Cuando la esperanza nos lleva al abismo
Marcos Roitman Rosenmann
En situaciones extremas, donde la vida entra en juego, las
decisiones personales y colectivas vienen acompañadas, muchas veces, de grandes
sobresaltos. El refranero popular lo expresa contradictoriamente:
a grandes males, grandes remedios.En el terreno político, esta afirmación, en momentos de crisis y recesión, conlleva riesgos imprevisibles. La desesperación es el caldo de cultivo para la emergencia de órdenes totalitarias. Mesías, salvadores de la patria ganan protagonismo, ofreciendo el paraíso. El desempleo, el hambre, la pérdida de derechos sociales, el aumento de la corrupción, la violencia social, minan la confianza del sujeto en las instituciones y lo hacen proclive a un discurso manipulador. A cambio se le vende nostalgia, el regreso a una época de bonanza y bienestar. Así, el individuo, convencido que vendrán tiempos mejores, se deja arrastrar hacia una deriva de comportamientos antidemocráticos. En esta huida hacia adelante, pierde la cordura y en un estado de sobrexcitación, abraza el
sálvese quien pueda, pero yo primero. Conductas xenófobas, racistas, chovinistas, homofóbicas y reaccionarias son enarboladas como una salida a la crisis que acaban justificando cualquier tipo de recorte social y pérdida de derechos ciudadanos. Es una tabla de salvación para no ahogarse, cuando se tiene el agua al cuello. Sin pensarlo, se mira hacia otro lado y se deja hacer, creyendo firmemente en la quimera de un edén terrenal.
En España, las últimas elecciones han sido un claro ejemplo. Desde hace más
de dos décadas se está desmantelando el escaso Estado de bienestar existente.
Las reformas antisociales puestas en marcha de manera gradual bajo el paraguas
de las privatizaciones, la flexibilidad laboral, la desregulación y la apertura
financiera y comercial, han terminado por generar una sociedad desigual y
antidemocrática, donde la capacidad negociadora de las clases trabajadoras es
residual. El diseño del capitalismo trasnacional no ha tenido demasiados
obstáculos para imponer su criterio. Sobre todo con unos sindicatos, los
mayoritarios, que han bailado al son de las directrices de los empresarios, a
cambio de beneficios corporativos y fondos europeos que han servido para
ensanchar el cuerpo de burócratas profesionales, que desde hace años han perdido
el contacto con afiliados y los problemas de las clases trabajadoras. Cuando han
actuado, lo han hecho tarde y mal. No han sabido estar a la altura de su
tradición histórica ni de las exigencias coyunturales. Las huelgas generales han
sido un derecho a pataleo que en nada cambió el itinerario fijado por el Partido
Popular o el Partido Socialista Obrero Español. Su renuncia explícita a formas
de lucha legales y legítimas pero consideradas poco apropiadas para los tiempos
que corren, boicots, incumplimiento de servicios mínimos abusivos, corte del
tráfico, ralentizar la producción, etcétera, en pro de transmitir una imagen de
seriedad y responsabilidad, se traduce en una deslegitimación como
interlocutores sociales de las clases trabajadoras. Sin embargo, sus dirigentes
quieren hacernos creer que gracias a su presencia, las cosas no han ido a peor.
Han sido sus desvelos y presiones la razón por la cual los empresarios no han
ido más lejos. De no ser por ellos, estaríamos en la era del abaratamiento del
despido, el trabajo basura o el incremento de la contratación temporal, como si
no fuese esa la realidad. Algo similar ocurre cuando gobierna el PSOE. Sus
argumentos no pueden dejarnos indiferentes. Todas las leyes promulgadas durante
su mandato, contrarias a sus principios, se consideran parte de una estrategia
para impedir males mayores. En otros términos, vienen dadas por la profundidad
de la crisis y su deseo de salir pronto de ella. Apretarse el cinturón hoy, para
más adelante darnos un atracón y recuperar el tiempo perdido. Esta manera de
presentar las decisiones ha tenido como consecuencia directa su derrota
electoral más humillante en la España posfranquista. Sus votantes les dieron la
espalda y los abandonaron, llegando a una cantidad de 4 millones, repartidos
entre la abstención, Izquierda Unida y Unión Progreso y Democracia. Pero lo
destacable no es lo dicho. Lo realmente novedoso, es como el Partido Popular, a
pesar de hacer un discurso apocalíptico, generó entre sus votantes la sensación
contraria. Un optimismo ingenuo. Aceptan resignadamente la reducción de sueldos,
la subida de impuestos, los recortes sociales, la pérdida de derechos políticos
como parte de una estrategia que les llevará al cielo y les sacará de la crisis.
No son capaces de ver que tales acciones redundan en la misma lógica fracasada y
cuyo resultado, en el medio y largo plazo, será generar mayores cotas de
desigualdad, aumentar la pobreza y darnos como forma de gobierno un régimen
totalitario y antidemocrático. Es curioso observar como la esperanza de salir de
la crisis nubla la vista. Aferrados a un clavo ardiendo se prefieren quemar y
llevarnos al peor de los mundos posibles.
En menos de dos meses de gobierno, tras años de criticar una medida como la
subida de impuestos, por lacerante y poco eficaz, el Partido Popular sube entre
dos a cinco puntos el IRPF (Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas) de
los trabajadores. Una medida
elegantede bajar los sueldos y salarios. Tampoco le ha faltado tiempo al liberal ministro de Justicia, Gallardón, para restringir la ley del aborto, retrotrayéndola a una formulación, restrictiva, ciertamente humillante para quienes deseen hacer uso de ese derecho. En educación, no ha procedido a la quema de libros, les es suficiente con eliminar la asignatura
educación para la ciudadaníadel currículum de los estudiantes secundarios. En sanidad ya existe el copago en las recetas y lentamente se procede a la venta de hospitales públicos a empresas privadas. Y por si fuera poco, en política económica se entrega más dinero público a los bancos. Ello a la espera de una reforma laboral sin precedentes que acabará por desmantelar la poca protección jurídica que aún les queda a los trabajadores. Lamentablemente las consecuencias las pagamos todos. Eso sí, los votantes del Partido Popular están contentos, aún creen que Rajoy es el salvador de su hacienda.
El grupo de los diez
Abraham Nuncio
En no pocos estados del país llegamos al siglo XXI sin haber dejado
del todo el siglo XIX. Uno de ellos es Nuevo León.
El neoliberalismo que hoy se practica en Nuevo León, donde un club de ricos
determina la política y en buena medida la vida social, anulando las diversas
autonomías que caracterizan a la democracia, muestra continuidades insospechadas
con la elite decimonónica que controlaba la política y la economía, donde
destacaban los nombres extranjeros. A ello siguió, en las dos últimas décadas
del XIX, el despunte de un rápido proceso industrial.
La alianza de la clase gobernante con el capital extranjero tuvo su primer
intento exitoso de concentración y centralización geoeconómica y de poder
político durante el tránsito del gobierno conservador-imperial al gobierno
liberal. En la que hicieron el gobernador Santiago Vidaurri y el superempresario
de origen irlandés Patricio Milmo (ver antecedentes de Televisa) alcanzó su
pináculo.
Fundada en 1900, la industria insignia que haría de Monterrey la primera
ciudad industrializada de América Latina fue la Fundidora de Fierro y Acero de
Monterrey. Los accionistas que aportaron 85 del capital, dice Javier Rojas, eran
15 –los principales eran extranjeros: Antonio Basagoiti, León Signoret, Patricio
Milmo, Eugenio Kelly, Tomás H. Kelly, Tomás Mendirichaga, Vicente Ferrara, José
Negrete, Valentín Rivero, Miguel Ferrara, Manuel Iglesias, Isaac Garza,
Francisco Belden, Daniel Milmo y Antonio Ferrara. Los 10 millones que supuso la
inversión eran equivalentes a 85 por ciento de todas las inversiones
industriales en los últimos tres lustros.
Los líderes de esas familias –el 1 del 1 cuando Monterrey tenía 100 mil
habitantes– se entendían con Porfirio Díaz por conducto del general Reyes
respecto a lo fundamental de la economía y la política. Si había opositores o
trabajadores del campo y la ciudad que se inconformaran con las políticas
derivadas del fruto de esos arreglos, la represión era la vía de neutralizarlos,
obligarlos al exilio o, cuando insistían, eliminarlos como ocurrió en la jornada
electoral de 1903 (un famoso 2 de abril), sobre la cual escribieron para
denunciar los hechos sangrientos Adolfo Duclos Salinas y Ricardo Flores Magón.
La revolución empezaba a gestarse.
En el curso de dos décadas, luego del triunfo revolucionario, la familia
Garza Sada logró acaudillar al grupo de empresarios que decidía la vida del
estado. En cuanto las autoridades laborales emitieron un laudo favorable a un
grupo sindical independiente, se dispusieron a combatir al gobierno de Lázaro
Cárdenas. Socialismo puro, clamaban. El 29 de julio se produjo otra matanza. Los
obreros pusieron las víctimas y los empresarios la impunidad. El mutualismo
reciclado del siglo XIX se impuso sobre el nuevo sindicalismo, que pronto pasó a
ser clientela del Estado-partido, y después del mejor postor.
Don Fidel (Velázquez) merece que le levanten muchas estatuas, declaró el extinto presidente de Alfa, Bernardo Garza Sada.
Hasta la muerte de Eugenio Garza Sada, en 1973, la hegemonía de su familia
emparentada con otras pocas se mantuvo gracias, sobre todo, a un arreglo como el
que tenían sus antepasados con Díaz. Era en ambos momentos un liberalismo
protegido, favorable a los inversionistas y en perjuicio de trabajadores y
consumidores. Pero con ciertas acotaciones –es justo decirlo– que desde los años
80, con la ola neoliberal, empezaron a desaparecer.
A las dificultades financieras de la Fundidora Monterrey siguió su absorción
por el Estado. Entre tanto, los empresarios con mayor poder (The Mighty
Mexicans, según Fortune) se embriagaban de dólares prestados con el
auge petrolero. A mediados de los 80, lo mejor de la Fundidora fue privatizado y
el resto convertido en ruinas modernas. Como ha sido evidente, se trataba de
volver al mercado bienes rentables que pertenecían a la nación.
Banobras, primero, y Ficorca, Fobaproa e Ipab después, demostraron, tras
rescates que empobrecieron a la mayoría, que los empresarios regiomontanos
cerraban ya el ciclo:
padres emprendedores, hijos administradores y nietos derrochadores. Pésimos para administrar empresas, pero buenos políticos. Su arreglo con los presidentes mexicanos (De la Madrid, Salinas y Zedillo, así como antes López Portillo, a quien dejaron hablando solo después de apilarles millones en sus bóvedas) les permitió volver a su melopea: el Estado es un mal administrador. En buena medida tenían razón: lo ha dirigido una caterva de individuos rapaces y dotados de una gran largueza para entregar las riquezas comunitarias.
Luego de la división entre los dos principales consorcios –con la Cervecería
Cuauhtémoc y Hojalata y Lámina al frente de cada una de ellas– y ciertas
fracturas internas, el grupo Monterrey: Alfa (Bernardo Garza Sada), Vitro
(Adrián Sada Treviño), Visa (Eugenio Garza Lagüera) y Cydsa (Andrés Marcelo
Sada) se vio en la necesidad de fortalecerse para enfrentar la crisis que
condujo a la estatización de la banca. A su núcleo básico se incorporaron Cemex
(Lorenzo Zambrano), Gamesa (Alberto Santos), Imsa (familias Clariond-Canales),
Banorte-Gruma (Roberto González Barrera), Pulsar (Alfonso Romo) y Conductores
Monterrey (familia Garza Herrera).
La presencia de Roberto González Barrera y de Alfonso Romo fue intermitente.
Hoy, sobre todo Romo, se ha deslindado del G-10 y con ello ha creado una
escisión en el 0.25 del 1 contemporáneo (el Monterrey metropolitano tiene cuatro
millones de habitantes). En la alianza con el candidato de la izquierda le ha
dado a ese deslinde una expresión política.
Peña Nieto se reunió hace no mucho con el G-10 disminuido y
transnacionalizado (lo integran también Ternium y Heineken por medio de ese
caballo de Troya que es Femsa). Los grandes empresarios de Monterrey prefieren
estar con el malo por conocido y mostrar así que el riesgo del emprendedor no es
su fuerte. Igual que hace un siglo: apoyaron a Díaz y se opusieron a Madero al
extremo de dar cobertura al golpe de Estado que lo sacrificó.
Como en otras coyunturas electorales, si bien en la que corre con mayor
intensidad, Nuevo León, por la pugna empresarial que entraña, adquirirá una
dimensión ampliamente significativa en la perspectiva del próximo julio. Acaso,
si llegare a triunfar la izquierda, pueda empezar a salir de su atraso político
y social.

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