¿Adiós a España?
Ilán Semo
Cuando, en los años 70, visité por primera vez España, todo el mundo hablaba de un país pobre, rural,
subdesarrollado; se decía, entonces, situado en la periferia o más allá de la periferia de Europa. Después, en la década de los 80, con la transición y los gobiernos del PSOE, las cosas cambiaron aparentemente. España parecía haber encontrado el camino de Europa y, como se solía decir en las teorías sobre la transición, el de
las formas para abandonar el atraso y la precariedad de muchos aspectos de su sociedad. Hoy con el hundimiento económico que coincide con la nueva llegada del Partido Popular al poder, el desempleo monster, la debacle del tejido social (urdido en décadas de luchas y sacrificios) y la seria posibilidad de que Cataluña (para empezar) y el País Vasco (¿en poco tiempo?) se enfilen por la vía de la consecución de sus propias soberanías (independientemente de si tienen éxito o no), los comentarios sobre la naturaleza de la sociedad española vuelven a sonar como una suerte de eco del espíritu que privaba en los años 70: no mucho habría cambiado en sus tejidos profundos y las mentalidades que alguna vez le impusieron su
atrasoy su desfase con Europa habrían prevalecido.
desarrollolejano podría dar cuenta de esa sociedad y sus yuxtaposiciones, retornos y heterogeneidad. Afirmar que lo que está en juego hoy es de alguna manera otra reafirmación de una historia ya antigua, podría parecer un simple y banal exceso de historicismo. Pero de alguna manera a España la queda o le sienta el pecado historicista, si por ello se entiende la hipertrofia de su propia historia.
En rigor, la descomposición del imperio español es un fenómeno que se prolongó durante más de dos siglos y que, aparentemente, sólo culminó hasta la última década del siglo XIX con la pérdida de Filipinas y Cuba, a manos de la hegemonía estadunidense. ¿Y acaso no cabría interpretar lo que acontece en la actualidad en Cataluña (de manera general) y en el País Vasco (en cierta manera) como suerte de coda o corolario de esa larguísima y gradual fragmentación? ¿El desgajamiento de un edificio que en realidad se había ido deshabitando en el horizonte de lo que fue su historia más propia e íntima? La primera respuesta a la mano sería un simple: no. Vascos y catalanes habrían formado parte desde el siglo XIX de un Estado-nación que hoy amenaza o hace guiños de amenazas con su paulatina y gradual desintegración o recomposición (como se quiera). La pregunta es si España fue realmente en algún momento de su historia efectivamente un Estado-nación.
En el siglo XX, el único momento en el que se sustentó esta hipótesis sin ambages y ambigüedades fue ese proceso violentísimo que desembocó hacia finales de los años 30, en la entronización del franquismo. A la primera oportunidad que la sociedad española tuvo de desembarazarse de la herencia del Caudillo, lo primero que hizo fue buscar su equilibrio e identidad en un régimen que situaba en una completa ambigüedad el Estado-nación: el régimen de las autonomías. Lo que siguió, después de los años 80, fue un desacuerdo constitutivo entre el posfranquismo –encabezado siempre por el PP–, una nueva sociedad política nacida precisamente en esa ambigüedad y un cúmulo de fuerzas que se multiplicaban en la profundidad de las regiones para las que
Españano significaba más que una suerte de
superestructura(para hablar en un idioma antiguo) en vías de desenraizarse.
Todo el debate sobre la posible independencia de Cataluña ha transcurrido en la esfera pública española a lo largo de la discusión de qué tanto
convieneo
no convienea los catalanes formar su propia entidad. Pero no hay en la actualidad, probablemente, nada más lejos del alma de los catalanes que la lógica de la utilidad o la razón instrumental. Lo que hay en esas almas es un cúmulo de agravios, heridas y trazas de lo que hoy representa la balanza central de la relación entre la responsabilidad y el futuro, que no es otra cosa más que la relación entre la justicia y la memoria. ¿Qué es realmente la justicia, sino una peculiar manera de conceder un ordenamiento específico a la historia?
Franco falló en la constitución de un Estado-nación. Esta afirmación es un simple axioma. Lo que sí produjo el franquismo fue un cúmulo de heridas que probablemente sean ya irreparables. La democracia de los años 80 simplemente evadió o desplazó el problema, pero nunca lo adoptó como desafío. (Tendría que haber procedido a erradicar efectivamente al
antiguo régimen). Y el Partido Popular lo atrofió.
¿Cómo explicarse, por ejemplo, que en pleno siglo XXI, en un régimen que se ufana como sello de origen de su carácter democrático, que una mayoría parlamentaria ponga a una sociedad (la catalana) entera en la ilegalidad completa al desautorizar como anticonstitucional cualquier intento de referéndum para sufragar si se queda o no en España? No es historicismo; es simplemente paranoia
Unión Europea: otro Nobel cuestionado
La decisión de conceder el Premio Nobel de la Paz 2012 a la Unión Europea (UE) –por sus logros para
el avance de la paz y la reconciliaciónen el viejo continente– ha generado en amplios sectores de la opinión pública mundial reacciones de azoro y contrariedad semejantes a las que generó en su momento el otorgamiento de esa presea a Barack Obama, en 2009.
la paz, la democracia y los derechos humanos, argumentada por el comité del Nobel.
Durante la primera década de este siglo y lo que va de la actual, la comunidad con sede en Bruselas se ha desempeñado como aliada principal del belicismo y el colonialismo de Washington en el mundo: es pertinente recordar la participación de varios de sus miembros en la invasión a Afganistán, en 2003; en la intervención occidental en Libia, que derivó en el derrocamiento y asesinato de Muamar Kadafi, y en las maniobras de desestabilización en Siria, en donde han brindado apoyo a los grupos opositores a Bashar Assad. No menos cuestionable ha sido el reconocimiento brindado a la independencia unilateral de Kosovo, en 2008, situación que alentó la mayor crisis entre Occidente y Rusia desde el fin de la guerra fría, así como su reciente hostilidad hacia el régimen iraní, posturas que han alimentado la tensión y la incertidumbre en el escenario internacional.
Por otra parte, el avance en la integración política y económica en el viejo continente, alabado por el comité noruego, ha tenido como correlato un recrudecimiento de las acciones gubernamentales de persecución, discriminación y segregación de los migrantes no europeos –particularmente los latinoamericanos, africanos y asiáticos–, y una consecuente multiplicación de las violaciones a sus garantías individuales por parte de los regímenes integrantes de la UE. Tal circunstancia contradice los supuestos aportes realizados por ese conglomerado a la defensa de los derechos humanos en las naciones que la integran.
Pero acaso el principal foco de cuestionamiento al galardón anunciado ayer es que éste se produce en un momento en que, desde la cúspide del poder político y económico de esa comunidad multinacional, se ha decidido que la mejor manera de hacer frente a la crisis económica que aqueja a varias economías del viejo continente es mediante políticas de austeridad que multiplican el sacrificio humano, la devastación social y económica y que generan descontento, ingobernabilidad y desestabilización social.
Acaso el indicador más contundente del descrédito y la pérdida de legitimidad que enfrenta hoy la UE entre sus habitantes es que, mientras que la mayoría de los líderes europeos se felicitaron ayer por el Nobel de la Paz obtenido, para muchos de los ciudadanos de los países en problemas el galardón representa un reconocimiento anticlimático e improcedente, en el mejor de los casos, y un factor adicional de indignación y agravio, en el peor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario