Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

domingo, 7 de octubre de 2012

LAS MAS DEL 7 DE OCTUBRE DE LA JORNADA EN INTERNET

 
Comicios en Venezuela
El pueblo venezolano determinará hoy en las urnas si continúa Hugo Chávez, o si Henrique Capriles será el próximo presidente Fotos Reuters
Todo va a transcurrir hoy en paz, confía Hugo Chávez
El futuro de la oposición es convertirse en un PP rumbero: Rodrigo Cabezas
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Un elemento de la Milicia Bolivariana, creada por Hugo Chávez y cuyo número de efectivos supera los 100 mil hombres, vigila las calles de la periferia de la capitalFoto Ap
Arturo Cano
Enviado
Periódico La Jornada
Domingo 7 de octubre de 2012, p. 2
Caracas, 6 de octubre. En las calles y en el Metro de esta ciudad las pasiones se desatan, a gritos nada más: ¡A mí ningún presidente me da de comer!, lanza una vendedora ambulante. ¡Viva Chávez!, le responde su vecino. La calle habla fuerte. Se debate abiertamente sobre las virtudes de uno y otro candidato.
En Miraflores, muy cerca del lugar donde la vendedora anuncia que no votará (se calcula que se abstendrá una cuarta parte de los electores), el presidente Hugo Chávez recibe a una delegación de la Unasur y da su último mensaje antes de las urnas: Estoy seguro de que todo va a transcurrir en paz y estoy seguro de que los actores políticos fundamentales reconoceremos la voz de la nación que va a ser recogida, procesada y anunciada por el árbitro, el Consejo Nacional Electoral.
En ese órgano, los funcionarios públicos no se dan abasto para acreditar a la multitud de periodistas extranjeros que han venido a atestiguar los comicios venezolanos, con todo y que en los pasados 14 años –los que lleva Chávez en el poder– se han celebrado 15 elecciones de todo tipo.
Chávez sólo perdió un proceso, el referéndum sobre profundas reformas constitucionales que apuntaban a una mayor centralización del poder o, si se quiere, un paquete de reformas al que incluso muchos chavistas no veían ni pies ni cabeza. El chavismo tuvo 3 millones de votos menos que en la elección presidencial del año anterior. No ganamos nosotros, perdió Chávez, dijo entonces Felipe Mújica, del opositor Movimiento al Socialismo.
Beneficiario del descrédito de la clase política puntofijista, Chávez se impuso en las presidenciales de 1998 a Henrique Salas Römer. La candidatura de Irene Sáez, ex reina de belleza y alcaldesa de Caracas, a quien unos meses antes de la elección muchos daban por ganadora, se derrumbó estrepitosamente (obtuvo 3 por ciento de los votos).
En 1999 se realizó la Constituyente, de modo que Chávez volvió a contender por la presidencia en 2000. Se alzó con 59.76 por ciento de los votos sobre su ex correligionario Francisco Arias Cárdenas, quien obtuvo 37.52.
En 2006 hubo 13 aspirantes de la oposición a la candidatura. Al final se impuso Manuel Rosales, gobernador de Zulia. Los candidatos que pese a todo se mantuvieron en la justa electoral no obtuvieron, sumados, ni uno por ciento de los votos.
Chávez ganó esa elección con 62.85 por ciento de la votación, contra 36.91 de Rosales.
Un año antes, la oposición había cometido otro error fatal: se retiró de las elecciones parlamentarias y le dejó el campo libre al chavismo, que se hizo de la totalidad de los puestos en el Congreso unicamaral.
La oposición no tuvo más remedio que reinventarse, dice la historiadora Margarita López Maya, quien subraya el hecho singular de la coyuntura: la voz cantante en el bloque opositor no la llevan más los poderes fácticos (iglesia, medios, directivos petroleros), sino los partidos.
El PP caribe
El triunfo de Henrique Capriles Radonski sorprendió a casi todos en el chavismo. La mayor parte de la dirección nacional del PSUV daba por hecho que el candidato sería Pablo Pérez, gobernador del estado Zulia, porque contaba con el apoyo de las estructuras nacionales de AD y COPEI, los dos partidos tradicionales del país.
Capriles, sin embargo, contó con mayores apoyos financieros de los empresarios y con su gestión como gobernador en el estado Miranda para presumir.
En campaña insistió una y otra vez en que su propuesta es de centro izquierda, pese a que su partido, Primero Justicia, es identificado como de derecha.
Capriles se definió antimperialista y, en un viraje que comparte con el resto del liderazgo opositor, hizo su bandera la Constitución de 1989, que fue rechazada largo tiempo por los adversarios de Chávez.
El candidato opositor hizo campaña montado en su imagen de hombre joven y atlético, guapetón y sincerote, que ni siquiera se quejaba de la inequidad que otros voceros opositores denunciaban todos los días:
El proceso fue completamente desigual, pero es lo que me tocaba.
Del lado del chavismo lo juzgan como un político pobre intelectualmente, con pocas lecturas; tiene cierto grado de au- dacia, pero se mostró muy pobre políticamente, según dice Rodrigo Cabezas, dirigente del comando de campaña de Chávez.
Seguros de su victoria, los partidarios del presidente venezolano ya evalúan el futuro de la oposición. Ahí hay una disputa por la hegemonía, después del 7 de octubre tendremos otra oposición, de derecha proempresarial, con el partido Primero Justicia a la cabeza, porque seguramente logrará más de 2 millones de votos. Será el cierre del ataúd, en términos históricos, de AD y COPEI (los dos partidos que gobernaron durante los 40 años previos al chavismo) y el nacimiento de una versión caribe del Partido Popular español.
En el ancho abanico de la oposición venezolana hay también agrupaciones de izquierda, pero Cabezas asegura que quedarán totalmente subordinadas al PP rumbero: Hay algunos liderazgos respetables, pero están pulverizados y no representan a nadie.
Las cosas que nunca cambian
Casi 19 millones de venezolanos podrán acudir a las urnas para elegir un cargo. Y volverán a hacerlo en diciembre, cuando se celebran elecciones regionales.
Según las autoridades electorales, todo está listo en los 13 mil 810 centros de votación, equipados con un sistema que capta las huellas digitales de los electores y con otro que permite el voto electrónico.
Toda la jornada se desarrollará bajo la vigilancia de 139 mil efectivos militares.
A ellos debe referirse el presidente Chávez cuando esta noche, en la víspera de su intento de una tercera relección, dice: Ojalá que los poderes concentrados no traten de utilizar la coyuntura electoral pacífica, democrática, para tratar de alterar la paz nacional, que no se presten al juego desestabilizador.
Unos días antes, Capriles había puesto su cuota en la pulsada: Si el gobierno pretende desconocer la voluntad popular se va a encontrar con un pueblo.
El país tiene cómo neutralizarlos, cierra Chávez, quien en el mismo mensaje se congratula de que quienes desconocieron esta Constitución Nacional, quienes dirigieron el golpe de Estado fascista se hayan incorporado de nuevo al juego político democrático.
Hay cosas que nunca cambian. A las ocho de la noche, en los barrios de clase media comienza el ruido de las cacerolas. Allá, a lo lejos, les responden con unos cohetones.
 
Mar de Historias
El águila prisionera
Cristina Pacheco
Desde muy chico mi hermano Porfirio tuvo un sueño: irse de la casa, vivir lejos de nosotros, de la gente del pueblo que poco a poco, con la esperanza de alguna mejoría, fue llegando a lo que era un asentamiento desordenado y ahora es colonia. El día en que nos notificaron del cambio todos salimos a la calle con la esperanza de que algo a nuestro alrededor se hubiera mejorado, pero no, todo seguía igual que antes: construcciones a medio hacer, banquetas fracturadas, desperdicios regados por todas partes, baches y ese olor agridulce que emana de la basura cuando se pudre bajo los rayos del sol.
Nuestra casa era idéntica a las otras de la cuadra pero se distinguía porque en el terraplén que aspirábamos a convertir en jardín crecía un pirú. A su sombra, bajo la lluvia intermitente de semillitas rojas, trabajaron la piedra mi abuelo, mi padre y luego mi hermano. De ellos, Porfirio heredó el nombre, las facciones, la estatura baja, las manos anchas y nudosas y el oficio de cantero. Lo único suyo era el sueño de irse. ¿Adónde?, le preguntaba yo asustada, presintiendo el abandono en que me quedaría cuando él se fuera. Lejos.
Esa respuesta vaga, ilimitada, era para mí tan misteriosa como el mar que decoraba el calendario puesto en la pared de la cocina. Permaneció inmóvil, fuera del tiempo, el año en que Porfirio se fue. Por cortesía del carnicero o del responsable de la farmacia, cada año recibíamos nuevos almanaques, pero el adornado con un mar entre negro y azul jamás fue desplazado. Conservó para siempre las tres hojas correspondientes a los últimos meses de 1958 y en la de octubre una marca sobre el número 23, día en que acompañamos a mi hermano a la central camionera.
Ajena a la presencia de otros viajeros y sus acompañantes, mi madre no ocultó su angustia, mi padre expresó en voz muy alta su contrariedad mientras que yo me refugié en un silencio que Porfirio interpretó como indiferencia propia de una niña 11 años menor que él.
II
Aquel 23 de octubre regresamos a la casa en silencio, bajo un cielo que amenazaba lluvia. Era domingo. Las reuniones familiares se desbordaban hasta la calle. Al olor agridulce de la basura se imponía el de los recaudos fritos y los tasajos puestos sobre las brasas. Los vecinos, al vernos pasar, nos saludaban con cierta timidez, avergonzados de su alegría dominical ante nuestra evidente tristeza. Los conocidos más cercanos les decían a mis padres a modo de consuelo: Al menos les queda la niña. A ver hasta cuándo. La respuesta de mi madre me resultaba tan misteriosa como el mar visto en el calendario.
Al entrar en la casa mi padre se acercó al sitio en donde Porfirio acostumbraba trabajar. Aún me parece verlo deslizando la mano sobre el trozo de piedra que Porfirio apenas había empezado a desbastar. Debido al apresuramiento con que decidió su viaje, su intención de darle a esa piedra forma de águila quedó apenas en una sucesión de marcas que eran como heridas sobre el bloque negrís.
Desde la cocina mi madre nos gritó que la comida estaba lista. Indiferente al llamado, mi padre siguió ordenando los cinceles, los marros, los punzones, los buriles y los pernos utilizados por mi hermano desde que comenzó su aprendizaje de cantero hasta que, al cabo de los años, alcanzó el dominio de un oficio que, al menos por el momento, no había quién heredara en mi familia.
Después de ordenar la herramienta mi padre se puso a acariciarla con la ternura que no supo expresarle a mi hermano Porfirio antes de que él saltara al estribo del camión que iba a conducirlo al norte. Allí se detuvo un momento, con un pie en el aire. En ese breve tiempo tuve la esperanza de que él hubiera recapacitado y renunciara a su sueño de irse lejos. No lo hizo. Se impulsó y desapareció entre las filas de viajeros como si se lo hubiera tragado el mar del calendario.
III
Con la ida de mi hermano se interrumpió el diálogo sostenido durante generaciones entre los hombres de la familia. Me resultaba incomprensible el que las mujeres tuviéramos prohibido ese oficio. Para explicarme la razón mi padre hablaba de las dificultades y los accidentes que Porfirio había tenido durante sus primeros años de cantero. El oficio es duro, no permite distracciones y quien las comete las paga con dolor y hasta con mutilaciones.
Para demostrarme que no exageraba, mi padre me contó muchas veces la mañana en que Porfirio se golpeó el índice de la mano derecha con el marro. Para contener la sangre y evitar la infección lo único sensato era arrancar la uña de cuajo. El grito de Porfirio desgarró el aire en ese momento y después, cuando le envolvieron el índice indefenso con un capullo hecho a base de telarañas. A la mañana siguiente Porfirio pudo retomar su trabajo, pero jamás recuperó la uña completa. En su sitio brotó una especie de bordo, una ondulación que en la oscuridad de su piel asocio a las líneas que marcó sobre la piedra a la que pensaba darle forma de águila. Interrumpió su proyecto el viaje al norte.
Porfirio cumplió su promesa de comunicarse con nosotros sólo a partir de que se estableció en Mission. Nos llamaba de vez en cuando los domingos. Apenas sonaba el teléfono mis padres corrían a contestar. Las conversaciones, de aquí para allá eran breves interrogatorios (¿Estás comiendo bien? ¿Cómo se portan tus patrones? ¿No piensas en volver?) y de allá para acá respuestas entrecortadas, rápidas que luego me transmitía mi madre.
Al final de la comunicación me pasaban el auricular con la advertencia de que fuera breve. Los pocos segundos eran apenas suficientes para decirnos, él a mí: no dejes la escuela y yo a él: ¿cuándo vienes a tallar el águila? En cuanto colgábamos, la casa se llenaba de silencio hasta que al fin mi padre, a pesar de la contrariedad de mi madre, se iba al patio. Enseguida oíamos, cada vez más lento, el golpe del metal sobre la piedra. Sobre la extraña melodía iban cayendo, silenciosas, las semillitas rojas desprendidas del pirú.
IV
Con el tiempo perdimos la huella de mi hermano. No se enteró de la enfermedad de mi madre ni de la muerte repentina de mi padre. Tampoco llegó a saber de mi matrimonio ni de que vivo en la casa en donde los dos crecimos. No pierdo la esperanza de que algún día Porfirio vuelva a comunicarse. Le diré que tiene que volver. En la familia sólo él puede liberar el águila que dejó prisionera en la piedra negrís sobre la que sigue derramándose puntual el llanto rojo del pirú.

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