China: un congreso con signos reformistas
Xi Jinping, el próximo gobernante de China.
Foto: AP
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BEIJING (apro).- Durante el XVIII Congreso Nacional del Partido Comunista de
China (Pcch), que iniciará el jueves 8 en Beijing, se llevará a cabo el mayor
relevo de la dirigencia en el poder durante la última década.
Nadie espera sorpresas: Xi Jinping presidirá el país desde que fue señalado como el “el elegido” hace cinco años, durante el anterior Congreso del Pcch.
Nadie espera sorpresas: Xi Jinping presidirá el país desde que fue señalado como el “el elegido” hace cinco años, durante el anterior Congreso del Pcch.
Ahora la tarea más delicada y capital es la composición del Comité Permanente
del Partido. Sus nueve miembros pilotean el país. No obstante, se da por seguro
que en este Congreso el número se reducirá a siete con el propósito de buscar un
órgano más eficiente. De sus actuales integrantes sólo permanecerán Xi y Li
Keqiang, futuro primer ministro.
La China actual nació en la cabeza de Deng Xiaoping. Recogió un país
empobrecido y saturado de ideología y lo encaminó a la cumbre mundial por la vía
pragmática. Su influencia no tiene parangón en la historia mundial: designó a su
sucesor (Jiang Zemin) y al sucesor de su sucesor (Hu Jintao), quien alcanzó el
poder con Deng ya muerto.
Los problemas actuales de China también nacen con Deng y en la degeneración
de su modelo. Sus célebres frases “enriquecerse es glorioso” o “es normal que
algunos se enriquezcan antes que otros”, desembocaron en la década ultraliberal
que encabezó Jiang Zemin y su clan de Shanghái. Fue la época del sálvese quien
pueda y de la tentación de olvidar las áreas rurales (consideradas como casos
perdidos) para concentrar los recursos en las ciudades.
La fórmula del “crecimiento a toda costa” provocó una fractura social entre
pobres y ricos que Hu, quien llegó de provincias atrasadas, ha intentado mitigar
con un giro de la política hacia el bienestar social.
“La brecha creciente”
El ingreso per cápita en las ciudades fue el pasado año 3.13 veces mayor que
el rural (el promedio mundial es 1.5 a 1). Cuando empezaron las reformas en
1978, la proporción era de 2.56 a 1. El sistema de responsabilidad familiar que
sustituyó a las improductivas comunas redujo la proporción a 1.82 a 1 en 1983,
pero desde entonces la brecha no ha dejado de crecer.
El coeficiente Gini, que mide las desigualdades de ingresos, aumentó de 0.275
en los años ochenta a 0.438 en 2010 (se entiende como peligroso para la
estabilidad social cuando rebasa el 0.4).
La prensa occidental repite de manera pertinaz la frase “la brecha creciente”
para referirse a la desigualdad social. Ello suele llevar a la creencia errónea
de que unos han crecido a costa de otros, de que las ciudades avanzan mientras
el campo retrocede o, en el mejor de los casos, se estanca. El crecimiento
económico en los últimos 30 años en la China rural ronda un 8%, pero en las
ciudades, con mayores recursos para generar riqueza, alcanza el 12%. En 2010, un
año de crisis y recesiones globales, los ingresos per cápita en las zonas
rurales crecieron 8.5 % y las ciudades fue 9.8 %. Pese a ello, “la brecha
creciente” es un problema serio.
“Las contradicciones de la economía y sociedad en China se están acercando al
límite”, declaró en septiembre pasado el prestigioso economista Wu Jinglian a la
revista económica Caijing.
Las advertencias no llegan ahora de Occidente, cuyos analistas llevan tres
décadas pronosticando el “inminente” colapso chino, sino que surgen en Beijing
con un acusado sentido autocrítico. Incluso cuando el mundo se maravillaba con
las cifras del crecimiento chino, el gobierno ya alertaba de la caducidad del
modelo de fábrica global. En la práctica se ha hecho poco porque cuesta cambiar
de caballo cuando se encabeza la carrera.
Sin embargo, la crisis mundial, que ha castigado a sus compradores
internacionales, ha confirmado el pronóstico de que se agotó ese modelo
económico basado en las exportaciones: El PIB creció 7.4% en el tercer
trimestre, el ritmo más bajo en tres años y casi la mitad del 14.2 % de 2007. El
Banco Mundial advierte que caerá al 5 % en 2026 si Beijing no reacciona. El
primer ministro Wen Jiabao se disculpó en marzo pasado por no haber actuado con
más decisión.
Un artículo del diario oficialista Study Times señalaba que los problemas
causados por la política económica de la última década eran “más numerosos que
los logros”. Otra publicación del Pcch, Seeking Truth, dijo que “el
estancamiento es una vía muerta”. En la prensa más tradicional, las opiniones
señalan que no bastan los cambios cosméticos; se requieren los
estructurales.
En 2008 Beijing ordenó inyectar capital en infraestructura por un monto de
586 mil millones de dólares con el propósito de eludir la recesión
internacional. El mundo aplaudió la medida porque mantuvo el crecimiento
económico. Hoy se subrayan los efectos negativos: disparó la inflación
inmobiliaria y el endeudamiento de las entidades locales, provocó destrozos
medioambientales, fomentó la corrupción y favoreció a las empresas estatales a
fuerza de castigar a las privadas. La solución actual intenta racionalizar los
esfuerzos gubernamentales y dar más cancha a la iniciativa privada.
Los think tanks a los que Pekín ha pedido consejo defienden la urgente
reforma del crédito financiero, actualmente en manos de los bancos estatales. El
gobierno les dicta a quién, cómo y cuándo prestarlo. Normalmente acaba en las
100 mil empresas estatales (SOE, por sus siglas en inglés). Terminar con sus
privilegios no será fácil. Muchos de sus presidentes son directamente elegidos
por Beijing, forman un grupo de apoyo e influencia y tienen argumentos de peso:
ofrecen beneficios fiscales e invierten en proyectos deficitarios como el
desarrollo de las minorías étnicas.
“Mejorar la competitividad de las SOE y los bancos es clave. Las empresas
pequeñas del sector privado necesitan acceso al capital en igualdad de
condiciones. Asegurar el cumplimiento de la ley y los contratos, y mejorar la
protección intelectual también es esencial”, señala en entrevista John Quelch,
decano de China Europe International Business School (CEIBS), la escuela de
negocios más prestigiosa de China.
“Hay un acuerdo general sobre la necesidad de las reformas y muchas ya están
en marcha (…), aunque tardarán probablemente 15 años en ejecutarse
completamente. No creo que sea necesario un líder muy poderoso para empujarlas.
Si hay consenso, no será difícil. Las que necesitan el apoyo de los gobiernos
locales y las referentes a las SOE son las que implican mayores retos, pero
éstos son manejables”, añade Scott Kennedy, director del Centro de Investigación
de Negocios y Políticas Chinas.
Reformismo
Dentro del debate económico late el político: dar mayor o menor papel al
Estado. La tendencia oficial quedó clara con la destitución en marzo de Bo
Xilai, exjefe del Partido en Chongqing, y quien aspiraba a entrar en el Comité
Permanente. Bo lideraba a los neo-maoístas, quienes abogaban por recuperar los
espacios perdidos por el Estado.
Beijing coloca el consumo interno en el centro de la segunda fase de
crecimiento económico. Los mil 306 dólares de consumo per cápita en China de
2009 apenas son el 4% del estadunidense. Sorprende que la reforma de las
coberturas sociales ocupe un lugar secundario en el debate económico.
La milenaria capacidad de ahorro china tiene por objetivo la vejez y los
imprevistos. Una pierna rota, apenas un contratiempo en Occidente, arruina aquí
una economía familiar.
En China han muerto pacientes en las puertas de los hospitales porque no
podían pagar el tratamiento por adelantado. En los últimos meses se han sucedido
ataques al personal médico por enfermos desesperados. Li Mengnan, de 18 años,
fue condenado la semana pasada a cadena perpetua por matar con un cuchillo a un
médico y herir a otros dos en Harbin (provincia de Heilongjiang). Lo defendió Li
Fangping, un célebre abogado de casos civiles. “Los hospitales recetan medicinas
caras e inútiles para financiarse. Los pacientes esperan horas y son atendidos
sólo durante unos minutos. El sistema no ha mejorado lo suficiente. Faltan
recursos. Las inversiones del gobierno sólo cubren las cuestiones superficiales,
pero no el problema de fondo: la incapacidad del cliente de pagar el
tratamiento”, señala el abogado en entrevista por teléfono.
Beijing emprendió en 2010 una ambiciosa reforma al sistema de salud para
cubrir con algún tipo de seguro médico a sus habitantes (actualmente sólo lo
tienen el 10 % de la población rural y el 25 % de la urbana) y en los últimos
tres años invirtió en este sector 240 mil millones de dólares. El proceso va más
lento de lo esperado.
Es previsible que las urgencias económicas eclipsen los deberes políticos. La
década pasada trajo fenómenos nuevos y saludables: huelgas de trabajadores, el
periodismo de investigación o la caída de líderes corruptos debido a la presión
popular. Sin embargo, al mismo tiempo se ha acentuado la persecución a la
disidencia.
El discurso público reformista lo ha monopolizado Wen, quien se jubilará
durante el Congreso que se realizará en esta semana. El primer ministro ha
repetido que el colapso amenaza si no se acometen reformas urgentes.
La opaca política china sólo permite acercarse al pensamiento de sus líderes
a través de la prensa oficial. Su lectura en los últimos meses sugiere un camino
reformista. La condena a dos años a un campo de rehabilitación por trabajo a Ren
Jianyu por pedir el fin del Pcch provocó lamentos generalizados. El influyente
diario oficialista Global Times publicó que “es preocupante que la gente pueda
ser aún castigada por expresar sus críticas. (…) Eso ocurría en algunos países
antes del siglo XX. Hoy está pasado de moda y atenta contra la libertad de
expresión y el imperio de la ley”.
El diario Study Times, publicado por la escuela donde se forman los cuadros
del Pcch, aplaudió la democracia de Singapur y aclaró que su eterno partido
gobernante goza de un apoyo popular genuino. “Si quieres ganarte el corazón de
la gente, necesitas un gobierno que sirva al pueblo”.
Nunca antes habían salido de órganos tan cercanos al poder llamamientos tan
claros a la libertad de expresión. Los más optimistas ven en ellos la prueba de
que Beijing pretende rebajar la tensión social permitiendo más debates públicos.
Nadie espera, sin embargo, el tránsito a una democracia.
De Hu Jintao se esperaba que resolviera esos retos cuando alcanzó el poder
con fama de audaz. El tiempo lo ha revelado como un tipo prudente. Xi Jinping
los hereda una década después con idéntica reputación y menos tiempo.
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