Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

martes, 17 de septiembre de 2013

Astillero- 15 de septiembre: ceremonial y división- Expropiación del Grito- Falsificadores de la historia; Hidalgo, padre de la patria- el odio al cura Hidalgo

Astillero
Rituales entre tormentas
Meteoros y protestas
Holografía institucional
Banderazo a la represión
Julio Hernández López
Foto
FESTEJOS PATRIOS. Desde el estado de México, miles de personas llegaron hasta el Zócalo la noche del domingo para participar en la ceremonia del Grito. El viaje incluyó transporte, impermeables, comida y agua. En la imagen, el momento de retirarse para abordar los autobuses de regreso
Foto Jesús Villaseca
 
Las meteorológicas han sido las perturbaciones más recientes, pero no las únicas. Frente a tragedias de las dimensiones que se viven en varias localidades, Acapulco en especial, Enrique Peña Nieto ha actuado con obligada rapidez escénica, negándose a asistir a la cena de gala que había organizado luego del desabrido Grito con ayuda de memoria por escrito (acordeón, se decía en la jerga escolar) que protagonizó frente a un Zócalo recuperado por la fuerza y en el que no pudo juntar entusiasmo cívico ni evitar la escucha de rechiflas y coros en contra, entre luces verdes de láser y acompañamiento familiar que en momentos parecía asombrarse ante expresiones disonantes en la planicie.
 
También mostró capacidad reactiva en cuanto terminó la ostentosa exhibición de fuerzas armadas oficiales que en la misma Plaza de la Constitución mostraban sus recursos, mientras en buena parte del país la población clamaba por el apoyo logístico que las débiles instituciones estatales y municipales apenas podían bocetar, en espera esos mexicanos en desgracia de que terminara el desfile cívico-militar para comenzar a ser atendidos por soldados, marinos y vehículos y tecnología reservada para el uso de la Federación. Luego de presenciar el sugerente espectáculo de poder, Peña Nieto se concentró en la atención directa del drama derivado de las lluvias excesivas que de manera excepcional cayeron en ambas costas mexicanas, yendo incluso al puerto guerrerense donde para fines de mayor realce propagandístico habría de dormir.
 
El ocupante de Los Pinos se sostuvo al pie del cañón ritual (a pesar de que la desgracia meteorológica en curso ya exigía desde el 15 una atención absolutamente concentrada en ella), porque las dos ceremonias del Zócalo eran para él una suerte de presunta victoria política, una holografía de fuerza institucional, un ensueño de recuperación de la verticalidad de mando, un remanso de fabricada y efímera vuelta a la normalidad: su Grito, su Desfile. Una especie de segunda toma de posesión en dos tiempos, entre solemnidades septembrinas de salón y la demanda popular de ayuda urgente de paisanos entre aguas.
 
Peña Nieto recuperó el Zócalo capitalino volcando el amago de la fuerza represiva sobre profesores en protesta que en una porción importante resistieron hasta el final, logrando exhibir el desalojo real que algunos medios pretendían manejar como un acuerdo o entendimiento entre cúpulas. El peñismo violentó derechos y garantías para satisfacer necesidades ceremoniales. Sin asidero jurídico suficiente, impuso a millares de ciudadanos una expulsión a contentillo, privilegiando fiestas cívicas, en especial el desfile de las fuerzas armadas, sobre el ejercicio legítimo de derechos constitucionales.
 
El zarpazo del viernes 13 es más grave de lo que algunas lecturas apresuradas podrían suponer. Parecería blanco, aunque hubo decenas de detenidos arbitrariamente y un número indeterminado de personas con lesiones menores. Pero su carga fundamental está en la instalación natural del ánimo y la operación represivas en el contexto de las protestas sociales contra el reformismo (y no solamente contra el relacionado con el control laboral de lo educativo). Ese viernes se produjo un acrecentamiento en la disposición del priísmo gobernante para enfrentar con dureza la disidencia organizada.
 
A consecuencia de ese banderazo de salida en el Zócalo capitalino se produjeron escenas peores en otros lugares, en especial en el Veracruz administrado por Javier Duarte, quien se ha esforzado por ofrecer esa entidad como laboratorio de pruebas para acciones represivas diversas (violencia contra periodistas, criminalización del tuiteo y otras actividades críticas en Internet, por dar dos ejemplos) y como afanoso reproductor de líneas federales lesivas a la población. En varias ciudades veracruzanas, pero sobre todo en Xalapa (con X), el retozo represivo a partir del indicativo federal desde el Zócalo incluyó el uso de perros amaestrados y de balas de goma contra los profesores desalojados de madrugada.
 
Otro gobernador priísta, Roberto Borge, hizo que su tenebroso secretario de seguridad pública, el general Bibiano Villa, montara un amedrentamiento extremo contra los profesores que estaban plantados en la principal plaza de Chetumal, obligándolos a moverse de madrugada a otro lugar, ante un emplazamiento oficial de ser desalojados al costo que fuera. Días atrás, el 11, el gobernador priísta de Campeche, Fernando Ortega Bernés, había ordenado el uso de macanas y gases lacrimógenos (lo que dejó varios lesionados) para expulsar a profesores que se habían instalado a las afueras de los edificios donde operan el propio mandatario y el congreso local.
 
Y sin embargo, la lucha magisterial se mueve. En la capital del país la CNTE planea el natural retorno al Zócalo, desde donde pretende continuar con sus protestas. Las fuerzas federales intentarán impedir ese regreso a la cercada Plaza de la Constitución, sin base jurídica alguna, como una continuación del ejercicio discrecional del poder peñista, con derechos y garantías a consideración de la barandilla de Los Pinos. En varios estados, Veracruz de manera destacada, la represión ha exaltado los ánimos de lucha y ahora se producen protestas incluso en plazas ajenas a la CNTE, con profesores pertenecientes al oficialista SNTE al que tachan de traidor.
 
Y, mientras Miguel Ángel Mancera rinde hoy su primer informe de labores, con el estigma del caso Heaven, con acusaciones encontradas, unas que lo señalan por ser demasiado condescendiente con las marchas de protesta y otras que lo consideran proclive a la represión, y con una generalizada calificación negativa que contrasta con la que sus antecesores perredistas tuvieron en este primer tramo, ¡hasta mañana, viendo que los productos inflados de la marca Televisa pasan por momentos complicados ( El Tri, El Canelo y un personaje recién visto en televisión junto a una dama de vestido verde como el de Fiona)!
Twitter: @julioastillero
Facebook: Julio Hernández
Ultimátum-Hernández
15 de septiembre: ceremonial y división
La ceremonia de conmemoración de la Independencia, que debiera ser un momento de auténtica unidad nacional, tuvo lugar el pasado domingo bajo el signo de la polarización y la fractura. Mientras el presidente Enrique Peña Nieto encabezaba el acto oficial desde el balcón de Palacio Nacional, no lejos de allí, en la explanada del Monumento a la Revolución, miles de maestros afiliados a la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación llevaron a cabo su propio festejo.
 
En la plaza principal del país el acto fue deslucido por una participación popular de suyo escasa y, para colmo, inhibida por un avasallador aparato de seguridad que dio preferencia, en el ingreso al Zócalo, a los contingentes enviados por funcionarios priístas desde entidades vecinas al Distrito Federal, especialmente del estado de México. De esa manera, la tradicional festividad popular fue sustituida por una actividad partidista y excluyente.

La ceremonia del Grito no es el único caso. Dado el calado de la fractura social que experimenta el país, y para prevenir eventuales expresiones de crítica y descontento, la Presidencia de la República ha optado, en el curso del sexenio anterior y en lo que va del presente, por proteger a su titular con audiencias leales. Así ha venido ocurriendo, por ejemplo, con los mensajes políticos presidenciales emitidos con motivo de la presentación de los informes anuales de gobierno estipulados en la Constitución.

Salvadas las diferencias entre ambos acontecimientos –el Grito de Independencia y el mensaje presidencial con motivo de la entrega del Informe–, es claro que ambas circunstancias, que debieran ser espacios, si no de unidad, cuando menos de convivencia política y social, se han ido volviendo entornos crecientemente blindados en los que el poder presidencial pareciera buscar la restauración de una unanimidad formal que dejó de existir hace 25 años, desde que Miguel de la Madrid fue enérgicamente interpelado por las oposiciones legislativas durante la presentación de su último Informe de gobierno.
 
Por otra parte, que aquella ceremonia presidencialista haya debido ser suprimida por las críticas de la oposición a la figura presidencial y que la conmemoración de la Independencia el 15 de septiembre sea aprovechada para expresar descontentos y malestares sociales –como ocurrió la noche del pasado domingo, a pesar del estrecho cerco policial y militar en torno al Zócalo– son indicativos de la crisis de representatividad y legitimidad que afectan el funcionamiento de las instituciones.
 
Sería deseable, ciertamente, procurar una recuperación de las maneras y de la respetabilidad de los representantes formales de la sociedad, pero parece difícil que tales objetivos puedan lograrse mediante actos de simulación como el acarreo de incondicionales. Es preciso, en cambio, buscar las claves de la pérdida del prestigio institucional en sostenidas políticas gubernamentales que han lesionado gravemente el tejido social, la economía popular y la soberanía nacional: las estrategias de seguridad que redundan en mayor inseguridad, el modelo económico que en vez de colocar al país en la prosperidad lo ha hundido en una recesión permanente y en una desigualdad exasperante, el sometimiento progresivo a las directrices de Washington y la entrega, así sea de facto, de bienes y facultades nacionales a grandes consorcios financieros e industriales del extranjero.
FUENTE: LA JORNADA OPINION
Vino la reforma-Fisgón
Expropiación del Grito
Pedro Miguel
A partir del fraude perpetrado en la elección presidencial de 2006 por Vicente Fox, Elba Esther Gordillo, Luis Carlos Ugalde y otros, y de la imposición de Felipe Calderón en Los Pinos, la ceremonia del Grito de Independencia del 15 de septiembre se convirtió en un escenario de confrontación y disputa entre el poder oligárquico y sectores sociales organizados y movilizados. En aquel año, con el Zócalo capitalino ocupado por el plantón en apoyo a Andrés Manuel López Obrador –despojado haiga sido como haiga sido de su triunfo electoral–, Fox se empecinó en encabezar, en ese mismo espacio, el ritual. A la postre el plantón fue levantado en vísperas del desfile militar, el guanajuatense terminó cediendo y se fue a gritar a Dolores Hidalgo, y la ceremonia en la ciudad de México fue presidida por el entonces jefe de Gobierno capitalino, Alejandro Encinas, quien dio el grito desde el balcón del Palacio del Ayuntamiento.
 
En los dos años siguientes el lopezobradorismo convocó al Grito de los libres, los primeros de ellos realizados en el propio Zócalo. Fueron memorables los intentos del calderonato por acallar a los disidentes mediante potentes equipos de sonido y shows de clara manufactura televisiva. A propósito de eso, de unos años para acá se han invertido los papeles: de un evento institucional que la televisión se encarga de transmitir, se ha pasado a la producción, desde el poder público, de una escenificación apta para ser transmitida.

Calderón terminó su sexenio mal habido en medio de un baño de sangre y de corrupción, y con la opinión en contra de la mayor parte de la gente. El año pasado, tras el surgimiento de #YoSoy132, no podía irle bien en la ceremonia del 16 de septiembre. Y no le fue: hay que acordarse de aquel rostro desencajado y aquella mirada perdida con la que el michoacano hubo de observar y escuchar, desde el balcón presidencial de Palacio, cómo le gritaban ¡asesino! y le iluminaban la cara con señaladores láser de color verde.

En el caso de Enrique Peña Nieto el repudio social antecedió su desaseado triunfo electoral y lo ha acompañado fielmente durante los meses que lleva en el despacho, y no podía esperar que le fuera mejor que a Calderón en su estreno como oficiante del ritual republicano. Y además, la plancha del Zócalo estaba ocupada por miles de maestros afiliados a la CNTE que exigen la derogación de la reforma laboral, disfrazada de educativa, impuesta por el peñato. De modo que, tras enviar contingentes de policías antidisturbios y columnas de provocadores a desmantelar el campamento magisterial, Peña se organizó un espectáculo de autoexaltación con miles de acarreados mexiquenses –hay reportes de que también hubo poblanos y veracruzanos– a quienes se dio prioridad para ingresar a una plaza más vigilada que nunca antes.
 
Pero ni esos grupos traficados por el aparato corporativo ni los escasos ciudadanos independientes que acudieron al Zócalo fueron suficientes para llenarlo ni para acallar los gritos de muera el mal gobierno que tampoco la televisión pudo extirpar de las pistas de audio de las grabaciones. Ese grito, por cierto, tan hermano del que pronunció el cura Hidalgo hace 203 años, se repitió en diversas plazas del país.
 
El contraste inevitable fue la fiesta cívica organizada por los maestros en lucha en su campamento del Monumento a la Revolución, reunión de ciudadanos libres que conmemoraron, con bailables y música oaxaqueña, el inicio de una gesta del vulgo –prole, se les dice ahora–, por el vulgo y para el vulgo.
 
En su empeño por defender su usurpación de un festejo eminentemente popular, el poder público y sus ideólogos han tratado de desvirtuar los orígenes de la ceremonia (véase los recientes artículos de Pedro Salmerón al respecto, en http://goo.gl/wH8qCG y http://goo.gl/T4oErQ, por ejemplo), muy a tono con esa campañita presidencial que, a últimas fechas, nos quiere vender a un Lázaro Cárdenas privatizador y casi casi formado en Harvard. Pero eso tampoco ha servido de nada: paulatinamente, la fiesta ha regresado a sus legítimos propietarios: la prole, la banda, los nacos, la raza. Lo que se hace en el Zócalo año tras año es un esfuerzo inútil, costoso y tonto por mantener un símbolo de esplendor presidencial que ha desaparecido y que no volverá.
 
Qué bueno. Pensándolo bien, desde antes de que los neoliberales tomaran el poder por asalto ya resultaba ofensivo un festejo dividido entre los perfumados que asistían a la recepción oficial en Palacio y la chusma de abajo a la que se regalaba un espectáculo de fuegos artificiales y de confeti. No es buena cosa conmemorar el inicio de la Independencia con una práctica que escenifica y representa una estratificación más bien virreinal de la sociedad.
Twitter: @Navegaciones
El alumno del tecnócrata-Rocha
Falsificadores de la historia; Hidalgo, padre de la patria
Pedro Salmerón Sanginés
Los flamantes falsificadores de nuestra historia odian que Miguel Hidalgo haya abierto la puerta para que el pueblo tomara en sus manos su propio destino. Tienen pesadillas con la plebe y la canalla, a la que quisieran ver permanentemente contenida. Hoy dejaré pasar su idea de la turba saqueadora para mostrar que, al afirmar que Hidalgo nunca habló de independencia, sencilla y llanamente mienten. Es cierto que no podemos saber a ciencia cierta las palabras textuales con las que Hidalgo arengó a sus feligreses la madrugada del 16 de septiembre, pero un testigo presencial escribiría después que gritó:
“No existe ya para nosotros ni el rey ni los tributos [...]
Llegó el momento de nuestra emancipación; ha sonado la hora de nuestra libertad.
Otro de los primeros compañeros de Hidalgo escribió que, en vísperas del 15 de septiembre, el cura lo invitó al movimiento con las siguientes palabras:

Pues bien, se trata de quitarnos este yugo haciéndonos independientes; quitamos al virrey, le negamos la obediencia al rey de España, y seremos libres; pero para esto es necesario que nos unamos todos y nos prestemos con toda voluntad, hemos de tomar las armas para correr a los gachupines y no consentir en nuestro reino a ningún extranjero. ¿Qué dices, tomas las armas y me acompañas para verificar esta empresa? ¿Das la vida si fuere necesario por libertar a tu patria?

Además de estos testimonios indirectos, hay numerosos textos firmados por Hidalgo, en los que se habla de independencia y de libertad: en una proclama redactada probablemente en Celaya, en septiembre de 1810, dice Hidalgo:

El día 16 de septiembre de 1810, verificamos los criollos en el pueblo de Dolores y villa de San Miguel el Grande, la memorable y gloriosa acción de dar principio a nuestra santa libertad.
¿Qué libertad? Lo explica en una proclama fechada en octubre:
“El sonoro clarín de la libertad política ha sonado en nuestros oídos. [...]

La libertad política de que os hablamos es aquella que consiste en que cada individuo sea el único dueño del trabajo de sus manos y el que deba lograr lo que lícitamente adquiera para asistir a las necesidades temporales de su casa y familia; la misma que hace que sus bienes estén seguros de las rapaces manos de los déspotas que hasta ahora os han oprimido, esquilmándoos hasta la misma substancia con gravámenes, usuras y gabelas continuadas.
 
Posteriormente, en Guadalajara, el cura Hidalgo publicó numerosos documentos fechados en nuestro Palacio Nacional. Formó un gobierno. Publicó una gaceta. Convocó a un Congreso nacional que dicte leyes suaves y benéficas y gobierne con la dulzura de padres. ¿No es eso luchar por la independencia política? Claro que lo es, a menos que uno no lea, o no quiera entender. Podríamos seguir con los decretos de Guadalajara, decretos de un jefe de Estado, algunos de ellos de enorme alcance, como el de la abolición inmediata de la esclavitud o el relativo a las tierras de los pueblos, pero no haríamos sino abundar en lo dicho: sólo mintiendo puede afirmarse que Hidalgo nunca habló de independencia y libertad; sólo mintiendo puede afirmarse con tan solemne autoridad que no tenía ideas.
 
Deberían advertir estos desmitificadores que en todos los procesos de independencia de América, los inicios fueron vacilantes y poco claros en lo que respecta a proyectos e ideología. Los propios padres fundadores de Estados Unidos, a los que tanto admiran González de Alba y Zunzúnegui, que iniciaron su guerra en 1774 y derrotaron finalmente a los ingleses en 1781, no definieron su modelo de Estado hasta 1787, y los debates más interesantes se dan en ese año, en torno a El federalista, de Madison, Hamilton y Jay (y por cierto, señores Zunzúnegui y González de Alba: todos esos libertadores y no sólo Hidalgo, y también quienes los combatieron, fueron intolerantemente religiosos. No entenderlos es querer juzgar aquella coyuntura con los criterios del presente).
 
Para saber qué ideas tenía Hidalgo hay que leer. Yo sé que leer puede resultar tedioso y cansado, pero no hay otra forma de conocer la historia. Les recomiendo, señores desmitificadores, los cuatro volúmenes de Miguel Hidalgo y Costilla: documentos sobre su vida, publicados y compilados por Felipe Echenique y Alberto Cué (INAH, 2010). Elijan ustedes, si quieren, a Iturbide como padre de la patria, pero no mientan en torno a Hidalgo.
FUENTE: LA JORNADA OPINION
Demanda de Equidad-Magú
Falsificadores de la historia; el odio al cura Hidalgo
Pedro Salmerón Sanginés
Los desmitificadores de que hablamos en el artículo anterior han dedicado miles de páginas a desacralizar a los falsos héroes, empezando por el primero de ellos: don Miguel Hidalgo y Costilla. Se han impuesto como tarea convencernos de que era un criminal y no hay razón ninguna para llamarlo Padre de la Patria, sólo que al hacerlo, como acostumbran, mienten y falsifican la historia.
 
Naturalmente, llamar Padre de la Patria a un personaje es una convención. Elegir alguna fecha para celebrar es también una decisión más o menos arbitraria: algunos de nosotros elegimos la madrugada del 16 de septiembre de 1810, como también podría ser el 6 de noviembre de 1813, e incluso el 27 de septiembre de 1821, como fecha para conmemorar la Independencia, de la misma manera que los estadunidenses eligieron la Declaración de Independencia, en 1776, y no la victoria final contra los británicos, ocurrida años más tarde. Cada quien, pues, elige. Nosotros hemos elegido a Hidalgo y aquella madrugada de septiembre; ellos han elegido el triunfal desfile de Iturbide y Guerrero en la ciudad de México. Para ambas elecciones hay fundamento, pero los desmitificadores se han empeñado en desmitificar a Hidalgo y, para hacerlo, tienen que mentir.

A José Manuel Villalpando, Hidalgo le cuesta mucho trabajo. En su biografía del párroco de Dolores, el encargado o ex encargado de los festejos del bicentenario (y parcialmente, de la famosa Estela de Luz) se deshace en elogios del buen sacerdote, mostrándolo siempre como tal, buen sacerdote. Hidalgo es un buen sacerdote imbuido de una causa santa.

¡Ah!, pero de pronto el buen párroco es arrastrado por las circunstancias y poseído por un frenesí libertario que lo arroja a inenarrables excesos y terroríficas matanzas. No es Hidalgo el que les horroriza sino la turba, la anárquica muchedumbre, la desordenada multitud que esa misma noche habría de convertirse en una horda sin control (Armando Fuentes Aguirre (Catón), Hidalgo e Iturbide, p. 39). Para Juan Miguel Zunzunegui, no hay nada en Hidalgo fuera de eso, como lo muestra desde el título capitular Hidalgo: ¿guerreros insurgentes o turba saqueadora?: y lo más importante, sus cuatro meses de saqueo, cuatro meses que fue lo único que duró su guerra, no tuvieron relación alguna con la verdadera obtención de la libertad, y se sigue de frente contra el bribón del cura (Zunzunegui, Patria sin rumbo, p. 58 y ss.)
 
Odian en Hidalgo que haya caído bajo el terrible influjo de las masas: el 14 de abril de 2010, en una videoconferencia, Villalpando afirmó que Hidalgo promovió el matar gente a diestra y siniestra, lo que explica las más de 22 mil muertes sufridas en el país desde 2006 a la fecha, como producto de la guerra contra el narcotráfico. El Hidalgo sanguinario y criminal prefigura, según ellos, la criminalidad inherente al mexicano (Luis Hernández Navarro, La Jornada, 3 de agosto de 2010).
 
Es esto: la canalla, la plebe, la turba que saquea y se baña en sangre lo que asquea a los Catón, los Villalpando, los Zunzunegui. El grueso de sus textos sobre Hidalgo se detiene en los ríos de sangre de inocentes y omite su proyecto revolucionario, continuado por Morelos. A ese tema, a los decretos de Hidalgo en Guadalajara, a su proyecto social, a sus ideas como caudillo revolucionario, Villalpando le dedica apenas dos párrafos (Miguel Hidalgo, pp. 99 y 123).
 
Zunzunegui es peor: repite hasta la náusea que Hidalgo nunca mencionó la palabra independencia, que no tenía proyecto y que sólo sus rencillas personales lo llevaron a desatar a aquella turba saqueadora (México: la historia de un país construido sobre mitos, pp. 26 y 75; y Patria sin rumbo, pp. 25 y 58-64). Incluso, afirma rotundamente, es imposible saber qué ideas tenía Hidalgo o si las tenía, pero si tuviéramos que basarnos en lo que gritó, vemos una invitación a pelear por el rey de España y del dominio de la religión (Patria... p. 62). Un poco más allá está la fabulosa posición de Luis González de Alba, quien afirma sobre Morelos, en una lectura de los Sentimientos de la nación aún más presentista y descontextualizada que las de Villalpando o Zunzunegui: ¿A esa canalla intolerante y fanática estamos celebrando? Pues sí, porque seguimos padeciendo los mismos defectos, y por ellos seguimos hundidos en la pobreza (Nexos, septiembre de 2009).
FUENTE: LA JORNADA OPINION

No hay comentarios:

Publicar un comentario