Polvaredas y sustancia
Luis Linares Zapata
En estos tiempos iniciales, anteriores a las mismas precampañas, las
polvaredas difusivas se levantan al simple conjuro de una frase, a veces hasta
sin sentido, de algunos de los postulantes presidenciales. Con malsana
intención, y muchos intereses mezclados de por medio, los noticieros
radiotelevisivos se plagan de discursos del señor Calderón. Su presencia se hace
tan molesta como insustanciales son sus mensajes. Pretende arraigar su imagen de
mandatario eficaz y visionario en el horizonte colectivo, objetivo que ni
siquiera roza si atendemos a las encuestas publicadas. Para ello blande, frente
a los intereses del duopolio, un enorme garrote de autorizaciones pendientes.
Invierte, además, cuantiosas sumas de los dineros públicos para situarse como
punto referencial de la actualidad política. Meandros que le permiten, al menos,
nulificar toda crítica a sus posturas y regaños cotidianos.
El intento del señor Calderón se hace tan evidente como minado aparece el
terreno que pretende desbrozarle a su protegido panista. Quiere, mediante
artilugios, acuerdos y otras presiones, facilitar la continuidad grupal tan
ansiada como espinosa y lejana. El Partido Verde, por su parte, contribuye con
sus propios polvos. Repone su anterior estrategia de propaganda colocando en las
pantallas temas de su predilección, precisamente aquellos que las encuestas le
aconsejan abanderar para elevar el precio de sus poquiteras ambiciones. Es por
eso también que medios con pretensiones de vastas audiencias dedican sus ocho
columnas a un panista que quiere ser incluido en un debate improbable. O el
despliegue de presencia que logra el jefe de Gobierno del Distrito Federal con
su reto a un priísta elusivo que, de tonto, acepta debatir.
En tonos y contenidos similares, aparecen las recomendaciones de un cardenal
que reparte diatribas contra políticos, líderes demagogos y engañadores de
diversa ralea según su confusa clasificación. Ataviado con medievales símbolos
de poder que rozan el ridículo (báculos, casullas doradas, anillos deslumbrantes
o tiaras de reminiscencias egipcias) y sin morderse la lengua, ni siquiera
escucha el eco de sus propias mentiras sobre paraísos al alcance de una
confesión. Pero eso sí, muestra, según sus domingueras apariciones, la energía
de un predicador iluminado para condenar, con fuego eterno, a engatusadores de
inocentes.
Atención merece, en cambio, el descobijo que Armando Bartra hace de un E.
Krauze racista y derechoso (Proceso 1826), empeñado en dar consejos a
la izquierda y difundir su cruzada contra los redentores (¿mesías?) tropicales
de México y el subcontinente. Una cantaleta ya muy raspada.
La atención de la crítica mediática se concentra así, y por ahora, en las
luchas internas por las candidaturas a la Presidencia. Poco o nada dedica a la
sustancia de los problemas nacionales cada vez más empolvados o celosamente
resguardados por sus beneficiarios. La exploración desde la intelectualidad de
derecha sobre las protestas a escala mundial contra la desigualdad y falta de
oportunidades se evapora a medida que las calles y plazas se llenan de
indignados y crecen los argumentos delatando el fracaso del modelo globalizante,
financierista y especulador. El silencio con que los medios, sobre todo la
televisión y sus adláteres orgánicos de la opinocracia, han tratado la
insurrección de la juventud chilena muestra a las claras las manipulaciones de
un grupo subordinado a los mandatos de las plutocracias reinantes. Más allá de
este conflicto educativo de origen está el quebranto del aura triunfal del
modelo chileno. Las ramificaciones del movimiento, que ya dura meses, se
esparcen sobre el entorno de los trabajadores, el racismo y las penurias de las
clases medias y la insondable desigualdad imperante. De eso nada o muy poco se
explora. En cambio, los enfrentamientos callejeros son destacados con frecuente
saña para inducir la parte irracional de las protestas.
Así, los esfuerzos del priísmo reaccionario, junto con los de su homólogo
continuista del panismo, intentan ocultar sus propios demonios y culpas. Es por
ello que, sin quererlo, descubren con gran crudeza los fracasos de sus posturas
y maneras de gobernar. Tanto a unos como a otros les urge mantener la polvareda
para no despejar el ambiente y propiciar la indispensable reflexión de la
sustancia. Se sabe, con precisión inocultable, que en el mero fondo de la
problemática actual se encuentra encallada la justicia distributiva. Justicia
que se muestra, también, en la falta de horizontes y oportunidades asequibles
para las mayorías, especialmente para la juventud. Ésa es la sustancia que se
trata de difuminar, de evadir. Sin embargo, los paradigmas están ahora bajo
asedio. La creación de riqueza, por ejemplo, está mudando su centro
gravitacional. La atención se fija en un nuevo núcleo definitorio: el factor
humano.
Nosotros somos la riqueza, claman los desterrados del mercado, y su voz se empieza a oír en todos los continentes.
Para situarse en esta corriente reivindicadora los mexicanos deberán hacer un
esfuerzo mayúsculo. Se requiere, a la vez, un cambio radical de régimen y
modelo. Transformaciones que, con motivo de las venideras elecciones, se deberán
poner en marcha e iniciar la ruta esperada por muchos. Los indignados nacionales
son millones, aunque algunos insisten en no verlos ni oírlos. Ciertamente están
desmovilizados por la consciente y hasta maligna coacción del aparato de
comunicación nacional. Un aparato de la plutocracia, para dar continuidad a los
intereses de la plutocracia y someter a todos los demás actores públicos a sus
dictados a costa del bienestar de los demás. El descrédito monumental de la
democracia en México (Latín Barómetro) es real. Aquí se tiene un modelo que
llegó a límites inhumanos y debe procederse a su liquidación racional antes de
que la violencia se encarame sobre todos o se haga insoportable la
convivencia.
Ocupemos el futuro
Noam Chomsky*
Pronunciar una conferencia Howard Zinn es una experiencia agridulce
para mí. Lamento que él no esté aquí para tomar parte y revigorizar a un
movimiento que hubiera sido el sueño de su vida. En efecto, él puso buena parte
de sus fundamentos.
Si los lazos y las asociaciones que se están estableciendo en estos notables
eventos pueden sostenerse durante el largo y difícil periodo que les espera –la
victoria nunca llega pronto–, las protestas de Ocupemos podrían representar un
momento significativo en la historia estadunidense.
Nunca había visto nada como el movimiento Ocupemos, ni en tamaño ni en
carácter; ni aquí ni en ninguna otra parte del mundo. Las avanzadas de Ocupemos
están tratando de crear comunidades cooperativas que bien podrían ser la base
para las organizaciones permanentes que se necesitarán para superar las barreras
por venir y la reacción en contra que ya se está produciendo.
Que el movimiento Ocupemos no tenga precedentes es algo que parece apropiado,
pues ésta es una era sin precedentes, no sólo en estos momentos sino desde los
años 70.
Los años 70 fueron una época decisiva para Estados Unidos. Desde que se
inició el país, éste ha tenido una sociedad en desarrollo, no siempre en el
mejor sentido, pero con un avance general hacia la industrialización y la
riqueza.
Aun en los periodos más sombríos, la expectativa era que el progreso habría
de continuar. Apenas tengo la edad necesaria para recordar la gran depresión.
Para mediados de los años 30, aunque la situación objetivamente era mucho más
dura que hoy, el espíritu era bastante diferente.
Se estaba organizando un movimiento obrero militante –con el Congreso de
Organizaciones Industriales (CIO) y otros– y los trabajadores organizaban
huelgas con plantones, a un paso de tomar las fábricas y manejarlas ellos
mismos.
Debido a las presiones populares se aprobó la legislación del nuevo trato
(New Deal). La sensación que prevalecía era que saldríamos de esos
tiempos difíciles.
Ahora hay una sensación de desesperanza y a veces de desesperación. Esto es
algo bastante nuevo en nuestra historia. En los años 30, los trabajadores podían
prever que los empleos regresarían. Ahora, los trabajadores de manufactura, con
un desempleo prácticamente al mismo nivel que durante la gran depresión, saben
que, de persistir las políticas actuales, esos empleos habrán desaparecido para
siempre.
Ese cambio en la perspectiva estadunidense ha evolucionado desde los años 70.
En un cambio de dirección, varios siglos de industrialización se convirtieron en
desindustrialización. Claro, la manufactura siguió, pero en el extranjero; algo
muy lucrativo para las empresas pero nocivo para la fuerza de trabajo.
La economía se centró en las finanzas. Las instituciones financieras se
expandieron enormemente. Se aceleró el círculo vicioso entre finanzas y
política. La riqueza se concentraba cada vez más en el sector financiero. Los
políticos, enfrentados a los altos costos de las campañas, se hundieron más
profundamente en los bolsillos de quienes los apoyaban con dinero.
Y, a su vez, los políticos los favorecieron con políticas favorables para
Wall Street: desregulación, cambios fiscales, relajamiento de las reglas de
administración corporativa, lo cual intensificó el círculo vicioso. El colapso
era inevitable. En 2008, el gobierno una vez más salió al rescate de empresas de
Wall Street que supuestamente eran demasiado grandes para quebrar, con
dirigentes demasiado grandes para ser encarcelados.
Ahora, para la décima parte del uno por ciento de la población que más se
benefició de todos estos años de codicia y engaños, todo está muy bien.
En 2005, Citigroup –que, por cierto, ha sido objeto en repetidas ocasiones de
rescates del gobierno– vio al lujo como una oportunidad de crecimiento. El banco
distribuyó un folleto para inversionistas que los invitaba a poner su dinero en
algo llamado el índice de la plutonomía, que identificaba las acciones de las
compañías que atienden al mercado de lujo.
Líderes religiosos, principalmente de la comunidad
afroestadunidense, cruzaron el domingo el puente Brooklyn con lonas y tiendas
para entregarlas a los miembros del movimiento Ocupa Wall Street, acampados en
el corazón económico de la ciudad de Nueva YorkFoto Mike
Fleshman
El mundo está dividido en dos bloques: la plutonomía y el resto, resumió Citigroup.
Estados Unidos, Gran Bretaña y Canadá son las plutonomías clave: las economías impulsadas por el lujo.
En cuanto a los no ricos, a veces se les llama el
precariado: el proletariado que lleva una existencia precaria en la periferia de la sociedad. Esa
periferia, sin embargo, se ha convertido en una proporción sustancial de la población de Estados Unidos y otros países.
Así, tenemos la plutonomía y el precariado: el uno por ciento y el 99 por
ciento, como lo ve el movimiento Ocupemos. No son cifras literales pero sí es la
imagen exacta.
El cambio histórico en la confianza popular en el futuro es un reflejo de
tendencias que podrían ser irreversibles. Las protestas de Ocupemos son la
primera reacción popular importante que podrían cambiar esa dinámica.
Me he ceñido a los asuntos internos. Pero hay dos peligrosos acontecimientos
en la arena internacional que opacan todo lo demás.
Por primera vez en la historia hay amenazas reales a la sobrevivencia de la
especie humana. Desde 1945 hemos tenido armas nucleares y parece un milagro que
hayamos sobrevivido. Pero las políticas del gobierno de Barack Obama y sus
aliados están fomentando la escalada.
La otra amenaza, claro, es la catástrofe ambiental. Por fin, prácticamente
todos los países del mundo están tomando medidas para hacer algo al respecto.
Pero Estados Unidos está avanzando hacia atrás.
Un sistema de propaganda, reconocido abiertamente por la comunidad
empresarial, declara que el cambio climático es un engaño de los sectores
liberales. ¿Por qué habríamos de ponerles atención a estos científicos?
Si continúa esta intransigencia en el país más rico y poderoso del mundo, no
podremos evitar la catástrofe.
Debe hacerse algo, de una manera disciplinada y sostenida. Y pronto. No será
fácil avanzar. Es inevitable que haya dificultades y fracasos. Pero a menos que
el proceso que está ocurriendo aquí y en otras partes del país y de todo el
mundo continúe creciendo y se convierta en una fuerza importante de la sociedad
y la política, serán exiguas las posibilidades de un futuro decente.
No se pueden lanzar iniciativas significativas sin una base popular amplia y
activa. Es necesario salir por todo el país y hacerle entender a la gente de qué
se trata el movimiento Ocupemos; qué puede hacer cada quien y qué consecuencias
tendría no hacer nada.
Organizar una base así implica educación y activismo. Educar a la gente no
significa decirle en qué creer; significa aprender de ella y con ella.
Karl Marx dijo:
La tarea no es solamente entender el mundo sino transformarlo.Una variante que conviene tener en cuenta es que si queremos cambiar al mundo más nos vale entenderlo. Eso no significa escuchar una plática o leer un libro, si bien eso a veces ayuda. Se aprende al participar. Se aprende de los demás. Se aprende de la gente a la que se quiere organizar. Todos tenemos que alcanzar conocimientos y experiencias para formular e implementar ideas.
El aspecto más digno de entusiasmo del movimiento Ocupemos es la construcción
de vínculos que se está dando por todas partes. Si pueden mantenerse y
expandirse, el movimiento Ocupemos podrá dedicarse a campañas destinadas a poner
a la sociedad en una trayectoria más humana.
*(Este artículo está adaptado de una plática de Noam Chomsky en el campamento
Ocupemos Boston (Occupy Boston), en la plaza Dewey, el 22 de octubre.
Habló ahí como parte de la Serie de Conferencias en Memoria de Howard Zinn,
celebrada por la Universidad Libre de Ocupemos Boston. Zinn fue historiador,
activista y autor de A People’s History of the United States.)
(El libro más reciente de Noam Chomsky es 9-11: Was There an
Alternative?
Chomsky es profesor emérito de Lingüística y Filosofía en el Instituto
Tecnológico de Massachusetts, en Cambridge, Massachusetts.
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