Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

lunes, 5 de noviembre de 2012

American Curios- Elección anticlimática- El 6 de noviembre los estadunidenses deciden qué país quieren

Elecciones EU
American Curios
¿Elección sin democracia?
David Brooks
Después de una eternidad (casi dos años) y de un gasto fenomenal (se calcula que las elecciones presidenciales y legislativas de este martes serán las más caras, con un gasto total de 6 mil millones de dólares), estamos ante el momento culminante de lo que aquí se llama democracia: la elección.
 
 
Los argumentos de los autollamados expertos; comentaristas; observadores-intelectuales –tan encantados con sus ensayos, en los que emplea un vocabulario tan exquisito que acaban desinformando o hasta ofuscando lo que pretenden revelar, y ni hablar de la manipulación profesional de los estrategas electorales provenientes de la industria de las relaciones públicas, como dice Noam Chomsky–; productores de Hollywood contratados para presentar el espectáculo de las convenciones y otros actos políticos, y el torrente de encuestas que buscan capturar eso que llaman opinión pública, de repente cesarán de pronosticar el futuro, porque al fin hablará, dicen, el demos a través de las urnas.
 
Claro, inmediatamente después se reiniciará la cacofonía para interpretar, manipular y muy posiblemente cuestionar el resultado. Todo el ejercicio será proclamado en función de la voluntad popular, la esencia de la democracia.
 
Los debates han sido intensos. Siempre es la elección más importante de la historia. Una vez más hay disputa entre los progresistas sobre si votar o no, en este caso, por un presidente que ha desilusionado a muchos, con los argumentos de siempre: que aun si no te gusta es urgente evitar el triunfo del republicano y la agenda derechista, que podría ser catastrófica. Del otro lado se habla en términos bíblicos: Dios está en esta disputa electoral sobre el futuro del país más poderoso del mundo.
 
Sin embargo, es curioso cómo las cúpulas económico-financieras están apostando con millones a ambos y no alarmadas –con algunas excepciones muy particulares– sobre quién ganará. Lo que se podría clasificar como el gobierno permanente, esa clase profesional de la cúpula política, tampoco está preocupada.
 
Ello a pesar de que millones están desempleados mientras los ricos siguen festejando, hay más pobreza y hambre en el país más rico del mundo, las familias están destrozadas, el futuro de jóvenes está anulado y miles siguen muriendo en guerras. Toda la lista de cosas inaguantables que todos saben. Uno no puede dejar de preguntar si todo ello es resultado de la voluntad del pueblo, o sea, que la mayoría desea que sus condiciones sean las que existen ahora. ¿Esta es la expresión democrática? También uno se pregunta: si no es lo que la mayoría desea, ¿por qué no lo cambia?
 
Aquí los amos del juego han logrado imponer, hasta ahora, la idea de que la única respuesta es la electoral, porque existe la democracia y el imperio de la ley. Casi todos, incluyendo progresistas críticos del sistema, aceptan esta verdad.
 
Para el historiador Howard Zinn, es una trampa. En su discurso El problema es la obediencia civil, de 1970, pero que sigue más que actual en 2012, comentó que aquí a la gente se le dice que la casilla es un lugar casi sagrado. “Entras a una, sales, toman tu foto y la publican en el periódico con una sonrisa beatífica. Acabas de votar. Esa es la democracia. Pero si lees aun lo que dicen los científicos políticos –aunque, ¿quién puede?– sobre el proceso de votación, encuentras que el proceso electoral es una farsa. A los estados totalitarios les encantan las votaciones: llevan a la gente a las urnas y registran su aprobación. Sé que hay una diferencia: ellos tienen un solo partido y nosotros tenemos dos. Tenemos un partido más que ellos ven”.
 
Agrega que lo necesario es recuperar los principios de la Declaración de Independencia, que giran en torno al “espíritu de resistencia a la autoridad ilegítima y a fuerzas que despojan al pueblo de su vida, libertad y derecho de buscar la felicidad, y bajo estas condiciones insta al derecho de alterar o abolir la forma actual del gobierno….” Para lograr esos principios, Zinn sostiene que vamos a necesitar salirnos de la ley, de dejar de obedecer leyes que demandan matar o alocar la riqueza de la manera en que se ha hecho.
 
Afirma que uno no debe seguir reglas y leyes que imponen un orden no democrático. Empiezo con la suposición de que las cosas están mal, que en la cárcel están quienes no debieran, que fuera de la cárcel no están quienes debieran, que en el poder no están los que debieran y fuera del poder no están quienes debieran, que la riqueza está distribuida en este país y en el mundo de tal manera que no simplemente se necesita una reforma pequeña, sino una redistribución drástica de la riqueza. Todo esto, diagnosticó, es porque “nuestro problema es la obediencia civil… el número de personas que en todo el mundo obedecen los dictados de los líderes de sus gobiernos y han ido a la guerra, y millones han muerto como resultado de esta obediencia… Nuestro problema es que la gente es obediente frente a la pobreza, el hambre, la estupidez, la guerra y la crueldad. Nuestro problema es que la gente es obediente mientras las cárceles están llenas de pequeños rateros, mientras los grandes rateros están a cargo del país”.
 
Al día siguiente de que pronunció este discurso en la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore, Zinn fue arrestado al regresar a su aula de la Universidad de Boston y pasó unas noches en la cárcel. Había decidido viajar a Baltimore a presentarse a un debate sobre este tema en lugar de cumplir una orden judicial de comparecer ante un tribunal por un acto de desobediencia civil contra la guerra en Vietnam.
 
Estas elecciones no serán suficientes para proclamar el triunfo de la democracia.
 
 
 
 
Elección anticlimática
Mañana los electores estadunidenses deberán hacer frente a una decisión por demás difícil: votar por el actual presidente, el demócrata Barack Obama, o elegir al republicano Mitt Romney. Más allá de los nombres y los colores partidarios, la alternativa real está entre dar continuidad a una administración que carga con el peso del desencanto por las incumplidas promesas de cambio formuladas hace cuatro años por el propio Obama o inclinarse por un cambio sin propuestas, como el que ofrece Romney.
 
Tras cuatro años de encabezar un gobierno vacilante y en muchos sentidos continuista con respecto a su antecesor republicano, George Walker Bush, Obama no es ya ni la sombra de aquel político joven y fresco que despertó la esperanza de millones en la posibilidad de introducir en la Casa Blanca factores de contención, sensatez y sentido social. Si bien ha conseguido frenar el pavoroso declive económico en que Bush dejó a la superpotencia, no logró, en cambio, poner freno a la voracidad de los grandes conglomerados empresariales –factor principal de la crisis– ni hacer del bienestar social el eje de la recuperación. Más que poner fin a las aventuras colonialistas de Washington en Irak y Afganistán, se limitó a hacer presentable la derrota estadunidense en ambos países, y la política intervencionista, belicista y unilateral de Estados Unidos en el mundo se ha sostenido casi sin variaciones con respecto al cuatrienio anterior. Por otra parte, Obama no ha podido o no ha querido revertir la grave pérdida de libertades individuales y de derechos humanos derivada de la guerra contra el terrorismo que emprendió el gobierno que lo precedió.
 
Romney, por su parte, ha hecho la parte sustancial de su campaña a partir de críticas a la ineficiencia del gobierno demócrata y, si bien ha insistido afanosamente en distanciarse de su correligionario Bush, su conformación ideológica hace pensar que, en caso de alzarse con el triunfo, llevaría al país por un rumbo muy semejante de injerencismo militar, abierto respaldo a los intereses empresariales en detrimento de las personas, integrismo cristiano y conservadurismo social.
 
En tal circunstancia, el proceso electoral que deberá culminar mañana se presenta más como una competencia de defectos que de virtudes. Los electores demócratas no necesariamente irán a las urnas porque estén de acuerdo con las propuestas de Obama, sino con el propósito de frenar un retorno de los republicanos a la Casa Blanca; quienes sufraguen por Romney emitirán un voto de castigo al actual mandatario, más que una adhesión a las evanescentes propuestas de su rival.
 
En el caso de México, la política exterior de Washington ha variado muy poco entre el republicano Bush y el demócrata Obama, y en la elección actual no hay razón para pensar que haya en juego más que matices, salvo por lo que se refiere a la situación de nuestros connacionales en el vecino país, por cuanto en las filas republicanas son más fuertes las tendencias racistas y xenófobas. Tal vez por ello la gran mayoría de los ciudadanos de origen mexicano con derecho a voto se inclinarán, según las encuestas, por otros cuatro años de Obama.
 
 
 
 
El 6 de noviembre los estadunidenses deciden qué país quieren
Arturo Balderas /II
Si la aprobación del plan de salud fue un parteaguas en el gobierno de Barack Obama, la llegada de Mitt Romney a la Casa Blanca pudiera ser, a su vez, el parteaguas para el futuro del país. Al menos así lo han considerado diversos observadores de la vida política y económica del país. Tal vez uno de los que resume más claramente este pensamiento sea el premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, quien en un artículo en el New York Times concluyó que lo que está en juego es la oportunidad de superar una de las más negras etapas del país, en la que la desigualdad se ha profundizado como en ninguna otra nación desarrollada. Agrega que el proyecto político de la dupla Romney-Ryan no se diferencia mucho del que profundizó la desigualdad durante el gobierno de Bush. Su política de bajos impuestos a quienes perciben mayores ingresos, castigando a las clases medias y bajas con gravámenes incluso más altos que los que pagan quienes reciben cuantiosos intereses de sus inversiones en el sector financiero, sin duda acentuarán esa desigualdad. Concluye que la crisis que explotó en 2008 es la mejor prueba de que la autorregulación de los mercados que Romney y Ryan proponen como vía para el crecimiento, no sólo es un mito sino un fracaso rotundo que, como se ya vio, culminó en el desastre que dejó al país en una virtual quiebra.
 
A esa advertencia de Stiglitz hay que agregar otra de quienes han seguido el proceso de validación constitucional del sistema jurídico en la Suprema Corte de Justicia, que en el largo plazo pudiera ser aún más catastrófica para los derechos de las minorías e incluso para el futuro perfil de la sociedad. Muy probablemente el próximo presidente nombrará por lo menos a dos ministros de la Suprema Corte, supliendo a dos que, por su avanzada edad, han expresado su intensión de retirarse. No es casual la similitud de pensamiento del mandatario con el de sus nominados para formar parte de esa institución. Actualmente la Corte está compuesta por cuatro ministros conservadores, cuatro liberales y uno que, sólo en teoría, define el balance en las decisiones de la Corte. Lo cierto es que este último, que fue nombrado durante el gobierno republicano de Bush, invariablemente se ha alineado con los cuatro ministros conservadores en decisiones relevantes, como Citizen United, que abrió las compuertas del dinero corporativo al proceso electoral. Tomando en consideración que los cargos en esa institución son de por vida, el perfil ideológico de quien gobierne el país se plasmará en la Corte por muchos años en el futuro. Para dar cuenta de la importancia de lo que ahí se juega, vale subrayar, entre otras, dos decisiones de vital importancia para el respeto de los derechos humanos que revocaría una Corte mayoritariamente conservadora: el derecho al aborto y el de acción afirmativa. El primero liquidaría la lucha que las mujeres han dado desde mediados del siglo pasado porque se respete su derecho a decidir sobre su reproducción, y el segundo acabaría con uno de los más importantes preceptos de igualación en las diferencias sociales y económicas y evitar la discriminación por motivos raciales, religiosos, de género, de preferencia sexual, o de nacionalidad para el acceso al empleo y la educación superior.
 
 
No es del todo descabellada la idea de que esta Corte, presidida por un juez conservador, haya aprobado la decisión Citizen United con la intención de darle un pasaporte a quienes en el sector corporativo provocaron la crisis que explotó en 2008. Ahora, ellos mismos quieren evitar por todos los medios la relección del presidente que ha pretendido regular y frenar su inescrupulosa forma de operar.
 
 
En unos días se sabrá quién gobernará al país a partir de 2013. La moneda está en el aire y al parecer dependerá de la forma en que se vote en un puñado de estados en los que hasta ahora parece haber un empate técnico entre Obama y Romney. De entre ellos, La Florida, Virginia, Colorado y especialmente Ohio destacan, porque sus votos en el Colegio Electoral, donde se calificará la elección, serán definitivos. De entre las decenas de encuestas e instituciones que las realizan es difícil precisar cuál es la más acertada. Uno puede escoger la que mejor le parezca de acuerdo con el candidato que se prefiera. Sin embargo, es preciso citar la que realizó la organización PEW, una de las más serias e imparciales, que ubicó a los candidatos empatados con 47 por ciento cada uno en las preferencias del voto universal. Es necesario recordar que la elección la gana no el que tenga más votos totales en todo el país (voto universal) sino el que tenga mayoría de votos en el Colegio Electoral, en donde cada estado de la Unión Americana tiene un peso específico diferente. California, el de mayor población, tiene 55 votos electorales; le siguen Texas y Nueva York, con 38 y 29, respectivamente, y así hasta los estados de menor población, como Alaska, Montana y Wyoming, con tres sufragios electorales cada uno.
 
En el caso del Colegio Electoral, la mayoría de las encuestas dan un ligero margen a Barack Obama. Si no sucede lo que en el año 2000, cuando después de un litigio abruptamente interrumpido, la Suprema Corte obsequió la presidencia a George W. Bush, es muy probable que Obama continúe como huésped de la Casa Blanca por otros cuatro años.

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