Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

sábado, 16 de febrero de 2013

¿Se está muriendo Europa?- ¿El viejo Club inmortal de la Serpiente?

¿Se está muriendo Europa?
Ilán Semo
En 1935, Edmund Husserl pronunció sus dos famosas conferencias en la Sociedad Cultural de Viena acercad del estado de la crisis europea de aquel entonces. Crisis que desembocaría en el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Ambas quedaron recogidas en la última obra del pensador judío austríaco bajo el título ya célebre de La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental. Imbuido todavía por la amarga memoria de la Primera Guerra Mundial, Husserl veía al viejo continente despeñándose por el vértigo de una nueva catástrofe. Y en un ejercicio de crítica prácticamente existencial se preguntaba:

Si la historia no tiene otra cosa que enseñarnos que todas las formas del mundo espiritual, todas las condiciones de vida, los ideales, las normas sobre las que descansa la existencia del hombre, se forman y disuelven como las olas pasajeras, que siempre fue y ha sido así, que una y otra vez la razón se transforma en un sinsentido y el bienestar en la miseria, ¿cómo podemos entonces vivir en este mundo. donde el acontecer histórico no es más que una concatenación infinita de progreso ilusorio y amargo desasosiego?

El desplegado que publicaron hace poco (Europa o el caos, El País, 21/1/13) un puñado de significativos intelectuales (Julia Kristeva, Umberto Eco, Antonio Lobo Antunes, Claudio Magris y Peter Schneider, entre otros) preocupados por el proceso de implosión y desgaste en el que ha entrado la unificación europea, comienza evocando el espíritu de las conferencias de Viena de Husserl con una dramática sentencia:

“Europa no está en crisis, está muriéndose. No Europa como territorio, naturalmente, sino Europa como idea…”

La idea de una Europa convencida de que podía edificar un orden que conjugara la prosperidad y la productividad con las condiciones de la vida democrática estaría deshaciéndose, en primer lugar, frente a una moneda única que no ha hecho más que balcanizar la utopía de una nueva e inédita forma política, la Comunidad de naciones. Pero sobre todo estaría sucumbiendo, según las palabras del mismo desplegado, en la indiferencia frente al renacimiento de una derecha irracional que ha estigmatizado a los países que hoy atraviesan por crisis mayúsculas, como son los del grupo de PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia, España). Las siglas (cerdos en inglés), que se han vuelto convencionales en la opinión pública, lo dicen ya todo.

El sueño de Maastricht de 1991, que finalmente consistía en edificar una sociedad que se apartase por igual tanto del desgarrador modelo estadunidense como del pasado inadmisible de las sociedades controladas por el Estado, estaría viniéndose abajo, no sólo por la voracidad de un sistema bancario que ha escapado al escrutinio de todas las instituciones reguladoras europeas, sino por el racismo creciente que ha encontrado en la inmigración reciente de África, América Latina y el mundo musulmán al chivo expiatorio de una crisis cuyos orígenes están en los mecanismos centrales del sistema mismo. Por el chovinismo de la Liga del Norte de Italia o de las fuerzas que siguen a LePen en Francia, y que han convertido a los dilemas de la unificación en el pasto de cultivo de un nuevo hipernacionalismo.

Pero si el diagnóstico de la crítica situación europea parece del todo agudo y preciso, las soluciones que propone esta franja del pensamiento europeo se antojan más bien como una opción defensiva, casi regresiva se podría decir.

“Europa –se dice– se viene abajo por culpa de esta interminable crisis del euro… ¿No existe una ley de hierro que dice que para que haya una moneda única tienen que haber un mínimo presupuesto, reglas contables, principios de inversión, es decir, políticas compartidas?... El teorema es implacable. Sin Federación, no hay moneda que se sostenga…Ya no queda otra opción: la unión política o la muerte.”

Más allá del dramatismo, por cierto totalmente documentado por la realidad misma, la pregunta sería ¿de qué se habla cuando se habla de unión política? Todos los intentos de unificación europea a lo largo de los siglos XIX y el XX fracasaron precisamente en el intento de una de sus grandes potencias tratando de unificar al universo europeo. La novedad actual es esa nueva forma llamada comunidad. Una forma inconcebible, si se le anida en la inconcebible ilusión de que el mercado puede proporcionar las identidades que precisamente el mercado quita. Tal vez no es la idea de Europa en general la que está feneciendo. Está muriendo la idea de una Europa en manos del fetichismo de una moneda y el control de la tecnocracia bancaria. Lejos de evocar las formas del pasado (la Federación), tendría acaso que percatarse de que no existen las reglas ni la experiencia para llevar a buen puerto el extraordinario experimento social que tiene en sus manos.
¿El viejo Club inmortal de la Serpiente?
Sergio Ramírez
Este febrero se cumple medio siglo de la aparición de Rayuela, publicada en Buenos Aires por la Editorial Sudamericana. Julio Cortázar, que ya en 2014 alcanzará el siglo, tenía entonces 50 años de edad, con lo que podemos decir que la novela más experimental, novedosa y provocadora que se escribió en los tiempos del boom, fue la obra de un viejo que nunca dejó de crecer, siempre de atrás hacia delante, botando años por el camino, hasta quedarse en una figura de adolescente que se va haciendo niño, como aquel personaje de William Faulkner en Desciende, Moisés.


Para los nostálgicos del Club de la Serpiente, que aprendimos en las páginas de Rayuela a despreciar el orden establecido y a ver el mal gusto delictivo que había en apretar el tubo de pasta dentífrica desde abajo, no deja de ser una ofensa el silencio casi completo que se cierne sobre este aniversario. He contado en Internet las referencias que hay sobre artículos de prensa para recordar el fasto, y no pasan de cinco o seis. ¿Será que envejeció Rayuela junto con todos nosotros? Supongo que no, y me consuelo diciendo que a lo mejor se trata más bien de otro clásico olvidado.

Extraño los congresos de escritores y especialistas para celebrar el cumpleaños; las ediciones críticas especiales; los suplementos literarios dedicados a examinar la obra, a medir su vigencia, a explorar sus consecuencias en la literatura contemporánea, a indagar entre los escritores jóvenes qué piensan de su atrevido sentido de ruptura; la escritura como una aventura siempre al borde del abismo que es alternancia perturbadora entre lo cómico, la inefable Berthe Trépat, y lo trágico, la muerte del niño Rocamadour en el sórdido amanecer de París, mientras sesiona el Club de la Serpiente, que es una de las escenas sentimentales mejor escritas de nuestra literatura.

Lo experimental, lo que parece desmedido porque rompe las reglas o se burla de ellas, se vuelve corriente un día porque ya es clásico y viene a convertirse en un modelo que se cuela de manera imperceptible en la escritura del futuro. Y entonces, apagado el ruido de la novedad de los capítulos intercambiables o suprimibles, el léala como quiera y pueda, lo que queda es la majestad de la prosa, la belleza, en fin, que es la que de verdad hace sobrevivir un libro a través de las edades.

“¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua….” De los libros inolvidables uno aprende de memoria el primer párrafo, o esa lectura nunca existió, se la llevó el agua del tiempo en su fluir incesante donde tantos libros van a parar a la mar, que es el morir. ¿Encontraría a la Maga? Ese párrafo puede leerse ya, pasado medio siglo, créanme, como el de cualquier otro de los grandes libros que vuelven siempre a la memoria envueltos en su propio resplandor, esas epifanías de la lectura que nos rencuentran con el milagro.

He discutido el tema Cortázar con escritores muy jóvenes que se abren camino en este siglo XXI de tan pocas certezas y demasiadas incertidumbres, y alguno me ha dicho que lo que pasa es que Rayuela fue a mi generación lo que Los detectives salvajes es a las nuevas, una biblia laica de enseñanzas acerca de cómo romper todos los platos de la alacena con el mayor escándalo posible. Puede ser que también sea eso. Pero en la literatura que no perece hay necesariamente bastante más.

Rayuela, nuestra biblia de tapas negras, que yo recuerde, no contenía propuestas políticas en aquellos años 60, cuando lo que había era precisamente propuestas políticas, los movimientos de liberación, el fin de los régimenes coloniales, la primavera del 68 en Francia y la masacre de Tlatelolco en México y la lucha por la igualdad racial en Estados Unidos. Pero contenía una propuesta ética, una propuesta para vivir.

Enseñaba formas de inconformidad y rebeldía en contra del statu quo. Aquellos despreocupados ácratas, Oliveira a la cabeza, que hablaban de todo y venían de todas partes, entraban por su cuenta en el paisaje de inconformidad general donde Rayuela cabía junto a los ruidos que aún no se apagaban del concierto de Woodstock, los gritos de histeria que recibían a los Beatles en los escenarios, las protestas por la guerra de Vietnam, las marchas encabezadas por Martin Luther King. No eran tiempos de sosiego y Rayuela tampoco era una novela tranquila que se pudiera leer en un par de días y luego meter en un estante y olvidarla.

Y entre dictaduras militares y mediocridad cultural, gobiernos corruptos y malos escritores, opresión económica y opresión cultural, no había diferencias perceptibles para quienes velábamos nuestras armas entonces. Y Rayuela ofrecía reglas útiles para quienes en aquellos años fervorosos empezábamos a la vez el camino de la acción política y el de la acción literaria. Entre ambos, no podíamos percibir muchas diferencias; desde luego que la palabra compromiso y la palabras causa hacían de la acción política y de la acción literaria una sola acción.

Cortázar colocó cargas de dinamita en toda aquella armazón fosilizada. Y no era solamente un asunto de melenas largas, alpargatas, y boinas de fieltro con una estrella solitaria. Todos queríamos ser cronopios, nos burlábamos de los esperanzas y repudiábamos a los famas. Y a los cronopios tocaba intentar las revoluciones, en nuestras propias vidas y en la vida de todo lo que nos rodeaba.

Un libro de iniciación que igual que su autor seguirá botando años por el camino. Sólo hay que leerlo, o volver a leerlo empezando, eso sí, por el primer capítulo. Allí comienza su eternidad.
Masatepe, enero 2013.
Twitter: sergioramirezm

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