Irán: ¿solución o maniobra de engaño?
Ángel Guerra Cabrera
Cuando el inicio del ataque estadunidense a Irán parece inminente asomó un rayito de esperanza. Yukiya Amano, director de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) declaró a su regreso a Viena procedente de Teherán que había llegado a un acuerdo con el liderazgo iraní para la supervisión de su programa nuclear, aunque quedaban algunos detalles pendientes, que no impedirían su firma próximamente. Como Amano es un sirviente de Washington se puede asegurar que el acuerdo cuenta con el visto bueno de Obama.
La declaración se produjo el martes 22, víspera de que se iniciara en Bagdad la reunión con Irán del Grupo 5+1, compuesto por los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (China, Estados Unidos, Francia, Inglaterra y Rusia) además de Alemania. Se supone que intentará buscar una solución política al contencioso por el programa nuclear de Irán, cuyos fines son netamente pacíficos según han reiterado sus líderes, incluyendo el propio ayatola Alí Jamenei, quien califica la fabricación de armas nucleares como contrarias a las reglas del Islam.
Pero Estados Unidos, Israel y sus aliados europeos dicen dudar de que esto sea cierto a pesar de que los informes oficiales del Departamento de Estado y de los órganos de inteligencia de Washington han afirmado periódicamente que el programa nuclear de Irán no constituye una amenaza. Por su parte, el ex jefe del Pentágono Robert Gates ha dicho que un ataque a Irán sería una
catástrofe, y el general Martin Dempsey, jefe del Estado Mayor Conjunto de las fuerzas armadas estadunidenses, declaró en febrero pasado a una comisión del Congreso que “no creía inteligente por parte de Israel en este momento lanzar un ataque militar contra Irán… somos de la opinión de que el régimen iraní es un actor racional”. En el mismo sentido se manifestó nada menos que Meir Dagan, ex jefe del Mossad. Por supuesto, las declaraciones de Dempsey fueron rechazadas de inmediato por los jerarcas israelíes. Habría que añadir que, a diferencia de Israel, armado ilegalmente por Washington con al menos 200 bombas nucleares, a Irán, como signatario del Tratado de No Proliferación Nuclear, le asiste el pleno derecho a tener un programa atómico pacífico.
Pero los argumentos lógicos y equilibrados se pierden dentro del barraje de mentiras antiraníes predominante en los pulpos mediáticos estadunidenses, que encabezados por el Washington Post, el Wall Street Journal, The New York Times, Fox News y CNN bailan la música que les tocan desde Tel Aviv y hacen creer a sus receptores que el hongo nuclear persa está al doblar de la esquina. Remember las ADM de Irak.
Obama, cuyo único objetivo en la vida pareciera la relección, continúa con la misma letanía de Bush de que respecto a Irán
todas las opciones están sobre la mesay en más de una ocasión ha mencionado la posibilidad del ataque militar. Además, el Congreso de Washington acaba de imponer otra ronda de sanciones a Irán, incluido la guerra contra Teherán en el presupuesto del año próximo. La insólita influencia de Israel sobre la política de Washington en todo lo que se refiera a sus intereses se explica en parte por los multimillonarios aportes del lobby sionista a las campañas electorales de los candidatos, republicanos o demócratas, a los puestos electivos y el terrorismo sicológico que ejercen por su control de la maquinaria mediática. Esta situación es más grave porque, como afirmó recientemente Noam Chomsky, Benjamin Netanyahu se ha metido en un callejón que sólo conduce a la guerra.
Lo nuevo en la ecuación del golfo Pérsico es el acuerdo a que llegó Amano con Irán y la pregunta es qué hay detrás. Una suposición plausible sería que Obama no quiera arriesgarse a enfrentar las reñidísimas elecciones de noviembre envuelto en un conflicto bélico mayor y haya pedido a Netanyahu una posposición de la ruta bélica hasta después de entonces. Otra podría ser una maniobra de engaño: simular que se sigue buscando una salida pacífica para justificar la guerra. Ojalá me equivoque y el acuerdo signifique que Washington ha comprendido que nadie gana con esa guerra. Pero de lo que no hay duda es que sus aprestos bélicos contra Irán marchan viento en popa en la península arábiga y el golfo Pérsico, y la injerencia terrorista en Siria –aliado principal de Teherán– continúa sin pausa desde la frontera jordana por fuerzas especiales sauditas, qataríes, yanquis y de otros países de la OTAN.
El G-8 en Camp David
Jorge Eduardo Navarrete
La reunión de los líderes del Grupo de los Ocho (G-8) en Camp David, Maryland, el 18 y 19 de mayo, constituyó otro escenario para un debate extendido, interminable. Ese viejo retiro veraniego de los presidentes estadunidenses registró la refrescante presencia del nuevo presidente de Francia, el socialista François Hollande, quien arribó, en la misma semana de su toma de posesión, con el ímpetu propio de los que inician el camino. Por momentos pareció en trance de construir una alianza de circunstancias con el presidente Barack Obama, enfrentado a una elección difícil y que prefiere, de cara a las volátiles preferencias y prejucios de sus electores, no ser demasiado específico ante cuestiones controvertidas, con la cautela usual de los que tienen en juego su futuro político. La otra protagonista, la canciller federal alemana, con el aplomo característico de los que han sorteado muchos aprietos, en casa y fuera de ella, se esforzó por ceder lo menos posible ante las presiones directas de otros participantes y las mucho más intensas que Angela Merkel recibió de los países de la eurozona en la cumbre extraordinaria de la Unión Europea, anteayer en Bruselas.
El tema del debate del G-8 casi no requiere explicitarse: el falso dilema –como lo calificaron al unísono tanto el presidente del Consejo Europeo como el de la Comisión Europea– entre las políticas y acciones de estímulo al crecimiento y a la creación de empleos, por una parte, y por otra, las acciones orientadas a restaurar cuanto antes los equilibrios que demanda una consolidación fiscal elevada al rango de mandamiento ineludible. Es claro que, a diferencia de lo dicho por Herman van Rompuy y José Manuel Barroso, el dilema entre estímulo y restricción es verdadero y la prioridad concedida, de manera prematura y excesiva, a la consolidación fiscal por la vía de la austeridad explica que, a mediados de 2012, se viva el riesgo de una nueva debacle monetario-financiera –detonada no por la quiebra de Lehman Brothers sino por la tragedia griega–, seguida de nueva cuenta por una recesión amplia y generalizada.En Camp David se adoptó una declaración cuya mayor parte está dedicada a la coyuntura y perspectiva inmediata de la economía global. Fechada unas cuantas semanas antes de la cumbre del Grupo de los Veinte (G-20) en Los Cabos, permitirá medir el alcance e importancia de la contribución de las economías emergentes, ausentes del G-8 pero que constituyen mayoría en el G-20. Es de esperarse que no se repita la penosa experiencia de 2011, tras el fin de semana estadunidense, cuando el G-20 se limitó a suscribir, sin enmienda o adición alguna, una declaración previa del G-8; es decir, cuando los débiles se limitaron a copiar el dictum de los poderosos, que ya ni siquiera lo son tanto.
En la declaración de Camp David lo importante son los énfasis y los matices. Por la insistencia de Hollande, secundado por Obama, el crecimiento y el empleo fueron colocados en primer término y se calificó de imperativa su promoción efectiva, ante la persistencia de factores que frenan la recuperación. En seguida, por presión sobre todo de Merkel, se reafirmó el compromiso con la consolidación fiscal. Hay que advertir, sin embargo, dos matices de importancia: una referencia a la necesidad de enfocar la consolidación fiscal en términos estructurales; es decir, subordinar el objetivo de equilibrio fiscal a las exigencias de la coyuntura económica, abriendo espacio para acciones de estímulo ante factores recesivos. El segundo matiz expresa el reconocimiento de que las medidas orientadas a fortalecer y revigorizar la actividad económica y enfrentar las tensiones financieras no pueden ser las mismas para todas las economías del G-8 y, por extensión, del G-20 o del conjunto de la comunidad internacional.
Esta admisión de la diversidad de situaciones y de la necesaria diversidad de respuestas de política parece debilitar, en la circunstancia presente, la tesis de alcanzar en todos los casos la restauración de los equilibrios fiscales y financieros mediante la austeridad, como señala el evangelio de Berlín, hasta ahora prácticamente inapelable. De cualquier manera, los matices de la declaración de Camp David dejan testimonio del cambio en los equilibrios prevalecientes que trajo consigo la victoria de Hollande en Francia.
Vistas así las cosas, podría afirmarse que la cumbre del G-8 fue una nueva manifestación de la tendencia a rectificar la orientación general de las políticas económicas en los países avanzados para permitir un espacio mayor a las opciones favorables al crecimiento y el empleo que se examinó en la anterior entrega de esta columna. Habrá que esperar a junio para ver si el G-20 se pronuncia en sentido similar, haciendo aún más clara la prioridad por el crecimiento y el empleo y, por ende, elevando su efectividad potencial, o si se produce, de nueva cuenta, una reacción favorable a privilegiar al sector financiero en desmedro de la economía real.
También debe subrayarse que la declaración de Camp David considera a la eurozona pieza indispensable de la recuperación y estabilidad globales y reconoce un interés colectivo en mantener la integridad de la unión monetaria y del euro, con la permanencia de Grecia. En vísperas de la cumbre informal de la Unión Europea, la noche del miércoles 23 en Bruselas, abundaron las expresiones a favor de la emisión de bonos europeos –instrumentos de deuda respaldados por el conjunto de la UE– para reducir, con el respaldo de todos, el costo del financiamiento de los países con posición financiera más débil. Dada la invariable oposición de Alemania, junto con la de República Checa y Dinamarca, no se esperaba un acuerdo a este respecto más allá de mantener bajo estudio una propuesta firmemente apoyada por Francia y respaldada por el FMI y la OCDE en declaraciones recientes. Sin embargo, se esperaban, para acomodar las posiciones favorables a la reactivación y el empleo –defendidas aparentemente en solitario por Hollande–, que se manifestara apoyo a un papel más activo del Banco Europeo de Inversiones y, quizá, del uso de parte de los recursos de los fondos de estabilización en el financiamiento de obras de infraestructura de alcance regional, que actuasen como estímulo al crecimiento y a la generación de puestos de trabajo. No se esperaba, en cambio, dado el carácter informal de la cumbre y su brevedad, que pudiera abordarse otra de las propuestas de Hollande: modificar el mandato del Banco Central Europeo, encargándolo, además de la estabilidad de precios, de la promoción del crecimiento y el empleo.
Hacia la estación de Los Cabos, el debate continúa.
UE: división y alternativas
Arrancó ayer, en Bruselas, una cumbre de jefes de Estado de la Unión Europea (UE) dedicada a explorar vías para la recuperación económica de la región, en la que pudo ponderarse el diferendo de concepciones en esa materia en el llamado eje franco-alemán, tras del arribo del socialista François Hollande al Palacio del Elíseo, el pasado 6 de mayo. Mientras el nuevo mandatario francés llegó al encuentro con una agenda que incorpora, entre otros aspectos, la adopción de políticas económicas expansivas, el gravamen a las transacciones financieras y la emisión de los llamados eurobonos –instrumentos que implicarían la unificación de la deuda de los participantes de la divisa común–, la canciller alemana, Angela Merkel, se mantuvo firme en la defensa de la austeridad económica como única salida a la crisis europea, rechazó la mutualización de la deuda y dijo que esta medida –hoy proscrita en los tratados del conglomerado de naciones–
El telón de fondo de esta división en la UE fue una nueva jornada de descalabros en los mercados europeos –de entre 2.5 y 3.6 por ciento– ante la incertidumbre de una eventual salida de Grecia de la zona euro, medida que representaría, de concretarse, un golpe demoledor al proyecto de integración económica en la Europa comunitaria y ocasionaría, en consecuencia, un desajuste mayúsculo y una retroalimentación de la crisis planetaria.no contribuyea reactivar el crecimiento.
Según puede verse, de poco o nada ha servido la política de recortes presupuestarios, destrucción de derechos sociales, demolición de los servicios de educación, salud y vivienda que la UE ha venido imponiendo, por influencia directa de Angela Merkel, en naciones en problemas, como Grecia y España. En el primero de esos países, las medidas de austeridad dictaminadas por la troika europea han tenido el efecto de convertir una crisis económica en política y de gobernabilidad, como demuestra la incapacidad de los partidos políticos griegos para constituir una mayoría parlamentaria. En el caso de España, los programas de ajuste adoptados en los pasados meses del gobierno de Rodríguez Zapatero y los primeros del régimen de Mariano Rajoy no han podido impedir una fuga masiva de capital extranjero, que en el primer trimestre de este año superó 61 mil millones de euros; no han bastado para cancelar la perspectiva de una debacle económica de ese país –que tendría, a no dudarlo, consecuencias desastrosas para el viejo continente–, ni han sido capaces de serenar a una población que enfrenta las consecuencias del desempleo galopante y la demolición del Estado de bienestar.
Ante esta perspectiva, por contradictorio que parezca, la falta de unanimidad expresada ayer entre los gobiernos del viejo continente, y en particular entre los de las dos mayores economías de la eurozona, constituye un elemento esperanzador en la medida en que pone de manifiesto una visión alternativa a las recetas draconianas que Bruselas ha preconizado en los últimos meses y un reconocimiento, así sea por una minoría de los régimenes, de que la superación de la crisis debe dejar de cifrarse en las políticas restrictivas y en la tranquilidad de los grandes capitales y centrarse en acciones de reactivación económica y en el rescate de las poblaciones. Cabe esperar que esas posturas sean escuchadas y valoradas con seriedad por el conjunto de líderes europeos, y que éstos entiendan que lo que está en juego es nada menos que la viabilidad de sus propias naciones y, por extensión, de la economía mundial.
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