Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

sábado, 28 de julio de 2012

Rusia: Saña contra las rockeras de Pussy Riot

Rusia: Saña contra las rockeras de Pussy Riot


Las rockeras rusas en la Catedral de Moscú, el 21 de febrero de 2012. Foto: AP
Las rockeras rusas en la Catedral de Moscú, el 21 de febrero de 2012.
Foto: AP
MÉXICO, D.F. (apro).- “Se movían cínicamente frente al púlpito en un área prohibida, cantando durante un minuto tonadas de hostilidad religiosa y de odio. Con frases obscenas y palabras de insulto a los creyentes, saltaban y levantaban sus piernas.”
Así, “se colocaron en oposición al mundo cristiano e intentaron desacreditar las tradiciones de la Iglesia y los dogmas que han sido protegidos por siglos. De manera clara, expresaron su odio religioso y su hostilidad a la cristiandad”.
No es la acusación contra Juana de Arco en Francia antes de ser condenada a la hoguera, ni contra las Brujas de Salem en Estados Unidos hace tres siglos, ni un proceso de la Santa Inquisición.
Es la acusación de la justicia rusa contra las integrantes del grupo de rock punk Pussy Riot: Nadezhda Tolokonnikova, estudiante de filosofía y madre de Vera, de 4 años de edad; Yekaterina Samutsevic, fotógrafa; y María Alejina, estudiante de periodismo y madre de Filip, de 5 años.
Las tres jóvenes están detenidas en la prisión de Butyrskaya, después de que el pasado 21 de febrero, a unos días de las elecciones presidenciales rusas, cometieron el “delito-pecado” de rezar una plegaria en la catedral de Cristo El Salvador. Lo hicieron con sus rostros tapados con pasamontañas de colores y acompañadas por guitarras eléctricas.
“Madre de Dios, echa a Putin”, pidieron a la Virgen.
Las jóvenes, que no cometieron ningún acto de violencia contra ningún miembro de la Iglesia ni destruyeron ningún objeto, fueron arrestadas a comienzos de marzo, y desde entonces Nadezhda y María no pueden ver a sus hijos.
Las acusan por realizar actos de “vandalismo”; es decir, “una seria violación del orden público realizada con total desprecio de la sociedad (…) y por razones de odio político, ideológico, racial, nacional o religioso”. Este delito puede ser castigado con penas de hasta siete años de prisión.
El juicio a las tres mujeres ha dividido al país: unos son partidarios de una caza de brujas medieval y piden para ellas duros castigos –algunos han propuesto azotarlas–; otros –incluidos creyentes religiosos– consideran que deben ser liberadas o condenadas con una multa administrativa o trabajo comunitario.
En los próximos días el procurador de Justicia debe realizar la acusación. El juicio se iniciará en el curso de las siguientes semanas.
Nikolai Polodov, abogado de María Alejina, dice a Apro que “lamentablemente, existen muy pocas esperanzas de que las tres jóvenes puedan ser absueltas o condenadas a una sanción menor. Desafortunadamente, es muy difícil que este juicio termine y las liberen. Intentan acelerar la condena. Entre más se alargue el juicio, más difícil será contestar a la pregunta: ¿por qué están presas? A juzgar por la dinámica, quieren condenarlas, no de manera condicional, sino real”.
La organización Amnistía Internacional considera a las tres jóvenes prisioneras de conciencia y la Corte Europea de Derechos Humanos dará prioridad al seguimiento del caso, a pedido de la defensa.
Punk y protesta
Pussy Riot nació en septiembre de 2011 para protestar contra la postulación de Vladimir Putin para un nuevo periodo presidencial, cargo para el cual fue electo por tercera vez en las elecciones del pasado 4 de marzo.
Las integrantes del grupo explican que el nombre Pussy Riot se refiere a la vagina (“pussy”, en inglés): ésta, “que se supone que debe ser algo meramente receptor, de repente empieza una rebelión radical contra el orden cultural”, dice una de ellas –cuya identidad no se puede detectar dado que usa su tradicional pasamontañas— en una entrevista realizada a mediados de febrero pasado y publicada en el sitio en internet de la revista Bise Magazine.
Pero cuando la policía les pregunta qué quiere decir su nombre, contestan: “esas palabras sólo significan ‘gatitas rebeldes’”. En Rusia, dice otra de ellas, “nunca debes decir la verdad a un policía ni a ningún agente del régimen putinista”.
En su corta vida, las chicas han logrado ser una de las bandas punk más famosa de Rusia, con sus pasamontañas de colores, sus vestidos chillones y sus presentaciones relámpago en estaciones de subterráneo, sobre un tranvía, en el techo de una cárcel y en la Plaza Roja, en pleno invierno, logrando más de 300 mil visitas en Youtube. No dan conciertos en clubs ni teatros, sólo hacen actuaciones ilegales, lo cual en Rusia no es nada difícil, pues cualquier expresión pública sin autorización es delito.
Las chicas no son ningunas tontas. Se inspiraron en Simone de Beauvoir y en la obra El Segundo Sexo; en feministas sufragistas como Emily Pankhurst de Gran Bretaña a comienzos del siglo XX, en las feministas de los años sesenta en Estados Unidos, y en filósofas contemporáneas como Judith Butler, poco conocidas para los mortales que las escuchan con sus arengas anti Putin.
“Si la policía putinista nos mete en la cárcel, cinco, diez o quince chicas más se pondrán pasamontañas de colores y continuarán la lucha contra sus símbolos de poder”, decía una de ellas, insolente, antes de su detención.
Sus pasamontañas coloridos pronto se convirtieron en emblema de rebelión y desataron un revuelo internacional, con actos de solidaridad en Nueva York, Londres y París.
Relaciones “carnales”
La gran “cruzada santa” contra las tres jóvenes ha puesto en el candelero las estrechas relaciones entre la Iglesia ortodoxa y el gobierno de Putin.
Los canales oficiales de televisión lanzaron una campaña contra ellas buscando atraer a millones de fieles. “El diablo se burló de nosotros”, dijo Vlamidir Gundiayev, conocido como el patriarca Cirilo I, jefe de la Iglesia ortodoxa, durante un debate publicado el pasado 25 de junio por la revista Novoe Vremia. El reverendo Vsevolod Chaplin señaló que Dios condena la acción de Pussy Riot. Incluso afirmó que el propio Dios le hizo tal revelación “tal como reveló los Evangelios a la Iglesia”. Este pecado “será castigado en esta vida y la siguiente”, agregó.
Las costumbres religiosas, largamente reprimidas en un país ateo como la Unión Soviética, resurgieron en las últimas décadas. Aunque Rusia es un país laico, la Iglesia ortodoxa encontró su lugar al lado del poder, al cual le vino muy bien para reforzar su autoridad desde el púlpito.
Lev Ponomarev, exdiputado y fundador del Movimiento por los Derechos Humanos, dice a Apro que el ensañamiento contra las tres jóvenes es porque “a Putin no le quedan muchos recursos políticos, y uno de los más importantes es el apoyo de la Iglesia. El patriarca dice que la acción de Pussy Riot fue un ataque contra Dios, pero en realidad fue un ataque contra Putin”.
Hasta ahora, Putin no ha dicho ni una palabra sobre el tema, con lo cual parece que avala lo actuado contra las jóvenes.
Esto ha provocado una división en las filas de los creyentes. Por un lado están los fanáticos, como los Portadores de la Bandera Ortodoxa, cercanos a la extrema derecha, que atacan marchas homosexuales, rompen los retratos de Madona, queman los libros de Harry Potter y se oponen a que las escuelas enseñen a Charles Darwin. Según Ponomarev, son “wahabitas” ortodoxos, como si fueran los wahabitas islámicos” de Bin Laden.
Por otro lado, una amplia franja de creyentes, a pesar de no estar de acuerdo con el acto punk en la catedral, considera que no debe ser castigado de manera tan severa.
Aunque se hayan reabierto las iglesias, Rusia dista mucho de ser un país devoto y creyente. Según una encuesta del Centro Levada, la mitad de las personas consultadas está de acuerdo con una seria condena a las rockeras punk; pero la otra mitad cree que deben ser liberadas o recibir una sanción leve.
Indignación
El severo castigo que se cierne sobre las jóvenes provocó una enorme reacción contra el rigor de una jerarquía ortodoxa que parece demasiado acomodada con el poder político, y alejada de la caridad y la misericordia.
Circuló ampliamente por internet una foto en la cual el Patriarca Cirilo llevaba en su muñeca un reloj Breguet suizo de 30 mil euros, que luego desapareció por encanto del fotoshop.
El patriarca, un monje con votos de pobreza, es propietario de un departamento de más de 100 metros cuadrados en el edificio de la Rivera, antes destinado a la elite comunista. Una mujer de su familia que vive en el departamento del patriarca ganó una querella judicial contra un vecino, enfermo de cáncer terminal, quien se vio obligado a pagar 630 mil dólares por haber llenado la casa del patriarca de polvo durante una remodelación.
Las acciones de Pussy Riot se dan en un escenario de creciente descontento contra el retorno de Putin al poder. La nueva generación rusa, nacida después de la desaparición de la Unión Soviética, se siente europea y copia los métodos de los “indignados” y de los jóvenes de la Plaza Tahrir en Egipto, con sus adecuaciones locales.
Por eso, la dureza contra las tres jóvenes, ha logrado un inusitado consenso entre los intelectuales del país. “Toda la sociedad culta de Rusia está indignada”, dice Ponomarev.
Altos funcionarios como el defensor del pueblo, Vladímir Lukín; el ministro de Justicia, Alexandr Konoválov; y el exministro de Finanzas, Aleksei Kudrin, han declarado que las chicas no merecen la cárcel.
Una carta de 103 intelectuales y políticos lleva 35 mil firmas de apoyo a la demanda de libertad para las tres jóvenes.
“Rusia es un Estado laico” y “ninguna acción anticlerical puede ser perseguida penalmente, si no está recogida en un artículo del código penal”, dice la carta. “Tenemos opiniones diversas sobre el cariz moral y ético de la acción de febrero en la catedral”, pero “esas jóvenes no han matado, ni robado ni ejercido violencia”.
Entre los firmantes se encuentra la actriz Chulpán Jamátova, representante de Putin en su campaña electoral; los directores de cine Eldar Riazánov, Andréi Konchalovski y Fedor Bondarchuk (éste último apoya a Putin); el director de teatro Mark Zajárov; Yuri Shevchuk, del legendario grupo de rock DDT; el escritor Boris Akunin; la escritora Liudmila Ulitskaia; el millonario Aleksandr Lebedev, dueño de Novaya Gazeta, el único diario de oposición ruso y de varios diarios ingleses.
La actriz y directora Olga Darfi se puso un pasamontaña rosado para caminar por la alfombra roja en la apertura del Festival Internacional de Cine de Moscú. El conocido crítico Artiem Troitsky, exdirector de la revista Playboy, también usó un pasamontaña para presentar un festival de rock y está preparando el lanzamiento de un Álbum Blanco, en referencia al Álbum Blanco de los Beatles en el cual cantaban “Back to USSR”, pidiendo la libertad de las Pussy Riot, y contra las medidas represivas.
El caso ha tenido una enorme resonancia internacional, con conciertos de solidaridad en Nueva York, París, Praga, Varsovia y Talinn.
Justicia ausente
La justicia rusa ha dado que hablar en los últimos tiempos:
El millonario Mijail Jodorkovsky y su socio Platon Lebedev, exdueños de la petrolera Yukos, están detenidos desde 2003 y han sido condenados a 13 años y medio de prisión por delitos impositivos. Ambos han sido declarados prisioneros de conciencia por Amnistía Internacional.
Serguei Magnitsky, un abogado de 37 años representante de una firma inglesa, murió en la cárcel en 2009, donde se encontraba desde hacía un año sin ser juzgado, tras haber destapado un enorme fraude impositivo, cometido por los mismos que lo arrestaron y lo mantuvieron en condiciones tortuosas, negándole ayuda médica hasta que murió en su celda.
Este hecho tuvo una reacción internacional: el Departamento de Estado impuso la prohibición de ingresar a Estados Unidos a 60 funcionarios involucrados en el asunto, y el Capitolio discute la Ley Serguei Magnitsky de Rendición de Cuentas, para imponer una prohibición de viaje contra violadores de derechos humanos.
Desde la cárcel, Nadezhda Tolokonnikova escribió: “Juzgan a las activistas de Pussy Riot desde una comprensión acrítica de la verdad, asumiendo que sólo existe una verdad y que ellos son los únicos que tienen el derecho de establecerla. Yo llamo a esa verdad patriarcal, sexista, homofóbica, xenofóbica, tradicionalista y fundamentalista”.
No sería la primera vez que, desde el banquillo de los que esperan condena, se levanta una voz acusadora.

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