Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

jueves, 3 de noviembre de 2011

Estudiantes, universidad y terror- Contra el muro- Horas de crisis

Estudiantes, universidad y terror
John Saxe-Fernández
De Honduras, México, Chile y Costa Rica llegan noticias de una ofensiva contra el estudiantado, la autonomía universitaria y los fundamentos filosófico-científicos de la educación media-superior y superior. Es intensa y extensa la indignación por el brutal asesinato de Carlos Sinuhé Cuevas M., activista y estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Honduras (UNAH) Rafael Vargas Castellanos, hijo de la rectora de la UNAH, y Carlos Pineda, de la Facultad de Derecho, cuyos cuerpos fueron encontrados con señales de tortura.
Este hecho de violencia, dice la Asociación Centroamericana de Sociología (ACAS), castiga nuevamente a los sectores intelectuales que se han pronunciado contra las prácticas represivas, ante las cuales los organismos estatales guardan una postura pasiva, permitiendo que la impunidad continúe dejando inerme a la ciudadanía.
La observación es crucial por sintetizar el modus operandi del terrorismo de Estado, no del implantado por Estados Unidos en Chile en 1973 bajo la coartada del anticomunismo de la guerra fría, sino del que gestiona el Pentágono, luego del colapso soviético, militarizando la campaña anti-drogas que, desde 1999 con el Plan Colombia, se lanzó como prueba piloto a la periferia capitalista, rica en recursos, cobre, petróleo, etcétera.
Es la guerra irregular, adaptada a Irak y Afganistán y regresada por Bush/Obama a México y Centroamérica, como Iniciativa Mérida, con pretensión de llegar, junto a TLC bilaterales, hasta el Cabo de Hornos. Se presenta bajo facha de “guerra al narco”, con tropa, Cuarta Flota, bases, asesores, mercenarios (contratistas) y cuantiosos recursos para la guerra antiterrorista. ¿La intención?: ante la debacle económica y hegemónica en curso, aterrorizar la población, disuadir las fuerzas populares/nacionales, contener el tsunami de la protesta ante rapiña y codicia, de decenas de millones de jóvenes, obreros, campesinos, clase media, desempleados, robados de su futuro en centro y periferia capitalista.
Al menú represivo, el Banco Mundial –BM– (ente subrogado al Tesoro de Estados Unidos) agrega una embestida a la educación media y universitaria, como lo hizo en Chile bajo el terror de Pinochet. Con vasta experiencia, el BM, dice Henning Jensen, de la Universidad de Costa Rica –UCR–, en algunos países le ha dado forma y contenido a la educación; por ejemplo en Chile, cuya educación ha sido calificada de un sistema de reproducción de la desigualdad. Por un sólido artículo en defensa de la autonomía, ante las condiciones de un préstamo del BM (diarioextra) ¡Jensen fue despedido como vicerector de Investigación de la UCR!
Con similar autoritarismo, Piñera se lanza contra jóvenes despojados por la dictadura –y el BM– de una educación pública, gratuita y de alta calidad. El martes pasado dos pupilos de 14 años de un Instituto Comercial chileno fueron perseguidos y brutalmente golpeados en cabeza y testículos por marchar a una manifestación. Les negaron cuidado médico. Ap indica que en Santiago, unos 37 jóvenes fueron detenidos, 18 de ellos menores, lesionados cuando los policías desalojaron con brutal violencia a estudiantes que protestaban pacíficamente en las riberas del Río Mapocho, que atraviesa la capital. Dos muchachas fueron hospitalizadas y una, de 14 años, sufrió una hemorragia vaginal producto de una patada que le propinó un agente. Tal es el trato a quienes, al pedir una educación pública gratuita y de calidad, ponen en riesgo el multimillonario negocio universitario. Para el BM y sus country managers, Calderón, Lobo, Chinchilla, Piñera, Martinelli, la docencia e investigación universitarias deben regirse bajo los principios del saqueo oligárquico-imperial: privatización, desregulación y orientación del mercado.
Los crímenes de lesa humanidad no prescriben y la derecha se desploma, de polo a polo, como en Chile, Argentina y Wall Street.
Horas de crisis
Adolfo Sánchez Rebolledo
Luego de ajustarse con celo a las exigencias de Francia y Alemania y el Fondo Monetario Internacional (a pesar de la protesta creciente de los ciudadanos que en teoría serían salvados por Europa y el FMI), el hasta hoy primer ministro griego Giorgios Papandreu intenta un gesto final para salvar, si no a la destruida economía de su país, sí el último gramo de legitimidad de un gobierno acosado por los poderes reales de un capitalismo sin brújula. La jugada está condenada al fracaso, pero ha venido a probar, por si hiciera falta, la increíble fragilidad de la situación y el grado de confusión y desconcierto que priva en las capitanías generales de la Unión Europea, sobre todo en los cuarteles de mando de Sarkozy y Merkel. Es obvio que hay una crisis de liderazgo asociada al quebranto institucional de un mundo donde el capital financiero impone su propio juego al resto de la sociedad.
La experiencia de estos años, desde 2008 hasta ahora, revela la impotencia para frenar los abusos que llevaron a la crisis. Contra las esperanzas del momento, el modelo causante del desastre no se derrumbó ni tampoco se produjo la gran reforma del sistema, por no hablar del incumplimiento de los sueños impacientes de los que creyeron ver en esos hechos la caída final del capitalismo. No fue así, y al poco tiempo, junto con el recetario del pasado, se reanimaron los que entonces parecían condenados, simbólicamente reunidos bajo el paraguas de Wall Street. No hubo castigo para los culpables de la crisis y, de nuevo, vimos a los políticos naufragar ante las advertencias de las calificadoras actuando como oráculos ante la piedra de sacrificios del mercado.
Y, sin embargo, a pesar de la justa indignación de cada vez más gente en el mundo, el hecho alarmante, pese a las convulsiones del presente, es la ausencia de una verdadera oposición política coherente al ideario y las políticas que globalmente se aplican para supuestamente conjurar la recesión. Los gobernantes desechan olímpicamente toda noción que implique algo más que austeridad y rechazan los muy tímidos intentos de adoptar medidas de control a los tiburones financieros, aunque para ello tengan que lidiar con la protesta en aumento de amplios sectores. Paradójicamente, lejos de debilitarse por la incertidumbre y la desesperanza, la derecha se fortalece, se apodera de los resortes de mando o, sencillamente, anula gracias a los poderes fácticos toda alternativa que no sea su propio catecismo neoliberal. Mientras, las fuerzas progresistas apenas inician el que se espera sea un largo camino en la búsqueda de una alternativa, no sólo en el sentido inmediato de proponer una política de resistencia eficaz a las consecuencias perniciosas del ajuste en curso, cuyo objetivo no puede ser otro que el de preservar los derechos adquiridos de la ciudadanía ahora en riesgo, sino también en la perspectiva de largo plazo de vislumbrar una opción real, viable, a la irracionalidad deshumanizadora del capitalismo moderno.
En el primer plano se inscriben los esfuerzos para detener el avance de la derecha mediante la lucha política y popular, ciudadana en el mejor significado de la palabra, combatiendo los prejuicios convertidos en ideología al servicio del poder, a sabiendas de que se trata de sólo un paso en el movimiento general por la transformación de la sociedad cuyos perfiles apenas asoman al calor de las luchas de los indignados, en las manifestaciones antidictatoriales y en otras expresiones que expresan hasta qué grado el consenso pasivo que ha permitido la estabilidad comienza a resquebrajarse. El repudio a los partidos y a la llamada clase política, injusto como toda generalización, proviene de ese malestar ante la ausencia de verdaderas opciones, pero la imposible neutralidad corre el riesgo de convertirse en un nuevo obstáculo para lo que sí es imprescindible en esta confrontación: la necesidad de transformar la indignación en una fuerza política capaz de pelear por un nuevo proyecto (de país, de sociedad, del mundo). No sabemos, porque aún no existen más que prefiguraciones, cómo se concretará la idea de alternativa en forma positiva, pero ya puede percibirse que trata de avanzar hacia un régimen que en principio sea compatible con los derechos humanos, no su negación.
Tampoco se trata de prometer la felicidad a la vuelta de unas elecciones, pero sí de dar pasos en serio, por ejemplo, para abatir la desigualdad que hoy impide pensar en el futuro sin aludir a la tragedia inevitable. O de ofrecer una visión humanizada de la globalización mediante la cual se asuman fenómenos universales como la migración desde una perspectiva integradora y tolerante. O de afrontar los desafíos del cambio climático como una tarea urgente, vinculada a la sobrevivencia de la especie humana sobre este planeta. O la erradicación de la violencia de la vida cotidiana sin la cual ninguna democracia es viable.
La necesidad de convertir el malestar contra el injusto orden de cosas reinante obliga, en consecuencia, a transformar la fuerza potencial de la ciudadanía en verdaderos instrumentos políticos, capaces de intervenir en el día a día de la lucha social y electoral, pero sobre todo de ilustrar y esclarecer el camino a seguir para la formulación de genuinas opciones al margen de los viejos y nuevos catecismos de las clases dominantes. Ese es el gran reto que afronta esta generación que nace a la vida pública con el incierto despertar del siglo XXI.
Aquí, esa necesidad no es menos urgente. La unidad de las fuerzas progresistas es imprescindible para impedir que México se evapore como Estado nacional en aras de un fallido experimento de integración dependiente que no resuelve los problemas acumulados y, en cambio, exacerba los defectos ya insalvables de un régimen político en decadencia. Hay que pensar en las elecciones de 2012, pero saber que la vida no se acaba después de las urnas. Y para eso es preciso un programa, como en los viejos tiempos.




Contra el muro
Miguel Marín Bosch
Occupy Wall Street es el lema de un movimiento popular que empezó en Nueva York a mediados de septiembre y que ha ido multiplicándose por Estados Unidos y otros países. Un conocido mío lo calificó de un bostezo del capitalismo y hace poco aproveché una breve estancia en Manhattan para darme una vuelta por Wall Street y observar a los manifestantes en vivo y en directo.
La calle se llama así porque a mediados del siglo XVII los holandeses ahí construyeron un muro de madera para proteger a los habitantes de su recién fundado pueblo que bautizaron Nieuw Amsterdam. Luego los británicos sacaron a los holandeses de la isla de Manhattan y hacia finales del siglo XIX en la zona de Wall Street instalaron su sede muchos bancos, corporaciones y la bolsa de valores. Desde entonces la calle ha sido el símbolo del poder del mundo capitalista.
Wall Street es el corazón del centro financiero de la ciudad más rica del país más poderoso del orbe. Me dio gusto que los manifestantes se hubieran dado cita en ese lugar tan emblemático. Cuando llegué me llevé mi primera decepción. Para mi sorpresa no estaban en Wall Street. Se habían instalado a unas calles al norte en un lugar llamado Zuccotti Park.
Al parecer, fue un grupo canadiense el que lanzó la idea de construir una barricada pacífica (¿otra pared?) y ocupar Wall Street para protestar por la creciente disparidad entre ricos y pobres, la influencia de las grandes corporaciones en la política y la impunidad de que gozan los financieros y banqueros que causaron la debacle en 2008. El pasado 17 de septiembre un grupo de manifestantes se dirigía a su destino cuando la policía les cerró el paso y los desvió. Recalaron en Zuccotti Park, un terreno de unos 3 mil metros cuadrados.
Ahí se instalaron los manifestantes y ahí han permanecido durante casi dos meses. Hubo intentos para desalojarlos y se ha debatido la legalidad de invadir lo que es un espacio público, aunque sea un terreno privado.
En un principio la ocupación del parque fue un tanto caótica y se presentaron muchos problemas, sobre todo de sanidad. Luego los manifestantes se fueron organizando y ahora cuentan con una infraestructura que incluye una cocina, algunos baños portátiles y regaderas. Tienen prohibido instalar sistemas de sonido y han optado por lo que han llamado un micrófono humano. Las palabras del orador en turno son repetidas por los oyentes. Tienen también una pequeña biblioteca y un centro de comunicaciones.
Mi segunda decepción fue constatar que el número de manifestantes es relativamente pequeño. Se calcula que el primer día fueron alrededor de mil personas y que hoy son unas 500, de las cuales no más de 200 duermen en el parque. ¿Qué pasará cuando arrecie el frío? Uno de los manifestantes dijo que se irían a su casa, pero que regresarían con la primavera.
Quizás el aspecto más interesante del movimiento Occupy Wall Street sea su organización democrática. Han constituido lo que denominan la asamblea general de la ciudad de Nueva York. Se trata de un intento por instaurar una democracia sin gobierno. La asamblea se reúne, establece comités para examinar ciertos asuntos y toma sus decisiones por acuerdo general sin recurrir a un voto.
El verbo ocupar es muy apropiado para describir lo que pretenden los manifestantes. Tiene cierta connotación militar al tiempo que denota el rescate de algo que fue de uno pero que ha perdido. Quizás los manifestantes busquen recuperar un sistema político y social que ha sido tergiversado por la codicia de unos cuantos malhechores ubicados precisamente en Wall Street.
En un principio los medios de comunicación hicieron caso omiso del movimiento. Por su parte, los manifestantes se dieron a conocer por conducto de las redes sociales. Pronto hubo artículos en los periódicos y los comentaristas más conservadores calificaron a los manifestantes de insidiosos, sucios y socialistas. Algunos llegaron a decir que lo que buscan es quitarnos nuestro dinero.
Desde luego que hay de todo entre los manifestantes. Pero por lo general se trata de gente que ni está desempleada ni es pobre. Son mayoritariamente jóvenes de clase media que quieren declarar de manera pública y pacífica su inconformidad con lo que está ocurriendo en su país. En eso se asemejan a los egipcios que llenaron la plaza Tahrir en El Cairo. No tienen una agenda precisa con demandas concretas.
Pocos observadores quisieron aceptar que el mensaje principal de los manifestantes es de personas que han perdido la esperanza. Su cuita no es con el capitalismo, sino con sus abusos y corrupción. Les duele que siendo 99 por ciento de la población, como ellos mismos se anuncian, dispongan de tan pocas oportunidades para avanzar en la vida. En efecto, la actual generación de jóvenes quizás sea la primera en Estados Unidos cuyo nivel de vida resulte inferior al de sus padres.
Durante más de un siglo Estados Unidos ha estado a la vanguardia del de-sarrollo económico, social y cultural del mundo. No ha sido el origen de todas las ideas, pero las que fueron importadas encontraron su máxima expresión en ese país. En el renglón económico se convirtió en el pionero de las manufacturas, de automóviles a computadoras pasando por los electrodomésticos. Impuso la moda en el vestido y en la música popular, en el cine y la arquitectura. Si uno quería ver el futuro tenía que viajar a Estados Unidos en general y a Nueva York en particular.
Estados Unidos sigue manufacturando cosas, pero mucha de su riqueza la genera una bolsa de valores en la que se compran y venden acciones y se especula con el dinero de otros en cosas inexistentes o cuando menos poco tangibles. Ha llevado al capitalismo al mundo de las apuestas en cosas que no son cosas.
Sin novedad-Ahumada

No hay comentarios:

Publicar un comentario