Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

martes, 27 de marzo de 2012

Obama: de la apoteosis al anticlímax- Cádiz: respuestas y preguntas- Rankings de las mejores universidades

Obama: de la apoteosis al anticlímax
 
      En su campaña por la relección, el presidente estadunidense, Barack Obama, da señales contradictorias. Por una parte busca empujar, de manera tardía, el programa de reformas sociales –particularmente la de salud– que formaba parte de su candidatura en 2008 y que se disolvió en nada en cuanto llegó a la Casa Blanca; por la otra, pretende seducir a los sectores conservadores presentándose como continuador de la política exterior hegemónica y belicista emprendida por su antecesor en el cargo, George W. Bush. Así, mientras en Washington la Suprema Corte iniciaba una audiencia de tres días para analizar la constitucionalidad (o la falta de ella) de la ley de cobertura sanitaria elaborada por el político hawaiano, éste, en Seúl, renovaba sus amenazas contra Irán y Corea del Norte por los respectivos programas de desarrollo nuclear que mantienen ambos países y que, en el caso del segundo, ha llevado a la fabricación de unas cuantas bombas atómicas.
Las palabras de Obama fueron mucho más duras contra Irán que contra Corea del Norte: mientras que al gobierno de Pyongyang le advirtió que sus provocaciones y la continuación de su programa de armas nucleares no le garantiza la seguridad que busca, al de Teherán lo conminó a actuar con urgencia antes de que se acabe el tiempo para resolver esto de manera diplomática. Es decir, el mandatario estadunidense aludió una vez más a la posibilidad de una agresión militar contra Irán por Wa-shington y sus aliados.
El político demócrata se revela, pues, incapaz de entender que la proliferación nuclear en países de lo que antiguamente se denominaba la periferia es un fenómeno impulsado por el propio belicismo de Estados Unidos y que es conteniendo este belicismo, y no exponenciándolo, como podría inducirse un proceso de desarme internacional o, cuando menos, de freno a los programas de desarrollo atómico de naciones que se sienten, y con razón, amenazadas por el poderío bélico estadunidense.
A tres años y medio de su llegada a la Casa Blanca, en suma, Barack Obama ha perdido el halo de esperanza que lo acompañó como candidato, ha asumido el papel de un presidente estadunidense más y hoy se presenta ante los electores como una suma de ambigüedades, sin otra intención visible que obtener el mayor número posible de sufragios. En lo externo, el primer mandatario afroestadunidense de la historia ha sido derivado a las posturas tradicionales de arrogancia imperial y falta de comprensión de la escena internacional; en lo interno, y a pesar de sus pretensiones originarias de reformador social, Obama se ha convertido en un administrador más del maltrecho modelo neoliberal, ha sido incapaz de meter en cintura a los intereses especulativos que causaron el descalabro económico de 2008-2009 y se ha distraído de los que se suponían sus propósitos centrales: centrar las prioridades económicas oficiales en el grueso de la población, no en los capitales financieros, y propiciar la apertura a la ciudadanía de la institucionalidad política de Washington.
En estas circunstancias, si Obama logra relegirse no será en virtud de una propuesta política coherente y atractiva, sino por la abrumadora falta de estatura política y el conservadurismo impresentable de quienes se disputan la candidatura presidencial en el Partido Republicano. De modo que si el hawaiano consigue el sufragio mayoritario para un segundo mandato, esta vez no lo logrará por la vía de la apoteosis, como en 2008, sino del anticlímax.



Cádiz: respuestas y preguntas
Abraham Nuncio
 
      De pronto la Constitución de Cádiz ha cobrado un gran interés no sólo en España, sino en muy diversos países, sobre todo en sus antiguas colonias. Su bicentenario ha puesto a pensar en lo que significó y significa, pues incluso ha movilizado a miles de ciudadanos, en Cádiz mismo, para proponer una nueva constitución para España bajo la consigna Juntemos cien mil corazones para la Pepa.
El tema se hallaba confinado al ámbito de historiadores y constitucionalistas. Ahora es tópico periodístico y de un público bastante más amplio. El Senado de la República convocó a diputados y académicos de España y América Latina a compartir ideas en un encuentro iberoamericano; el Congreso de Nuevo León y la universidad pública de este estado, así como el Congreso de Coahuila a partir del papel destacado que jugó Miguel Ramos Arizpe en las Cortes de Cádiz, por citar sólo los eventos donde he participado, han promovido encuentros similares.
Durante dos siglos omitimos, por lo menos en actos protocolarios, el significado de la Constitución de Cádiz en la historia de México. Las inversiones españolas, encabezadas por una poderosa banca, hoy parecen obligar a ciertas referencias que antes soslayamos. Pero en torno al documento de Cádiz, el rigor del análisis historiográfico se impone. Su proceso se inicia entre marzo y mayo de 1808 y desencadena movimientos armados en ambos lados del Atlántico: en España una guerra de liberación y en sus colonias de América una revolución de independencia. Napoleón convierte en una invasión el acuerdo para emplazar sus tropas con el objeto de atacar Portugal, aliado de Inglaterra. Hace prisioneros en Bayona a los ineptos, zafios y desleales miembros de la casa real y desde allí entroniza a su hermano José en el sitial de los Borbones y efectúa una pantomima de régimen constitucional.
A la ausencia del monarca brotan en la metrópoli y sus colonias las interpretaciones sobre el poder. El cabildo de la ciudad de México se adelanta a invertir los términos de la soberanía y la representación. La soberanía es de la nación y sus derechos y bienes –el antecedente remoto de nuestro artículo 27 constitucional– los pone en manos del rey para su cabal ejercicio.
Diez días después de haberse iniciado el movimiento de independencia en la Nueva España, se abren las cortes para discutir el proyecto de constitución donde se defienden la igualdad de todos los vasallos, la separación de poderes, las libertades de opinión e imprenta, garantías individuales frente a actos de autoridad, el libre comercio y otras medidas de espíritu liberal. Año y medio después es promulgada sobre bases desiguales en perjuicio de las colonias, a pesar de las mejoras por las que pelearon los diputados americanos. Su vigencia será breve y en perímetros reducidos. Las derrotas de Napoleón permiten que Fernando regrese a España en 1814: sólo para abolir la Constitución de Cádiz (por democrática), desaparecer las Cortes y volver a reinar como monarca absoluto.
Con frecuencia se ha dicho que esa constitución traducía la voluntad del pueblo español de ambos hemisferios para convertirse de vasallo en ciudadano. ¿En verdad fue así? Al parecer, no. El movimiento cuyo fruto fue el texto constitucional ahora bicentenario era obra de la corriente liberal que condujo la guerra de liberación e impulsó el cambio hacia una monarquía constitucional. Pero el grueso de los españoles de la península luchaba sólo en contra de una representación que veía usurpada por el imperio napoleónico.
En buena medida la Constitución de Cádiz era revolucionaria; no así el contexto social. Por ello el autogolpe de Estado de Fernando VII no encontró mayor resistencia. En la Nueva España se defendía igualmente la corona para Fernando al lado de la lucha por la independencia. Pero hasta el Congreso de 1822 y el fugaz imperio de Agustín de Iturbide, los novohispanos fueron mayoritariamente monárquicos. El cambio ulterior a las convicciones republicanas fue más de forma que de fondo.
En España debió transcurrir más de siglo y medio para que la Pepa rindiera sus frutos plenamente, tras la muerte de Franco, con la constitución de 1978. En sus antiguas colonias, republicanos como nos asumimos y con presidentes en lugar de reyes, el espíritu monárquico no nos ha abandonado. Queremos presidentes fuertes, fortísimos, jefes máximos y, si son papales, mejor aún. Por eso algunos aclaman la ley Rajoy, que pretende introducir en España la democracia censitaria (Servir en el Congreso es un honor, no una carrera), uno de los puntos negativos de la Constitución de Cádiz, que exigía, para ser diputado, disponer de bienes propios: volver a los buenos tiempos de los grandes de España llamados antes, sin embozo, ricoshombres. Y acaso con un nuevo Franco en la presidencia.
Ahora que volvemos los ojos a nuestros antecedentes coloniales, la paradoja nos escolta. ¿Por qué España logró establecer una monarquía parlamentaria, y nosotros continuamos con un ejecutivismo inhibitorio de una representación más genuina y democrática a partir de un mayor peso parlamentario en el conjunto estatal? ¿Por qué allá existe un movimiento ciudadano que lucha por una nueva revolución democrática y una constitución correlativa, como se vio en Cádiz hace unos días, en tanto nosotros no logramos alcanzar la mayoría de edad de una ciudadanía participativa que se haga cargo de su condición?

Rankings de las mejores universidades
José Blanco
 
      El pasado domingo el diario Reforma publicó un cuadernillo de 106 páginas titulado Las mejores universidades 2012. El título resulta excesivo por cuanto se trata de los rankings de “17 programas en el nivel licenciatura que se ofrecen en 72 universidades distribuidas en 100 campus de la zona metropolitana de la ciudad de México y Puebla. Además, se presentan rankings de 15 programas que ofrecen 23 universidades distribuidas en 42 campus de la ciudad de Guadalajara”.
Fueron entrevistados –por teléfono– 2 mil empleadores, que evaluaron a los egresados de las universidades. De los evaluadores 29 por ciento son gerentes; 26, directores; 15, jefes de departamento, y 30 por ciento ocupan otros puestos de mando. Además fueron entrevistados 4 mil 385 estudiantes inscritos en los programas evaluados y 2 mil 154 profesores pertenecientes a las carreras evaluadas, aunque las opiniones de profesores y estudiantes no forman parte del ranking.
Si Reforma cree saber así cuáles son las mejores universidades –y lo informa a la sociedad–, está cometiendo un acto educativamente irresponsable.
Se trata de un trabajo con enfoque empresarial. Probablemente entre 40 y 50 por ciento del espacio del cuadernillo son anuncios publicitarios y las carreras elegidas son aquellas de contenido puramente profesionalizante. Está el diario en su derecho, por supuesto, de llevar cabo un trabajo como ese, pero sólo exhibe ignorancia al llamarlo las mejores universidades.
El tema tiene mil aristas complicadas. Una es que en México no existe una definición jurídica de lo que es una universidad; de este modo, hasta hace unas tres semanas había en México 3 mil 5 universidades, de las cuales la inmensa mayoría son negocitos que mantienen familias de clase media media, y media baja, donde enseñan gastronomía o turismo (carreras del ranking Reforma). Pero sí existe un debate académico acerca de las instituciones que pueden ser llamadas universidad. Asómese Reforma, por ejemplo, al caso de Finlandia con uno de los mejores –si no el mejor– sistemas educativos del mundo (lugar número uno en la prueba PISA, entre otras notas que lo distinguen), en el que está organizado el sistema de las escuelas profesionales (de alto rigor) y el sistema de las universidades, donde se cultiva la investigación, la ciencia, la innovación tecnológica.
Desde luego, en la encuesta Reforma no cabe la filosofía, ni la historia, ni las artes y humanidades, ni las ciencias básicas, ni las matemáticas, entre otros estudios con alto estatus en el vasto campo del conocimiento. ¿Cómo puede hablar de las mejores una encuesta que excluye esa inmensidad de saberes?
El adjetivo comparativo mejor implica que quien hace un ranking tiene un método para medir la calidad de las instituciones. El ranking Reforma carece absolutamente de él. Los evaluadores son los empleadores de distinto rango, que ya referimos, cada uno de los cuales tiene su propio modo de matar pulgas. Ni siquiera se mataron las pulgas del mismo modo. ¿Qué clase de resultado obtendremos”? Una mezcla impenetrable de opiniones sin significado relevante alguno. A Reforma, desde luego, ni se le ocurre que cuando se habla de mejores (o de peores) se están refiriendo a la calidad de las instituciones.
Aún más allá: ¿sirven de algo los rankings?
La Universidad Harvard aparece como la número uno del mundo en prácticamente todos los rankings internacionales. Harvard fue fundada en 1636, se dice la universidad más antigua de Estados Unidos, sus miembros han ganado 40 premios Nobel y siete presidentes de ese país egresaron de sus aulas. Harvard empezó con nueve alumnos y hoy tiene unos 18 mil. ¿A alguna universidad mexicana le sirve esa información? Por supuesto que no. Seguramente estará en el orden de 99.9 por ciento de las universidades del mundo que pueden decir lo mismo. Qué sentido tiene comparar sin tener en cuenta la historia, el contexto, los recursos, el tamaño, etcétera.
Vea usted la encuesta que publica el Higher Education Supplement (HES) del Times de Londres sobre las 200 mejores universidades. En una serie histórica aparece Harvard en el número uno siempre, y siempre aparecen en los primeros cinco sitios cinco universidades estadunidenses. Por supuesto el HES no explica nada acerca de las diferencias entre las universidades. Nos proporciona una síntesis de su metodología, pero la misma no explica cómo puede haber variaciones a bandazos en los de datos. Así, en esa encuesta la UNAM aparece en el lugar 195 (de 200) en 2004, y gana 100 lugares de un año para el otro con el 95 en 2005, continúa avanzando ganando sitios en 2006, con el sitio 74, para caer al 192 en 2007, al 150 en 2008, al 190 en 2009 y quedar fuera de todo sitio entre las mejores 200, a partir de 2010. ¿Metodología rigurosa? Esos números son obviamente inservibles para la UNAM.
Hay tres conceptos de calidad: 1) la calidad paradigmática; 2) la que se denomina con el anglicismo benchmarking (proveniente de las prácticas administrativas), y 3) la calidad programática. Volveremos sobre esto.

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