentó la miseria y como titular de Educación, la ignorancia. Si creen que el PAN no puede ganar votarán por el PRI, porque les aseguran que de haber cambios serán para llevar al país 40 años atrás.
Defienden a Calderón aunque no les es fácil. Atribuyen sus fracasos a que sus adversarios no lo han dejado trabajar ni hacer las reformas estructurales. Explican 12 años de deterioro por la crisis mundial y justifican que los 60 mil muertos de la guerrita son culpa de la complicidad de los priístas con el narco.
Para ellos AMLO es un peligro latente. Lo han dado por muerto muchas veces pero parece tener la capacidad diabólica de resurgir, es rijoso, no sabe perder, está rodeado de rateros, tiene mansiones en Puebla, Tabasco, Bosques de las Lomas y su hijo usa tenis de 10 mil pesos. No han leído su proyecto y no creen en su credo pacifista y amoroso. Les parece cursi. Los reaccionarios son fáciles de identificar. Lo peor que uno puede hacer con ellos es tratar de convencerlos. Esos ridículos combates de esgrima verbal son inútiles y desgastantes. Mejor hablarles de viajes, restaurantes o futbol. Merecen respeto y tranquilidad espiritual. Recordemos que Juárez dijo: los reaccionarios también son mexicanos.
Fuerzas armadas: desgaste y necesidad de rectificar
     En entrevista con La Jornada, el general en retiro Luis Garfias Magaña manifestó su preocupación por los efectos de involucrar a las fuerzas armadas en tareas de combate al narcotráfico; indicó que ni los marinos ni los militares son policías, y que la cruzada de la administración federal en turno en contra del crimen organizado ha sido una campaña oscura, difícil, peligrosa, que le ha costado mucho a las instituciones castrenses, han jalado la liga hasta el límite y eso va a reventar.
Las declaraciones referidas se producen en un momento en que se multiplican, en el ámbito de la opinión pública, las interrogantes sobre qué es lo que pasará con las fuerzas armadas –actualmente involucradas en tareas de combate al crimen organizado– una vez que concluya el presente gobierno, así como los diagnósticos sobre el deterioro a que han sido sometidas las instituciones del país –particularmente las militares y las de seguridad pública– como consecuencia de la política de seguridad en curso.
Además de las bajas de soldados registradas en el contexto de los combates con los cárteles de la droga –más de 200 efectivos muertos, 129 desaparecidos y centenares de heridos–, la actual estrategia de seguridad se ha saldado con una multiplicación de las quejas por presuntas violaciones a derechos humanos por parte de militares. Por añadidura, las instituciones armadas del Estado mexicano han quedado expuestas, y con razón, a la reprobación de organismos nacionales e internacionales de derechos humanos, los cuales se han pronunciado en diversas ocasiones por el retiro del Ejército y la Marina de las calles y por la supresión del fuero militar para los casos de atropello de uniformados contra civiles. Y, desde luego, la guerra contra el narcotráfico ha servido como telón de fondo para una multiplicación de los casos de colusión entre integrantes de las fuerzas armadas y organizaciones delictivas: 173 militares, desde generales hasta soldados rasos, han sido procesados por presuntos nexos con el narcotráfico.
Tales cifras, en conjunto, confirman las advertencias que hace más de cinco años –cuando los soldados salieron a las calles– plantearon diversas organizaciones sociales y actores académicos y políticos: el uso de militares en labores que les son constitucionalmente ajenas, como las relacionadas con la seguridad pública, implica una distorsión alarmante e injustificable de la institucionalidad y de las disposiciones legales vigentes en la República; propicia la violación masiva de los derechos humanos; causa daño y desgaste moral no necesariamente a los delincuentes a quienes se persigue, sino a las propias fuerzas armadas, y coloca a éstas ante el riesgo de la animadversión social y de la infiltración criminal. Todo ello abre una perspectiva por demás indeseable para una institución fundamental y valiosa, en la que descansa, cabe recordarlo, la defensa de la soberanía nacional y de la integridad territorial.
A estas alturas, luce imposible que el gobierno federal dé marcha atrás en su empeño por combatir el crimen mediante el uso de fuerzas castrenses y que emprenda el viraje en la estrategia de seguridad en curso que debió haber hecho desde hace años. Corresponde a la ciudadanía demandar que el relevo en el poder político programado para diciembre próximo sea también el contexto para la corrección del error estratégico monumental que implicó sacar al Ejército de sus cuarteles y de sus ocupaciones constitucionales.
De temporada-Hernández
¿En dónde está el nuevo PRI?
Arnaldo Córdova
     Peña Nieto y sus asesores han descubierto que el gobierno panista y su partido los pueden hacer víctimas, si no es que ya lo son, de una guerra sucia. No la han definido (no son hombres de definiciones), pero saben de qué hablan y el recuerdo de la experiencia electoral de 2006 se les aparece como una pesadilla que comienza a meterles miedo. Igual que Fox en su momento, saben que Calderón es capacísimo de someterlos a ataques sucios y descabellados que pueden desbarrancar el proceso electoral e imponer a su ya definida candidata a la Presidencia. Seguros de su triunfo, ellos quisieran unas elecciones de terciopelo en las que los ciudadanos pudieran elegir sin presiones a sus candidatos.
Lo primero que han hecho los panistas, y en ello se ha destacado su dirigente nacional, Gustavo Madero, es tratar de convencer que el PRI sigue siendo el viejo partido mañoso y autoritario, y que el PAN es lo único que se le opone para evitar una vuelta al pasado priísta. Los priístas y sus defensores, gratuitos o no, por el contrario, nos quieren convencer de que el PRI ya es otro partido que no tiene nada que ver con el antiguo partidazo. Algunos admiten, por supuesto que, en realidad, el PRI es un nuevo y un viejo partido, a la vez, pero se deslizan, sin que lo noten, a cifrar lo que tiene de nuevo en el hecho de que ahora tiene una candidatura triunfadora.
Que el PRI es un fruto eminente de la Revolución Mexicana y que su ideología fue durante decenios la ideología de la Revolución, lo dirimen diciendo que dicha ideología no existió o que simplemente fue una presunta ideología, con el argumento, bastante estúpido, de que fue una amalgama de ideas y propuestas contradictorias entre sí. Eso no es más que declarar su ignorancia de la historia y, además, ufanarse de ello. Para los panistas, el PRI sigue siendo el de siempre, vale decir, una maquinaria de poder corrupta y corruptora, a la que hay que impedir que regrese al poder.
¿Qué podría haber de cierto en la afirmación de que el PRI, en efecto, ha cambiado de piel y ya es otra cosa? La verdad y siendo generosos, es que el PRI en lo único en que ha cambiado y, para ello, sólo parcialmente, es que ha perdido el poder presidencial. Su modo autoritario de conducir la dirección de sus bases es la misma, y no basta con decir que ahora los priístas, para hacer sus designaciones, por ejemplo, siempre negocian, porque siempre lo hicieron, incluso en la época de mayor lustre y autoridad del poder presidencial. Al final, desde la época de Calles, las decisiones se tomaban por consenso entre sus grupos de poder.
Antes decidía el presidente, se ha dicho, pero eso sólo ocurría, ya desde los años de Obregón, cuando los mismos grupos de poder, al final de una rebatiña en la que no se ponían de acuerdo, dejaban la decisión en manos del presidente. Por lo general, desde que los revolucionarios dejaron de dirimir sus diferencias a balazos o con el asesinato, el papel del presidente era el de árbitro de las pugnas entre sus partidarios o el de formar y recoger los consensos en torno a decisiones capitales. Ciertamente, cuando él tomaba partido por alguna de las opciones, lo que hacía era fracturar su frente interno y por eso se abstenía de cargar la balanza de algún lado.
Por supuesto que muchas cosas cambiaron en el PRI cuando perdió la Presidencia. Pero no fue su naturaleza ni su modo de ser y de existir. Su modo de hacer política y hasta sus grupos de poder siguieron siendo los mismos, aunque con los recambios que el tiempo y las circunstancias imponen. Fue como si un lobo hubiera perdido los colmillos. El problema con el PRI es que hace recambio de colmillos periódicamente y suelen crecerle tan agudos como antes. De igual modo debió haber contribuido a cambiar las cosas en el PRI el hecho de haber perdido el apoyo histórico que tenía siempre de los grandes grupos empresariales en las campañas de 2000 y 2006.
En eso, más que el PRI como partido, los que han encontrado el modo de tenerlo como reserva de poder clasista han sido los empresarios y los exponentes de los llamados grupos fácticos, que han ido colocando en los puestos de representación popular a personeros suyos que actúan no partidariamente, sino facciosamente en favor directamente de sus intereses. En eso abrieron cancha primero en el mismo PRI y posteriormente en el PAN. Ni siquiera en eso hay verdaderos cambios.
El PRI sigue siendo el mismo de antes, pero se nota que como maquinaria de poder ha sufrido un lento y persistente proceso de decadencia y desgaste. El viejo presidencialismo ha sido sustituido por el poder de los gobernadores, pero sigue teniendo los mismos rasgos de antaño: ahora es el pool de los mandatarios estatales el que funge como árbitro de las contiendas, con la desventaja de que no puede ser unipersonal como antes; pero el tipo de intereses a arbitrar sigue siendo el mismo, de grupos, de mafias, de banderías que ya nadie puede cubrir con mantos ideológicos, todos asociados en una alianza que todos preservan, porque de ella depende su existencia. Los liderazgos siguen siendo los mismos de antaño.
Una tragedia en especial de esa decadencia lo es, a ojos vistas, el destino que ha cabido a los sectores de masas (obrero, campesino y popular), que siguen arrastrando su existencia, pero que carecen ya de fuerza política y, sobre todo, de la antigua capacidad de movilización y de organización de los trabajadores. Sus cúpulas y liderazgos se han convertido en traficantes de negocios, en empresarios de masas, que mantienen su pertenencia al partido, pero que sirven de igual modo a los gobiernos derechistas del PAN, muchas veces en contra de los intereses de sus agremiados e, incluso, hasta de su propio partido.
El priísmo es un sinónimo de la corrupción y en sus tratos con el gobernante panismo lo demuestra a cada momento. Si los viejos priístas se enteraran del contenido de la última reforma laboral que sus diputados presentaron hace unos meses, idéntica a la del PAN y con todas las exigencias que la derecha patronal les ha impuesto a ellos y a los panistas, dirían, seguramente, que el viejo PRI ha muerto y sus enterradores son los mismos que ahora lo dirigen y lo representan. Lo mismo puede decirse de la política económica, de la educativa, de la de salud, de la agraria e indigenista y, en realidad, de todo lo demás.
¿Es eso algo nuevo? Ciertamente que no. Es exactamente lo que estamos viendo desde los sexenios de De la Madrid y Salinas y, no se diga, de Zedillo. Estamos hablando del viejo PRI, que sigue siendo el mismo, neoliberal, antinacionalista y contrarrevolucionario. Enrique Peña Nieto no ofrece nada nuevo, ni aun en el discurso, que sigue empleando los mismos parámetros de pensamiento. Su punto de partida es tratar de diferenciarse del gobierno panista. Lo dijo Ramírez Marín, vicecoordinador de la campaña priísta: Somos un partido en la oposición y debemos proponer a la sociedad lo que hace diferente al PRI respecto de lo que está pasando [sic] y lo que realiza el gobierno (La Jornada, 09/02/2012). ¿Qué es lo que hace diferente al PRI del PAN? Deberían demostrarlo.

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