Bajo la Lupa
¿Colapso de la globalización y surgimiento del nacionalismo?
Alfredo Jalife-Rahme
Labores, ayer en la bolsa de Nueva YorkFoto Ap
Uno de los signos inequívocos de la decadencia
occidentala los dos lados del Atlántico norte –en plena crisis financiera, económica, social, política, energética, alimentaria, ambiental: es decir,
crisis multidimensional y civilizatoria– es la ausencia de una rigurosa crítica cartesiana y su sustitución por la intoxicación masiva de una crapulosa propaganda hollywoodense que propalan los oligopólicos multimedia: engendros de la plutocracia que controla la desregulada globalización financierista que ha caído en un solipsismo cacofónico.
De allí que los conceptos antitéticos al modelo de la globalización imperante sean marginales en el mejor de los casos y gocen de mínima difusión, ya no se diga penetración, y hasta parezcan descabellados para la aplastante mayoría de una ciudadanía global más desinformada que nunca, paradójicamente, pese a su hiperconectividad.
No hay que hacerse ilusiones: lo seguro es que la plutocracia financierista que controla el oligopolio multimediático global cesará su desinformación de corte goebbeliano cuando fenezca el modelo que defienden sus egoístas intereses singulares. El zar ruso Vlady Putin confiesa que la situación financiera global se encuentra fuera de control y el almirante Stavridis, de EU, comenta que el mundo tiene parecido a 1914 en los Balcanes, mientras Chris Hedges, premio de periodismo Pulitzer, se aventura una vez más a sentenciar temerariamente –para los parámetros del ocultismo multimediático de corte hollywoodense en EU–
El colapso de la globalización(Truthdig, 28/3/11) y que refrendó en una reciente intervención en Tv (YouTube, 30/4/12).
El extenso análisis de Hedges es vibrante, de corte periodístico, y su principal argumento radica en llamar en EU
a despertar del autoengaño colectivo para realizar actos sostenidos de desobediencia civil (¡supersic!) contra el Estado de las trasnacionales plutocráticaspara impedir
ser propulsados a una catástrofe (sic) global.
Cita a John Ralston Saul, quien demostró puntualmente que
cada promesa de la globalización ha sido una mentira. A mi juicio, el canadiense Ralston, presidente de PEN International, es uno de los óptimos pensadores humanistas del mundo, quien sorprendió gratamente con su libro El colapso del globalismo y la reinvención del nuevo mundo, donde plantea desde 2005 el retorno del nacionalismo. El argumento nodal del enorme Ralston (muy subvaluado) en su profético libro de hace ocho años es que la globalización se desvanece en pedazos contradictorios y que los ciudadanos retoman la bandera de los intereses nacionales frente a los fracasos del manager (el director empresarial) quien es más bien un
tecnócrataincapaz de conducir a las sociedades.
Hedges no dice nada nuevo, pero condensa magistralmente todas las críticas conocidas contra la plutocracia global que ha devastado a las clases medias de EU y del mundo, ya no se diga empobrecido aún más a los desposeídos.
Mi crítica amable quizá consista en que le faltó la disección del mundo plutocrático en la fase de la desregulada globalización financierista y que se concentra en el poder de la bancocracia, específicamente de los 13 banksters de Wall Street (ver libro al respecto de Simon Johnson, ex director de Economía del FMI). La misma crítica amigable se puede hacer a Joseph Stiglitz y a Paul Krugman, quienes han fustigado juiciosamente los defectos económicos de la globalización, pero que, en forma extraña, nunca abordan el cáncer financierista consustancial de la desregulada globalización posmoderna y cuyas metástasis han alcanzado todos los rincones del planeta.
A mi juicio, para entender la verdadera dimensión de la crisis multidimensional / civilizatoria se debe abordar el cáncer financierista que explayan excelsamente Andy Coghlan y Debora MacKenzie (New Scientist,
Revealed: the capitalist network that runs the world, 19/10/11).
Habría que reconocer que el libro del difunto Giovanni Arrighi –asiduo invitado al solvente Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM, de la escuela braudeliana de pensamiento que sigue otro ilustre pensador, Wallerstein– El largo siglo XX (Verso, 1994), demuestra cómo las crisis financieras constituyen la fase constante de los ciclos del intermitente colapso capitalista desde el siglo XVII (modelos: genovés, holandés, británico y estadunidense). Vale la pena citar algunas frases lapidarias de Hedges, quien cataloga las revueltas que cunden en el planeta como
el presagio del colapso de la globalización:
Presagian un mundo donde los recursos vitales, incluyendo alimentación y agua, empleo y seguridad, son más escasos y difíciles de obtener. Presagian la creciente miseria de centenas de millones de personas que se encuentran atrapadas en estados fallidos sufriendo la escalada de la violencia y la pobreza paralizante. Presagian crecientes controles draconianos y la fuerza usada para proteger a la élite plutocrática que orquesta nuestro fallecimiento (¡supersic!). ¿No servirá el concepto hollywoodense de
Estado fallidopara dividir al mundo con una visión neofeudal tecnoamurallada entre el castillo tecnocrático de la plutocracia y sus alrededores relegados? A mi juicio, el muy trillado
estado fallidoes un muro conceptual que separa al uno por ciento de la plutocracia global del resto de la humanidad desahuciada.
Hedges arremete contra
los capitalistas plutocráticos, quienes han tomado el control de nuestro dinero, alimentos, energéticos, nuestra educación, nuestra prensa, nuestro sistema de salubridad y nuestra gobernación como enemigos (¡súpersic!) mortales a ser vencidos.
A propósito, en fechas recientes fue publicado un estudio en EU que exhibe la estrepitosa pérdida de credibilidad de sus desinformadores multimedia.
Comenta Hedges que
una alimentación adecuada, agua limpia y una básica seguridad se encuentran ya inalcanzables a quizá la mitad de la población mundial.
Fustiga la
utopía del mercado que debe determinar la conducta humana y permite que las trasnacionales y las firmas de inversión continúen su asalto especulando con materias primas para elevar el precio de los alimentosy
permite que la industria de guerra absorba la mitad (¡supersic!) de todos los gastos del Estado, generando billones de déficit, y lucrando con conflictos en Medio Oriente, que no tenemos oportunidad de ganar y permite que las trasnacionales evadan los controles más básicos y las regulaciones para cimentar en su lugar un neofeudalismo global. A mi juicio, nos encontramos en un paradójico
feudalismo tecnológico: una humanidad retrocedida a la Edad Media, mientras la plutocracia financierista controla fines y medios con una pasmosa tecnología jamás soñada.
Contundente, Hedges sentencia que
la última gente que debería estar a cargo de nuestro abastecimiento alimentario o de nuestra vida social y política, sin mencionar el bienestar de los niños enfermos, son los capitalistas plutocráticos y los especuladores de Wall Street. Amén.
Triunfo de Chávez: una ofrenda para el Che
José Steinsleger
En la crónica Sin olvido. Crímenes en La Higuera, los investigadores cubanos Adys Cupull y Froilán González transcribieron los apuntes del periodista inglés Richard Gott en la tarde del 9 de octubre de 1967, cuando el helicóptero que transportaba el cadáver del Che aterrizó en Vallegrande.
Cuarenta y cuatro años después, el 13 de abril de 2011, en el transcurso de un acto en homenaje a veteranos de la derrotada invasión mercenaria de Playa Girón (Cuba, 1961), la presidenta del Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes, Ileana Ros-Lehtinen, se fotografió en el Capitolio de Washington con el misterioso personaje: Félix Rodríguez, el asesino del Che.
¿Cuán cierto será que las ideas del Che han sido degradadas a mera iconografía de llaveros, tacitas y playeras? Creo que la interrogante se responde sola, pues también sus enemigos se han encargado de evocar, por la negativa, su memoria.
No satisfecha con el homenaje referido, doña Ileana (a quien los cubanos de Cuba llaman con el cariñoso apodo de Loba Feroz), sufrió una crisis de histeria en septiembre pasado, cuando la Agencia Federal de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés), envió un correo electrónico interno con una imagen del Che para celebrar el
mes de la cultura hispana
La fotografía mostraba un carruaje de La Habana tirado por un caballo, pasando al lado de un mural con la foto del Che. Doña Ileana comentó:
Sin duda, la EPA podría haber elegido la imagen de una persona hispana que realmente poseía los atributos que muestran nuestra orgullosa identidad hispana. O sea que el Che no descendería, en línea directa, del virrey de Perú José de la Serna Martínez de Hinojosa y Trujillo (1770-1832).
Dos verdades: la una, relativa a la imagen mercantilizada del Che. Y la otra, que por aparecer en los estandartes de cuanto movimiento insurgente o juvenil irrumpe en los cuatro puntos de la Tierra obligó a que en los recientes Juegos Olímpicos el gobierno inglés girase instrucciones a la policía de Londres para impedir el ingreso a los estadios a los que usaran playeras con la imagen del Che.
En 2007, con motivo del 40 aniversario de la caída del Che, escribimos que de la justicia de la comparación entre las unas y otras imágenes del guerrillero heroico, depende “…la claridad y la transparencia de la imagen”. O dicho de otro modo: ¿qué imagen nos interesa proyectar del Che?
Sin respuestas de cajón, la inquietud ofrece cierto grado de complejidad. En particular, para los que lejos del
guevarismoy sus teorías, llevan al Che en sus corazones. Pacifistas y tolerantes a la carta, abstenerse: ni por asomo, aludimos a los que se regodean con la besucona dicotomía
violencia/no violencia.
El legado del Che fue como el de Leonardo, aquel mago del Renacimiento que nunca finalizaba sus proyectos, dejándolos en bocetos o a medio hacer para que sus discípulos los continuaran. ¿No dijo el Che que había pulido su voluntad “…con delectación de artista”?
Los expertos en
Historia del Derrotismopodrán sostener que las luchas revolucionarias de Miranda, Bolívar, Hidalgo, Morelos, Guerrero, fueron como las del Che, perdedoras. Sin embargo, habrá de repararse en que la gallardía de la que todos ellos dieron ejemplo, permitió que nuestros pueblos empezaran el siglo desempolvando sus bocetos, y poniéndolos al día con los nuevos ideales de la emancipación.
En Vallegrande, el inglés Gott apuntó que el Che “…fue quizá la única persona que tratara de encaminar las fuerzas radicales en todo el mundo, en una campaña concentrada contra Estados Unidos. Ahora está muerto, pero es difícil imaginar que sus ideas mueran con él”.
Me parece que en todo lo relativo al Che (y lamento si los inspectores de revoluciones caen en profunda depresión), habrá que revalorar el término
ideashaciéndole un corte de manga al vocablo
ideología, inescrutable y resbaladizo concepto de origen germano.
El legado del Che fue la continuación de nuestro propio Renacimiento político, puesto en acción por don Francisco de Miranda hace más de 200 años. Prueba de ello la encontramos en el satélite de comunicaciones que lleva su nombre (lanzado en septiembre último desde el desierto de Gobi en el marco de la cooperación China-Venezuela), que transmitió al mundo la arrolladora victoria de Hugo Chávez.
No viene al caso especular acerca de cuál hubiera sido la posición del guerrillero heroico frente a la revolución bolivariana. Pero guardo la sensación de que no bien se conocieron los resultados de los comicios presidenciales, el espíritu de Miranda se habrá dicho: … ¡qué linda ofrenda para el Che!
A 50 años, ¿qué queda del Concilio Vaticano II?
Bernardo Barranco
Así como el mundo mira con amable desconfianza la conclusión negociada del Vatileaks, la fuga de documentos clasificados y, el desenlace de un juicio pactado en torno al mayordomo de Benedicto XVI, Gabriele Palo; asimismo se asiste con escepticismo a la inauguración del nuevo sínodo de los obispos, sobre la evangelización, donde la Iglesia se apresta para celebrar los 50 años del Concilio Vaticano II. Los tiempos han cambiado y pocos recuerdan aquella noche fría e iluminada por una esplendorosa luna llena, 25 de enero de 1959, en la que Juan XXIII el Papa bueno, anuncia con emoción la realización de un nuevo concilio ecuménico con vocación universal. La empresa era ardua desde todos sus ángulos principalmente por las reticencias internas. Sin embargo, el papa Roncalli (1958-1963) sortea las oposiciones y condensa con una sola palabra que simplifica toda su compleja iniciativa: aggiornamento, o puesta al día de la Iglesia. Otra célebre expresión clave y mediática de Juan XXIII que esboza la actitud católica de entonces, fue:
Abrir las ventanas de la Iglesia al mundo, aquí se ponía de manifiesto la apertura de diálogo con el mundo moderno.
Sí, pero todavía no.
El Concilio arrojó toneladas de documentos, no es una exageración. El Concilio Vaticano II es un episodio de una vieja relación, controvertida y llena de tensiones que ha existido entre la Iglesia y la modernidad. Por ello, el posconcilio fue una larga batalla de interpretaciones en las que subyacen posicionamientos e intereses. Para muchos católicos el Vaticano II fue un acto de una gran ruptura con el pasado; hay otros, en contraste que vieron reformas en continuidad con su identidad y tradición. Los que perciben el Concilio como una ruptura, pueden dividirse en dos: el de los grupos tradicionalistas y ultraconservadores que creen que se cede identidad a la modernidad y esto atenta la misión civilizatoria de la Iglesia. Entre ellos, nos encontramos Lefebvristas. Por otro lado tenemos los sectores progresistas de católicos, que cree que esta ruptura con el pasado monárquico de la Iglesia ha sido altamente positiva pero inconclusa. El Concilio debe llevarse a aplicar tanto en espíritu como en la letra. La Iglesia desde Roma ha impedido, señalan, la puesta en marcha de las principales directrices conciliares, especialmente el paso de una concepción jerárquica de la Iglesia a la idea de comunión el pueblo de Dios. Teólogos de la liberación, feministas, indigenistas y personajes como Hans Küng reprochan que la Iglesia se haya convertido en una institución cada vez más vertical y centralista. Se ha venido desdibujando un rasgo esencial del Concilio: la colegialidad, es decir, la participación de los obispos en la misión del Papa. Benedicto XVI, ha expresado en diferentes foros su postura cautelosa frente al Concilio que contrasta con el joven Ratzinger que participó como asesor de los obispos alemanes, destacándose por posturas de avanzada. También se ha alejado del llamado
espíritu conciliar. En contraparte, su balance de los resultados del concilio son severos, por ejemplo en la audiencia pública del 9 de marzo de 2010 reconoció: “Sabemos que después del Concilio Vaticano II algunos estaban convencidos de que todo era nuevo, que era otra Iglesia, que la Iglesia preconciliar había acabado y teníamos otra, completamente diferente… Un utopismo anárquico, pero gracias a Dios los timoneles sabios de la Barca de Pedro, Pablo VI y Juan Pablo II, defendieron –de una parte– la novedad del Concilio y al mismo tiempo la unicidad y la continuidad de la Iglesia, que es siempre Iglesia de pecadores y siempre lugar de gracia”.
Sería ingenuo afirmar que el Concilio fue un ejercicio de reconciliación con la modernidad. Pero sí existió la aspiración de concluir el enfrentamiento con la cultura moderna. Con el Concilio la Iglesia aceptó la historia, es decir, reconocer que el cristianismo vive y respira dentro la vida histórica de la humanidad. Y no fuera de, o, a pesar de ella. Se reconocen valores de la sociedad moderna, también se matizaron posturas radicales que condenaban la cultura como pecaminosa, sucia y amenazante. El Concilio percibe la modernidad como tierra fértil para que los cristianos puedan discernir los signos de los tiempos. Ser sal en la masa, se decía entonces. Hace 50 años, sobre el tema, hubo una lucha entre tradicionalistas y aperturistas: inicialmente dominaron los progresistas pero finalmente en el pos concilio se impusieron los conservadores. Incluso estos últimos desataron una ola de represión y disciplinamiento doctrinal tanto a los ultratradicionalistas como a los progresistas. En América Latina no fue casual el embate de Roma contra la Teología de la Liberación que había sido precisamente un fruto conciliar. Sin nostalgias, el Concilio Vaticano II sigue vivo, la pregunta clave siguiendo al fallecido cardenal Carlo María Martini: ¿será necesario convocar una Concilio Vaticano III para aplicar este Concilio?
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