Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

lunes, 26 de marzo de 2012

Benedicto XVI / La Visita- Falsa reunión con víctimas- Iglesia y Estado

Benedicto XVI / La Visita
La fe debe profesarse de forma privada, señala Peña Nieto
Calderón, Vázquez Mota y otros panistas, únicos políticos que comulgaron en la misa
Rezo por las víctimas de la violencia: aspirante panista
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El ex presidente Vicente Fox acudió a saludar a Andrés Manuel López Obrador durante la misa oficiada este domingo por el papa Benedicto XVI, en SilaoFoto German Orozco / Semanario Zeta de Tijuana
Claudia Herrera y Carolina Gómez
Enviadas
Periódico La Jornada
Lunes 26 de marzo de 2012, p. 3
Silao, 25 de marzo. El presidente Felipe Calderón se detuvo, inclinó la cabeza ante Benedicto XVI y recibió la comunión, con lo que se convirtió en el primer mandatario en hacerlo públicamente ante el Papa.
Sólo políticos panistas, incluida Josefina Vázquez Mota, participaron en este sacramento católico, lo que suscitó un comentario crítico de Enrique Peña Nieto, abanderado presidencial del PRI.
Tras reivindicarse como católico acotó: en el caso personal y en una responsabilidad pública como a la que aspiro, como lo he hecho en el pasado, voy a profesar mi fe de manera íntima y privada, como lo he hecho en otras ocasiones.
Al concluir la misa en el Parque Bicentenario, Peña, acompañado de su esposa, la actriz Angélica Rivera, comentó a la prensa: he hecho saber cuál es mi fe. Soy católico y creo que cada quien profesa en la manera que cada quien considere.
En la misa multitudinaria que ofició Joseph Ratzinger, Calderón y su familia encabezaron la larga fila que se hizo en los escalones rumbo al atrio, donde el jerarca católico entregó la hostia a un grupo reducido de los 150 mil que la recibieron.
Después sus hijos se hincaron frente al jefe del Estado Vaticano, lo mismo que su esposa, Margarita Zavala, para seguir el ritual.
Ningún presidente lo había hecho antes, aunque sus hijos sí, como ocurrió con Nilda Patricia, hija de Ernesto Zedillo. Los presidentes priístas no hicieron ostentación de su fe en público, mientras el panista Vicente Fox y su esposa Marta Sahagún asistieron a la misa de beatificación de Juan Diego en la Basílica de Guadalupe, pero no pudieron comulgar. Su matrimonio no era reconocido entonces, porque ambos eran divorciados, aunque después lograron anular sus uniones anteriores.
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El priísta Enrique Peña Nieto consideró inadecuado que un presidente profese su fe de manera pública. Lo acompañó al acto religioso su esposa, Angélica RiveraFoto Notimex
Vázquez Mota, la única candidata que comulgó, comentó haber aprovechado para pedir particularmente por las víctimas, toda clase de víctimas, las del crimen organizado y las de cualquier otro abuso.
Celebró la presencia de sus contrincantes Peña Nieto, Andrés Manuel López Obrador y Gabriel Quadri, porque hicieron un ejercicio de libertad.
López Obrador omite comentarios
Andrés Manuel López Obrador participó en la ceremonia junto con su esposa Beatriz Gutiérrez y el ministro en retiro Genaro Góngora Pimentel, pero ninguno de ellos comulgó.
Vázquez Mota y el Presidente no sólo comulgaron; también tuvieron la oportunidad de intercambiar unas breves palabras, lo que no ocurrió con los otros precandidatos.
Benedicto XVI se hincó ante el altar a la Virgen de Guadalupe para poner fin a la misa y hasta ahí lo acompañó el mandatario para despedirlo.
Él y su esposa bajaron juntos las escaleras y fue cuando ambos se acercaron a la aspirante presidencial de su partido y la besaron ante cientos de personas reunidas en la zona A1, que reunía a los invitados VIP, varios funcionarios y gobernadores como Marco Adame, quien fue otro panista que comulgó.
Calderón dedicó media hora para saludar a la gente apiñada detrás de vallas metálicas, mientras Vázquez Mota hizo lo mismo, como con una mujer que exclamaba: Qué Dios la bendiga.
Auxiliada por su esposo Sergio Ocampo, la candidata panista se agachó y pasó entre dos cuerdas metálicas luego de exclamar: por aquí voy a pasar. Y siguió despidiéndose de feligreses.

Después de la misa-Helguera
Astillero
Felipe Productions
Falsa reunión con víctimas
B16, visita deficitaria
AMLO, saludos y perdones
Julio Hernández López
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Benedicto XVI observa el templo de Cristo Rey momentos antes de llegar a Silao, donde ofició una misa. En ésta pidió que México supere la violencia y la pobrezaFoto Reuters/Osservatore Romano
       A pesar de todos los recursos que se pusieron en juego (apoyo abierto de los gobiernos federal y guanajuatense, cobertura sumisa de las principales televisoras, movilización de las estructuras sociales de la Iglesia católica mexicana), la visita del neomexicano Benedicto 16 no logró el impacto ni la trascendencia que sus organizadores e impulsores habían considerado.
Una parte del tono desabrido de este asomo del Papa a tierras mexicanas se debió a circunstancias personales. A diferencia de su antecesor, Juan Pablo II, todavía venerado por un amplio sector del catolicismo, el actual ocupante de la jefatura del Estado del Vaticano carece de aquel carisma y genera apenas un entusiasmo convencional entre sus seguidores. Por si esa desventaja fuera poca, sus palabras en público lo mostraron como un funcionario religioso timorato, apegado a un guión básico que intencionalmente le permitió no abordar temas difíciles o candentes, deseoso más bien de cumplir con protocolos garantizados, sin asomo de producción conceptual interesante ni planteamientos especiales para atender los complicados problemas de la sociedad mexicana actual.
La medianía pública en que se desarrollaron los actos papales podría, sin embargo, tener como principal causa el hecho de que fueron demasiados los compromisos políticos hechos entre el visitante conquistador y el calderonismo cedente y, al mismo tiempo, beneficiario. El máximo sacerdote Ratzinger no fue capaz de pronunciar una sola palabra que pudiera causar sofoco a sus anfitriones federales o a la estructura clerical nativa. Ni una mención específica al grave problema público de la pederastia sacerdotal ni una condena al belicismo felipista causante de múltiples daños sangrientos y de reiteradas violaciones a los derechos humanos, como otras importantes instancias internacionales han denunciado con claridad inequívoca.
Frente a la desgracia de México, B16 ofreció su propio rezo constante. Sus momentos cumbres de motivación se registraron cuando convocó a sus seguidores a superar el cansancio de la fe y a recuperar la alegría de pertenecer a su iglesia. En otra ocasión había hecho referencias distantes, realmente ofensivas en razón de sus móviles elusivos, a los niños, su felicidad, su sonrisa, como si no fueran algunos colegas del propio Ratzinger los responsables de mancillar a esa niñez y de borrar sus sonrisas. Y su principal acto masivo, en Silao, tuvo zonas que no se llenaron, aunque los organizadores hablaron de 640 mil asistentes, basados en los reportes que les hizo llegar el yunquismo gobernante de la entidad. Ya en León, reunido con los obispos del continente, los llamó a estar más cerca de los marginados.
En cambio, hubo un vergonzoso montaje amateur de Felipe Calderón para aparentar una reunión papal con unos cuantos familiares de víctimas de la guerra contra el narcotráfico. Al más puro estilo de García Luna Productions, pero con menos oficio que el consagrado Genaro, el ocupante de Los Pinos se permitió la ligereza de informar mediante un boletín oficial de prensa que al concluir la reunión con el presidente, el papa Benedicto XVI recibió a familiares de algunas víctimas de la violencia en México. En otra parte del tramposo texto se apuntó que el papa Benedicto XVI saludó una por una a cada víctima de la violencia e intercambiaron palabras. Sin embargo, el vocero del Vaticano precisó que no hubo tal reunión específica del Papa con víctimas de la violencia. Después de un saludo a niños y yendo de paso hacia otro acto, en un salón donde había numerosas personas, algunas de ellas le fueron presentadas, “entre éstas las víctimas de la violencia de las que habla el comunicado (…) Algunas víctimas le fueron presentadas al Papa. Sólo eso”.
A pesar de tan escandalosa mentira, Calderón comulgó ayer en Silao, luego de mostrarse en diversos tramos de la agenda benedictina como una especie de orgulloso promotor de un espectáculo añorado. En términos generales, salvo la pifia de la reunión con víctimas, que podría acabar convertida en la nota más relevante de esta visita, el felipismo tuvo ganancias políticas y electorales que, sin embargo, no parecen tan cuantiosas ni contundentes como para relanzar la alicaída campaña de Josefina Vázquez Mota, quien hizo notables esfuerzos por recordar a los presentes que ella tiene algún papel de relevancia en la contienda electoral en curso. El error relacionado con las víctimas, por otra parte, ayudará al expansionismo vaticano a presionar con más soltura al felipismo para que cumpla con el trato de la visita papal en coyuntura electoral a cambio de abrir las puertas a la libertad religiosa, que significará más presencia de la Iglesia católica en la educación pública, la propiedad de los medios de comunicación, las plazas públicas y el discurso político.
En el anecdotario político misal quedó, por otra parte, la palmada en la espalda y el saludo que otorgó Vicente Fox a Andrés Manuel López Obrador en la zona de invitados especiales al acto religioso. El propio perredista dijo que el panista lo había sorprendido al tenderle la mano, ante lo que no pudo hacer gran cosa: Volteé a ver, vi de quién se trataba y lo saludé. No podía dejarle la mano extendida. Eso es todo. El mismo domingo, el diario español El País publicó una entrevista con el tabasqueño, en la que anunciaba su perdón a quien hoy ocupa Los Pinos y que de llegar a la Presidencia de la República no indagaría más sobre el fraude electoral de 2006. Luis Prados y Salvador Camarena le preguntaron si en su república del amor cabría Calderón, y la respuesta de AMLO fue: Estoy extendiendo mi mano franca a todos. No odio, no soy hombre de resentimientos. Perdono a todos, lo perdono a él en particular, a todos. No quiero venganza, busco justicia, y el país exige la reconciliación a partir de nuevas reglas. Siguió la entrevista: ¿Investigará las elecciones de 2006 si es presidente? No, porque ya hay un juicio. ¿El juicio de la historia? Sí, es el más importante. ¡Hasta mañana!
Iglesia y Estado
Bernardo Bátiz V.
     Los temas de este momento en México tocan necesariamente acontecimientos relacionados con la religión y de ésta con la política; estamos en Semana Santa, en vísperas de elecciones, con una visita a México del papa Benedicto XVI, en medio de la discusión de reformas al artículo 24 constitucional y con un hecho que llamó especialmente la atención: Andrés Manuel López Obrador declaró que asistiría y asistió a la misa del pontífice en Guanajuato y que se arrodillaría donde el pueblo lo hiciera. El tema tiene que ser Iglesia, Estado y significado y alcance del adjetivo insustituible: laico.
Una primera reflexión: para que un Estado sea laico no es indispensable declararlo expresamente; basta que respete las libertades de creencia y de culto y que no apoye ni aliente a una Iglesia o doctrina religiosa específica, en preferencia de otras, pero que tampoco combata o persiga a alguna; de hacerlo, estaría apoyando o persiguiendo a un sector del pueblo, diferenciándolo del resto. En materia religiosa, el Estado y sus instituciones deben ser neutros e imparciales.
Otra reflexión tiene que ver con una realidad indiscutible: las dos estructuras, Estado e Iglesia, tienen como base popular al mismo conglomerado humano; el mismo pueblo que integra al Estado mexicano como uno de sus elementos esenciales, en buena medida y en una alta proporción, conforma también a la Iglesia católica. Uno de los ejes de la historia de México ha sido el forcejeo entre ambas organizaciones, lo que ha acarreado más males que bienes y en momentos decisivos ha debilitado a la nación que las abarca.
No podemos olvidar que México se formó durante el virreinato y ya como país independiente, durante los primeros treinta y cinco años, como una nación católica, al margen de las luchas religiosas en Europa y con una uniformidad jurídica que no se rompió hasta la aprobación de la Constitución liberal de 1857; a esto se debe que dos constituciones emblemáticas –la de Morelos de 1814 y la de 1824, la que organizó el federalismo– declararon solemnemente a la religión católica como la que el Estado sostendría.
Haber llevado las diferencias sobre el tema más allá de la política, del debate civilizado y la discusión franca, hasta el enfrentamiento armado, ha sido negativo para nuestro desarrollo histórico y para la unidad que requerimos, que debe estar por encima de convicciones de carácter religioso; tanto la guerra de tres años que siguió a la entrada en vigor de la Constitución de 1857 como la guerra cristera en los años veintes del siglo pasado provocaron consecuencias negativas, odios, polarización de la población, destrucción de bienes y, lo más grave, muerte de muchos mexicanos de ambos bandos.
Durante el porfiriato y a lo largo del priísmo, las relaciones entre Iglesia católica y Estado se dieron en paz, pero sin apego a las leyes vigentes y mediante simulaciones y arreglos que no poco tuvieron de hipocresía.
Lo mejor en este terreno tan delicado es que haya armonía, recíproco respeto y tolerancia; la cita evangélica de dar a Dios lo que es de Dios y al césar lo que es del césar sigue siendo una fórmula adecuada que no podemos olvidar. El césar gobierna y la Iglesia enseña su doctrina y guía a sus fieles.
Por ello, me parece que la actitud de López Obrador es congruente; nunca ha hecho ostentación de su fe o de su convicción en materia religiosa, ni ha tratado de aprovecharse en su carrera política de posiciones imprudentes o ventajosas en esta materia; de niño se formó como la mayoría de los mexicanos, dentro de un ambiente católico, y puedo ahora testificar sobre su presencia discreta y sincera en una misa, oficiada por un sacerdote de la Orden de Predicadores, con motivo del fallecimiento de su primera esposa.
Cuando habla de una república amorosa no está actuando ni fingiendo; está expresando su convicción profunda, que coincide con la convicción de la mayoría del pueblo mexicano y, sin duda, con los principios del cristianismo, que no están reñidos ni mucho menos con el progreso, la democracia y la justicia social.
Hay congruencia cuando habla del prójimo, de la honestidad y de la justicia. No se trata ni de una pose ni de una estratagema de campaña; es una convicción que coincide con la tradición mexicana, con la cartilla moral o código del bien, que, siguiendo a Alfonso Reyes, ha propuesto, pero principalmente con su lema por el bien de todos, primero los pobres.
Pongo un ejemplo: cuando Juan Pablo II vino a México, siendo López Obrador jefe de Gobierno, dispuso todo lo necesario en la ciudad de México para cuidar el orden de la capital y la seguridad del distinguido visitante; algunos de los funcionarios de su gobierno estuvimos en la Basílica y él mismo, sin ostentación y guardando la dignidad que debe tener un gobernante en un país laico, lo recibió en la puerta e intercambiaron un saludo afectuoso.

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