Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

jueves, 8 de noviembre de 2012

ASTILLERO- Cuando los estudiantes tumbaron el tinglado

Astillero
Yerbita recreativa
Ironías macabras
Guerra, acá; deleite en EU
FC: Pandora con guadaña
Julio Hernández López
Foto
EN LA CIRT El presidente electo de México, Enrique Peña Nieto, se despide de Joaquín Vargas, al término de la comida con integrantes de la Cámara Nacional de la Industria de la Radio y la Televisión, acto que se realizó ayer en la Expo Bancomer
Foto Yazmín Ortega Cortés
 
No podría ser peor el cierre de sexenio de Felipe Calderón: si alguna esperanza hubiera tenido de que la historia lo absolviera por el baño de sangre y horror a que sometió al país, a unas semanas de cerrar su macabra administración se ha topado con que una de las obsesiones de sus ensueños bélicos ha pasado a ser considerada en dos de los estados unidos del norte como mero material de distracción, sustancia lúdica, yerbita vaciladora. Tal es la tragedia del México torturado y destazado de Calderón: la necrofilia institucionalizada del retador comandante Felipe sigue jugando a las guerritas contra el narcotráfico, con decenas de miles de muertos y desaparecidos, mientras en los estados de Washington y Colorado el martes electoral sirvió también para autorizar la portación y el consumo de mariguana con fines recreativos.
 
Acá ha sido un sexenio de locura criminal para combatir el tráfico de sustancias tóxicas, entre ellas la mariguana, mientras en Estados Unidos el grueso de los consumidores finales no solamente disfrutaron en calma el consumo de hierbas, polvos y pastillas marcadas con sangre en México, sino que ahora se conceden el relajante placer de declarar a la mariguana como algo relacionado con la diversión, el deleite y la alegría, tal como explica la Real Academia Española que es una de las acepciones del término recreativo usado casi con vocación de parque temático (Motalandia, podrían ser llamados esos mundos de felicidad fumable) en los estados con capital en Olympia, aunque su ciudad más importante y conocida es Seattle, y en Denver.
 
A reserva de que se resuelva legalmente la confrontación entre la legislación federal, que no permite tales interpretaciones recreativas, y la soberanía de los dos estados en mención, que en las urnas optaron por quitarle rigidez al tema, resulta dolorosamente necesario para los mexicanos analizar las consideraciones realizadas por una parte vanguardista de la clientela estadunidense (que, si se atiende a la máxima comercial famosa, siempre ha de tener la razón).
 
Por principio de cuentas, se reconoce el derecho de los adultos a decidir sobre el consumo del transtornador cáñamo índico (de la misma manera que a nivel mundial y con abundante publicidad de exaltación en medios masivos se acepta el derecho de esos ciudadanos a consumir bebidas alcohólicas). Luego, se acepta la realidad de que ante el consumo inevitable, así sea en términos de ilegalidad, de las hojas verdes tan famosas, es preferible desalentar las ganancias económicas y el actuar mafioso de las bandas dedicadas a su siembra, traslado y venta. Y finalmente se busca que el Estado reciba el beneficio económico de ese tráfico al someterlo a regulaciones comerciales causantes de impuestos.
 
En cambio, el belicoso Felipe... ¡Ah, el terco Calderón! Acá se impuso una política concentrada en la confrontación física, en soldados sacados de los cuarteles para librar una guerra de exterminio de mexicanos considerados enemigos y no infractores de la ley, a los que se aplicaba una sentencia sumaria de muerte en caliente, sin derecho siquiera a una indagación judicial en forma, mucho menos a esa aspiración republicana de la rehabilitación del delincuente y su reinserción a la sociedad.
 
El fondo de las cosas estaba en la circunstancia política del precario Felipe y en diversos retorcimientos íntimos. Urgido de alguna treta en busca de legitimación, deseoso de refugiarse en los soldados y la policía federal, y luego en los marinos, y obligado por su precariedad de origen a atender las exigencias de sus sostenedores, como el gobierno gringo que fue el que diseñó para su beneficio estratégico la infame guerra contra el narcotráfico, Felipe Calderón desató los demonios de la violencia extrema y la inseguridad pública absoluta, sin escuchar las voces múltiples que ante el horror cotidiano exigían un cambio de rumbo (hasta Vicente Fox, para que no se crea que solamente las inteligencias destacadas), aduciendo razones de patriotismo sacrificado como móviles de su conducta, invocando catástrofes institucionales si él no hubiera tomado la decisión de abrir la caja de una Pandora con guadaña, sonriente y retador ante el juicio de la historia que desde ahora se adivina funesto, patológicamente ensimismado en el bajo mundo de los alias, los capos y las matanzas, y en los desfiles y el ceremonial de las armas.
 
La tendencia mundial va hacia la liberalización del mercado de las drogas. Así lo han recomendado ex presidentes de diversos países y de distintas adscripciones ideológicas (incluso el mexicano Ernesto Zedillo). En Uruguay, por lo pronto, el presidente José Mujica ha propuesto al congreso que se autorice la venta de dosis de mariguana de la mejor calidad a consumidores que harán las transacciones mediante una credencial sin foto ni nombre, pero con un código de barras en el que constarán esos y otros datos de identificación.
 
Calderón deja como saldo de su gestión el consumo de enormes cantidades de dinero público sustraídas a una recta auditación: el presupuesto fue volcado en armas, equipo bélico y movilización de soldados, marinos y policías federales, sin que se pueda verificar si lo oficialmente gastado corresponde a la realidad. También deja una nación agredida, en la que las fuerzas gubernamentales se esmeraron en violentar derechos humanos y en la que los delincuentes organizados impusieron su ley de terror en múltiples regiones y multiplicaron sus ganancias e incluso se expandieron por el mundo. Eso sí, ahora, Calderón sueña con encontrar cobijo en España o en Estados Unidos. Cree que a él le ha llegado el momento de la recreación.
 
El cuadro recompuesto a partir de Washington, Colorado y Uruguay debe ser analizado con seriedad por los siguientes gerentes del negocio. Enrique Peña Nieto tiene en este giro foráneo una oportunidad de replantear el tema de la guerra contra el narcotráfico, no sólo para distanciarse de su funerario antecesor sino para tratar de devolverle a México algo de la mucha seguridad pública perdida. ¡Hasta mañana!
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Facebook: Julio Astillero
Cuando los estudiantes tumbaron el tinglado
Adolfo Gilly*
Foto
Los estudiantes del movimiento #YoSoy132 tumbaron el tinglado de Televisa, cambiaron la escena de la campaña y con sus acciones pusieron en el centro de la política la cuestión de lo político. La imagen, durante un cacerolazo en el Monumento a la Revolución, en octubre pasado
Foto María Luisa Severiano
 
En Valor de uso y utopía, uno de sus libros capitales, Bolívar Echeverría inicia el ensayo Lo político en la política (1996) con una cita de Max Weber: “Bajo política queremos entender hoy: la conducción o la influencia sobre la conducción de un conglomerado político, es decir, de un Estado”. Apoyado en esta diferencia específica entre la política y lo político, avanza en su propia definición de lo político. Es, dice,
 
la capacidad de decidir sobre los asuntos de la vida en sociedad, de fundar y alterar la legalidad que rige la convivencia humana, de tener a la socialidad de la vida humana como una sustancia a la que se le puede dar forma.
 
Lo político no es por lo tanto inmutable y dado de una vez para siempre. Esta dimensión de lo político como rasgo característico de la vida humana a diferencia de otras formas de vida, prosigue Bolívar Echeverría,
 
“se actualiza de manera privilegiada cuando ésta [la vida humana] debe reafirmarse en su propia esencia, allí donde entra en una situación límite: en los momentos extraordinarios o de fundación y re-fundación por los que atraviesa la sociedad; en las épocas de guerra, cuando la comunidad ‘está en peligro´, o de revolución, cuando la comunidad se reencuentra a si misma”.
 
Pero lo político no deja de estar presente en el tiempo cotidiano de la vida social, advierte a continuación; y desarrolla su argumento sobre ese tiempo. No es sin embargo éste el que en esta ocasión nos ocupa. Quiero hablar de nuestra situación actual, de este tiempo mexicano de excepción que no es revolución ni es guerra formal aunque sea igual de sangriento e incierto en su desarrollo y su impredecible desenlace.
 
Es una dimensión trágica, en la cual la política (definida también por Bolívar Echeverría como “el conjunto de actividades propias de la ‘clase política’ centradas en torno al estrato más alto de la institucionalidad social, el del Estado”), ocupa o parece ocupar todo el espacio de lo político en lugar de ser sólo una de sus partes, y no la más importante.
 
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La guerra prolongada en la cual ha sido sumida la sociedad mexicana bajo el pretexto de la guerra contra el narcotráfico es un intento deliberado de desmantelar esa capacidad de decidir sobre los asuntos de la vida en sociedad; de destruir, por la sangre y por el miedo, las formas y los medios de organización y decisión que ésta se fue dando a si misma a lo largo del siglo pasado; y de utilizar las elecciones no como uno más entre esos medios de organización, conquistado en dura lucha por la sociedad, sino como el sustituto único de todas las otras formas de deliberación, organización y acción que esta sociedad fue construyendo para decidir sobre su vida.
 
Esta destrucción de lo socialmente construido, esta expropiación de lo político, es la misma empresa que antes cumplieron, también por la violencia y el miedo, las dictaduras militares centro y sudamericanas. Esa fue la realidad de este sexenio de terror indiscriminado, no sobre los narcotraficantes cuyos negocios han ido ampliando sus radios de acción empresarial y territorial y cuyos ejércitos siguen creciendo en dimensión y poder de fuego, sino sobre la vida social de la población mexicana.
 
A esto denomino la expropiación de lo político por el miedo; y la ocupación de toda la dimensión de lo político por la política.
 
En otras palabras, se trata de la asimilación en el imaginario colectivo de lo político en tanto capacidad de decidir sobre los asuntos de la vida en sociedad, de fundar y alterar la legalidad que rige la convivencia humana, de tener a la socialidad de la vida humana como una sustancia a la que se le puede dar forma, a la política a secas; es decir, al conjunto de actividades propias de la clase política: sus deliberaciones, sus disputas, sus chismes, sus modos de plantear los asuntos de la vida en sociedad para que éstos parezcan asuntos propios de la política, a ser decididos por Ellos; y no de lo político, a ser decididos por nosotros.
 
En estos marcos las elecciones sirve sólon para definir quiénes son Ellos y para dejar en sus manos institucionales las decisiones que hacen a nuestras vidas en el tiempo entre una y otra elección, desde la legislación laboral hasta la venta de Pemex.
 
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Por diversos que fueran los programas de los tres candidatos en la reciente elección –el cuarto no era un candidato sino un artefacto distractivo-, la campaña electoral se desarrolló dentro de tales marcos y sólo en su interior se discutieron las diferencias reales que los separaban.
 
El formato de los debates organizados por Televisa, momento estelar de la campaña, fue en todo funcional a esa concepción de la política como actividad delegada. Todos los candidatos aceptaron ese formato, aun cuando en asuntos capitales como el petróleo, la legislación laboral, la seguridad social y el régimen impositivo, sus propuestas fueran diferentes y hasta opuestas.
 
Desde su arranque la campaña del candidato contrario en esos temas al programa neoliberal, Andrés Manuel López Obrador, que fue a la vez quien concitó mayor apoyo popular como lo mostró visiblemente su multitudinario cierre de campaña en la ciudad de México, se quedó sin embargo dentro de esos marcos.
 
Fue simbólico ese arranque: López Obrador tendiendo su mano a Televisa en la persona de Joaquín López Dóriga. El candidato de oposición a la alianza de facto entre el PRI y el PAN, la cual desde 1988 en adelante ha decidido los resultados de las elecciones presidenciales, aparecía otorgando su confianza al órgano de trasmisión y de imposición de esa alianza y de sus políticas neoliberales sobre la opinión nacional.
 
La teorización de ese gesto fue la propuesta de establecer una República Amorosa (de la cual por cierto no se ha vuelto a escuchar) en este país sumido en la tragedia sangrienta de todos sus días; y el silencio en la práctica sobre esta tragedia cuando les fue planteada a todos los candidatos en el Castillo de Chapultepec por algunas de sus más notorias víctimas entre dolor, rabia, súplica, esperanza y llanto.
 
 
* * *
 
Contra este contexto de imposición del miedo y de expropiación de lo político por los profesionales de la política y por los empresarios y las empresas de la comunicación irrumpió, sorpresivamente hasta para ellos mismos, el #YoSoy132 el viernes 11 de mayo de 2012 en la Universidad Iberoamericana. Los estudiantes tumbaron el tinglado de Televisa, cambiaron la escena de la campaña y con sus acciones pusieron en el centro de la política la cuestión de lo político. Así cambiaron el contenido y la dinámica de la campaña y hasta las mismas cifras de la votación final.
 
 
Dicho con las palabras de Bolívar Echeverria, #YoSoy132 reivindicó en sus hechos y en su discurso la capacidad de decidir sobre los asuntos de la vida en sociedad, de fundar y alterar la legalidad que rige la convivencia humana, de tener a la socialidad de la vida humana como una sustancia a la que se le puede dar forma. La secuencia fue inequívoca. Así han irrumpido siempre e irrumpen hoy estos movimientos en el mundo: primero son los hechos y luego el discurso que los fundamenta, los explica y los generaliza.
 
Así apareció, sin ir más lejos, el ejército de las comunidades indígenas de Chiapas, el EZLN, en la madrugada del 1º de enero de 1994. Después vino el discurso, el ¡ Ya basta! y el ¿De qué nos tienen que perdonar?, y detrás la movilización estudiantil y popular que los cobijó en ese mes de enero contra la represión desencadenada. Así también fue con otros, mayores o menores, de cuya memoria y experiencia se nutren los de hoy, como lo reinvindicaron los estudiantes de la Ibero cuando dijeron ¡Atenco no se olvida!.
 
Todos, cada uno a su modo, reclamaron para sí la recuperación de lo político. No comenzaron por grandes programas sino por causas, por rebeliones contra el despojo, la injusticia, la opresión, y por la conquista o la recuperación de la libertad y del derecho a deliberar y decidir sobre sus propias vidas. Esta recuperación de lo político en los hechos de la vida real comenzó por esas causas de las cuales surgieron los programas y sus organizaciones, y no al revés.
 
La institucionalización de #YoSoy132 equivaldría a sacarlo de ese dominio propio en el cual se mueve para enviarlo al mundo de la política y de los políticos, un mundo que por naturaleza le es ajeno y se rige por otros deseos, otras ansias y otras normas.
 
* * *
 
Seis son causas que hoy declara asumir #YoSoy132:
1. Democratización y trasformación de los medios de comunicación, información y difusión.
2. Cambio en el modelo educativo, científico y tecnológico.
3. Cambio en el modelo económico neoliberal.
4. Cambio en el modelo de seguridad y justicia.
5. Trasformación política y vinculación con los movimientos sociales.
6. Salud.
 
Para que estas causas se corporicen –es decir, se hagan cuerpos y acción- parece necesario precisar, en el caso de cada una de ellas, su significado en la vida cotidiana. Quiere esto decir darse los medios para escuchar y conocer los agravios allí donde sucedan; para avizorar y detectar la injusticia allí donde aparezca; y para defender la libertad allí donde la nieguen. Un movimiento así –un sujeto social, si así se quiere- se mueve según sístoles y diástoles, se va nutriendo día con día y cuenta con una masa crítica para pasar, cuando y donde así lo decida, de la denuncia a la movilización.
 
El neoliberalismo, uno de cuyos rasgos esenciales es el despojo universal –la acumulación por desposesión, como la llamó David Harvey- es también un proceso de vaciamiento de lo político reduciéndolo a la política de las instituciones hoy enajenadas por el movimiento inhumano de las finanzas. El desafío es rechazar ese despojo y, para lograrlo, reconfigurar lo político en torno a las causas de este tiempo nuevo y a las sustancias con que ellas enriquecen nuestros reales mundos de la vida. @
* Leído en el seminario Nuevos actores y viejos poderes: hacia un balance crítico de las elecciones 2012, UAM-Xochimilco, 7 de noviembre de 2012.
I have a dream-Rocha

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