Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

lunes, 4 de febrero de 2013

American Curios- Desde el otro lado- Nosotros ya no somos los mismos

American Curios
Trinidad
David Brooks
Cada vez menos le creen a esa trinidad sagrada de gobierno, bancos e Iglesia en este país. La confianza de la opinión pública en estas instituciones está por los suelos y a veces parece que ya sólo ellos creen que son creíbles.
 
Sólo 26 por ciento de estadunidenses confía en que el gobierno federal hará lo correcto casi siempre, mientras 73 por ciento dice confiar en el gobierno algunas veces o nunca. Era casi justo lo opuesto en los años 60, cuando 75 por ciento confiaba en el gobierno y sólo 23 por ciento desconfiaba, según un sondeo del Centro de Investigaciones Pew difundido la semana pasada.

Por primera vez una mayoría (53 por ciento) dice que el gobierno federal amenaza sus derechos y libertades personales, percepción que ha sido nutrida por la derecha durante las últimas décadas. De hecho, los promotores de los derechos a las armas suelen argumentar que la Constitución garantiza ese derecho justo para que los ciudadanos puedan defenderse del gobierno si éste intenta amenazar sus libertades.

Estas opiniones son, en gran medida, producto de un masivo esfuerzo de la derecha, que desde tiempos de Ronald Reagan ha buscado desprestigiar, y hasta anular, el papel social y económico del gobierno. Fue Reagan quien dijo: el gobierno no es la solución a nuestro problema, el gobierno es el problema. Desde entonces se ha lanzado una ofensiva para reducir el gobierno, lo cual se traduce en desmantelar los programas sociales y las regulaciones ambientales, laborales y derechos civiles conquistados por movimiento sociales desde los tiempos del Nuevo Trato hasta ahora (nunca mencionan el gasto militar ni los masivos subsidios a las grandes empresas).

Pero esta desconfianza de la sociedad también responde al comportamiento de los políticos de ambos partidos nacionales, que son, con excepciones, especialistas en minar la confianza del pueblo en ellos. La corrupción, la influencia de los dueños del dinero en las elecciones, el manejo de la política nacional por integrantes intercambiables de las cúpulas políticas y empresariales (sobre todo del sector financiero) nutren la percepción de que el gobierno no representa al pueblo, sino más bien está al servicio de unos cuantos.

Todos saben que la cúpulas política y financiera gozan de relaciones íntimas. Los dos candidatos presidenciales recibieron enormes aportaciones electorales de Wall Street en esta última elección; los asesores más influyentes de política económica del gobierno provienen del sector financiero; muchos de los más altos funcionarios, incluidos casi todos los secretarios del Tesoro de los últimos 20 años, fueron altos ejecutivos en el sector bancario. El senador Richard Durbin, uno de los más poderosos en la cámara alta, comentó con gran frustración, al batallar con banqueros para una reforma financiera en 2009, que los bancos francamente son los dueños de este lugar, en referencia al Congreso de Estados Unidos.
 
Ante ello, no sorprende al ciudadano común que ninguno de los más altos ejecutivos financieros haya sido enjuiciado por las maniobras y las manipulaciones que detonaron la crisis económica más grande en casi un siglo y cuyos costos fueron pagados por el pueblo (en fondos públicos para rescatar a los bancos, en millones de empleos perdidos, en recortes a presupuestos estatales, etcétera). Aun cuando uno de los grandes bancos cometa delitos como lavado de dinero para cárteles del narcotráfico, mafias y organizaciones ilícitas, como el reciente caso de HSBC, la justicia estadunidense no responsabiliza penalmente a los ejecutivos.
 
Matt Taibbi, destacado periodista de Rolling Stone y uno de los que más han seguido el asunto del sector financiero y sus relaciones políticas, comentó, en entrevista con el gran Bill Moyers, que la falta de una fiscalización penal de los ejecutivos por las autoridades aquí es alarmante, “porque el estado de derecho no es en verdad estado de derecho si no se aplica a todos por igual. Digo, si vas a encarcelar a alguien por tener un churro de mota en el bolsillo, no puedes dejar ir a ejecutivos de HSBC por lavar 800 millones de dólares para los narcotraficantes... A la larga… el tejido de la sociedad se deshace cuando algunos son encarcelados y otros no…” En los hechos, afirma, el mensaje de estas decisiones del gobierno de no proceder penalmente es que los altos ejecutivos de estas empresas son demasiado poderosos para encarcelarlos.
 
Hablando de relaciones íntimas alarmantes, en este país de Dios (donde cada billete de dólar dice En Dios confiamos y cada discurso político concluye con Dios bendiga a Estados Unidos), la institución religiosa más grande del país continúa abrumada por sus pecados.
 
La semana pasada la Iglesia católica fue obligada a reprobar públicamente a una de sus figuras más reconocidas, el cardenal Roger Mahoney, ex arzobispo de Los Ángeles, la diócesis más grande del país, por encubrir decenas de casos de abusos sexuales de menores por sus curas durante años. Su castigo: de ahora en adelante tiene prohibido hablar en público; a la vez, su ex asistente Thomas Curry fue obligado a renunciar como obispo regional de Santa Bárbara.
 
En uno de los casos, un cura había abusado sexualmente de varios menores, hijos de inmigrantes indocumentados, y por lo menos a uno lo amenazó con la deportación si hablaba. Mahoney, quien se jubiló hace dos años después de servir desde los años 80 en Los Ángeles, se había reunido hace unos años con casi 100 víctimas de estos curas y desde entonces ora por cada uno de ellos todos los días.
 
La cúpula político-empresarial-religiosa estadunidense afirma día tras día que todo lo que hace es para el bien no sólo de este país, sino del mundo. A estas alturas, y como van las cosas, acabarán siendo los únicos que creen en la santidad de su trinidad.
 
Desde el otro lado
Son los votos, no los indocumentados
Arturo Balderas Rodríguez
Ya no es noticia que la comunidad de origen latino jugó un importante papel en la relección del presidente Obama; tampoco es noticia que los millones de indocumentados son necesarios para la economía estadunidense, por no decir indispensables. Por ello se esperaba que entre las prioridades del presidente estuviera la de reformar el sistema migratorio. En un discurso de la semana pasada, conminó al Congreso a establecer las bases con ese fin. Lo inesperado es la premura con la que un grupo de senadores republicanos manifestó su adhesión al llamado del presidente.
 
Esa misma semana, a iniciativa de varios senadores demócratas, algunos de sus colegas republicanos anunciaron la formación de una comisión para estudiar los tiempos de la reforma. Sin embargo, fue desconcertante la falta de sensibilidad con la que algunos de estos últimos se refirieron a las razones de la reforma. La única justificación, dijeron, es ganar votos de quienes simpatizan con los indocumentados. No hubo rubor alguno en esa declaración. Ninguno mencionó la reforma como una necesidad de hacer justicia a quienes han puesto lo mejor de su esfuerzo en beneficio de la economía de Estados Unidos. Tampoco que los indocumentados han sido el principal factor para engrosar las arcas de prominentes empresarios en toda una gama de actividades.
 
Para estos congresistas, la reforma no busca acabar con el trato indigno que se da a indocumentados en las mazmorras del siniestro sheriff Arpaio, en Arizona, o las condiciones de cuasi-esclavitud en los campos agrícolas en los que trabajan, o la disrupción familiar cuando se deporta a los padres, dejando en orfandad a cientos de niños. La reforma, simple y llanamente, es útil como medio para arrebatar los votos a sus opositores. Habrá quienes digan que así es el sistema. Cierto, y en este caso en particular, la política tiene su expresión más acabada, no en la justicia, sino en el momento en que se cuenten los votos y por extensión el poder económico que acompaña la mayoría de esos votos.
 
Con todo, el camino de la reforma está llena de obstáculos y, con mucha razón, se ha dicho que en los detalles está el diablo. El pragmatismo, que ha distinguido a la política estadunidense, debiera ser la clave para superar esos obstáculos. Son muchos los que entienden que en un futuro próximo la mayoría en el país dejará de ser monocolor y que no es posible retroceder en la historia.
 
Nosotros ya no somos los mismos
Recreación de un diciembre represivo, sin consignación de responsables
Ortiz Tejeda
¡Nadie te da gusto!, me dice con acrimonia mi vecina: te incomoda el perfeccionismo y acuciosidad del secretario García Luna que, cuando consideró que la primera toma de la azarosa captura de los Zodiaco adolecía de realismo, suspenso y emotividad, ordenó de inmediato una segunda, para perfeccionar lo filmado. Ahora presionas y presionas a las autoridades porque no descubren y presentan a los culpables del pequeño desaguisado de diciembre, como si eso fuera tan sencillo. ¿Pretendes que, nomás por tus urgencias, sospechosamente malsanas, inculpen a inocentes? (¿Otra vez? Me pregunto para mis adentros, porque si lo hago para mis afueras no me la acabo). Tienes razón, le digo: ya nada más relato cuáles fueron las reacciones y los efectos originados por la trama de la película virtual planteada en las dos columnetas anteriores y, con ésta, me despido del asunto.
 
Todavía no se terminaban de apagar los vehículos incendiados por toda la avenida Juárez, cuando los comensales de El Cardenal y del Wings festejaban haberse aprovechado de la incursión de los manifestantes para no pagar sus consumos, la parturienta se había quitado la almohada de la barriga y se agasajaba con un chow mein en un restaurant de la calle de Dolores; los franciscanos y los monaguillos se echaban unas cheves y unos sándwiches de carne cruda en La Luz (a la vuelta de las iglesias donde fueron sus locaciones), las dos lisiadas en sus sillas de ruedas fueron llevadas por conmovidos manifestantes hasta varias calles al oriente donde tomaron un taxi que las llevó a su lugar habitual de trabajo, el que por ser un día tan especial laboraba de manera estrictamente privada. La actuación de todos los participantes había sido calificada de excelente: la parturienta recordaba a Meryl Streep, en Sophie’s choice, y el manejo de la violencia de las dos inválidas, nada le pedía a las refriegas que se acomodan Bruce Willis y Quentin Tarantino.

Sólo una víctima hubo en toda esa cruenta refriega: Pablo Montero, es decir, el cadete que se le parecía y que salió, sin poderse contener, en defensa de las prófugas del table dance a las que con crueldad inusitada habían tratado sus propios compañeros. Resulta que nuestro actor, ensayado hasta la perfección, se puso a coquetear con una cadeta (con atributos de coronela) y ni cuenta se dio del incidente donde él era la figura principal. El policía que se aventó al ruedo, ¡era de verdad! Conmovido, indignado, incapaz de soportar la brutalidad que ante sus ojos acontecía, olvidó la consigna clave de ese día: la no intervención.

Pudo más en él su sentido de la solidaridad, de la justa indignación por el atropello cometido ante sus ojos, que olvidó una ley marcial inatacable: las órdenes superiores no se discuten, se acatan. Estos dos meses que lleva de arresto han sido buen tiempo para meditar al respecto. Por su parte, nuestro actor fue perdonado, al considerar que a él no le habría salido tan natural este dramático performance, pues decía que todos estos acontecimientos estaban aún en pleno apogeo, cuando ya el ciberespacio había sido inundado con cientos de miles de textos e imágenes de todo cuanto aquí se ha descrito. Muchos de ellos eran generados por testigos directos de los acontecimientos, pero otros, la gran mayoría, eran obra de equipos organizados con anticipación para la difusión masiva, en vivo y en directo, de lo que ocurriera durante la manifestación del día primero. Las redes sociales registrarían una auténtica blitzkrieg informativa por conducto de múltiples bots. Un mail bomber reventaría miles de correos y convertiría los sucesos en infinitos hashtags que mantendrían los comentarios respectivos en los trending topics de todos los siguientes días. Los noticiarios radiotelevisivos de ese mediodía, de la noche y del día siguiente estarían dedicados a repetir los sucesos con comentarios objetivos, serenos y extrañamente idénticos por parte de los agudos y coherentes conductor@s. Y, por supuesto, se contaría con las doctas, lúcidas, patrióticas y comprometidas (¿con quién?) voces de intelectuales y especialistas en diversas ramas de las ciencias sociales (y hasta de artes marciales), que explicarían desde todos los rumbos del conocimiento los móviles, las razones obvias y las raíces profundas de esta insania juvenil: Es natural –sostuvo el doctor # 1– es una ira contenida por siglos. En el alma colectiva del mexicano subyace la herencia sangrienta de Coatlicue y su vástago Huitzilopochtli. –¡Déjese de irracionalidades –le espetó el doctor # 2–, intelectual de izquierda light (que siempre da a estas mesas de discusión un aire de pluralidad): son las condiciones objetivas que prevalecen en el momento histórico que estamos padeciendo las que, al margen de la inexistencia de la organización (condiciones subjetivas), impulsan a las masas a tomar acciones profundamente reaccionarias. –¡Dios de bondad! Cuan capaces son de inventar patrañas para ocultar que todos estos movimientos son patadas de ahogado del perverso Hugo Chávez, que hasta en sus últimos momentos (Dios me perdone estos pensamientos/deseos), trata de hacernos daño, comentó la beatífica doctora # 3. –¡Qué manera de cerrar los ojos a la realidad! –reclamó el doctor # 4–. Obviamente quien financió todo fue El Chapo Guzmán, para exigir que la balanza de la ley se equilibrara en este sexenio. El doctor # 5, catedrático de la Universidad de Pekín, maestro invitado para impartir una cátedra magistral sobre control de daños (comenzando por el control natal), hizo una larga exposición, pero lo único que se le entendió es lo que ya todos sabían: el comportamiento de ambos bandos, el primero de diciembre, estaba en chino. Lo que si nadie conocía (además de chino mandarín), es que el 4 de junio de 1989 este maestro, siendo un jovenzuelo, fue quien se enfrentó a un tanque en la plaza de Tiananmen. (La fotografía del heróico acto ganó el premio World Press del año). Dicen sus malquerientes que el fotógrafo contrató previamente a este chinito y que el manejador del tanque (que disminuyó la velocidad), era un primo suyo. ¿Ven como las ideas están en el aire?
Foto
“Cuando García Luna consideró que la primera toma de la captura de los Zodiaco adolecía de realismo ordenó una segunda para perfeccionar lo filmado”
Foto Francisco Olvera
 
Los días posteriores, las páginas de los diarios se vieron cubiertas por infinidad de desplegados firmados por los organismos más representativos de la IP (banqueros –mexicanos, como son todos–, industriales, financieros, de servicios) que, curiosamente, comenzaban a hacer menos hincapié en las atrocidades de los manifestantes que en la actitud irresponsable, indolente, abúlica de las fuerzas del orden. Algunas cabezas periodísticas señalaban Los estados fallidos surgen cuando los gobiernos fallan o Los monopolios son para hacerlos rendir, no para que se rindan: si no son capaces de ejercer el de la fuerza legítima, ¡privaticémoslo; La gobernabilidad exige gobernar; gobernar es mandar y hacerse obedecer. Se recurrió a los clásicos: ¡Bien dijo Martí (Alejandro, por supuesto, no José): Si no pueden… renuncien! Y lo nunca imaginado: no faltó quien recordara, exaltándolos, a los estudiantes del 68 y del 71. Aquellos jóvenes estaban equivocados, pero eran nobles, desinteresados, patriotas: ofrendaron sus vidas, pero respetaron la propiedad privada.
 
La raya estaba pintada. De aquí en adelante el, los gobiernos, tendrían que decidir: o con el México que en el orden, la paz y la concordia construye, o con quienes, hijos del maligno, se empeñan en convertir nuestro destino en fatalidad.
 
PD. Hace más de un mes el señor procurador (o el secretario de Seguridad), afirmó que estaban a punto de consignar a los responsables de los desaguisados de diciembre, pues ya conocían sus apodos. Quiero recomendarles que se apresuren, pues en los juzgados de lo familiar se han iniciado infinidad de juicios de jurisdicción voluntaria, en los que una multitud de ciudadanos están promoviendo el cambio legal de sus apodos, alias, motes o sobrenombres. Otros han conseguido ser becados en prestigiadas academias policiacas en Miami o en Quantico, Virginia, donde la FBI tiene la más reconocida academia de adiestramiento para agentes sobresalientes de todos los países amigos. Además, Harvard no está nada lejos.

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