Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

sábado, 24 de marzo de 2012

Las profecías de las administraciones panistas- Sin selección democrática no hay elección democrática


Las profecías de las administraciones panistas

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Sección: Opinión
En julio próximo los mexicanos tendremos la posibilidad de elegir a un representante de la nación (y para quienes habitan en el Distrito Federal, un jefe de gobierno). Reitero: se trata de una “posibilidad”, mas no de una oportunidad, ya que los lamentables resultados postelectorales de los últimos dos sexenios han dejado a más de un mexicano, en el mejor de los casos, con el alma resquebrajada; y en el peor, sin ésta. Al mismo tiempo, será un momento para observar qué tanto daño se hizo en la confianza en la democracia electoral: es probable que se agudice la falta de participación ciudadana. Ante el ansia de un “cambio”, analicemos algunas de las profecías de los últimos dos mandatarios, ambos provenientes del Partido Acción Nacional (PAN).
Arely Miranda González*
“Cambiaremos nuestra imagen en el mundo”
En 2000 Vicente Fox lanzó una piedra colosal contra el espejo del político de traje, con la camisa impecablemente blanca y planchada, mancuernillas y accesorios en perfecta combinación con su atuendo. Presentó una imagen de ranchero, con botas y cinturón con una gruesa hebilla para enmarcar su apellido. Su estilo se destacó por el contraste con los demás candidatos a la Presidencia, no por su narcisismo. La imagen lo dijo todo, no sólo a México, sino al mundo.
Serían legendarias sus muestras incesantes de falta de preparación luego de llegó a la Presidencia, desde haber rebautizado al escritor Jorge Luis Borges, hasta haberle atribuido un Premio Nóbel de Literatura que, desafortunadamente, aquél nunca recibió. Estos casos resultaron para muchos en lágrimas, que escondían risa y, al mismo tiempo, vergüenza. Aunado a su desinterés por la cultura, Fox será recordado por sus gestos protocolarios con otros dirigentes. En 2002, durante la Cumbre de Monterrey, la célebre frase “comes y te regresas”, hacia Fidel Castro, recorrió la prensa internacional. Dejó en evidencia su inexperiencia ante el manejo de las relaciones diplomáticas con el gobierno de las Antillas. El destello del colmillo político de Castro lo opacó aún más.
Así, si Fox se destacó por una imagen contrastante con la del político ortodoxo, el presidente Felipe Calderón ha mostrado una imperiosa necesidad de permanecer en los medios de comunicación con más palabras que mensajes. En 2006 muchos mexicanos conocíamos poco sobre su trayectoria. Incluso, dentro de su partido causó sorpresa su elección como candidato presidencial. Seis años después es imposible huir de sus mensajes sobre el progreso de la nación. Calderón se apoya en las redes sociales, eventos de toda índole y discursos para estar siempre presente en el ánimo público, mecanismos que nos impiden obviar la comparación con la propaganda estatal en la legendaria novela 1984 de George Orwell, seudónimo del escritor y periodista británico Eric Arthur Blair.
Su estrategia mediática fue sometida a acusaciones de utilizar la maquinaria estatal para emitir publicidad partidista, incluso en momentos en los que el silencio comunica más que un discurso. Cuando el candidato a la gubernatura de Tamaulipas, Rodolfo Torre Cantú, fue asesinado, previo a las elecciones estatales del 4 de julio de 2010, Calderón fue acusado de querer lucrar políticamente con ese golpe a la democracia. Sin embargo, quien busca el estrellato no duda en devorar los cimientos del país con tal de mantenerse en los medios.
La imagen de México tiene ahora la de una exposición mediática internacional. El problema es que se focaliza en torno a un sólo tema: la “guerra” contra el narcotráfico. Hoy el mundo nos ve de una manera diferente que hace 12 años. Los medios de comunicación extranjeros indican que sufrimos de una falta de confianza crónica y endémica como país. Hay quienes nos llaman un “Estado fallido” y otros quienes preguntan con asombro cómo podemos sobrevivir. La imagen de un país no es sólo tema de orgullo nacional, sino cuantificable en términos de inversión y turismo. Si nuestra imagen se deterioró en 12 años, ¿cuántos nos tomará en reconstruirla? Para hacerlo, México se debe ver con la riqueza que nos caracteriza, con un colorido que, por el momento, está saturado del rojo sangre.
“Obtendremos resultados a largo plazo”
Hemos escuchado hasta el cansancio, hasta que nuestro subconsciente lo refleja en sueños reprimidos, que la “guerra” contra el narco debe continuar porque es un esfuerzo que garantizará nuestra seguridad en un futuro. Este discurso lo han escuchado la madre cuyo hijo es baleado mientras estudia; el niño debajo del escritorio que se cubre de la lluvia de plomo y el policía corrupto cuyo sustento proviene de manos empolvadas por químicos blancos.
La mancuerna foxista y calderonista utilizó la “guerra” contra el narcotráfico para mostrar que el PAN tenía el valor del que careció el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Sin embargo, el valor y la cobardía no son necesariamente antónimos, seríamos afortunados en poder simplificar la realidad como el personaje del león del libro de literatura infantil El maravilloso mago de Oz. Sin embargo, en nuestra realidad existe una gama de matices entre el valor y la cobardía, una que nuestros mandatarios han obviado. La valentía es de los mexicanos que vivimos atónitos las decisiones de nuestros dirigentes obnubilados por la necedad.
Sin un plan a corto plazo no hay uno a largo plazo. No es posible desdeñar el presente con la excusa de las bondades del futuro. De 2006 a la fecha el resultado ha sido más de 60 mil vidas perdidas y millones más transformadas por otros tipos de violencia, desde la juvenil hasta el secuestro. Esta cifra no incluye las 5 mil desapariciones registradas por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
En 2011, el Índice de percepción sobre la seguridad pública, del Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática, indica, que el 59 por ciento de los entrevistados consideran que la seguridad pública empeoró en comparación con el año anterior. La ironía de todo proyecto político que busca una transformación social es que este sexenio sí generó un cambio en la mayoría de la población: una profunda sicosis social. El miedo limita la libertad. Una sociedad sin libertad es una que no salta por miedo a caer. Una sociedad sin libertad calla antes de hablar.
“México logrará la transición a la democracia”
En 2000 los mexicanos votaron por el “cambio” al hacerlo por Fox. A diferencia de lo que ocurrió tras las dictaduras militares en Suramérica y Centroamérica, la alternancia partidista en México fue pacífica. Con las elecciones de 2000 se mostró que el voto contaba, o al menos así lo pensamos en ese momento. Los mexicanos que, sexenio tras sexenio, habían comprobado que un partido con poder absoluto no tenía nada por qué temer, de pronto entendieron que con su “X” en una boleta harían tambalear a más de un dinosaurio priísta.
Las primeras elecciones del milenio fueron estratégicas para vender una imagen de víctimas, el pueblo mexicano, y victimarios, el partido tricolor. El PAN nos quería ofrecer entonces una salida a los mexicanos enmudecidos y aturdidos por una fallida democracia durante los regímenes priístas. El electorado tenía que confiar en que las plataformas electorales de Fox se reflejarían en las políticas públicas. Así fue como el PAN vendió el voto como una panacea. Con el nuestro, ellos lograrían resolver todos los rezagos históricos que hemos sufrido. Sin embargo el voto puede ser una moneda al aire.
Los políticos prometen más de lo que cumplen. Eso no es nuevo. A pesar de ello la mayoría de los mexicanos decidieron lanzarse al oasis que les prometió el PAN, en 2000. Si la alternancia partidista nos llevó un paso hacia adelante en busca de la democracia, el primer sexenio panista nos catapultó más atrás de la línea de salida. Las administraciones panistas lograron algo imperdonable para una población que creyó en la democracia: el desencanto con las instituciones democráticas. El retroceso se vislumbra no sólo en la desconfianza hacia los partidos políticos, sino en la apatía hacia la vida política en México.
De acuerdo con estadísticas del Instituto Federal Electoral, en 2000, el abstencionismo fue de 36.03 por ciento y aumentó a 41.45 en 2006. Sólo podemos predecir que el abstencionismo será aún mayor en las elecciones de este año. La encuesta Perfil de usuarios de redes sociales en internet. Facebook y Twitter, de Mitofsky (realizada en diciembre de 2011), señala que 1.4 por ciento de los usuarios de Facebook y 0.8 por ciento de los de Twitter tienen mucha confianza en los partidos políticos. De igual manera, 41.5 por ciento de quienes usan Facebook y 35.7 por ciento de los que usan Twitter, tienen poco interés en la política. La relevancia de esta estadística yace en que cerca del 60 por ciento de los usuarios de ambas redes sociales tienen entre 18 y 30 años.
Si el desinterés político permea en la juventud, ¿quién resguardará la toma de decisiones? Sin interés en la agenda de los partidos, ¿quién les exigirá que legislen con base en las necesidades de los mexicanos? Una ciudadanía sedada con indiferencia es justamente la píldora que los partidos políticos recetan para mantener la impunidad. Si permitimos que la apatía nos infecte, corremos el riesgo de que la plaga del autoritarismo regrese a nuestro país.
Los mexicanos no somos víctimas de nuestro sistema político. Una víctima es aquella que padece sin tener poder de decisión. Nosotros podemos generar un cambio. No es momento de dejar que el desencanto se convierta en una somnolencia política. Tampoco el de ignorar la esfera pública y dar rienda suelta a quienes nos gobiernan. De olvidar que los gobernantes son meramente representantes de nuestros intereses. Ellos existen para servirnos a nosotros, el pueblo mexicano. Es momento de proponer ideas y generar interés para el beneficio común. Podemos esperar con fe a que llegue a nosotros un nuevo profeta, o elegir con expectativas realistas y con la convicción de que esta vez no seremos víctimas, sino que alzaremos la voz y exigiremos una vida política en la que confirmemos que nuestros gobernantes están en el poder para hacer lo que nosotros les encomendamos. No necesitamos más políticos, sino más ciudadanos interesados en la política.
*Maestra en estudios de paz internacional por la Universidad Trinity College, de Dublín, Irlanda; politóloga e internacionalista por el Centro de Investigación y Docencia Económicas, de México

Sin selección democrática no hay elección democrática

Autor:
Sección: Opinión
La Constitución nos da el derecho a votar y a ser votados, lo que lleva implícita la participación en la selección de candidatos. Pero ahora solamente podemos hacerlo por las limitadas opciones que se nos presentan y que, por lo general, defienden los mismos intereses. Las leyes secundarias le otorgan a las cúpulas partidarias el monopolio de la selección de los candidatos. Una mexicana o mexicano puede ser competente, honrado, trabajador y con propuestas, pero no puede ser electo representante popular si ningún partido los nombra candidatos.
Vivimos en una partidocracia, en la que el total control de la vida política y electoral del país lo tienen las cúpulas de los partidos que, además, son financiados por nosotros a través de los impuestos, aunque no estemos de acuerdo con ellos.
Cada uno de nosotros financia a los partidos Revolucionario Institucional (PRI), Acción Nacional (PAN), de la Revolución Democrática, Verde Ecologista de México, Nueva Alianza, del Trabajo, Movimiento Ciudadano, pero no tenemos derecho a proponer como candidatos a personas que conocemos, en quienes confiamos o concordamos en proyectos. De nuestros impuestos se financia a los partidos que gobiernan para servir a los grandes corporativos y que castigan y golpean al pueblo. Este año al Instituto Federal Electoral (IFE) y a los partidos políticos se les darán 16 mil millones de pesos.
El actual sistema político está diseñado para que un grupo tenga todo el control de las decisiones: la “mafia del poder”, y esta clase política está al servicio de los grandes monopolios privados. El sistema otorga todo el poder a esta minoría supeditada a la oligarquía pro estadunidense, para que tenga todas las formas de servirla a través de los tres poderes que acatan una sola dictadura: la del gran capital imperialista.

Los “tres poderes son uno sólo”

El Ejecutivo tiene un enorme poder en todos los ámbitos de la vida política nacional y, junto con el Legislativo, escoge a los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, a los consejeros del IFE, al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, al presidente de la Comisión de los Derechos Humanos, etcétera. De modo que todo está bajo control y siempre se sigue invariable el dictado de los oligopolios que manipulan a través de los organismos financieros internacionales: el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio.
El sistema de partidos le da una apariencia “democrática” a un sistema que no lo es. En México, cinco presidentes y dos partidos en el poder federal han aplicado la misma política que gozan las corporaciones y sufre el pueblo. Han entregado nuestras riquezas y la mano de obra barata a la más cruel y desmedida explotación. Hoy no podría funcionar una dictadura como la del general Antonio López de Santa Anna o la del expresidente de México Porfirio Díaz Mori, ¡pero qué bien les ha funcionado el sistema de partidos!, que ha seguido la cruel línea neoliberal a sangre y fuego con “vestimenta” democrática, para imponer las decisiones de los poderosos. Dicen que alternancia es democracia, pero el cambio del PRI al PAN únicamente nos ha dado más de lo mismo.
No sólo no podemos seleccionar a nuestros candidatos: además, las campañas son una venta de imagen, compra de votantes, manejo tendencioso de la información por los medios y no como debieran ser: análisis y propuestas para la solución de problemas.
Las elecciones son inequitativas porque las campañas dependen en gran medida del dinero que pueden invertir los candidatos. Los medios de comunicación aparentan que la competencia es transparente y que a través de “encuestas” se conocen las tendencias de los electores. Pero éstas son manejadas al gusto del cliente.
Hoy en México se tiene toda la información de las tendencias electorales por colonia, manzana: en unidades habitacionales se llega a clasificar las preferencias por vivienda. De modo que en el diseño de la encuesta, en el universo de quienes van a ser encuestados, ya está claramente predeterminado cual va a ser el resultado. Y después lo dan a conocer como un “estudio neutral”. Las encuestas son utilizadas por los medios para preparar el ánimo del elector y la sociedad para que acepte los resultados finales, que bien pueden ser fraudulentos, como en las elecciones presidenciales de 1988, en la que el PAN ayudó al PRI, y las de 2006, en las que el PRI apoyó al PAN.
En vez de analizar las propuestas de los candidatos y discutirlas, de dar a conocer los problemas y soluciones y diversas alternativas, la discusión se centra en cómo van las encuestas y en llenar las calles de anuncios con publicidad y muchos nombres que no dicen nada y sólo producen basura y contaminación visual.
En 2012 la “veda electoral” ha servido para que los medios de comunicación sean quienes se adueñen de la discusión. Hasta los anuncios favorables a un candidato pueden ser usados para cansar, como sucede con el spot del actor mexicano Héctor Bonilla, del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), que repiten hasta el cansancio para provocar su rechazo. En los supuestos programas de “análisis” se favorece o golpea a los candidatos con total impunidad. Por ejemplo en el de “La mudanza”, conducido por el periodista y analista político Ricardo Alemán, el 4 de marzo pasado (en canal 4 de televisión abierta), se analizó el “lenguaje corporal” de los candidatos. El “experto” al estudiar a Andrés Manuel López Obrador indicó que gesticulaba como los “líderes populistas Hugo Chávez y Fidel Castro”. ¡Vil manipulación!
El IFE y el Instituto Electoral del Distrito Federal nos bombardean de propaganda en la que nos piden “participar”, pero no podemos ni proponer candidatos ni existen mecanismos para plantear programas de gobierno y después validarlos. Los representantes una vez electos no están mandatados y mientras ofrecen una cosa en campaña, en el poder hacen todo lo contrario. En 2009 todos los candidatos a diputados afirmaron que no iban a incrementar los impuestos y lo primero que hicieron fue aumentar el impuesto sobre el valor agregado al 16 por ciento. Felipe Calderón prometió empleos… ¿y qué pasó? También disminuir el precio de la gasolina y no ha hecho sino subirlo. Tampoco en su campaña nunca habló de emprender una “guerra”.
Lo que hacen los presidentes en el poder nunca lo dicen en campaña: Carlos Salinas de Gortari jamás habló del Tratado de Libre Comercio de América del Norte; Ernesto Zedillo Ponce de León nunca mencionó privatizar ferrocarriles o rescatar con el Fondo Bancario de Protección al Ahorro a bancos privados; y Vicente Fox en absoluto propuso integrar energéticos y seguridad con Estados Unidos y Canadá, y más tarde nos lo impuso a través de la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte.
De modo que en la elección se firma un cheque en blanco para que en el poder hagan lo que les venga en gana a sus verdaderos patrones (que son las grandes corporaciones extranjeras y sus gobiernos imperialistas). Ahora mismo Calderón y el Senado aprobaron pagarle 175 mil millones de pesos al FMI….¡para rescatar a Europa!
Una vez en el poder y luego de gobiernos desastrosos, no hay ningún mecanismo de revocación de mandato. Luego de más 60 mil muertos y del peor fracaso económico, no hay forma de que un mal gobierno, como el de Calderón, sea revocado.
De modo que para que México tenga una democracia y que lleguen al gobierno personas responsables de un proyecto alternativo, apoyados por el Congreso de la Unión y el sistema judicial, hace falta una renovación democrática y un sistema político que permita que el pueblo mande y decida el rumbo a seguir. Las medidas a tomar son varias.
En primer lugar, financiar el proceso electoral, no a los partidos políticos, para que el dinero se canalice la organización de la expresión del elector. La selección de candidatos debe realizarse por los electores en lugares de vivienda, trabajo, estudio, en los que escojan a personas conocidas, probadas, de confianza. Las elecciones deben ser equitativas, con igual acceso a medios de comunicación para que los candidatos presenten propuestas, cerrar las puertas a las campañas de dinero, a la guerra sucia, a la compra de votantes. Los representantes electos deben cumplir lo acordado en campaña con los electores, sus propuestas, una vez aprobadas por el elector, deben ser un mandato obligatorio. Y por último debe existir un mecanismo de revocación de mandato.
En las elecciones actuales, excepto del proyecto de nación de Morena que puntualiza los compromisos para que México recupere soberanía y retome el rumbo, no hay en los candidatos del PRI y el PAN propuestas de solución a problemas. Al contrario, tanto Enrique Peña Nieto como Josefina Vázquez Mota le prometieron al vicepresidente de Estados Unidos, Joseph Robinette Joe Biden, continuar con la “guerra” que programó Washington para México e implantó Calderón. Peña Nieto incluso le ofreció “abrir Petróleos Mexicanos”, sin importarle que eso va en contra de la Constitución mexicana. El hecho de que venga dicho vicepresidente a “supervisar” las elecciones y a los candidatos muestra cuan profundamente nos hemos hundido en el neocolonialismo y la dependencia con Estados Unidos, sólo López Obrador reafirmó la independencia y soberanía de México y la necesidad de impulsar la cooperación para el desarrollo y no para la guerra.
El hecho de que en estas semanas Calderón acepte “asociarse” con Estados Unidos para la explotación de yacimientos petroleros en el Golfo de México (denominados transfronterizos), o que entregue 8 mil millones de dólares para el rescate de Europa, muestra que se quiere ganar la voluntad de las grandes potencias y corporaciones extranjeras, para que acepten el resultado de la elección del 1 de julio próximo, “haiga de ser como haiga de ser”.
Pero en México no mandan las potencias extranjeras, sino el pueblo. Hace 150 años el presidente Benito Juárez y el pueblo le demostraron al mundo que no importa que las grandes potencias se unan para dominarnos. Cuando un pueblo está unido y decidido, no hay quien lo someta.
Hoy ha llegado el momento de conquistar la plena independencia y soberanía, y esta lucha va íntimamente ligada al triunfo de la democracia. Urgen profundas transformaciones. Vienen tiempos de cambio, de renovación del sistema político y electoral para que sea el pueblo quien ejerza su soberanía y las decisiones favorezcan los intereses de la mayoría y el desarrollo y bienestar en México. Para ello es imprescindible la renovación democrática. Es una tarea pendiente que exige solución.
*Politólogo y urbanista; dirigente de Mexteki y vocero del Congreso de la Soberanía

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