Calderón tan canalla como Salinas, tan maligno como Zedillo y tan envilecedor como Fox
Victoriano Huerta mandó asesinar a Madero, Pino Suárez y a otros miles de mexicanos, haciendo alarde de su adicción al abuso del poder y su alcoholismo. Calderón anda en las mismas tras seis años con una cuenta macabra de más de 100 mil homicidios en su borrachera de poder y bebida. Las escuelas primarias y secundarias, con las perversidades de la dueña del SNTE y la falta de la enseñanza de civismo, ética o filosofía, están formando a posibles delincuentes que se educan en la realidad sangrienta del narcotráfico y lo que transmiten Televisa y TV-Azteca.
En este contexto, Calderón asegura en su desvarío que durante su mal gobierno curó la pobreza nacional. Salinas (el nuevo poder tras el trono peñista) dejó 18 millones de pobres. Zedillo, 20 millones; y Fox y sobre todo Calderón, dejó que los capitalistas del neoliberalismo económico devastaran al país, aumentando a 50 millones en las diferentes pobrezas. 14 millones en el comercio informal; 7 millones de jóvenes sin empleo y sin cupo en escuelas de estudios superiores. Más de 10 millones sin atención de salud y el mentiroso seguro popular de “cobertura universal” que para nada ha servido y 10 millones de niños abandonados a su suerte. No tenemos más alternativa que rebelarnos ejerciendo el derecho constitucional a modificar nuestro régimen político.
El que el Victoriano Huerta de Felipe Calderón se atreva a decir que alivió la pobreza nacional, va más allá del cinismo. Es un cretino. Caradura. Su insolencia lo muestra como un demente que desgobernó al país y llevó a las instituciones al filo de la ingobernabilidad. Su heredero-sucesor, el señor Peña Nieto que canta victoria en sus viajes de turista, recibirá una Nación (excluyendo a los ricos y millonarios), acabada en lo económico, defraudada en lo político y a punto de estallar socialmente. La pobreza es una bomba de tiempo que estallará, pues no alcanza el dinero de los asalariados para comprar ni la cuarta parte de la canasta básica. Calderón se hace el idiota al no saber que la miseria es nuestra característica. No más de 5 millones de las clases altas logran lo que quieren. El resto sobrevive en la desesperación diaria para comer, ir a sus fuentes de trabajo; sin poder acudir al médico privado y los medicamentos suben sus precios todos los días.
No alcanzan los calificativos para Calderón (caricaturizado como lo que es realmente: un enano con el uniforme militar que le queda grande). Ha sido uno de los peores presidentes del montón, tan vicioso, tan canalla, como Salinas; tan maligno como Zedillo, tan envilecedor como Fox y tan matón como Díaz Ordaz. Y todavía más, pues dice que redujo la pobreza. Es un mentiroso, intoxicado de embriaguez que imagina sus locuras. Los mexicanos vivimos en el miedo colectivo por la descomposición generalizada, donde hasta los niños de entre 6 y 15 años practican la violencia en sus escuelas. Como un nuevo Nerón, como otra versión de Pinochet o como otro Victoriano Huerta, Calderón deja un país víctima de todos los males y a punto de una explosión social que le estallará a su heredero.
Álvaro Cepeda Neri - Opinión EMET
Calderón acumula sarta de mentiras para enfrentar acusaciones de crímenes de guerra
Felipe Calderón empezó a delinear los argumentos que habrá de esgrimir en los próximos meses para hacer frente a las acusaciones de crímenes de guerra y lessa humanidad derivados de su estrategia de combate a los cárteles de las drogas. En sus respuestas a las 38 preguntas que le hicieron senadores de la República con motivo de la glosa del Sexto Informe de Gobierno, el michoacano intenta lavarse las manos de los adversos resultados de su “guerra” a los cárteles de las drogas que arroja más de 90 mil muertos, más de 10 mil desaparecidos y más de 300 mil desplazados.
Calderón acusa que son “la complicidad y corrupción en algunas regiones del país - aunque no menciona la corrupción en sus propias filas de la administración pública federal- las que provocaron que la expansión de los grupos criminales se acelerara y se apoderaran del control de pueblos y ciudades sin encontrar resistencia”. Señala que “en algunos de los estados más afectados por la delincuencia, las instituciones policíacas, ministeriales y probablemente las judiciales, se encuentran severamente vulneradas por la intimidación o la corrupción creada por los propios delincuentes.
Se dice inocente de las decenas de miles de homicidios a lo largo de su sexenio, cuando sostiene que “no son producto de las acciones para contener y debilitar a los criminales”. Intenta defender su administración señalando que la violencia que afecta “a los mexicanos no es provocada por las acciones del Gobierno Federal y las Fuerzas armadas”. En relación a los excesos cometidos por las fuerzas armadas federales, Calderón justifica que “en los casos excepcionales en donde han fallecido personas ajenas a los hechos en algún enfrentamiento con agresores o donde han participado las fuerzas armadas, se han investigado rigurosamente los hechos y fincado las responsabilidades correspondientes”, lo que es completamente falso como lo han demostrado una y otra vez las organizaciones defensoras de derechos humanos en el país y los reportes de observadores internacionales como Amnistía Internacional.
Estos argumentos los estaremos viendo los próximos días por parte del todavía inquilino de Los Pinos, un residente que habrá de enfrentar cuestionamientos, denuncias y acusaciones muy serias por parte de organismos civiles de México, organizaciones defensoras de derechos humanos, de madres de miles de desaparecidos, de padres y familiares de víctimas inocentes de la violencia, y en fin de un pueblo que fue agredido y reprimido a lo largo de seis años por el mandatario más repudiado de los últimos tiempos. El juicio histórico en contra de Felipe Calderón, quien hasta el final intenta convencer que su estrategia fue la correcta, apenas se está escribiendo y aún falta el juicio penal internacional del que con triquiñuelas plantea evadirse.
Calderón miente descaradamente cuando señala que después de seis años de gobierno, México superó la “descomposición brutal, acelerada de las instituciones públicas en materia de seguridad y justicia” y el fortalecimiento “constante y amenazante de las organizaciones criminales”. Falta totalmente a la verdad cuando aseguró, ante los representantes de la comunidad libanesa en el país, que “hoy vemos el proceso inverso en ambas cosas”.
Enrique Peña Nieto sin duda habrá de hacer fuertes ajustes a la estrategia seguida durante el calderonismo, aunque no variará el enfoque fundamental belicista aplicado a lo largo de los últimos seis años. Según el vicecoordinador de la estrategia de seguridad del equipo de transición del mexiquense, Jorge Carlos Ramírez Marín, “el nuevo plan de seguridad” para reducir la criminalidad, la violencia y la inseguridad, tendrá como puntos clave la prevención del delito y la coordinación policíaca entre los tres niveles de gobierno, puntos que no logró concretar la gestión calderonista. A su vez, Miguel Osorio Chong, coordinador de Política y Seguridad, adelantó que se confrontará al crimen organizado atacando sus finanzas y limitando su campo de acción. Por ahora, no son más que declaraciones de proyectos de gobierno, habremos de ver que tal son aterrizados en la compleja realidad que enfrenta el país en la materia.
Lilia Arellano - Revista EMET
El ex presidente
WASHINGTON, DC. – Lo escoltan tres escritores “fantasma”. Sus ghost writers, pues. Fueron quienes redactaron el libro que promociona ahora mismo en la capital imperial a la que tanto debe. Les pregunta a cada rato si eso de lo que está platicando forma parte de la obra redactada. Le dicen que sí. Aunque a veces lo que escucha es un “no”, y hace cara de ¡pero qué barbaridad!, ¡cómo se les pudo haber olvidado tan trascendental episodio!
Él mismo es un espectro. Nada es ya de lo que fue. Y como nuestra “Llorona”, lleno de lúgubres lamentos busca asustar a aquellos que aún lo creen políticamente vivo. Pero está muerto. Ya no es el presidente de Colombia consentido de George W. Bush. Ya no es el laboratorista del Departamento de Estado que en su propio país, Colombia, ensayó la intervención militar estadounidense bajo el amparo de la lucha en contra del narcotráfico. Ya no es el modelo a seguir que el propio Bush le impuso a Felipe Calderón. A aquél con el Plan Colombia. A éste con un remedo conocido como Plan Mérida.
Álvaro Uribe promueve su libro. Justifica su paso por la Casa de Nariño, sí, pero sobre todo critica a su sucesor. Se ha convertido en un dolor de cabeza permanente para el presidente Juan Manuel Santos.
Uribe twittea a cada rato el número de muertos por la violencia en su país. Su oposición a los acuerdos de paz con las FARC. Su rencor por ya no ser.
Lo he visto un par de ocasiones durante los últimos días. Cada vez más amargo. Más dolido con él mismo por haberse equivocado en la selección de quien ahora gobierna desde Bogotá. Y es obvio: quiere influir ahora en la sucesión de Santos. Quiere erigirse en el factótum de la política colombiana. Así persigue el poder sin entender que fue prestado, que a nadie le pertenece para siempre… excepto a los dictadores y, claro, muy limitado a los monarcas.
¿Es todavía Uribe el modelo a seguir por Felipe Calderón?
Atípico en prácticamente todo, el todavía ocupante de Los Pinos ha dejado entrever que después del próximo primer día de diciembre seguirá participando en política. En su partido, el PAN, para empezar. Y si lo dejan, también en la política nacional.
EL MEJOR, MUERTO
El mejor ex presidente, dicen los clásicos, es un ex presidente muerto.
Porque la tentación de permanencia e influencia debe ser, es, enorme.
Aunque ahora mismo hay dos visiones al respecto. La ortodoxa, primero, que en nuestra historia ha sido la de pasar a un segundo y a veces hasta a un tercer plano, para permitir que aquel que esté en ejercicio del poder pueda hacerlo a cabalidad, sin intromisiones de los antecesores.
Pero también está otra un tanto cuanto heterodoxa. Aquella que apunta que, por la dignidad del cargo que ejercieron, por convicción de los actos que ejecutaron, los expresidentes no deben retirarse de la vida activa del país, y sí, por el contrario, deben ayudar en el constante consejo a los jóvenes que opten por encontrar coincidencias.
Esta última, además, se sustenta en el cobro de las pensiones vitalicias que los contribuyentes pagamos a quienes sexenalmente ocuparon el cargo Ejecutivo. Que para hacerse acreedores a esos dineros públicos, los ex mandatarios trabajen en los temas fundamentales para el desarrollo del país y que sean llamados, de vez en vez, por el presidente en turno para conocer sus opiniones respecto a esto o a aquello.
Argumentan que, cual es el caso ejemplificativo de Ernesto Zedillo, no se vale renunciar a la pensión ¡para ponerse al servicio de empresas transnacionales! que, así, se hacen del conocimiento de quien es poseedor de secretos de Estado, ya no militares, pero sí geoestratégicos en cuanto a yacimientos de crudo, pero también de otros minerales, sólo como muestra.
¿Qué papel va a jugar Calderón como ex?
Seguro él sí que no va a renunciar a la pensión, como no lo hizo Vicente Fox que incluso arguyó que le hacía falta para sobrevivir, cuando ha sido público y notorio que tanto él como su parentela fueron grandes beneficiarios de la corrupción al amparo del poder público.
Pero, la pregunta ahora es si, cobrando la pensión, ¿servirán para algo los consejos y las experiencias de Calderón?
¿Vagará en el futuro, como ahora lo hace Uribe, promocionando un libro, tocando puertas de universidad en universidad, y lamentándose de no haber sabido siquiera para qué sirve el poder?
Francisco Rodríguez - Opinión EMET
No hay comentarios:
Publicar un comentario