¿Y ahora con qué amenaza va a asustarnos la próxima Administración?
Sólo cuando el terror toca a nuestra puerta, entra a nuestra casa la última trinchera--, abandonamos la indiferencia. Ejemplo reciente el del coahuilense Humberto Moreira, desecho, roto, ante la ejecución criminal de su primogénito
Fin de sexenio y la sangre chorrea desde todos los medios de comunicación. Vemos, escuchamos, leemos de la captura de un miembro de la zoología criminal apodado “La Ardilla” que cuenta en su haber con más de 320 asesinatos y ya ni siquiera nos conmovemos ante semejante atrocidad. Nada nos admira después de conocer la existencia de “pozoleros” –que diluían en ácido los cuerpos de sus víctimas-- o de personajes que lanzan los cadáveres a hambrientas piaras que no dejan ni siquiera un hueso, o las que calcinan enterrados con cal, y hasta vivos, en desiertos como el de Samalayuca.
Vemos, escuchamos, leemos que, finalmente, la suerte ha bendecido a la fallida Administración de Felipe Calderón –pura suerte, en efecto, la “inteligencia” estuvo otra vez ausente-- y que la Marina Armada ha conseguido anunciar la muerte del “segundo criminal más buscado”, después del muy protegido “Chapo” Guzmán, y ¡que les robaron el cadáver! Tampoco nos sorprende. Conocemos la “eficacia” de las fuerzas federales.
La sociedad se ha acostumbrado y a vivir con el acecho cotidiano, obsesionante, omnipresente del miedo. Y también con el ridículo de la llamada “autoridad”. Nada nos asusta ya. Tampoco nos mueve a burla.
Es amplia y variada la gama de miedos que afecta al ciudadano. Pasa desde el círculo exterior de la gran amenaza de la violencia de los criminales –sumada a la que ejercen aquellos que dizque los combaten-- hasta los diversos círculos interiores que socavan la seguridad en la ciudad, en el barrio y finalmente en la propia casa, concebida ahora como nuestra última trinchera.
Esta tendencia de los dizque gobernantes a necesitar como escenario para su impunidad e ineficiencia un estado de sitio psicológico y permanente tiene un sólido trasfondo histórico, pero se ha incrementado todavía más en los últimos seis años en la medida en que ha aumentado el poder de la industria del miedo. El cine y, aún con más eficacia la televisión, son los encargados de difundir a todo el país las amenazas y, cuando suceden, los hechos violentos y hasta las capturas de capos delincuenciales que –“este era un gato con los pies de trapo…”-- suscitarán nuevas amenazas.
Pero detrás de la televisión, verdadera vanguardia de la industria del miedo con sus reality show o noticieros, si es que usted quiere llamarles así --con las persecuciones policíacas y asaltos, el reguero de cadáveres, las presentaciones casi cotidianas de “los brazos derechos” y ahora hasta de los capos--, se hallan pertrechadas las restantes fuentes que alimentan el caudal de la continua sospecha: apenas disimulado, el brutal negocio armamentístico que desde Estados Unidos afila su cuchillo en los destrozos de estados enteros, con operaciones como “Rápido y Furioso” que apenas es botón de muestra. Y, más camuflados todavía, el de la energía que tan fácilmente confunde sangre con petróleo, y el farmacéutico que engrosa sus dividendos agitando el fantasma de inminentes epidemias, como aquella memorable de la A-H1N1.
Y vaya paradoja. Los spots de la fallida Administración nos han vacunado contra el miedo. Vemos, escuchamos, leemos hasta el hartazgo que “en el gobierno del Presidente de la República” se capturó a fulano y a mengano. Que deshicieron esta y aquella otra banda. Que, ¡qué brutos!, ¡qué buenos son estos tipos para combatir a los delincuentes! Pero el mensaje no coincide con la realidad. Y así nos volvemos indiferentes ante el miedo.
Sólo cuando el terror toca a nuestra puerta, entra a nuestra casa –la última trinchera--, abandonamos la indiferencia. Ejemplo reciente el del coahuilense Humberto Moreira, desecho, roto, ante la ejecución criminal de su primogénito.
Nada nos conmueve. Ni los 320 muertos en la cuenta de “La Ardilla”. Ni la desaparición física del “Lazca”, fundador de la banda criminal “de la última letra”.
Nos hemos vuelto indiferentes al miedo.
¿Y ahora con qué amenaza va a asustarnos la próxima Administración?
Índice Flamígero: “Pues nada, que ahora tendremos que mamarnos cien conferencias de Poiré y unos dos millones de spots del gobierno federal aplaudiendo la hazaña de los bien entrenados marinos”, me escribe un militar retirado, amigo de la casa, quien cuestiona la efectividad de los nutridos y costosos equipos de inteligencia. Al final, fue un soplón quién dio la ubicación de Heriberto Lazcano. Al final resultó que en el enfrentamiento éste iba sólo con un acompañante, y esos servicios de dizque “inteligencia” siempre decían que lo rodeaban 200 sicarios, y que por tal era imposible su captura. + + + Dentro de 51 días llega a su fin la fallida Administración de Felipe Calderón. ¿Cuántos hectolitros de sangre están todavía por derramarse?
Francisco Rodríguez - Opinión EMET
Los encuentros de Peña-Calderón y sus lecturas
También es fácil predecir que de continuar Peña Nieto la política entreguista de Calderón a la oligarquía, su pérdida de credibilidad será acelerada, así como su desprestigio público
Llama la atención el interés de Felipe Calderón por reunirse con quien será su sucesor, Enrique Peña Nieto, pues se trata de un hecho inédito, que se presta a diversas interpretaciones. La sabiduría popular recomienda no hacer cosas buenas que parezcan malas, como en este caso, toda vez que independientemente de los verdaderos motivos de los encuentros entre ambos, junto con sus respectivos más cercanos colaboradores, destaca la sensación de que no tienen más objeto que involucrar al priísta en las pésimas decisiones del aún inquilino de Los Pinos.
En efecto, lo que se piensa de entrada sobre estas reuniones es que Calderón quiere que Peña Nieto se convierta en su cómplice, y al no conseguirlo, porque el ex gobernador mexiquense no aceptaría semejante “arreglo”, ni aunque estuviera acompañado de jugosos negocios entre ambos, cuando menos lograr que lo proteja y salvaguarde algunos de sus intereses más preciados, como los negocios hechos a través de Pemex con empresarios españoles. Sin olvidar el asunto del juicio promovido por organizaciones no gubernamentales en el Tribunal Internacional de La Haya.
Como el sexenio calderonista fue un desastre para México, que aceleró la descomposición generalizada luego de tres décadas de hecatombe neoliberal, quien lo encabeza demuestra estar consciente de que no será fácil decir adiós al poder y regresar a la vida privada. De ahí su desesperación por lograr algún tipo de acuerdo con su sucesor, teniendo en cuenta que actúan bajo los mismos lineamientos estratégicos y tienen similares intereses de clase. Sin embargo, aunque tal es la verdad, también lo es que Peña Nieto y su grupo traen objetivos propios.
Mientras llega la hora de la partida, Calderón continúa tratando, al costo que sea, de que su imagen pública no sea la de quien empantanó a México en la violencia extrema, en una guerra sin sentido que sólo quienes han sido beneficiados por ella le aplauden: los traficantes de armas, los cárteles surgidos al calor de la contienda que de otro modo no habrían tenido esa oportunidad, como los famosos “Zetas”, los servidores públicos que han hecho carrera ascendente en muy poco tiempo gracias a tanta violencia. Para ello ha derrochado recursos del erario en costosas campañas en medios electrónicos, mismos que habrían podido servir para fines más provechosos, como por ejemplo surtir al IMSS y al ISSSTE de los miles de medicamentos que no tienen para sus derechohabientes.
Como todas las exageraciones acaban por fastidiar, el público al que llegan esos demagógicos mensajes dejó de prestarles atención, de creer su contenido. ¿Quién va a creer que Calderón hizo la obra más extraordinaria, “como en ningún otro sexenio”? En cada uno de los renglones de la administración pública, sólo hasta que llegó Calderón se obtuvieron grandes logros. Ni la propia Martha Sahagún llegó a tal grado de insensatez y falta de respeto a la sociedad.
Lo que sí queda muy claro para la ciudadanía, es que Calderón deja un país enlutado, “como en ningún otro sexenio”; con una deuda interna y externa, “como en ningún otro sexenio”; con el número de desempleados y subempleados, “como en ningún otro sexenio”. Esto es lo que resulta evidente para la inmensa mayoría de mexicanos. Así que todos los miles de millones de pesos gastados en propaganda televisiva y radiofónica, son dinero tirado al caño de aguas negras.
En lo que Peña Nieto si se habrá de comprometer, lo está haciendo a través de los legisladores del PRI en el Congreso, es en aprobar las mal llamadas reformas estructurales, que en realidad no son otra cosa que acciones públicas orientadas a dañar más al país y a la población mayoritaria, como es el caso en este momento con la reforma laboral que deja Calderón, tendiente únicamente a favorecer la voracidad del sector patronal más reaccionario.
De ahí que sea fácil afirmar que Peña Nieto iniciará su “gobierno” por la puerta falsa que sólo conduce al distanciamiento con las clases mayoritarias. No es fortuito que el capítulo México del Tribunal Permanente de los Pueblos (TPP), afirme que el Estado mexicano “encabeza la sistemática e impune violación a los derechos de los trabajadores, pasa por encima de las leyes laborales, y de los convenios y recomendaciones de la Organización Internacional del Trabajo”.
También es fácil predecir que de continuar Peña Nieto la política entreguista de Calderón a la oligarquía, su pérdida de credibilidad será acelerada, así como su desprestigio público. Que Calderón haya aceptado servir de peón de grupos oligárquicos, es comprensible debido a que sin ellos no habría podido llegar a Los Pinos. ¿No hará nada Peña Nieto para evitar que la ciudadanía piense lo mismo de él? Por lo pronto, la cúpula empresarial lo está poniendo a prueba, como se observa en las reuniones donde los dirigentes empresariales actúan con una soberbia que espanta.
Guillermo Fabela - Opinión EMET
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