Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

lunes, 14 de mayo de 2012

American Curios- Democracia por fuera y dentro- LA TERRITORIALIDAD DE LA DOMINACION.

American Curios
Hasta la madre
David Brooks
Foto
El Día de las Madres en Estados Unidos tuvo origen en 1870 como un llamado de las mujeres por la paz en el contexto de la Guerra Civil. En la imagen, funeral de un militar estadunidense caído en Afganistán en abril pasadoFoto Ap
 
        Aquí en este país, mucho se define en términos bélicos. Hay una guerra contra las drogas, otra contra el terrorismo. La derecha dice que hay una guerra contra los valores familiares, contra el matrimonio, contra la Navidad (en serio). Los progresistas dicen que hay guerra contra los inmigrantes, guerra contra los jóvenes, guerra contra los gays, contra las mujeres. A veces parece que todo es una guerra.
Todos los días uno escucha o lee el mensaje oficial que nació a raíz del 11 de septiembre: se ves algo, di algo, o sea, todo lo extraño es sospechoso. No hay semana en la que no se informe de un complot terrorista que fue descubierto. Los noticieros repiten que todo es una amenaza, la nota roja se mancha con la nota de guerra (¿o es lo mismo?). Si eso no es suficiente, todos los días se transmiten mensajes al foro público sobre cómo las drogas, los inmigrantes, los gays, y hasta comunistas, socialistas y anarquistas, entre otros, amenazan al país.
Mientras tanto, el gobierno de Barack Obama promueve la exportación de armas en apoyo de la industria armamentista, reportó el Wall Street Journal: en 2011 las ventas de armas estadunidenses al extranjero superaron los 34 mil millones de dólares. Dentro de Estados Unidos más de 200 millones de armas de fuego están en manos privadas, suficiente para armar a cada adulto en este país.
Por otro lado, el columnista Nicholas Kristof, del New York Times, reveló algunas de las consecuencias de las guerras: por cada soldado estadunidense muerto en los campos de batalla este año, unos 25 veteranos militares se han suicidado. Agregó que, en promedio, un soldado estadunidense muere cada día y medio en Irak o Afganistán, mientras la tasa promedio de suicidios de los veteranos es de uno cada 80 minutos; más de 6 mil 500 suicidios de veteranos se registran cada año.
Entre tanta guerra, armas, sangre y sus consecuencias, este domingo se celebró aquí el Día de las Madres (como se hizo en México el 10 de mayo), uno de los grandes festejos comerciales impulsados por la industria de las tarjetas, las flores, los restaurantes y toda la gama de promoción del consumo. Pero resulta que el Día de las Madres fue inventado por una madre para poner fin a las guerras.
El Día de las Madres empezó en Estados Unidos en 1870, cuando Julia Ward Howe escribió algo llamado la Proclama del Día de las Madres, en el contexto de la Guerra Civil en este país, como la guerra franco-prusiana en Europa. Convocó a las mujeres en su papel de madres a unirse en demanda del fin de todas las guerras.
Howe escribió: “Levántense, entonces, las mujeres de este día. Levántense, todas las mujeres con corazón... Digan firmemente: ‘no aceptaremos que las grandes cuestiones sean decididas por agencias irrelevantes. Nuestros maridos no llegarán a nosotras apestando a carnicería, buscando caricias y aplausos. Nuestros hijos no nos serán arrebatados para desaprenderlos de todo lo que hemos logrado enseñarles sobre la caridad, la merced y la paciencia. Nosotras, las mujeres de un país, seremos demasiado tiernas con las de otro país como para permitir que nuestros hijos sean entrenados para herir a los de ellas”.
La proclama continúa: “Desde el seno de una tierra devastada una voz surge con la nuestra. Dice: ‘¡desarma! ¡desarma! La espada del asesinato no es la balanza de la justicia’. La sangre no anula el deshonor ni la violencia indica posesión. Igual que los hombres frecuentemente han abandonado el arado y el yunque ante el llamado a la guerra, ahora que las mujeres dejen todo lo que se puede dejar del hogar para un gran día dedicado a consulta. Que primero se reúnan, como mujeres, para llorar y conmemorar a los muertos. Dejen que solemnemente tomen consejo entre ellas sobre los medios por los cuales la gran familia humana puede vivir en paz”.
Según la activista feminista Laura Kacere en el sitio Código Rosa, el Día de las Madres se volvió más popular cuando años después un grupo de mujeres de Virginia del Oeste, encabezado por Anna Reeves Jarvis, lo usó para promover la reunificación de familias después de la guerra civil. La hija de Jarvis, tras la muerte de su madre, lanzó una campaña para crear un día oficial de las madres por la paz. Informa que fue apenas en 1914 que el presidente Woodrow Wilson lo promulgó como día oficial nacional.
La comercialización del día fue casi inmediata, encabezada por la industria de las flores. Jarvis se opuso a toda comercialización del día, fue arrestada por protestar contra la venta de flores y promovió peticiones para detener que se creara una estampilla de correos del Día de las Madres.
La profesora Valerie Ziegler, de la Universidad Depauw, autora de una biografía de Howe, comentó, en entrevista con Amy Goodman, del programa de noticias Democracy Now, que Howe consideraba que las mujeres que eran madres no podían aceptar que sus hijos fueran a las guerras y que la única esperanza para la civilización era que las mujeres hablaran con una voz diferente. Con ello, Howe organizó conferencias de paz en Estados Unidos y Gran Bretaña, y en 1872 proclamó que cada 2 de junio debería ser marcado como Día de las Madres por la Paz. Así, originalmente, el día era para que se reunieran las mujeres para llamar a que los hombres y el mundo vieran la necesidad de vivir en paz. Ziegler informó que para 1873 por lo menos 18 ciudades en Estados Unidos, como también Roma y Constantinopla, festejaban el día así.
Ziegler informó que Jarvis conocía el trabajo de Howe, y ella continuó promoviendo el día hasta que en 1912 el Congreso reconoció el Día de las Madres.
O sea, en su origen es un grito de madres que están hasta la madre de las guerras y la violencia.


Democracia por fuera y dentro
León Bendesky
 
        En la democracia suele pasar que lo de fuera se convierta en lo relevante y no lo de dentro; que lo que cuente sea el ritual, y si después no hay imputados las cosas se acomodan mejor para unos y peor para otros.
En la crisis económica centrada en Europa y Estados Unidos las expresiones externas de la democracia están cada vez más cuestionadas. Lo de dentro se hace más visible y se manifiesta socialmente.
Son ya varios los gobiernos que han caído como consecuencia de la crisis y, sobre todo, de las formas de gestión aplicadas para enfrentarla. Italia, Grecia, España y más recientemente Francia son una muestra. Otros están en condiciones frágiles y la acción social que los confronta es cada vez mayor.
Estos cambios, que quedan al nivel de los partidos que gobiernan, no garantizan que en un plazo razonable haya un quiebre sensible hacia la mejoría de la situación económica. Se requiere un ajuste profundo y de carácter sistémico para un reordenamiento de carácter funcional. El liderazgo político e intelectual para ello es hoy aún muy escaso. Queda la calle y la diversidad de las expresiones colectivas.
Las reacciones son muy distintas. El caso de Grecia aparece como una de las expresiones más notorias, con la disfuncionalidad total del ejercicio de gobierno y la radicalización a los extremos del abanico político: a la derecha y la izquierda.
Aquí se abre una cuestión de relevancia que atañe a la posibilidad efectiva de que Europa atienda las repercusiones de la crisis a partir de los arreglos de integración amparados por los acuerdos de la Unión. El liderazgo alemán, anclado en su fuerza económica no ha sido suficiente y, al contrario, resulta disruptivo. Así que se abre la puerta para que Grecia salga de la zona del euro y se las arregle sola; al fin, se dice que el resto se ha preparado para asumir los efectos adversos de tal salida.
En España, el gobierno se ampara en la necesidad de arreglar a ultranza el déficit fiscal, somete a la sociedad a severos y muy desiguales ajustes. Chocan crecientemente con las demandas de la gente, organizada en sindicatos o respondiendo de modo más espontáneo como el movimiento del 15M.
La reciente intervención con más de 4.5 mil millones de euros del erario para nacionalizar Bankia, el tercer grupo financiero más grande de ese país, pone en evidencia la disparidad del costo del ajuste. Ese monto equivale al recorte que se ha hecho hasta ahora en el gasto para la educación. El Estado español ha avalado ya recursos por más de 82 mil millones de euros en el carcomido sector financiero.
Hay un debate abierto de par en par sobre la austeridad y el crecimiento. Ahí se ha forzado la atención pública de los efectos de la crisis. Pero eso es totalmente insuficiente y hasta tramposo. Las condiciones se remiten a un terreno que va más allá de lo que compete a la política económica, donde intentan ponerlo los políticos a escala nacional y los burócratas europeos. Detrás está el debate esencial y recurrente en la historia del capitalismo entre el Estado y el mercado y las formas de la regulación social. Ese es el ámbito de relevancia que se manifiesta ahora en términos globales.
Cuando el Estado copa espacios de acumulación susceptibles al capital privado se provoca un movimiento –que ha tendido a ser extremo– hacia la liberalización y el predominio de las fuerzas del mercado. La década de 1980 fue ejemplar en todas partes. En periodos de crisis no queda otra que la mayor injerencia del Estado como se advierte no sólo en los países más ricos y, también en los demás. El capital es el primero en exigirla.
Al final, el Estado es el único que puede imponer algunas formas, muy diversas en sus contenidos, por cierto, para regular el sistema y hasta para marcar su evolución. Estado y mercado compiten y, de tal forma, a veces se complementan y otras entran en abierta contradicción para imponer alguna funcionalidad más o menos duradera. En el ciclo y también de manera secular, se crean fuerzas de inserción y exclusión social. La evolución provoca, y está marcada a su vez, por la dinámica política, los conflictos, la manera de superarlos y se manifiesta en los periodos de estabilidad, expansión y crisis.
Las formas externas de la democracia son necesarias, pero sus contenidos, es decir, lo de dentro no puede eludirse indefinidamente. En ese momento estamos ahora en México a punto de ir a las urnas a votar. El impulso a la reproducción de un sistema político y económico ineficaz y sostenido en una estabilidad improductiva que genera cada vez más conflictos, está echado a andar con ímpetu.
De modo externo la democracia está administrada, aunque cada vez hace más agua en sus expresiones institucionales. El debate de la semana pasada lo exhibió así por lo que hace a un IFE en honda descomposición. Este asunto no debería trivializarse en la imagen de una edecán voluptuosa. Pero ahí están las posiciones de quienes quieren y pueden gobernar. Lo de dentro no puede esconderse desde el poder y tampoco eludirse desde una ciudadanía que elige y exige.


La territorialidad de la dominación
Carlos Fazio /III
 
       En su fase actual, la lógica de una desestabilización encubierta con fines de una balcanización territorial –parcial o total– de México se apoya en la guerra sicológica y en la guerra sucia. A ambas modalidades bélicas les es consustancial la propaganda. La propaganda de guerra. Mediante la propaganda se fabrica la verdad oficial. En el proceso de manufacturación de una verdad colectiva el objetivo es lograr que aparezca como verdadero lo falso. La realidad cotidiana es negada como tal y redefinida por la propaganda gubernamental. Los continuos partes oficiales (del Ejército, la Marina, la Policía Federal o estatal) se convierten en la realidad, por más obvia que sea su distorsión de los hechos. En ese ambiente de mentira institucionalizada los medios realizan una verdadera inversión orwelliana de las palabras. Y como en toda guerra el enemigo llega a ser –aunque no siempre de manera explícita– la referencia fundamental del quehacer social, identificar quién es enemigo de quién y de qué manera lo es, son preguntas que en muchos casos tienen menos que ver con realidades objetivas que con construcciones elaboradas mediante una calculada manipulación de la realidad.
Como principal procedimiento de la guerra sicológica, la propaganda consiste en “el empleo deliberadamente planeado y sistemático de temas, principalmente a través de la sugestión compulsiva […] con miras a alterar o controlar opiniones, ideas y valores y, en última instancia, a cambiar actitudes manifiestas según líneas predeterminadas”. Frente a la inercia y debilidad de la conciencia pública, la ambivalencia y confusión de las capas medias de la población son explotadas mediante la propaganda. Los medios son uno de los principales vehículos de la propaganda. El poder real tiene conciencia que los medios son un poder. Y lo utilizan para incrementar el propio. Máxime, cuando, como en el caso del duopolio de la televisión, las familias propietarias forman parte de la plutocracia mexicana.
Si la guerra sicológica busca la destrucción del enemigo real o potencial no mediante su eliminación física, sino por medio de su conquista síquica, la guerra sucia se dirige contra la población civil, y como no existe una justificación, ni política ni legal, para dirigir a las fuerzas armadas y los organismos de seguridad del Estado contra la sociedad, la tarea se encomienda a organizaciones clandestinas o escuadrones de la muerte –grupos de hombres armados vestidos de civil– que secuestran, torturan, asesinan o desaparecen sospechosos de colaborar con el enemigo.
Ambas formas de guerra constituyen maneras de negar la realidad y buscan alcanzar la victoria sobre el enemigo por medio de la violencia y generando terror en la población. La guerra sucia se sirve de la represión aterrorizante. Es decir, de la ejecución visible de actos crueles que desencadenan en la población un miedo masivo, incontenible y paralizante. A su vez, la guerra sicológica utiliza la represión manipuladora, generando miedo mediante una sistemática e imprevisible dosificación de amenazas y estímulos, premios y castigos, actos de amedrentamiento y muestras de apoyo condicionado.
En diciembre de 2006, para justificar la militarización del país como vía para profundizar el plan de reordenamiento territorial de facto contenido en el Plan Puebla-Panamá (2001) y la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad (Aspan, 2005), Felipe Calderón y sus patrocinadores en Washington tuvieron que fabricar un nuevo enemigo. Dado que Andrés Manuel López Obrador desactivó la resistencia civil pacífica contra el fraude electoral para evitar un baño de sangre, y que tras los laboratorios de la mano dura en Atenco y Oaxaca (2006) las guerrillas siguieron en sendas fases de construcción pacífica de autonomía territorial (el EZLN) y de acumulación de fuerza (el EPR), los estrategas de la guerra de Calderón tuvieron que fabricar un nuevo peligro para México. El enemigo sustituto pasó a ser el narcotráfico, como la modalidad más visible de lo que se ha dado en llamar el crimen organizado.
Hermano gemelo –en su gestación– del calderonismo, la irrupción mediática del grupo La Familia Michoacana sintetizó y exhibió la nueva matriz de opinión que habría de ser impuesta a la población desde los medios: la guerra entre grupos delincuenciales por el control de los territorios, las rutas y los mercados de la economía criminal. Una guerra de distracción –salvaje y de apariencia demencial, pero planificada para ese fin–, que por la vía de inflar, potenciar y posicionar en el escenario público organizaciones delincuenciales reales o ficticias (el grupo de Joaquín El Chapo Guzmán, Los Zetas, La Mano con Ojos y otras sorpresas) permitió desviar la atención de la nueva guerra de conquista por los territorios y los recursos geoestratégicos, con sus megaproyectos y una integración energética transfronteriza ya en curso.
En forma paralela a la guerra a los malos de Calderón –una guerra real, encubridora de la dominación de espectro completo con fines de balcanización del territorio nacional y miles de ejecutados sumarios, torturados, detenidos-desaparecidos y fosas clandestinas–, las usinas de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y del Pentágono en Washington fueron manufacturando otras matrices de opinión tales como México, Estado fallido, narcoinsurgencia y narcoterrorismo, y otras más recientes como narcoestado sustituto, que han venido siendo utilizadas para profundizar la militarización de la vida cotidiana y de los principales espacios sociales en varias partes del país. Una militarización que, con la excusa de acabar con enclaves criminales y recuperar espacios sin gobierno, contribuye a la omnipresencia del control prepotente y de la amenaza represiva, como vía para imponer un nuevo reordenamiento territorial en el marco de un Estado policial en ciernes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario