El relevo
León Bendesky
El gobierno que está por terminar está pasando la estafeta al nuevo que comenzará el próximo diciembre. El relevo se está haciendo con mucha eficacia y a toda velocidad; es casi de precisión olímpica. El Congreso recién instalado no se dilató en procesar los cambios a la ley laboral y ya se prepara para modificar también el régimen de operación de Pemex. Allana el camino para la siguiente administración y obsequia algo a la que termina. Aún faltan las medidas fiscales.
Las formas de gobernar y de legislar, a pesar de su presteza –o por ella misma–, están sustentadas en el mismo principio del ejercicio político que la muy cacareada pero ya desvirtuada alternancia partidista en el poder no cambió de forma alguna que sea relevante para la mayoría de la gente.
Los argumentos que de modo explícito sustentan las significativas modificaciones al régimen laboral, que están por validarse en la mancuerna del Senado, sostienen que se creará más empleo y se aumentará la productividad.
Estas son, ciertamente, dos cuestiones clave en esta economía donde prolifera la ocupación informal, la subocupación, y los bajos niveles de ingreso. Son, también, elementos esenciales para sustentar un crecimiento mayor y sostenido del producto, mismo que se ha vuelto crónicamente bajo y vulnerable desde hace ya tres décadas.
Pero no se consideró siquiera necesario ofrecer un sustento técnico o un razonamiento armado de manera coherente sobre tales supuestos que se han presentado, más bien, como un asunto doctrinario. Los legisladores no tienen que explicar nada a quienes los eligieron de modo directo y mucho menos en el caso de los plurinominales.
La nuevas formas de contratación que se admiten en la alterada ley no afianzan un mercado laboral más robusto y equitativo y, en cambio, tienden a crear mayor precariedad del trabajo. Tampoco implican que los niveles del ingreso salarial se eleven junto con la muy baja productividad general del sistema económico.
La carga del cambio legal en materia laboral se impone sobre los trabajadores. No hay correlato alguno con las condiciones que enmarcan a la inversión productiva, así como con la enorme concentración de la propiedad y la riqueza, o sea, las grandes restricciones a la competencia que definen a la economía mexicana.
La efectiva expansión del producto, del aumento de la productividad y la creación de más empleos, bien remunerados y con prestaciones sociales se basa en la inversión. En este modo de producción se trata de capital y trabajo. El esquema propuesto en la ley apunta, en cambio, a un aumento de la rentabilidad del capital sin que entren en la mira aquellos otros componentes.
De la reordenación de los sindicatos y la participación de los trabajadores que limite el poder de los líderes y aclare el uso de los recursos, que en algunos casos son multimillonarios, ni se quiere hablar en realidad. Seguirán siendo cotos de poder y control. Esa es una forma tramposa de defender los derechos laborales y constriñe el alcance de cualquier
reforma.
Una situación similar se vislumbra para el caso de Pemex. En esa empresa pública nadie cree nunca conveniente siquiera presentar las propuestas de modo claro y convincente, sustentados en evidencias y premisas claras que conduzcan a las conclusiones ofrecidas. Al igual que en el caso laboral, la industria petrolera se maneja de manera doctrinaria, como ocurre con todo el sector energético. Y se hace con muy poca transparencia, si acaso.
Se puede tratar de la exploración, la producción o la comercialización, puede ser acerca de las coinversiones con otras empresas o los contratos con astilleros españoles. Ni el mismo consejo de administración parece enterarse de lo que ocurre, ni mucho menos rinde cuentas de su gestión, y las contradicciones entre los funcionarios son patentes y ñoñas.
Se trata, nada más, de la empresa que genera una tercera parte del ingreso del gobierno y que administra una riqueza natural de mucha relevancia y que es, formalmente todavía, propiedad de la nación. Plantear organizar a Pemex de modo similar al de Petrobras sin considerar abiertamente el anacronismo institucional en el que está el país es, cuando menos, asombroso si no es que cándido. Sobre todo en el caso de la industria petrolera.
Todo esto indica que se refuerza el modelo de gestión político-económico del que supuestamente habría de estarse alejando el país. El discurso político y las políticas públicas impuestas desde 1982 y sobre todo desde 1988, ya se han cumplido a cabalidad. El problema es que ya no resisten más la confrontación con la realidad.
La tasa de crecimiento no podrá aumentar porque la base de operación sistémica no se altera y, en cambio, se recrean los modos más conservadores de la gestión social. Se pretende con los cambios que se están haciendo darle la vuelta a una crisis estructural, pero así no se puede. Las contradicciones sólo se van a agravar.
Así como funciona la economía y como está conformado su entorno social; así con el magro crecimiento promedio del producto desde hace mucho tiempo; así con una distribución del ingreso muy desigual, es suficiente para generar una alta rentabilidad en los sectores que están fuertemente concentrados. Es, pues, incongruente, pensar que el mercado interno será la base de una expansión renovada y sostenible del producto y del ingreso que vaya en verdad más allá de la generación de grandes rentas económicas.
Poniendo el ejemplo-Helguera
Amnesia (a la memoria de Hobsbawm)
Hermann Bellinghausen
Como saben siempre los hombres que detentan el poder, la memoria es una de las cosas más difíciles de destruir. Borrarla solía requerir gran sufrimiento por tiempo prolongado. La modernidad desarrolló formas más inocuas de inducir olvido, por vías parenterales, que se parecen al adormecimiento, el aturdimiento y el miedo. No hace falta ser químico para intuir que la memoria es un principio activo que desata reacciones por lo regular indeseables para el poder, pues obran en su contra y lo desnudan.
En algunas lenguas romances, no la nuestra, recordar (acordarse) y despertar son sinónimos. Teniendo en cuenta que nostalgia (y mejor saudade) designan no la memoria, sino los sentimientos que lugares, personas y laberintos despiertan en el memorioso, en el México de hoy, si parafraseáramos los populares versos de Gabriel Celaya, la memoria sería un arma cargada de futuro. Un evento que nos pone a prueba para lo que sigue.
Pocos naufragios más atroces de la memoria hubo en el mundo que el de las civilizaciones americanas precolombinas. Por ejemplo la maya, en cuyo nombre hoy se urden tantas tonterías new age. A pesar de que sobreviven millones de descendientes de aquellos maestros de la humanidad que evolucionaron en las selvas mesoamericanas, el hiato entre ellos y nosotros apenas empieza a repararse. Memorias, las que fueran, alimentaron a los mayas en sus ciclos, y del clásico (colapsado hacia el siglo IX) a la llegada de los españoles, hubo un trazo, un registro oral y escrito de la historia y el mito. Hicieron falta la brutalidad de la soldadesca, los autos de fe de la ferocidad evangelizadora y la esclavitud embozada que mantuvieron colonos e independientes, para destruir algo más que sus códices y códigos y dejar a los arqueólogos del siglo XX su interpretación en piedra, como si de tablillas sumerias se tratara. Pero esos pueblos, los que lo hicieron, están aquí. Y de una manera científicamente inexplicable, nuevamente recuerdan, recuperan, persisten. ¿Una excepción en la modernidad? Tal vez. Sobre todo porque confrontan un tiempo real tan, tan dilatado. El quinto centenario fue un campanazo indígena en el continente.
Tampoco se olvida el 2 de octubre, y necesitamos aplicarnos para que así siga siendo, pues los que lo causaron son los mismos que siguen
gobernando. Sin memoria somos nada. Son los mismos que destrozaron el artículo 27 constitucional hace 30 años y acaban de rematar el 123. Adiós Revolución como venía, oh, en aquellos libros de Texto Gratuito, continuación a escala nacional de la historia popular y sus motivos de orgullo. No fue pues gratuito el respingo inmediato del alzamiento zapatista en 1994. Los derechos agrarios y de los pueblos no serían olvidados. Ni traicionados. No por ellos. Como pronto se vio, no venían solos. Pueblos originarios de todo el país demostraron que se acordaban. Y despertaron.
¿Estará la clase obrera –esa que antes iba al Paraíso proletario– a la altura de la memoria que necesita para pervivir, como los indígenas lo hicieron de modo que la puñalada salinista contra las reivindicaciones de Emiliano Zapata no resultara letal ni mucho menos? Indígenas y campesinos de México se han encargado de no olvidar que la tierra es de quien la trabaja, y sinónimo de libertad. Los sindicalistas (y los por sindicalizar) ¿harán lo propio? ¿O los devorará la amnesia de la modernidad? La guerra de los nuevos zapatistas es, explícitamente, contra el olvido. Pero son tantas las cosas que los mexicanos necesitamos recordar, oxigenar, desentrañar debajo de los escombros.
Hoy
memoriatambién alude lo externo: discos duros, dispositivos y aplicaciones que, en buena medida, liberan espacio en la memoria humana, la cual puede transferir datos y efemérides, descargarlos, para conservar la capacidad de captación y almacenamiento. Bien podría usarse este maravilloso
espacio librepara
almacenarlo que verdaderamente importa. Pero aquí es donde la puerca tuerce el rabo.
Si una industria entre las mil que han prosperado con el capitalismo ha deveras prosperado es la de la amnesia. O de la memoria vacía, alimentada de entretenimiento, trivialidad, consumismo pavloviano; la del espejismo justamente llamado
virtual, la hiperconexión instantánea, la presunta omnipresencia que deriva en mera ausencia mientras los vencedores se apoderan de la Historia que es nuestra.
El espacio disponible en nuestra aturdida memoria es invadido por brutales dosis de información hueca pero viral, que es a la memoria lo que las papas fritas industriales a las papas de tierra (en francés llamadas, bellamente,
manzanas de tierra): aire, sal y celofán. Nada. La memoria requiere espacio libre y disponible, y para ocuparlo así en la Tierra como en la mente se necesita estar despierto y sin miedo de recordar. Tener viva la memoria no significa que ya ganamos, pero sí que no hemos perdido.
Mortaja-Hernández
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