Edomex: La calle de la pesadilla
Un hombre ejecutado en Ecatepec
Foto: Davide Deolarte
Foto: Davide Deolarte
Aun cuando el gobernador del Estado de México, Eruviel Ávila, se afana en declarar que su administración no tolerará que el crimen organizado amedrente, intimide a la autoridad o pretenda controlar algún municipio local, lo cierto es que La Familia Michoacana, Los Templarios, Los Zetas y otros cárteles tienen presencia en 52 de ellos, lo que se refleja en la violencia exacerbada y el incremento de las ejecuciones. El caso más oprobioso es el de la calle Pemex –“la calle de la pesadilla”–, en la colonia Obrera Jajalpa de Ecatepec, donde sólo en enero pasado murieron 21 personas.
ECATEPEC, MÉX. (Proceso).- Apenas tiene 100 metros de longitud, pero en los últimos seis meses la calle Pemex, en la colonia Obrera Jajalpa, cobró notoriedad pues ahí han sido ejecutados o tirados los cuerpos de 21 personas, dicen los habitantes del lugar.
“¡Esto ya no es vida!”, prorrumpe una vecina. Tiene la mirada fija en uno de los vendedores de droga de la zona, donde también pululan halcones que vigilan las 24 horas del día desde una de las esquinas de esta calle adoquinada que hoy, recalca, es la más violenta de este municipio y de la entidad.
La pesadilla –así le llaman los mexiquenses– empezó cuando Enrique Peña Nieto era el gobernador. De hecho la dejó como herencia a su sucesor Eruviel Ávila, cuya administración sabe que en ese entorno las bandas del crimen organizado, entre ellas La Familia Michoacana, controlan la mitad de los 125 municipios mexiquenses, sobre todo en la zona limítrofe con la Ciudad de México.
De acuerdo con informes internos del gobierno mexiquense, en los últimos cinco años las pugnas entre La Familia y Los Caballeros Templarios y Guerreros Unidos –estos últimos ligados a Los Zetas– han cobrado 2 mil 221 vidas.
En enero pasado, el mes más violento, hubo 105 muertes relacionadas con el crimen en el valle de Toluca y en este municipio. En la calle Pemex de Ecatepec la violencia afecta a los habitantes, residencias, comercios; las huellas se observan incluso en el maltrecho adoquín de las calles, impregnadas de manchas oscuras; son costras de la sangre de las víctimas de los delincuentes que se disputan la plaza. Nadie se atreve a limpiarlas por temor a las represalias.
El sábado es día de mercado en la colonia y todo mundo sale a realizar sus compras, incluso los adictos al crack o a la cocaína, quienes acuden a un sitio conocido como El Punto, ubicado en la esquina de Pemex y Kennedy. Ahí consiguen la droga a cualquier hora del día.
El dealer, un enjuto joven de pelo largo, mira con desconfianza a los transeúntes que no son del lugar. No es de la colonia, pero ya conoce a casi todos los que pasan por ahí. Observa cada movimiento mientras platica en la calle con el conductor de un bicitaxi.
No hay forma de evadirlo para tomar una foto de las casas de cemento, la mayoría de uno o dos pisos. Sobresale una con orificios de bala en su fachada anaranjada; sus habitantes no se atreven a resanarla para no exponerse a las escrutadoras miradas de los halcones.
Violencia expansiva
El último mes la violencia creció en el Estado de México, donde hubo 105 ejecutados –39 de ellos en Toluca, la capital–, superada sólo por Chihuahua, con 142, según los reportes periodísticos.
De los municipios mexiquenses el más afectado es el de Ecatepec, donde en la colonia Obrera Jajalpa, ubicada a cinco minutos de la cabecera municipal y a menos de media hora de la Ciudad de México, la violencia se ha incrementado en la calle Pemex desde finales del año pasado.
En octubre del año pasado, a plena luz del día, un grupo de pistoleros levantó a cinco adultos y a un joven de 14 años. Sus cuerpos fueron arrojados horas después en esa calle. El 8 de diciembre irrumpió un comando y empezó a disparar contra las casas. El 2 de enero hubo tres ejecuciones; siete días después otras dos, y el día 22 cayó otro par. Los 13 cadáveres estuvieron varias horas a la intemperie.
“Nadie nos hace caso. Ya llevamos tiempo con esto, ya lo denunciamos y no pasa nada. En la madrugada pasaron dos camionetas con soldados y otras de policías. Pero, ¡miren!, ni siquiera los asustaron”, dice un vecino al reportero y al fotógrafo.
“Pero, ¡cómo se van a asustar!, si hasta los policías vienen a comprarles (droga). ¡Es el colmo!”, exclama otro.
Los habitantes relatan que la calma se rompió desde el 21 de julio de 2012. Un joven vendedor de drogas conocido como Alan fue ejecutado en la calle Pemex. Desde entonces ha habido 21 muertos.
“El colmo fue cuando tiraron los seis cuerpos desnudos. Estábamos ahí mirando cuando de pronto llegó un joven en una motoneta. Yo creo que tenía como 14 años. Nos preguntó dónde había una papelería y le dijimos que ahí, en la misma calle. Compró una cartulina y frente a nosotros comenzó a escribir algo en ella. Al terminar la puso encima de los cuerpos. Era un mensaje que decía: ‘Esto les va a pasar a quienes sigan vendiendo. El duende verde’.
“Nadie hizo nada. Y cuando lo denunciamos, las autoridades nos dijeron que ya no protestáramos, que eso ya era normal”, comenta uno de los entrevistados.
La frontera urbana
El Estado de México comparte con el Distrito Federal cientos de kilómetros como frontera. La línea limítrofe se pierde en calles, unidades habitacionales, ríos y solares llenos de basura. En esa franja viven aproximadamente 6 millones de personas. Ahí, dicen los residentes, la violencia está incontenible.
Los municipios de Ecatepec, Nezahualcóyotl, Tlalnepantla, Los Reyes La Paz, Chimalhuacán, Huixquilucan, Atizapán y Naucalpan forman parte de las franjas urbanas que se disputan siete cárteles de la droga, según informes internos del gobierno mexiquense consultados por el reportero.
De acuerdo con el mapa del crimen organizado en territorio mexiquense, La Familia Michoacana, Los Caballeros Templarios y Guerreros Unidos son las principales bandas que se disputan la plaza, aunque también están Nueva Generación, el Cártel de Sinaloa, lo que queda de la organización de los Beltrán Leyva y Los Zetas.
De los 56 municipios mexiquenses donde opera el crimen organizado, La Familia Michoacana tiene presencia en 54, entre ellos Nezahualcóyotl, Ecatepec, Chimalhuacán, Chicoloapan, Texcoco, Amecameca, Chalco, Coacalco, Ixtapaluca, Huixquilucan, Naucalpan, Cuautitlán, Zumpango, Zinacantepec, Atlacomulco y Valle de Bravo.
También disputa los municipios del sur de la entidad, como Luvianos, Tejupilco, Anatepec, Tlatlaya y Tonatico, que colindan con Michoacán y Jalisco y forman la llamada “tierra caliente”. En esa zona también están Los Templarios y Los Zetas.
El 10 de mayo de 2010, cuando aún era gobernador, Peña Nieto declaró que el Estado de México y el Distrito Federal se habían convertido en “guarida” de los jefes del narcotráfico. Según él, la zona metropolitana era “el gran mercado consumidor” que los grupos se disputaban.
De 2008 a la fecha, las autoridades mexiquenses registraron 2 mil 221 ejecuciones en todo el estado. El 2012 fue el año más violento, con 523, la mayoría de ellos en el oriente, pero sobre todo en Ecatepec.
Los documentos consultados por el reportero indican que la pugna data de marzo de 2011, cuando en municipios de Michoacán aparecieron mantas en las que se anunciaba la escisión de la Familia Michoacana y la aparición de Los Caballeros Templarios, cuyos sicarios se enfrentan por las plazas de Michoacán, Guerrero y el Estado de México.
En ese ínterin surgió el grupo Guerreros Unidos. Mario Covarrubias Salgado, alias M, quien trabajó para los Beltrán en el estado de Guerrero antes de aliarse con La Familia Michoacana en Chilpancingo, se desplazó al Estado de México. Al final cambió de bando y se unió a Los Templarios para arrebatarle Guerrero y Estado de México a sus antiguos aliados.
Investigadores de la Procuraduría General de Justicia estatal tienen identificados a los jefes de La Familia en cada municipio; saben incluso que son comandados por José María Chávez Magaña, El Pony, cuya base de operación abarca los municipios de Ecatepec y Nezahualcóyotl.
Una ficha policial consultada por el reportero señala, por ejemplo, que El Pony es originario del municipio de Tepaltepec, donde cuidaba ranchos y ganado. Mide metro y medio y tiene entre 40 y 45 años. “Es muy cuidadoso, pues ni sus propios miembros pueden hablar directamente con él; todo lo realiza por medio de su secretario, al que le dicen Carlos o La Sombra”, según el documento.
También consigna que en 2007 se escapó del penal de Zitácuaro, donde había sido recluido luego de que las autoridades estadunidenses lo extraditaron. Hoy, El Pony es la pieza clave de La Familia Michoacana en el Estado de México.
En agosto de 2012 se reforzaron los patrullajes militares en territorio mexiquense. No obstante, la aparición de 12 cuerpos desmembrados en la ciudad de Toluca a finales de enero obligó al gobierno federal y al estatal a incrementar la presencia de soldados en la periferia del Estado de México y el Distrito Federal.
Tierra sin ley
El paisaje mexiquense conurbado con el Distrito Federal es árido y terregoso en la zona oriente. No hay grandes construcciones ni zonas verdes. Muchas calles están sin pavimentar y en municipios como Ecatepec y Nezahualcóyotl el servicio de basura lo dan carretas tiradas por mulas que también suelen ser utilizadas para el transporte de droga de una colonia a otra.
En las esquinas de algunas calles se vende crack, cocaína y mariguana a cualquier hora del día. Los narcomenudistas también ofrecen sus servicios domiciliarios por teléfono o internet, lo que, dicen los vecinos, disminuye los riesgos. La mayoría de los vendedores y clientes son adolescentes.
Desde 2002 las autoridades registraron la presencia del Cártel de Neza, encabezado por Delia Patricia Buendía Gutiérrez, Ma Baker, cuyo control se hacía sentir en ese municipio mexiquense, e incluso en la delegación Iztapalapa, en el oriente del Distrito Federal.
Del otro lado de Nezahualcóyotl y Ecatepec, hacia el norte, el panorama es distinto. En Huixquilucan, donde comenzaron a proliferar residencias y departamentos de lujo a partir de 2006, también hay rastros del narcotráfico. En noviembre pasado, tropas del Ejército detuvieron a Jesús Alfredo Salazar Ramírez, alias El Muñeco, presunto lugarteniente de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, en ese municipio.
En septiembre de 2008, en las barrancas de El Olivo, municipio de Ocoyoacac, cercano a Huixquilucan, fueron hallados los cuerpos de 24 albañiles. En 2010 los militares detuvieron en Bosques de la Herradura a José Gerardo Álvarez, El Indio, y a 15 integrantes del Cártel de los Beltrán Leyva.
Édgar Valdés Villarreal, La Barbie, tenía una casa en Huixquilucan, donde se registraron 25 ejecuciones durante 2011. Al año siguiente se localizaron 12 cadáveres en la localidad de San Juan Yautepec, del mismo municipio.
En septiembre de 2011, en su quinto informe de gobierno, Enrique Peña Nieto manipuló las cifras al asegurar que la tasa de homicidios dolosos en la entidad se había reducido de 16.5 a 7.6 por cada 100 mil habitantes. La revista británica The Economist lo desmintió de inmediato con cifras del Sistema Nacional de Seguridad, según las cuales de 2006 a 2007 las muertes se incrementaron 62%.
Y en enero pasado, cuando la violencia cobró 105 vidas, el gobernador Eruviel Ávila saltó a la palestra para decir que su gobierno no permitirá que el crimen organizado amedrente, intimide a la autoridad o pretenda controlar alguno de los 125 municipios mexiquenses.
Sin embargo, en un recorrido de varios días por los municipios aledaños a la Ciudad de México, el reportero constató que los cárteles controlan calles, parques, avenidas y comercios; a estos últimos les cobran incluso derecho de piso.
En la esquina de Lázaro Cárdenas y Alfonso Sierra, en Nezahualcóyotl, por ejemplo, la cocaína y el crack se venden frente a las patrullas municipales; los narcomenudistas incluso se desplazan hacia el Distrito Federal con naturalidad, sin que nadie los detenga.
Según los informes de inteligencia policiaca consultados por Proceso, una de las principales rutas de paso de cocaína proveniente de Sudamérica es el Bordo de Xochiaca, y de ahí, tras recorrer el circuito mexiquense, sale hacia Querétaro y se distribuye por todo el bajío. Por ese corredor salen también los autos robados que se venden completos o en piezas en el mercado local y en Centroamérica.
Frivolidad municipal
El profesor Manuel Ambriz Roldán, integrante del Instituto Nacional de Ciencias Penales (Inacipe), descarta que el aumento de la violencia en suelo mexiquense sea un mensaje para Peña Nieto, como lo fue para Felipe Calderón en Michoacán en 2006, cuando le declaró la guerra al crimen organizado.
“La situación es diferente. Para Peña Nieto el problema del crimen organizado es una herencia que le dejó Calderón, a quien (los cárteles de la droga) sí le mandaron un mensaje de que no se iban a dejar”, precisa el investigador especializado en presencia de bandas delincuenciales en la Ciudad de México y el Estado de México.
Refiere que, en efecto, el poder de esos grupos ha crecido en el Estado de México, por lo que, dice, la presencia de las Fuerzas Armadas no va a disminuir la espiral de violencia y muerte en la zona.
Así, mientras que el crimen organizado se posiciona en más de la mitad de los municipios de la entidad, en Ecatepec los colonos se quejan porque su presidente municipal, el priista Pablo Bedolla, está más preocupado por traer nuevos animales para la granja ecológica empotrada en el cerro de Ehécatl que en abatir la inseguridad en las 500 comunidades donde hoy sólo cuenta con 38 patrullas.
En el colmo de la incoherencia, señalan, Bedolla organizó un desfile en noviembre para traer al canguro Joey a la granja ecológica local. El gusto le duró poco, pues el animal murió por falta de atención. Al alcalde se le ocurrió traer otro animal exótico. Mandó pintar las calles por donde pasaría el nuevo espécimen rumbo al zoológico, donde cohabitará con un par hienas, cerdos de Vietnam, y avestruces y gallinas de Guinea.
El 5 de enero la recepción fue espectacular. Ese día arribó una jirafa de tres años y 3.20 metros de altura. Ahora, la prioridad del ayuntamiento de Ecatepec es darle nombre a la mascota, más que la pavimentación de cientos de calles, atención al alumbrado público en por lo menos 30% del territorio y la depuración del cuerpo policiaco, algunos de cuyos elementos son señalados por sus presuntos vínculos con el crimen organizado.
Luvianos: La sangrienta batalla que se ocultó
Después de la gran balacera
Foto: Notimex/Francisco Contreras
Foto: Notimex/Francisco Contreras
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Desde el 23 de agosto del año pasado, pobladores del municipio mexiquense de Luvianos detectaron actividades sospechosas que preludiaban un nuevo enfrentamiento entre los grupos del narcotráfico que se disputan la plaza.
“Por la entrada principal del pueblo que viene de la desviación de la carretera a Bejucos, en la salida hacia Zacazonapan y en las calles del centro, comenzaron a pasar varias camionetas con vidrios polarizados que, como si fueran policías, detenían carros que les parecían sospechosos para revisarlos”, relata un poblador que pidió no ser identificado.
Y un taxista comenta que en la ranchería El Estanco, cinco kilómetros al oriente de la entrada principal de Luvianos, esa mañana un grupo de desconocidos que llegaron en camionetas con ventanillas oscurecidas instaló retenes en la carretera, donde permanecieron más de dos horas: “Paraban a todo mundo, a los que iban y a los que salían de Luvianos”.
Como ya han padecido enfrentamientos anteriores, los pobladores de Luvianos se atrincheraron en sus casas y cerraron sus negocios. Circulaba el rumor de que miembros de La Familia Michoacana estaban buscando a pistoleros de Los Caballeros Templarios que lograron internarse en su territorio para tratar de conquistarlo.
El viernes 24 aumentó el número de retenes clandestinos en los alrededores de Luvianos, y con ello la tensión. Las autoridades locales se mantuvieron al margen.
El día 25 amaneció tranquilo, como si los pobladores de Luvianos y de sus alrededores se hubieran acostumbrado al paso constante de las camionetas con vidrios polarizados. Pasado el mediodía, en el camino que pasa sobre el río y atraviesa la Barranca del Gato, unos tres kilómetros y medio del oriente de Luvianos, los tripulantes de uno de esos vehículos dispararon contra un auto.
“Hirieron en el brazo a una señora que iba manejando un coche que le había prestado uno de sus familiares, y se decía que a ese familiar lo estaba buscando gente de La Familia, por eso empezaron los chingadazos”, cuenta otro de los pobladores, que también pide el anonimato.
Fue en la madrugada del 26 cuando otro grupo, en represalia por el ataque a la señora, se trasladó a la Barranca del Gato para atacar a los del retén. Según habitantes de la zona, la primera “gran balacera” ocurrió entre la Barranca del Gato y la cuadrilla de Cruz de Piedra, localidades ubicadas como a un kilómetro del Cerro de la Culebra.
“Los balazos se oían desde muy lejos. Esa gente usa puro cuerno de chivo (rifles AK-47) y R-15. Se dieron con todo, fueron muchos los tiros que se aventaron –comenta uno de los testigos–; fueron más de 30 minutos de balazos, y claro que hubo muertos, todos aquí nos dimos cuenta de eso. Pero también ya es costumbre de esos matones la de levantar cada quien a sus muertos y todos los casquillos de los tiros. Lo hacen para no dejar evidencias a los verdes o a los negros (soldados y policías, federales o estatales).”
Los pobladores del municipio creen que en la primera balacera debió caer “alguien importante” de algún bando, porque unos 40 minutos después de la balacera se inició una corretiza de coches y camionetas en las faldas del Cerro de la Culebra, unos tres y medio kilómetros al noroeste de la cabecera municipal.
La información recabada en las cuadrillas o rancherías que colindan con Luvianos da cuenta de por lo menos ocho escaramuzas a tiros. El segundo enfrentamiento, “con seguridad” –señala un testigo–, fue cerca de la desviación de Luvianos a Caja de Agua, donde “fue más tupida la balacera”. Minutos después se escuchó otra lluvia de balas “con armas de alto poder” en la cuadrilla La Toma de Agua, donde los pobladores del lugar dicen que “hubo bajas de ambos lados”.
Los enfrentamientos entre los presuntos sicarios de La Familia Michoacana y de Los Caballeros Templarios se extendieron hasta las rancherías El Pueblito y Acatitlán, a unos 15 kilómetros de Luvianos. La persecución se amplió hasta pasando el río Acatitlán, hacia el poniente y rumbo a La Estancia, donde se junta con la intersección que lleva a Zacazonapan.
Algunos pobladores dicen que el último enfrentamiento ocurrió en las afueras de La Estancia, horas después de la matanza en el cruce del río en la Barranca del Gato. Sumando los testimonios se calcula que hubo entre 27 y 32 muertos, así como decenas de heridos. “A los muertos los levantaron y se los llevaron en camiones de carga enlonados, así siempre le hacen”, dice un lugareño.
Con sus bajas, ambos grupos se llevaron las evidencias: no dejaron casquillos y barrieron los caminos con llantas atadas a las defensas traseras de las camionetas.
Autoridad, al margen
La mayoría de los relatos coinciden en que las autoridades municipales y los destacamentos de policías estatales y federales asignados a Luvianos se mantuvieron totalmente quietos mientras se dieron las balaceras. “Los tienen comprados”, comenta una señora. “Nosotros los que vivimos aquí ya sabemos que cuando hay balazos lo único que podemos hacer es escondernos porque la policía y los soldados no sirven para nada”, matiza luego, y ruega que no publique su nombre.
Nadie en Luvianos puede asegurar cuáles fueron los grupos que se enfrentaron el 26 de agosto. La mayoría considera que fueron distintos grupos de la Familia Michoacana, que se dividieron y pelean entre ellos por dominar la plaza. Otros sostienen que Los Caballeros Templarios quieren arrebatarle la plaza a La Familia Michoacana, encabezada aquí por El Faraón y La Marrana. Al primero, varios pobladores de Luvianos lo señalan como un supuesto amigo y protegido del presidente Enrique Peña Nieto, exgobernador mexiquense.
Otra suposición es que se trató de una batalla de los grupos que han conformado La Familia Michoacana y Los Zetas contra Los Caballeros Templarios y La Mano.
Algunos pobladores dicen que en las balaceras murieron como siete jóvenes de la zona, pero otros afirman que los grupos criminales no tocan a la gente del municipio. Los primeros relatan que vieron a varios muchachos correr entre las milpas, unos heridos. Dicen que pasaban a las casas para pedir ropa limpia para cambiarse la ensangrentada.
No obstante, otro residente señala: “Muchos de los jóvenes que salieron corriendo y de los que levantaron (muertos) parecían centroamericanos, por la manera de hablar de los que tocaron las puertas y por los rasgos de los que mataron. Tenían entre 17 y 30 años. Ya es muy común que por aquí sean centroamericanos los que trabajen para los grupos (criminales) que hay en Luvianos”.
Las autoridades del Estado de México y las del municipio de Luvianos aseguraron que el 26 de agosto no hubo matanza ni enfrentamientos de alta intensidad entre presuntos grupos del narcotráfico. Sin embargo, desde ese día por la tarde llegaron a la cabecera municipal decenas de policías federales y estatales, además de varios escuadrones del Ejército. Recorrieron el campo de batalla horas después de las balaceras, pero no encontraron muertos ni casquillos.
“A la gente de aquí nos dijeron las autoridades que no saliéramos a la calle en los días siguientes, se cerraron los negocios y de lunes a miércoles se suspendieron las clase de todas las escuelas de Luvianos”, reitera una señora.
“Por la entrada principal del pueblo que viene de la desviación de la carretera a Bejucos, en la salida hacia Zacazonapan y en las calles del centro, comenzaron a pasar varias camionetas con vidrios polarizados que, como si fueran policías, detenían carros que les parecían sospechosos para revisarlos”, relata un poblador que pidió no ser identificado.
Y un taxista comenta que en la ranchería El Estanco, cinco kilómetros al oriente de la entrada principal de Luvianos, esa mañana un grupo de desconocidos que llegaron en camionetas con ventanillas oscurecidas instaló retenes en la carretera, donde permanecieron más de dos horas: “Paraban a todo mundo, a los que iban y a los que salían de Luvianos”.
Como ya han padecido enfrentamientos anteriores, los pobladores de Luvianos se atrincheraron en sus casas y cerraron sus negocios. Circulaba el rumor de que miembros de La Familia Michoacana estaban buscando a pistoleros de Los Caballeros Templarios que lograron internarse en su territorio para tratar de conquistarlo.
El viernes 24 aumentó el número de retenes clandestinos en los alrededores de Luvianos, y con ello la tensión. Las autoridades locales se mantuvieron al margen.
El día 25 amaneció tranquilo, como si los pobladores de Luvianos y de sus alrededores se hubieran acostumbrado al paso constante de las camionetas con vidrios polarizados. Pasado el mediodía, en el camino que pasa sobre el río y atraviesa la Barranca del Gato, unos tres kilómetros y medio del oriente de Luvianos, los tripulantes de uno de esos vehículos dispararon contra un auto.
“Hirieron en el brazo a una señora que iba manejando un coche que le había prestado uno de sus familiares, y se decía que a ese familiar lo estaba buscando gente de La Familia, por eso empezaron los chingadazos”, cuenta otro de los pobladores, que también pide el anonimato.
Fue en la madrugada del 26 cuando otro grupo, en represalia por el ataque a la señora, se trasladó a la Barranca del Gato para atacar a los del retén. Según habitantes de la zona, la primera “gran balacera” ocurrió entre la Barranca del Gato y la cuadrilla de Cruz de Piedra, localidades ubicadas como a un kilómetro del Cerro de la Culebra.
“Los balazos se oían desde muy lejos. Esa gente usa puro cuerno de chivo (rifles AK-47) y R-15. Se dieron con todo, fueron muchos los tiros que se aventaron –comenta uno de los testigos–; fueron más de 30 minutos de balazos, y claro que hubo muertos, todos aquí nos dimos cuenta de eso. Pero también ya es costumbre de esos matones la de levantar cada quien a sus muertos y todos los casquillos de los tiros. Lo hacen para no dejar evidencias a los verdes o a los negros (soldados y policías, federales o estatales).”
Los pobladores del municipio creen que en la primera balacera debió caer “alguien importante” de algún bando, porque unos 40 minutos después de la balacera se inició una corretiza de coches y camionetas en las faldas del Cerro de la Culebra, unos tres y medio kilómetros al noroeste de la cabecera municipal.
La información recabada en las cuadrillas o rancherías que colindan con Luvianos da cuenta de por lo menos ocho escaramuzas a tiros. El segundo enfrentamiento, “con seguridad” –señala un testigo–, fue cerca de la desviación de Luvianos a Caja de Agua, donde “fue más tupida la balacera”. Minutos después se escuchó otra lluvia de balas “con armas de alto poder” en la cuadrilla La Toma de Agua, donde los pobladores del lugar dicen que “hubo bajas de ambos lados”.
Los enfrentamientos entre los presuntos sicarios de La Familia Michoacana y de Los Caballeros Templarios se extendieron hasta las rancherías El Pueblito y Acatitlán, a unos 15 kilómetros de Luvianos. La persecución se amplió hasta pasando el río Acatitlán, hacia el poniente y rumbo a La Estancia, donde se junta con la intersección que lleva a Zacazonapan.
Algunos pobladores dicen que el último enfrentamiento ocurrió en las afueras de La Estancia, horas después de la matanza en el cruce del río en la Barranca del Gato. Sumando los testimonios se calcula que hubo entre 27 y 32 muertos, así como decenas de heridos. “A los muertos los levantaron y se los llevaron en camiones de carga enlonados, así siempre le hacen”, dice un lugareño.
Con sus bajas, ambos grupos se llevaron las evidencias: no dejaron casquillos y barrieron los caminos con llantas atadas a las defensas traseras de las camionetas.
Autoridad, al margen
La mayoría de los relatos coinciden en que las autoridades municipales y los destacamentos de policías estatales y federales asignados a Luvianos se mantuvieron totalmente quietos mientras se dieron las balaceras. “Los tienen comprados”, comenta una señora. “Nosotros los que vivimos aquí ya sabemos que cuando hay balazos lo único que podemos hacer es escondernos porque la policía y los soldados no sirven para nada”, matiza luego, y ruega que no publique su nombre.
Nadie en Luvianos puede asegurar cuáles fueron los grupos que se enfrentaron el 26 de agosto. La mayoría considera que fueron distintos grupos de la Familia Michoacana, que se dividieron y pelean entre ellos por dominar la plaza. Otros sostienen que Los Caballeros Templarios quieren arrebatarle la plaza a La Familia Michoacana, encabezada aquí por El Faraón y La Marrana. Al primero, varios pobladores de Luvianos lo señalan como un supuesto amigo y protegido del presidente Enrique Peña Nieto, exgobernador mexiquense.
Otra suposición es que se trató de una batalla de los grupos que han conformado La Familia Michoacana y Los Zetas contra Los Caballeros Templarios y La Mano.
Algunos pobladores dicen que en las balaceras murieron como siete jóvenes de la zona, pero otros afirman que los grupos criminales no tocan a la gente del municipio. Los primeros relatan que vieron a varios muchachos correr entre las milpas, unos heridos. Dicen que pasaban a las casas para pedir ropa limpia para cambiarse la ensangrentada.
No obstante, otro residente señala: “Muchos de los jóvenes que salieron corriendo y de los que levantaron (muertos) parecían centroamericanos, por la manera de hablar de los que tocaron las puertas y por los rasgos de los que mataron. Tenían entre 17 y 30 años. Ya es muy común que por aquí sean centroamericanos los que trabajen para los grupos (criminales) que hay en Luvianos”.
Las autoridades del Estado de México y las del municipio de Luvianos aseguraron que el 26 de agosto no hubo matanza ni enfrentamientos de alta intensidad entre presuntos grupos del narcotráfico. Sin embargo, desde ese día por la tarde llegaron a la cabecera municipal decenas de policías federales y estatales, además de varios escuadrones del Ejército. Recorrieron el campo de batalla horas después de las balaceras, pero no encontraron muertos ni casquillos.
“A la gente de aquí nos dijeron las autoridades que no saliéramos a la calle en los días siguientes, se cerraron los negocios y de lunes a miércoles se suspendieron las clase de todas las escuelas de Luvianos”, reitera una señora.
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