Hong Kong: del brazo chino
Una trabajadora sexual en Hong Kong.
Foto: AP
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HONG KONG (apro).- Las prostitutas son directas en Hong Kong. A plena luz del
día arrastran del brazo a sus clientes hasta sus locales. Chicas con minúscula
ropa miran a los transeúntes desde las portadas de las revistas de los quioscos.
Se puede apostar en carreras de caballos, cruzarse con activistas de la secta
Falun Gong, manifestarse a favor del sufragio universal o encender miles de
velas en la plaza Victoria en cada aniversario de la matanza de Tiananmén. Si se
introduce Tiananmén en Google Fotos no se ven a turistas sonriendo en la plaza
sino a un heroico hombre deteniendo una columna de tanques.
Nada de eso es nuevo. Tampoco que Hong Kong sea uno de los mayores centros
financieros del mundo. La noticia, en este caso, es que todo sigue igual.
Este 1 de julio se celebra el decimoquinto aniversario del retorno de Hong
Kong a China continental. En esa fecha de 1997 se arrió la bandera de Union Jack
y se izó la china; sonó el God Save the Queen por última vez y el himno chino
por primera; 4 mil soldados chinos ocuparon el edificio Príncipe Carlos que
acababan de dejar los ingleses y el príncipe, el primer ministro Tony Blair y
Chris Patten, el último gobernador británico en Hong Kong, abordaron el yate
real Britannia que enfiló rumbo a Inglaterra.
En aquel entonces un tono de obituario presidía la prensa londinense. Se
empezaba hablando del orgullo de haber convertido una isla desnuda, de ladrones
y piratas, en la joya de Asia. Incluso la prensa más sesuda y honorable abordaba
el tema con poco tacto británico: “Una ciudad tan maravillosa se entrega a la
dictadura corrupta de China”, aseguraba un profesor de Cambridge en el periódico
Daily Telegraph. La publicación estadounidense Fortune tituló: “La muerte de
Hong Kong”.
El miedo había vencido a muchos hongkoneses. Desde 1984, cuando se firmó el
acuerdo de entrega, hasta 1997, casi una décima parte de la población había
emigrado. El ritmo se aceleró tras la matanza de Tiananmén en 1989. Los que
tenían un pasaporte doble volaron a Estados Unidos, Canadá o Australia, donde se
recibió con los brazos abiertos su proverbial adicción al trabajo y destreza en
los negocios.
“Un país, dos sistemas”
El imperio británico tomó posesión de Hong Kong tras las dos Guerras del
Opio, a mediados del siglo XIX. El desencadenante fue la voluntad china de
detener el proceso de atontamiento del pueblo causado por el consumo masivo de
opio indio, exportado por Gran Bretaña para sofocar el desequilibrio comercial
con China.
La decadente dinastía Qing capituló ante Gran Bretaña, que acunaba la
Revolución Industrial. China firmó el Tratado de Nanking y cedió Hong Kong a
perpetuidad. En 1898 se estableció un usufructo de 99 años, con vencimiento en
1997, y que alcanzaba a la isla de Hong Kong, Kowloon y la zona de Nuevos
Territorios.
China conoce ese tipo de tratados como desiguales, impuestos por las
potencias extranjeras que la cuartearon en el pasado aprovechando su debilidad,
así que en la actualidad intenta recuperar todo lo que le había pertenecido.
Hong Kong sirve de termómetro geopolítico: aquel acuerdo evidenció la supremacía
europea de la misma forma que la devolución a China quince años atrás anticipó
el viraje del poder hacia Asia.
Margaret Thatcher, la primera ministra que devolvió Hong Kong a
regañadientes, reconoció diez años después que aquellos temores se habían
revelado “ampliamente injustificados”. China ha cumplido su promesa de respetar
el principio “un país, dos sistemas”, ideado por Deng Xiaoping: Hong Kong
conserva su gobierno, Parlamento, derechos humanos, sistema económico
capitalista y judicial independiente. China se reserva la Defensa y Asuntos
Exteriores.
La China continental y Hong Kong han crecido de la mano. El comercio
bilateral se ha duplicado (un 209 %) desde 1997. La pujante economía del
interior utiliza a la isla como trampolín internacional. Ésta, a su vez,
alimenta el sector de servicios con la demanda del continente. Hong Kong
continúa como el tercer mayor centro financiero del mundo, por detrás de Londres
y Nueva York, según el índice publicado en marzo de este año. Su economía es la
más competitiva del mundo, según el Instituto Internacional de Gestión del
Desarrollo, un par de posiciones más arriba que en 1997. Abrazado al flotador de
Pekín, Hong Kong ha salvado la crisis que ha atenazado a Occidente. La economía
ha crecido un 66 % desde 1997 y el Producto Interior Bruto ya alcanza los dos
billones de HK dólares.
“Hong Kong ha recibido grandes beneficios del continente, sobre todo a partir
de que China entrara en la Organización Mundial del Comercio (2001). Tenemos la
ventaja única de contar con la China del interior y además mantener nuestra
estrategia internacional”, juzga Helen Chan, economista jefe del gobierno de la
isla, en una entrevista con Apro realizada por correo electrónico.
Sintonía
Hay un ubicuo aroma inglés en la isla, desde los autobuses rojos de dos pisos
a los carteles de mind the gap en el Metro. La identidad hongkonesa es compleja.
Los isleños comparten con los taiwaneses cierto sentimiento de superioridad pero
les diferencia su mayor sintonía con los chinos continentales. El South China
Morning Post, diario de referencia, evalúa desde 1997 cómo se siente la
población local: hongkonés, sinohongkonés o chino. El punto más alto de la
última opción coincidió con la crisis del Síndrome Respiratorio Agudo Severo
(SARS) de 2003: Beijing evitó el colapso de la excolonia fomentando el turismo
cuando nadie se atrevía a acercarse. A cambio, cualquiera de las frecuentes
desgracias naturales que padece China muestra a los hongkoneses en la primera
línea de ayuda.
Sólo en el último año ha caído de forma evidente la sintonía con China. Hay
cierta sensación de que Pekín intenta intervenir en asuntos que exceden la
política del “un país, dos sistemas”. La autocensura de la prensa es un lamento
recurrente. Permanecen diarios abiertamente hostiles a Beijing como el popular
Apple Daily, pero los medios serios han limado sus dientes. Un reciente
escándalo ha alcanzado al South China Morning Post, que degradó la noticia de la
muerte de un disidente a una nota breve por decisión del editor de la edición en
chino.
Brian Bridges, catedrático de Ciencia Política de la Universidad Lingnan, de
Hong Kong, recuerda su preocupación de hace 15 por los apocalípticos vaticinios
de los medios anglosajones. “Para mi sorpresa, China fue muy cauta en los
primeros años. Pero en los últimos, Beijing (y los hongkoneses prochinos)
interfieren más abiertamente en los negocios y la prensa.
Desde el punto de vista social, el cuadro es complejo: muchos hongkoneses
tienen buenos amigos o familiares entre los mainlanders (chinos del interior),
pero el resentimiento hacia los nuevos ricos del continente va en aumento.
Muchos hongkoneses subrayan su identidad en contraposición a la china. El
encendido de velas en el parque Victoria cada aniversario de Tiananmén se ha
convertido en la práctica en una especie de día nacional. Este año, en el 23
aniversario de la matanza, se batió el récord de asistencia.
El hongkonés intenta dejar atrás el estereotipo de preocupado sólo por
amontonar dólares. “Cada vez hay más debate público, más conciencia de la
condición de ciudadano. El movimiento viene empujado por los jóvenes, que en
2009 protagonizaron unas protestas históricas contra la construcción de un tren
de alta velocidad a Guangzhou (capital de la provincia de Guandong)”, comenta
por teléfono Pablo Wang, periodista taiwanés instalado en Hong Kong.
Sin embargo, las pretensiones por la esquiva democracia aún quedan lejanas.
Londres la gobernó como una colonia (ni siquiera concedió a los hongkoneses la
nacionalidad que sí dio Portugal a los vecinos macaenses) durante más de siglo y
medio y sólo dos años antes de devolverla a China le entraron las prisas por
democratizarla. Beijing lo consideró un intento de desestabilización y lo echó
atrás.
En la práctica poco ha cambiado: el gobernador que antes Londres nombraba a
dedo es ahora elegido a través de unas elecciones tuteladas por Beijing. Los
hongkoneses, de sangre china, son genéticamente apolíticos: sólo le piden al
gobierno que la economía funcione. “La mayoría de la gente se acurruca en su
rinconcito de felicidad e intenta que no le quiten lo que ya tiene”, juzga
Wang.
Hong Kong se enfrenta a problemas serios como la contaminación, la
desigualdad económica entre ricos y pobres y la competencia de Shanghái.
La isla mantiene el más deslumbrante contorno de rascacielos jamás visto y
serpenteantes y bullangueros mercados callejeros a sus pies. Cuenta con la
energía del huido del patíbulo y con su buena estrella. Fue inglesa cuando
convenía, y no hay en este siglo mejor brazo al que agarrarse que el chino.
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