Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

domingo, 1 de julio de 2012

Bajo la Lupa- Los camioneros contra Cristina Fernández- El opio y el esteroide del capitalismo

Bajo la Lupa
Egipto: junta militar y Hermandad Musulmana, entre los modelos de Pakistán y Turquía
Alfredo Jalife-Rahme
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El nuevo presidente egipcio, Mohamed Mursi (derecha), estrecha la mano de Farouk Sultan, jefe de la comisión electoral, después de la ceremonia de toma de posesión ayer en El CairoFoto Reuters
 
        La entrega anterior enuncié el modelo paquistaní como precario equilibrio de transición entre la junta militar y Mohamed Mursi, de la omnipotente cofradía de la Hermandad Musulmana y primer presidente civil en 7 mil años en tierras faraónicas (ver Bajo la Lupa, 27/6/12).
 
Stratfor (27/6/12) –centro texano-israelí expuesto por Anonymous en sus desinformaciones flagrantes y sus vínculos globales/mexicanos de proclividad sionista (ver Bajo la Lupa, 28/12/11)– sugiere que el modelo paquistaní beneficia a la junta militar, mientras el modelo turco favorece a la Hermandad Musulmana.

Pese al obsceno sesgo de Stratfor, vale la pena evaluar lo que ha sido planteado por los circuitos militares de Estados Unidos y sus repetidores círculos satelitales sobre el modelo turco para implementar en Egipto, cuando las recientes historias de Turquía y Egipto sólo tienen en común que son bañadas por el mar Mediterráneo y una adherencia muy sui generis al Islam.

El modelo turco ha evolucionado durante un siglo desde un militarismo laico hasta el reciente control del poder por civiles –con el corolario de juicios públicos contra algunos nostálgicos militares golpistas–, más proclives a un Islam que los exégetas occidentaloides denominan moderado (whatever that means) porque suple los intereses de la OTAN debido a su pertenencia como única entidad musulmana en su seno.

El llamado simplonamente modelo turco se instaló a la caída del imperio otomano con el intento de un renacimiento militar mediante la expresión de corte laico de Mustafa Kemal con el fin de anclar a Turquía a la modernidad occidental (sus vencedores bélicos), más allá de las dos guerras mundiales, y donde el ejército jugó el papel de único guardián.

El omnímodo poder militar en Egipto no ha variado; al contrario, se ha acentuado. Su única variable, de enorme ponderación, es el despertar islámico en torno de las pirámides milenarias de Gizeh como nuevo paradigma y dogma en el mundo árabe con mínimos rasgos de laicismo, a diferencia notable con Turquía, pese al relativo retroceso laico frente al reciente ascenso del Islam moderado del primer ministro Recep Erdogan y su Partido Justicia y Desarrollo (AKP).

Stratfor juzga que la Hermanda Musulmana tratará de consolidar su poder en la rama ejecutiva del gobierno antes de construir gradualmente su influencia en las otras ramas, en similitud a la táctica del AKP en Turquía, mientras crecía en estatura.

Estatura tiene la Hermandad Musulmana desde hace casi 85 años que le han impedido traducir en poder institucional las circunstancias geopolíticas del Medio Oriente y cuyo momento estelar, conveniente a la nueva agenda redireccionada de Estados Unidos, parec

e haber llegado después de su larga hibernación religiosa.
A juicio de Stratfor, la junta militar egipcia está consciente de cómo el ascenso de AKP en Turquía erosionó el poder militar turco, y usará un modelo más cercano al de Pakistán con el fin de mantener a las fuerzas civiles débiles, divididas y en querrellas internas.

Fuera del común denominador de su pertenencia al poderoso rito sunita, ¿qué tan parecidos son el AKP turco con la Hermandad Musulmana egipcia, cuando se ignora aun el rumbo formal de la agenda geopolítica de esta última?

Por el momento se despliega el poder casi absoluto de la junta militar, la que mediante un decreto perentorio limitó severamente los poderes del presidente electo Mohamed Mursi, hasta la formulación de una nueva Constitución, donde la junta goza poder de veto.
La junta militar decide la declaración de guerra y no el presidente, quien parece reinar más que gobernar, si es que no sucumbe en el intermezzo a la irrelevancia operativa.

La junta se ha arrogado la prerrogativa de nombrar al ministro de Defensa, que sería al mismo tiempo el comandante en jefe de las fuerzas armadas. En esta fase, la junta militar no reparte ni comparte su poder adquirido desde el golpe de Estado en 1952 del general Muhammad Naguib.

El problema yace en que tampoco la Hermandad Musulmana puede ser percibida por una opinión pública tan contestataria como un vulgar instrumento de la junta militar, lo cual le costó enorme descrédito al flamante Parlamento (depuesto por la junta días previos a la elección presidencial), dominado por la dupla de la Hermandad Musulmana y los salafistas integristas.

Los partidos islamistas sufrieron casi un siglo el ostracismo del poder militar kemalista en Turquía, y Stratfor juzga que AKP obtuvo la supremacía sobre los militares gracias a su habilidad de mejorar las condiciones económicas después de la crisis financiera de 2001, al crear una nueva elite empresarial y en seguridad interna. Este enfoque financierista es muy discutible y no toma en cuenta la modernización del ejército, que catalizó su despegue industrial.

Stratfor reconoce que el Islam egipcio es mucho más conservador que su similar turco, cuando el laicismo no ha tenido cabida en las masas egipcias. Nada nuevo.

El analista Fyodor Lukyanov (Ria Novosti, 28/6/12) considera que las “condiciones que llevaron a la Primavera Árabe son fundamentalmente diferentes de las reformas de Kemal Ataturk” y cuyo proyecto, un nacionalismo laico de corte occidental, fue lanzado después de la derrota del imperio otomano.

Durante 37 años, de 1960 a 1997, los militares turcos propinaron cuatro golpes de Estado para impedir el advenimiento civil/islámico al poder, lo cual se concretó hasta 2002 con Recep Erdogan, pero en circunstancias globales distintas.

Fyodor Lukyanov alaba la evolución de los militares turcos, quienes permitieron la transición suave a la democracia durante varias décadas, lo cual no será sencillo de emular en Egipto o en otro país árabe, ya que los militares egipcios no creen que el país disponga del lujo de una transformación evolutiva cuando la energía de la renovación social está asociada con los islamistas, quienes son los únicos capaces de ofrecer una nueva visión, aunque vaga, del futuro. Por cierto, hasta ahora la Hermandad Musulmana no ha negado su proyecto de califato panárabe.

Fyodor Lukyanov aduce que los militares egipcios han decidido actuar como reguladores (sic) socio-políticos y concluye que la “principal tarea de todos los países de la Primavera Árabe consiste en crear gobiernos estables (sic) y efectivos (sic)”, cuando ha quedado atrás el mito, promovido por los neoconservadores straussianos, de que con sólo derrocar a los dictadores e introducir la democracia se resuelven los problemas. ¿Cuándo la democracia sola ha resuelto los poblemas?

Joshua Stacher (Ordenar el caos egipcio, MER, 29/6/12) arguye que los militares egipcios son más poderosos política y económicamente que en cualquier otro tiempo desde los días de Nasser, a grado tal que las comparaciones con el omnipotente ejército paquistaní no están fuera de lugar.

La junta militar desea el modelo paquistaní, mientras la Hermandad Musulmana anhela el modelo turco, con sus matices y sutilezas idiosincráticas.

El corto plazo favorece la eclosión del modelo paquistaní y deja en el tintero el espectacular acercamiento, todavía en la fase subrepticia y embrionaria, entre la sunita Hermandad Musulmana y la teocracia chiíta iraní mediante la bisagra de Hamas en Gaza.

Los camioneros contra Cristina Fernández
Guillermo Almeyra
 
        En el acto que se celebró en la Plaza de Mayo, convocado por el Sindicato de Camioneros, con el apoyo solidario de poco menos de la mitad de las organizaciones gremiales de la Confederación General del Trabajo (CGT), 50 mil o 60 mil obreros llenaron la plaza para reclamar el cese del cobro del impuesto a las ganancias, a los salarios de los trabajadores, la eliminación de juicios y condenas por luchas sociales, y la estatización del Banco Hipotecario para iniciar un amplio plan nacional de empleo que, con la construcción masiva de viviendas en todo el país, dé trabajo digno a desocupados y precaristas; el fin de la tercerización y del trabajo sin prestaciones, y la independencia de los sindicatos en relación con el aparato estatal (del cual, hasta ahora, la burocracia sindical era parte y puntal).
 
El acto fue, pues, bajo la cobertura de un enfrentamiento entre parte de la burocracia sindical (del sector que expresa la influencia burguesa en el movimiento obrero y procura consenso al gobierno del Estado capitalista y a éste mismo), un conflicto indirecto entre los trabajadores, por un lado, y, por otro, el aparato estatal aliado a los patrones. Esto marca una ruptura con el peronismo clásico, en el cual el presidente era, por fuerza, líder, y el movimiento obrero un simple instrumento leal del mismo (una mera rama de su aparato).

El líder camionero Hugo Moyano, en efecto, separa ahora a un sector estratégico del movimiento obrero del Partido Justicialista (PJ), a cuya dirección renunció, y del aparato estatal, a sabiendas de que, al asumir el 12 de julio nuevamente la secretaría de la CGT, el gobierno creará una CGT dos, la de los gordos y los independientes, que funcionará como un rodaje más del Estado. De modo que los camioneros aceptan un papel de oposición obrera arrastrando detrás de sí a su parte (no peronista) de la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA), secretaría Michelli, como los gordos arrastrarán a la oficialista CTA, secretaría Hugo Yasky.

El nuevo pluralismo estuvo presente en el acto: participaron contingentes dirigidos por Víctor de Gennaro, ligado a la Iglesia católica, además de la Corriente Clasista y Combativa, maoísta y ex kirchnerista. También asistieron fuertes columnas del sindicalismo democrático, influenciado por el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT), y militantes de muchas organizaciones de izquierda, tanto de origen peronista como de la izquierda anticapitalista no partidaria.

La coparticipación en un solo acto y la lucha que acaban de dar estos sectores y el moyanismo por metas comunes, ayudará al FIT, o a la parte menos sectaria del mismo, a romper sus prejuicios antiperonistas y a ser aún más eficaz en su trabajo sindical democratizador, junto a tendencias combativas no socialistas, como la Juventud Sindical, sobre todo en los sindicatos de los gordos y los independientes, que se identificarán con el gobierno y reprimirán, junto con éste, a todos sus opositores (tanto a los del FIT como a los moyanistas).

La diferenciación en el acto entre Facundo Moyano, secretario de la Juventud Sindical, y su hermano Pablo, de Camioneros, y la diferenciación política esbozada entre el primero y Hugo Moyano (sobre la necesidad de no poner una barrera contra la juventud cristinista y sí ponerla, en cambio, contra la derecha oligárquica), obligará a la izquierda socialista a no meter a todos los peronistas en una misma bolsa. En primer lugar, porque si el kirchnerismo, por razones sociológicas e ideológicas, no era ya el peronismo de Perón, el cristinismo –que prescinde de la CGT y del PJ– crea aún más contradicciones y grietas en el aparato gobernante, que habrá que saber aprovechar políticamente.
La izquierda socialista, que menosprecia los programas de Huerta Grande y La Falda, podría aprender a romper la actual dicotomía de su accionar entre el mero sindicalismo clasista y su propaganda socialista revolucionaria abstracta, y a poner los pies sobre la tierra de las reivindicaciones transitorias, nacionales y democráticas, capaces de ayudar a crear un pensamiento clasista, solidario, anticapitalista revolucionario. En efecto, si pudo hacer una acción en común con Hugo Moyano, quizás podrá hacerla con Facundo Moyano y su Juventud Sindical, tan despreciada hasta hoy.

Es indudable que las reivindicaciones del acto son insuficientes. Hay que agregarles la lucha por elevar el nivel de ingreso de 80 por ciento de trabajadores en nómina que no pagan impuestos porque ganan menos que la canasta familiar. Hay que cerrar, en efecto, el abanico salarial, pero no bajando la varilla de los obreros ricos a los que apunta el gobierno, sino subiendo la inferior para disminuir las diferencias salariales que existen entre los especializados y los demás. Hay que acabar con los impuestos indirectos e imponer un gravamen directo a las ganancias de las grandes empresas, los soyeros y los bancos. Hay que elaborar un plan obrero y nacional para hacer frente a la crisis mundial y defender el mercado interno. De hecho, todo eso se planteará en las fábricas como conclusión del acto del día 27, porque el gobierno ha sufrido un fuerte golpe en su prestigio y en su capacidad de iniciativa; ha sido desafiado desde el frente obrero sin que la derecha oligárquica pudiese sacar de eso ningún provecho y aparece débil ante los gobernadores y alcaldes que se inclinan siempre por el que podría darles más ventajas. Moyano difícilmente puede llegar a un acuerdo duradero con el peronismo de derecha y, al mismo tiempo, radicalizar su política obrera para resistir al gobierno.

Eso abre un proceso de crisis tanto en el cristinismo como en las alianzas moyanistas actuales. Veremos, por tanto, toda clase de emigraciones de caudillos y de mezclas políticas inestables. Por último, el líder camionero convocó a un acto masivo para enfrentar al gobierno, pero terminó pidiendo que lo convoquen a discutir, que sean pluralistas. Como decía la poesía satírica “Caló el chapeu, echó su manto al hombro, requirió la espada… Fuese y no hubo nada”. Por tanto, hay margen in extremis para la reconciliación. Todo depende del miedo que tenga la presidenta.

El opio y el esteroide del capitalismo
Maciek Wisniewski*
 
Durante el Mundial en Sudáfrica 2010 Terry Eagleton escribió que el futbol es un opio del pueblo y buen amigo del capitalismo y que si se quiere pensar en un verdadero cambio político, habría que abolirlo –sic (The Guardian, 15/6/2010).
 
Se le reprochó que la suya no era la crítica de la alienación futbolera, sino una prueba de su alienación de la realidad. Pero el marxista británico no es completamente insensible al futbol: en Después de la teoría (Debate, 2005) evocó a George Best y el significado de jugar la pelota para las decisiones morales, lo que recuerda la famosa, pero apócrifa frase de Camus: lo que más sé acerca de moral se lo debo al futbol (él hablaba del deporte en general).

Pero mirando el contexto de la Eurocopa 2012 en Polonia y Ucrania –de la que hoy se juega la final– Eagleton incluso se quedó corto: el futbol puede ser un opio, pero también es un fuerte esteroide, un motor de la acumulación y del desarrollo desigual.

Para el premier Donald Tusk (PO) –gran aficionado y jugador– la Eurocopa fue un regalo: no sólo cumplía sus sueños, sino que vino justo a tiempo para salvarlo. En los meses pasados él y su gabinete liberal-conservador, arrogante y hostil a cualquier diálogo social, enfrentaron grandes protestas (las más fuertes por retrasar la edad de jubilación) y metían la pata una y otra vez.

Gracias al futbol anestesiaron la sociedad y mejoraron la imagen. Anunciaron una peculiar pax futbolera, posponiendo las reformas y pidiendo a los sindicatos que no se manifestaran durante el evento (Tusk prefiere tratar con una masa sinclasista de hinchas que con los sectores agrupados en torno a demandas específicas).

Gracias a un particular conjunto de factores Polonia se salvó relativamente de la crisis. Las inversiones para la Eurocopa jugaron un papel, pero decir que fueron decisivos o que el campeonato ha sido crucial para la modernización de la infraestructura (estadios, aeropuertos, carreteras y trenes en cuales se gastó unos 23 mil millones de euros) es admitir que el gobierno es inepto y sin el futbol no sabe hacer nada.

Además se construía rápido, en una atmósfera de la euforia, sin pensar en las verdaderas necesidades. Se invirtió demasiado en los estadios y en los aeropuertos, poco en trenes.

Lo más preocupante es que el efecto esteroide en la construcción es la prolongación del modelo que ocasionó la crisis (Polonia se salvó porque no tuvo un boom inmobiliario). Más que dejar un legado del que hablan los políticos (ni hablar de ganancias que serán para la UEFA y los monopolios), dejará problemas económicos y sociales.
La mayoría de estadios para la Eurocopa 2004 en Portugal resultaron elefantes blancos. Hoy es más barato demolerlos, que mantenerlos. Pero la deuda contraída para su construcción infló el déficit, problema que hoy acecha a este país (una estupenda lección sobre el origen de la eurocrisis –nada que ver los supuestos privilegios sociales).

Para construir los suyos Poznan, Wroclaw y Gdansk se endeudaron hasta las orejas (Varsovia está mejor). Podrían servir para conciertos o ferias, pero hacerlos rentables será difícil. Ya antes faltaba para hospitales, viviendas, escuelas, guarderías, teatros o transporte público. Ahora habrá aún menos gasto social, más privatización de bienes municipales y más impuestos.
El futbol resultó aquí la herramienta de la redistribución de riqueza hacia arriba y de estructurar las ciudades en torno de las exigencias del capital. En fin el circo lo pagará la gente, aunque no quiera verlo.
Marx, que tachó la religión de opio, criticaba al propio pueblo que prefiere soñar en vez de fijarse en las condiciones materiales de su vida. Su intención era que los viera.

En Polonia la crítica de la Eurocopa desde el principio fue objeto de burla. Pocos se atrevían a decir que mucha parte del dinero será malgastado. Lo oficial era un sueño de la grandeza futbolística (con un equipo mediocre) y del prestigio internacional (lo que decía más de nuestras inseguridades, que del evento).

Los que resistieron esta maniobra organizaron una campaña Pan en vez del circo criticando el endeudamiento, la falta de la política pública de la vivienda y reclamando el derecho a la participación en la gestión de las ciudades –una voz en el desierto.

Dicho todo esto y estando consciente de los usos y abusos del futbol, por un mes anduve hasta cierto punto alienado o conectado con la realidad futbolera. Lloré cuando Polonia no salió del grupo (no lo logramos desde hace 30 años...). Me enfurecí cuando tampoco lo logró Ucrania (a la que no le reconocieron un gol, aunque el balón entró en el arco...). Disfruté el hecho y el estilo con que Italia derrotó a Alemania en las semifinales.

El futbol por supuesto no se trata sólo del capitalismo. Querer abolirlo es absurdo.

Pero tal vez sólo en otro modo de producción el juego cobraría su verdadera dimensión moral (ya que la única moral capitalista es la del mejor postor).

Tal vez sólo más allá del capital dejará de ser el opio y el esteroide del sistema, volviéndose un placer puro (a Eagleton le gusta subrayar que la teoría de Marx no es tanto sobre el trabajo, sino sobre el tiempo libre que permita el florecimiento humano).
*Periodista polaco

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