Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

sábado, 9 de febrero de 2013

La muy riesgosa apuesta de Hollande en Malí: el desastre probable a largo plazo- No soy Florence- Apuntes postsoviéticos

La muy riesgosa apuesta de Hollande en Malí: el desastre probable a largo plazo
Immanuel Wallerstein
El 11 de enero, el presidente de Francia, François Hollande, envió tropas a Malí. En lo inmediato unas cuantas, pero después unas 3 mil 500, número considerable. El objetivo expresado era luchar contra los varios fundamentalistas islámicos que han tomado el control del norte de Malí. Fue lo que los franceses podrían llamar una gageure –término que deriva de gage, en el sentido de apuesta. Básicamente significa emprender algo muy difícil de lograr. Pienso que la mejor forma de traducirlo es como apuesta riesgosa, y en este caso diría que se trata de una apuesta muy riesgosa.
 
 
¿Qué fue lo que apostó Hollande y por qué lo hizo? Es fácil ver por qué razonó que era buena idea. El presidente de Malí le envió una petición formal de que enviara tropas de inmediato. La justificación ofrecida por ambos presidentes fue que el ejército maliense estaba más o menos en plena retirada y parecía posible que, en un lapso corto de tiempo, los fundamentalistas islámicos pudieran lograr el control de Bamako, la capital de Malí, y gobernar todo el país. Parecía cuestión de ahora o nunca.
 
Es más, Hollande sintió que tenía un respaldo considerable en todo el mundo para emprender algo así. Naciones Unidas había aprobado una resolución por unanimidad, ofreciendo apoyo político al gobierno maliense y autorizando la entrada de tropas africanas de los países vecinos para ayudar. Sin embargo, no se consideraba que estas tropas estuvieran listas todavía y requerían de un urgente entrenamiento. Se había anticipado que podrían estar listas a mediados de 2013.
 
Hollande sintió que Francia no podía esperar tanto.
 
Además, Francia obtuvo el virtual apoyo de Argelia, que antes ya había opuesto acción militar, aun con tropas africanas, pero ahora autorizaba sobrevuelos. Este respaldo fue secundado por Túnez, que dijo que entendía lo que Francia estaba haciendo. Todos los aliados de Francia en la OTAN –en particular Reino Unido, Alemania, Italia y España, y con un poquito menos entusiasmo Estados Unidos– dijeron que Francia estaba haciendo lo correcto y que respaldarían la acción sin enviar tropas, pero ofreciendo transporte aéreo y entrenamiento para los varios ejércitos africanos.
Finalmente, para Hollande había otras ventajas adicionales. La jugada fortalecía la mano del presidente civil de Malí vis-à-vis el líder golpista del ejército maliense, algo que Francia y todos sus aliados querían. Y la jugada parecía transformar la imagen de Hollande al interior de Francia: de ser visto como un presidente débil e indeciso, de la noche a la mañana se volvía un resuelto dirigente en guerra.
 
Entonces, ¿cuál es el riesgo de la apuesta? Hollande le apostó a poder enviar un número limitado de tropas y aviones, arreglar que el norte de Malí fuera reconquistado por el gobierno maliense, quizá con la ayuda de otras tropas africanas y, más o menos permanentemente, desalojar a los fundamentalistas islámicos. Y esperaba lograr todo esto en un muy breve lapso –un mes o algo así.
 
En menos de un mes quedó claro que tal vez ya perdió la riesgosa apuesta y que Francia está en otro de esos empantanamientos de largo plazo en los que el mundo occidental parece especializarse en esta época. Antes de que Francia enviara tropas, hubo mucha discusión de por qué no deberían crear otro Afganistán ni Francia ni el mundo occidental en general –algo que mucha gente pensó que pasaría si se enviaban tropas. Y aunque cada situación es un tanto diferente, lo que está en proceso de ocurrir parece ser otro Afganistán. Ya está ocurriendo que algunos políticos franceses opuestos a Hollande, y que al principio respaldaron su decisión sin dudarlo, buscan tomar su distancia. Y ninguno de los aliados de la OTAN parece demasiado ansioso por ofrecer una asistencia en verdad sustancial, por lo que el gobierno francés gruñe en privado pese a que en público aplauda la maravillosa asistencia que le brindan.
 
Al momento de escribir esto las tropas malienses y francesas ya reconquistaron tres centros urbanos, principales en el norte de Malí (Gao, Tombuctú y Kidal). Y hay ya algunas tropas africanas (primordialmente de Chad) implicadas en el esfuerzo militar. Así que en la superficie se ve bien, pero justo debajo de ésta no se ve para nada bien para Hollande o para el mundo occidental.
Primero que nada, ¿qué significa reconquistar un centro urbano? Significa que los grupos militares fundamentalistas (son varios y diferentes entre sí) retiraron a sus efectivos y sus camiones de los poblados, o por lo menos de casi todos. Es claro que los fundamentalistas islámicos intentan combatir una guerra de guerrillas sin una confrontación directa, para la que están demasiado débiles.
 
¿Y replegarse adónde? En parte, parece, se replegaron a ser una fuerza subterránea al interior de los propios poblados. Y en parte, probablemente la mayor parte, se retiraron a las arenas del desierto (en las que son combatientes muy eficaces) y a fin de cuentas a las laderas cavernosas de las montañas del norte de Malí, desde donde será muy difícil desalojarlos.
 
Pero entonces, por lo menos, dirán ustedes, la vida en los poblados puede retornar a la normalidad. Bueno, no es tan así. Primero que nada, los poblados, casi todos ellos, muestran una mezcla compleja de grupos. Hay tuaregs en los poblados, por cierto. Y la lucha en pos de los derechos de los tuaregs, por autonomía o independencia, es lo que desató todo este embrollo maliense.
 
Hay también árabes saharianos y fulani (o peúles) –casi todos musulmanes. Y un buen número de estos musulmanes son sufíes, lo cual significa que no comulgan para nada con la versión de un islam con una súper sharia como la propagada por los grupos fundamentalistas. Además, son malienses tanto de piel clara (en buena medida los tuareg y los árabes saharianos) y de piel más oscura. Y en términos de la política de la lucha hubo algunos locales que dieron la bienvenida a los fundamentalistas islámicos, muchos más que los enfrentaron (o huyeron) y son muchos más los que intentan quedar al margen de la lucha.
 
Uno de los problemas es que el ejército maliense, compuesto en gran medida por sureños de piel oscura (con frecuencia no musulmanes), no entiende o no le importa esta complejidad. No le gustan los chadianos ni confía en ellos, debido a que muchos son musulmanes. Así que el ejército maliense toma revancha un tanto indiscriminadamente. Y los observadores de derechos humanos ya están condenándolos por implicarse en la misma clase de matanza arbitraria por la que la gente se queja de los fundamentalistas islámicos. Y esto, por supuesto, avergüenza a Hollande y a los franceses en general. En este punto, una razón que ofrecen los franceses en privado para quedarse combatiendo es la de servir de restricción del ejército maliense.
 
¿Adónde vamos? Cualquier cosa es posible. Ya puede verse el mismo debate en Francia en torno a la retirada de Malí, que el que ocurre en Estados Unidos respecto de la retirada de Afganistán. Si le otorgamos todo al gobierno local al que respaldamos, ¿se caerá todo a pedazos? ¿Son realmente los buenos aquellos a quienes respaldamos?
 
 Como se ha demostrado vez tras vez, es fácil enviar tropas. Lo difícil es sacarlas. Y cuando uno lo hace, ¿son mejores o peores las circunstancias de lo que habrían sido si nunca hubiéramos enviado tropas? Este consejo es lo que el gobierno argelino profería hace un mes, hasta que ellos también cambiaron de idea. La valiente decisión de Hollande puede resultar siendo su desastrosa decisión.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein
 
 
 
 
Apuntes postsoviéticos
En fase terminal
Juan Pablo Duch
El enfermo, casi moribundo, no es nadie en particular, y aquí podría ser cualquiera, porque está en fase terminal el sistema de salud pública que, tras decenios de abandono, agoniza en este país.
Existe todavía, formalmente. Pero ya no es ni la sombra de lo que llegó a ser en la Unión Soviética, cuando el acceso gratuito y de todos a la atención médica era –más allá de los privilegios de la nomenklatura, molestos en aquella época y risibles frente a las desigualdades de hoy– una realidad.
Antes, los ciudadanos financiaban con sus impuestos la salud pública, cualquier paciente tenía derecho a ser tratado, incluidas complejas intervenciones quirúrgicas y eventuales prótesis, sin pagar nada, aparte de una botella de brandy o algún otro regalo al cirujano en señal de agradecimiento.
Ahora, los ciudadanos siguen financiando con sus impuestos la salud pública, pero sólo tienen derecho a ser tratados quienes puedan pagar las costosas intervenciones quirúrgicas y eventuales prótesis, lo que supone desembolsar miles de dólares.
Casi siempre, los hospitales son los mismos y, cada vez menos, los médicos (no tanto por las dos décadas que han pasado desde que desapareció la Unión Soviética). Además de los que fallecieron por edad, los mejores médicos rusos emigraron o prefieren operar en otros países y, si de milagro siguen acá, ganan lo que cobrarían allá, aunque aquí no todos pueden pagar esas cantidades.
Poco a poco, en la medicina gratuita, toman el relevo de quienes se van a clínicas extranjeras inmigrantes con bata blanca, que con un poco se suerte tal vez serían mejores peluqueros, navaja de rasurar –y no bisturí– en ristre.
El resultado es que, en menos de cinco años, se duplicó el número de muertes por negligencia médica en Rusia y ahora, según los datos oficiales más recientes de la procuraduría general del país, llega a 100 mil muertes anuales.
Podría pensarse que Rusia ya alcanzó a Estados Unidos en lo que respecta a ese lamentable indicador, con la diferencia de que ahí el volumen de asistencia médica prestada es mucho mayor, igual que la población (315 millones en EU frente a 140 millones en Rusia).
Lo cierto es que, conforme reconocen las propias autoridades, el sistema de salud pública empeora y cada vez hay menos opciones gratuitas; en cambio, aumentan los diagnósticos y tratamientos equivocados, lo cual provoca muchísimas muertes evitables.
Rusia, en consecuencia, tiene una muy alta tasa de mortalidad y sus habitantes una muy corta esperanza de vida, con 35 por ciento más de probabilidades de morir antes que la población de países con desarrollo similar.
 
 
No soy Florence
Carlos Beas Torres *
Claro que no lo soy. Me llamo Miguel Juan Hilaria y soy mixe, ayuuk como nos decimos nosotros. Antes era campesino, ahora sólo soy un preso. Tengo ocho años encerrado en una cárcel de Oaxaca, en un pueblo llamado Matías Romero, pues me acusaron falsamente de haber matado a un pobre allá por el rumbo del ejido Francisco Javier Jasso. Para lograr mi culpabilidad me torturaron y fui obligado por el subprocurador Wilfrido Almaraz a firmar una hoja en blanco, que después supe era mi confesión. Me golpearon y me humillaron durante horas en las oficinas de la procuraduría que está en Tehuantepec, adonde me llevaron sin mostrarme una orden. Yo no hablo bien la castilla y a punta de golpes, gritos y hasta escupidas me obligaron a poner mi firma y mi huella en un papel. Ningún abogado y ningún traductor me acompañó. Esa es la ley para nosotros.
 
 
Al día siguiente, como bulto, todo magullado y adolorido me tiraron en el penal de Matías. Por la golpiza que recibí no me pude ni parar y estuve orinando sangre. Mis familiares fueron a avisar a la organización y pronto me trajeron un médico que me atendió, estuve tirado más de 10 días. Y a pesar de que la comisión de derechos humanos comprobó que había sido torturado, y de que la única testigo declaró que los judiciales la habían amenazado para que me acusara, el juez me condenó a 30 años de cárcel.
 
En estos largos días de encierro, que los paso tejiendo hamaca, recuerdo aquella maldita mañana cuando fui a cuidar mi milpa y me fui encontrando con los ganados del rico, que tranquilamente se comían la milpa que yo había sembrado. Enojado, agarré los animales dañosos para que el rico viniera por ellos y me pagara los destrozos. Y sí, al rato llegó bien enmuinado; me gritó e insultó: “¡Pinche indio, la vas a pagar cara!, ¡quién te crees, huarachudo!…” Yo me monté en mi macho y le dije, es más, le grité: haga lo que quiera, pero no le voy a dar sus animales hasta que no me pague los daños. Y como quiera me aventó unos billetes y se llevó los tres ganados dañosos, no sin antes amenazarme de nuevo.
 
Y pronto cumplió su amenaza el rico, ya que su hija Janet era agente del Ministerio Público y me achacó la muerte de un vecino que andaba de aventurado con la mujer de otro. Esa Janet era política también y le andaba haciendo campaña al mentado Ulises Ruiz, y cuando éste ganó la gubernatura, la mujer se volvió más poderosa y con sus influencias logró que los jueces me hundieran en la cárcel.
 
Mi juicio fue muy sucio, pues varias veces pidió mi abogado que citaran al marido ofendido, que en verdad era el hechor de la muerte que me echaron encima, pero nunca lo citaron. Y como la vida de un indio no vale en este país, aquí llevo años esperando día a día que se reconozca la injusticia que he sufrido y que me tiene aquí acabado, enfermo, y lejos de mi familia.
 
Aquí en la cárcel hay muchos pobres presos más. Platican sus historias. La mayoría dice que no tuvieron dinero para pagar abogados, unos que no hablan bien la castilla, no saben ni por qué están prisioneros. Muchos hablan de maltratos y de abusos. Hay otro indio, pero que es mixteco, y que dice que el rico lo denunció falsamente por violación y ahora ya le quitó su tierra. La verdad en esta tierra no hay justicia.
 
No, no soy Florence. Soy un indio más. Soy un pobre más que, como muchos, estoy encarcelado en este país. Muchos por no entender el idioma, o por no tener dineros para pagar abogados o comprar justicia. No, no soy Florence, soy Miguel Juan, indio mixe. A mí no me conoce el presidente de Francia, ni salí en la televisión secuestrando o matando. Estoy preso por cuidar mi milpa, por defender mi derecho y mi vida. No valgo nada, eso me han dicho jueces, policías y ministerios públicos. Sólo soy Miguel Juan Hilaria, indio preso en un penal del estado de Oaxaca.
* Defensor de Derechos Humanos. Integrante de Ucizoni.

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