Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

martes, 24 de julio de 2012

Irak: una década de guerra- Diez tesis en favor de las descargas libres de bienes culturales en Internet- Posmanifiestos

Irak: una década de guerra
     Irak vivió ayer una sangrienta jornada en la que más de cien personas perdieron la vida y otras 214 resultaron heridas en 22 atentados explosivos perpetrados en 14 ciudades, incluida la capital, Bagdad. La mayoría de los ataques fueron dirigidos contra objetivos de la minoritaria comunidad chiíta, en lo que fue interpretado como una contraofensiva de Al Qaeda, de origen sunita.
Este trágico conjunto de atentados es la más reciente expresión de la violencia desatada por la invasión de Estados Unidos de marzo de 2003, la destrucción y ocupación del país y la liquidación del régimen que encabezaba Saddam Hussein. Cabe recordar que el entonces presidente de ese país, George W. Bush, alegó que el gobierno de Bagdad poseía armas de destrucción masiva y que apoyaba las acciones terroristas de Al Qaeda, afirmaciones que se revelaron como palmariamente falsas. De hecho, fueron la invasión y la guerra subsecuente las que permitieron operar en Irak a la organización fundamentalista responsable de los atentados de septiembre de 2001 en Washington y Nueva York. Como se sabía desde entonces, la motivación principal de la Casa Blanca era apoderarse de las reservas petrolíferas iraquíes y sumar el territorio de la vieja Mesopotamia al control geoestratégico de Medio Oriente.

Tras la liquidación del régimen de Saddam y el desmantelamiento de sus fuerzas armadas, los ocupantes instalaron, en un país hipotecado y controlado por empresas privadas occidentales –estadunidenses y británicas, principalmente–, un gobierno dócil que no ha sido capaz, desde su conformación, en 2006, de poner fin a las confrontaciones interétnicas que estallaron tras el colapso del viejo régimen y que sólo en lo que va de este año han dejado, contando las víctimas de ayer, cerca de mil 500 muertos y un número muy superior de heridos, mayoritariamente entre chiítas y efectivos de las fuerzas gubernamentales.
La persistente guerra en Irak, por otra parte, constituye uno más de los factores explosivos en Medio Oriente y la región del Golfo Pérsico, al que debe sumarse la desestabilización programada de Siria por las potencias occidentales, la creciente hostilidad de Estados Unidos y Europa contra el gobierno de Irán, el viejo conflicto palestino-israelí, la guerra en Afganistán y la precaria paz en el vecino Pakistán. De hecho, las circunstancias en Irak y en Siria se interconectan por la presencia de miles de refugiados iraquíes en el país vecino y por los lazos entre los rebeldes sirios, predominantemente sunitas, y la comunidad correspondiente en Irak.

Mientras Irak se aproxima a cumplir una década en guerra –por más que George W. Bush haya declarado el fin del conflicto armado en fecha tan prematura como mayo de 2003–, la región entera avanza hacia la desestabilización. En ambos escenarios el factor central es la intervención criminal y torpe de Occidente.

Diez tesis en favor de las descargas libres de bienes culturales en Internet
Enrique G. Gallegos*
Foto
Las autoridades realizan periódicamente operativos para decomisar y destruir productos pirata, entre los cuales destacan discos compactos grabados con música en distintos formatos o películas en dvd. Imagen de archivo
Foto Notimex
     1. El legado histórico. Quienes critican y promueven la persecución de la piratería y las libres descargas de obras culturales de Internet, argumentan violación de los derechos patrimoniales; parten del supuesto que una obra cultural se produce a partir de un vacío histórico, como si primero hubiera nada y luego surgiera algo. Nada más falaz: todo producto cultural tiene sus antecedentes y gracias a éstos genera parte de sus mejores impulsos.
     2. Apertura al futuro. Los seres humanos están proyectados al futuro. Como han explorado las principales filosofías del siglo XX, uno de los rasgos singulares del hombre es la posibilidad de pensar e imaginar el futuro. Los productos de la cultura son los mejores medios para pensar y proyectar la sociedad, la política, el amor, la esperanza, las necesidades, los fracasos... Una canción, un poema, un ensayo, pueden desencadenar mundos imaginarios con un potencial transformativo. Privar de esto a la humanidad con el argumento del daño patrimonial es mutilar la naturaleza temporal del hombre.
     3. Reconocimiento del presente. Las obras culturales generan momentos de reflexión, crítica y placer; pueden desencadenar acciones de compromiso, de solidaridad y de indignación frente a las injusticias. Si toda obra cultural se adscribe de alguna manera a una tradición histórica y si los productos culturales son necesarios para imaginar otros mundos posibles y nos abren el futuro, no menos cierto es que también posibilitan reconocer nuestro presente al hacernos más sensibles a las ideas, sensaciones y emociones de los otros. Sin cultura no hay presente ni presencia de los otros.
       4. Divulgar el patrimonio cultural. Si la cultura es patrimonio de la humanidad, entonces se le debe difundir por todos los medios posibles. Pero no sólo difundir, sino también buscar que el mayor número de personas acceda efectivamente a ella. En un mundo potencialmente interconectado, Internet es el medio más adecuado para ello (a pesar de sus limitaciones). Por tanto, penalizar las descargas libres significa evitar su divulgación y restringir el acceso a aquellos grupos que no cuentan con suficientes recursos económicos.
      5. Preservar el patrimonio cultural. Si aceptamos que las obras culturales son un legado de la humanidad, entonces es necesario hacer todas las acciones necesarias para preservarlos. Pero preservar la cultura no se reduce a guardar sus productos en museos, galerías o cajones incontaminados; significa, más bien, resguardarlo en la memoria colectiva y en el flujo de las constantes interpretaciones y apropiaciones. Dicho de otra manera, la genuina forma de preservar la cultura es permitir un acceso universal a los bienes culturales. Por ello, sostener que las copias y las descargas libres de libros, música, videos, etcétera, en internet son dañinas, resulta un argumento incompatible con la obligación de preservar el patrimonio cultural.
      6. No son mercancías. Los productos culturales son manifestaciones materiales y espirituales del hombre, son concreciones de su historicidad; son, además, expresiones de emociones, ideas y proyecciones de otras vidas y otros mundos. Por ello, no pueden equipararse con mercancías ni insertarse en la lógica patrimonialista. El mercado podrá querer engañar tasando en tal precio un cuadro de Orozco o subastando un manuscrito de Baudelaire, pero jamás podrá aprehender su verdadero significado como obra cultural. Y no es que la cultura no sea valorable, sino que sus criterios de estimación no obedecen a las reglas del mercado, sino a las de lo imponderable e ilimitado.
       7. La desproporción en los precios. Suponiendo que se acepte la posibilidad de que los intermediarios cobren por los servicios que prestan, el valor de un libro, disco o película nunca debería exceder el jornal de un día de salario de un obrero o empleado. Pero esta elección sólo será una opción más dentro de la efectiva posibilidad de que las personas opten por descargar o copiar libremente el bien cultural. La decisión final de a cuál medio acudir debe ser una resolución soberana de la persona interesada en la cultura.
       8. El principio del mayor beneficio. Aun cuando las copias y descargas libres en Internet pudieran generar un daño patrimonial a terceros, el beneficio cultural que se obtiene con ello siempre será mayor en la medida en que se cumple con intensidad con el principio de fomentar, divulgar y acceder al patrimonio cultural de la humanidad. Pensar de otra forma es privilegiar a los pocos por encima de los muchos.
       9. Los verdaderos males son otros. El homicidio, la trata de mujeres, el tráfico de niños, la pobreza y la miseria son los verdaderos males que aquejan a la humanidad. Según la ONU, en 2010 hubo 468 mil homicidios en el mundo; se estima que 3 mil 500 millones de personas viven en la pobreza; en su informe de 2009 la ONU localizó más de 2 mil 400 víctimas de la trata de personas secuestradas como esclavas sexuales; en algunas zonas de África 30 por ciento de los niños sufre desnutrición aguda y seis personas (entre niños y adultos) mueren de hambre al día. Por ello, resulta un discurso tramposo y encubridor pretender que la libre descarga de bienes culturales es un mal.
        10. Contra el intermediario-comerciante. La cultura no necesita de intermediarios que reducen los bienes culturales a mercancías. La cultura es demasiado importante para dejarla en manos de los comerciantes que equiparan simplistamente los bienes culturales con los gansitos. Un intermediario de esta naturaleza nunca comprenderá la diferencia entre una obra de arte y un rastrillo desechable. Lo que el mundo necesita es mayor apoyo de los gobiernos de todos los países para los artistas, creadores y poetas, así como instaurar las condiciones para la absoluta libertad en la movilidad de los bienes culturales.
*Poeta y filósofo. Actualmente es investigador en la Universidad Autónoma Metropolitana-C.

Posmanifiestos
Maciek Wisniewski*
      La crisis, las primaveras, los movimientos estudiantiles, los ocupas, los indignados, plazas y calles llenas de gente, otros movimientos antisistémicos: la situación desde hace tiempo parece turbulenta, pero lejos de ser revolucionaria. ¿Hace falta algún manifiesto para aglutinar las diferentes luchas y darles un fervor necesario?
El Manifiesto del Partido Comunista, de Carlos Marx y Federico Engels, fue publicado en las vísperas de la primavera de los pueblos de 1848. Pero en vez de hacer la diferencia fue opacado por la dinámica de los hechos y el fracaso del ciclo revolucionario. La revolución burguesa no fue el camino a la revolución proletaria, sino al avance global capitalista. Quedó desapercibido y resurgió sólo décadas después como un importante documento que conservó su relevancia teórica y potencial político.

Es llamativo que nunca hubo un manifiesto capitalista, aunque Ayn Rand estuvo cerca de escribir uno y aunque un libro de Walter Rostow –Stages of economic growth (1960), una biblia del desarrollo– tiene por subtítulo A non-communist manifesto. Los capitalistas prefieren la práctica, sin teoría (no saben lo que hacen, pero lo hacen, es la definición de la ideología de Slavoj Zizek).

Theodor Adorno y Max Horkheimer –otra famosa pareja de intelectuales– pensaban en escribir una nueva versión del Manifiesto que tomaría en cuenta los cambios en trabajo, fuerzas productivas y tecnología, y que haría justicia a la manera en que las cosas están hoy. La discusión sobre el tema realizada en 1956 está contenida en un librito, Towards a new Manifesto (2011).

Su diálogo, a veces confuso y enigmático, más que de análisis, está lleno de aforismos. Entre divagaciones sobre la función social del trabajo, tiempo libre, la naturaleza del ser humano, destaca el llamado a la búsqueda de una nueva teoría que refleje la realidad (el propósito de Marx) y su relación con la práctica (para Adorno su separación es ideología). Pero salvo un indefinido llamado al restablecimiento de un partido socialista, la política está casi ausente y las referencias a los acontecimientos mundiales son vagas.

Desconfiando del proletariado, ambos lamentaban que, a diferencia de Marx y Engels, no tenían un agente a quién dirigirse y que la situación no sólo no era revolucionaria, sino peor que nunca, y que por primera vez era imposible imaginarse que pudiera mejorar (sic). Tal vez 1956 estuvo lejos del clima de 1848, pero este pesimismo tenía que ver también mucho con lo particular de la teoría crítica.

En medio de todo es curioso ver a Adorno reivindicando a Lenin, que en su opinión tenía más razón que Marx sobre el enfoque político hacia la sociedad. Su intención de hecho era preparar un manifiesto estrictamente leninista (sic).
Al final, quizás por suerte, la idea no prosperó. El pesimismo y la convicción de ambos de que el capitalismo carecía de alternativas podrían resultar en un documento que, en vez de justicia, traería más confusión.

En su momento El imperio (2000), de Michael Hardt y Antonio Negri –¡otro dúo!– fue debatido como una suerte del manifiesto comunista para el siglo XXI. Sin embargo, a parte de la izquierda le resultó un escrito problemático. Se criticó su negación de Lenin y la visión del imperio sin imperialismo (y colonialismo).

Estudiando las recientes movilizaciones en todo el mundo, los dos publicaron ahora un documento titulado Declaration (2012). Aunque aseguran que Esto no es un manifiesto, su lectura es como mirar el cuadro de Magritte Ceci n’est pas une pipe.

Según los autores, los manifiestos y los profetas crean sus propias visiones del mundo y sus propios sujetos, agentes del cambio. Pero los movimientos sociales de hoy ya han revertido este orden, rebasando a los manifiestos y a los profetas. Los agentes ya están en las calles ofreciendo visiones de un mundo nuevo más allá del capitalismo que buscan pasar de la declaración a la constitución.

Sus teorizaciones pretenden contribuir en ello. Hay puntos interesantes: Declaration identifica cuatro figuras subjetivas de la crisis: el endeudado, el mediatizado, el asegurado y el representado, subrayando la importancia de la acción colectiva y apuntando a la figura del comunero que contrarrestará el sistema dominante. Y hay aspectos debatibles: por ejemplo, el énfasis en el trabajo inmaterial, cuando el material no ha perdido su relevancia, al igual que el proletariado viejo.

Una curiosidad: tan hostiles al poder del Estado, Hardt y Negri parecen dar el beneficio de la duda a la interesante relación entre gobiernos progresistas y movimientos sociales en América Latina.

En fin: la lección de Adorno y Horkheimer es que fuera del contexto favorable, sin agentes y sin poder imaginarse las alternativas al capital, ni siquiera es posible producir un escrito revolucionario. En este sentido la situación de hoy es perfecta: hay agentes y hay imaginación.

Pero la lección del mismo Manifiesto comunista es que para el cambio no basta un documento (aunque la teoría es necesaria y aquí incluso la aportación de Hardt y Negri es bienvenida).

Lo que hace falta son las estrategias políticas sofisticadas, la construcción de alianzas de clase, disciplina y organización.
Ya lo decía Lenin.
*Periodista polaco

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