La primavera árabe desde el invierno mexicano
por Aracely Cortés-Galán *
Cuatro gobiernos cayeron en 2011: Yemen, Libia, Egipto y Túnez. Las protestas sociales fueron las protagonistas principales: la población de más de una decena de países en Medio Oriente se manifestó contra su gobierno. La difusión de estas movilizaciones generó toda clase de reacciones. Se pronunciaron grupos políticos, sociedades y países poderosos, y la intervención de éstos últimos contribuyó de manera sustancial a transformar las circunstancias en la región.
La manera de organización entre protestantes y gobierno fue la fórmula conocida de opresor contra oprimido. Los manifestantes que tomaron las calles recurrieron a las formas más elementales y eficaces reuniones multitudinarias, marchas, provocaciones, plantones y enfrentamientos directos con el ejército. Por su parte, el gobierno, por medio de la fuerza pública, atacó de manera brutal, golpeando, desapareciendo, asesinando y torturando a quienes se encontraban en su paso. De ambos lados, se cometieron abusos y violaciones a los derechos humanos.
Las demandas centrales de las protestas tenían que ver con la incapacidad de los gobiernos de ofrecer condiciones de vida favorables para la población. Los estados autoritarios habían mantenido regímenes que fueron asfixiando a las sociedades, dejándolas sin posibilidades de desarrollo, con acceso restringido a los derechos elementales de educación y salud, al menos de una forma digna. La negativa de los estados, incluso a la posibilidad de manifestarse, fue generando una tensión social que duró décadas, y que finalmente tomó una expresión que derivó en la caída de algunos gobiernos.
La participación de Estados Unidos es crucial. Los estados de la región contaban en su mayoría con el apoyo económico y militar norteamericano (principalmente Egipto e Israel). El caso de Libia es diferente: ahí la intervención se hizo a favor de grupos radicales que deseaban la caída del régimen y que tenían la posibilidad de poner uno nuevo, con el propósito de cumplir con ciertas características que favorecieran los intereses de occidente.
La “primavera árabe”, como se conoce a esta serie de protestas, permitió un cambio de las visión occidental hacia esta región. Se pudo comprobar que, pese a la imagen que se trata de dar los países árabes, en particular los vinculados al Islam —afirmando que son sociedades acríticas y fanáticas—, las enormes protestas sociales, donde la participación de hombres y mujeres por igual se convulsionó la estabilidad de los gobiernos fueron hechas bajo demandas específicas, lejanas de fanatismos o posturas religiosas.
La nueva situación política en la zona no es fácil, ya que el principal conflicto es la administración del petróleo y el abastecimiento de éste en las primeras décadas del siglo XXI. Estados Unidos ya no tiene la hegemonía, su participación es cada vez más cuestionada, y el apoyo ya no es absoluto. Baste ver el abandono que han tenido Israel y Estados Unidos, frente al caso palestino. Por otro lado, Rusia y China no dejarán el camino libre.
No en todos los países donde las protestas se extendieron de manera importante las cosas cambiaron. En Siria por ejemplo, el desenlace aún está por llegar y las circunstancias sociales por determinarse. Aunque en la ONU se pretende discutir sobre una ley que regule el comercio de armas, la realidad que se vive en distintos países es devastadora; al menos en Siria, cifras dadas por el propio organismo apuntan a 30 mil muertos. En el caso de Yemen y Bahrein, las armas químicas enviadas por Estados Unidos y distintos países de la Unión Europea superan por mucho lo que permiten los tratados comerciales de armas. La intervención de las potencias occidentales por medio del suministro de armas, que son utilizadas para contener las protestas sociales, centran su interés en el control de los recursos naturales de la región.
El reacomodo de las fuerzas políticas, económicas y sociales de los diferentes países aún está en juego. Lo cierto es que la lección que estas sociedades dieron al mundo no debe soslayarse, ya que lograron revertir gobiernos totalitarios con ejércitos poderosos —algo que en otras parte del mundo no se ha visto recientemente.
* Maestría en Docencia para la Educación Media Superior, UNAM
Mutaciones lingüísticas
por David F. Uriegas *
Existen diversas variedades de conocimientos acerca del mundo en el que vivimos. Muchos sabemos que estos conocimientos están sujetos al cambio; es decir, que todo conocimiento se transforma conforme pasa el tiempo. Ahora, por supuesto que no le damos al tiempo la facultad de cambiar las cosas, y mucho menos la capacidad de transformar nuestros conocimientos; es la actividad humana la que hace que los conocimientos sobre tal o cuál cosa sean distintos, incluso siendo uno o varios conocimientos sobre el mismo objeto: la gravedad no se ha conocido ni pensado de la misma manera a lo largo de la historia.
Sin embargo, hay una serie de cuestiones que vienen a interesarme, cuestiones que se refieren a nuestros conocimientos acerca del mundo y cómo es que éstos se vinculan con nuestra manera de pensar nuestro lenguaje. Nuestro idioma, de alguna manera, está tan estructurado y organizado que no nos percatamos de la complejidad orgánica que posee, al grado que con nuestra propia lengua, aunado con nuestra mentalidad, cultura, personalidad y demás, podemos pensar, imaginar y conocer asuntos que no necesariamente son objetos concretos de nuestra realidad. Todo esto para preguntarse cómo es que estructuramos, gramaticalmente, los discursos acerca del pasado. La lengua española nunca ha sido la misma; tan sólo hay que echarse un clavado a un buen archivo para comprobarlo.
El estudio de la historia de la gramática puede abrir puertas a la comprensión de la mentalidad, de la cultura y de la formación de la gente en diversas épocas, pero también puede llevarnos a comprender (a manera de hipótesis) la manera en que el pasado comprendía su propio pasado, o bien cómo es que comprendemos el pasado de nuestro propio pasado. Si aceptamos que todo conocimiento está sujeto el cambio, luego entonces podríamos aceptar que la comprensión sobre el pasado nunca ha sido la misma. Así como maravedí no puede entenderse igual que tlaco, seguramente un sou no podrá nunca comprenderse del mismo modo que un schilling.
El pasado perfecto o, más bien, el pasado del pasado, es una estructura verbal que tiende a referir a explicaciones de un suceso del que se supone estamos hablando, para dar contexto, para comprenderlo. Conceptos metafísicos vienen a nuestra mente: espacio, tiempo, secuencia, toda una gama de posibilidades para interpretar un suceso que nos interesa. En esa estructura está implícita la idea de causalidad, la idea de que un evento precede al otro y no a la inversa, la idea de que se necesita un precedente para conocer lo que sucede. No obstante, en ella no hay implícitamente de que el pasado puede interpretarse según se desee. El idioma en que estructuramos el pasado, por eso, influye en la manera en que lo pensamos. Y nos revela que, quizá, si lo pensáramos en otro idioma el pasado sería también otro.
* Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
No hay comentarios:
Publicar un comentario