Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

domingo, 24 de junio de 2012

BAJO LA LUPA- Sólo el ejército tiene la victoria garantizada en las elecciones egipcias- Paragüay, ¿otro Honduras?- El gobierno de Rajoy y el supuesto exilio mexicano



Bajo la Lupa
Irán debe poseer la bomba, para el equilibrio nuclear en Medio Oriente, según Kenneth Waltz
Alfredo Jalife-Rahme
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El presidente iraní, Mahmoud Ahmadinejad, durante una rueda de prensa en ocasión de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sustentable en Río de Janeiro, el pasado jueves 21 de junio
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        En la revista Foreign Affairs (julio/agosto) –portavoz del influyente Council of Foreign Relations (CFR, por sus siglas en inglés)–, el icónico académico Kenneth Waltz lanza el equivalente a una bomba nuclear ideológica: La razón por la cual Irán debe poseer la bomba: el equilibrio nuclear significaría estabilidad, que ha cimbrado a los círculos estratégicos a los dos lados del Atlántico norte y ha impactado en los circuitos BRICS.


       Kenneth Waltz, prominente teórico realista del equilibrio del poder, es uno de los iconos de las relaciones internacionales de Estados Unidos y miembro de las universidades Columbia y California (Berkeley), por lo que su muy lúcida tesis es obligada de tomar en consideración y contrasta, en la misma revista, la obsesión de los turiferarios de una guerra de Israel/EU/OTAN contra Irán, la cual puede desembocar en una tercera guerra termonuclear, como advirtió el premier ruso Dimitri Medvediev en su célebre ponencia ante el Foro Jurídico Internacional en San Petersburgo (ver Bajo la Lupa, 20/5/12).
 
       Waltz refiere que la mayoría (sic) de los comentaristas en Estados Unidos, Europa e Israel advierten que un Irán con bombas nucleares sería el peor resultado posible. El académico los contradice: De hecho, sería el mejor resultado posible: el que más probablemente restaure el equilibrio en Medio Oriente.

        Considera que la crisis sobre el programa nuclear puede concluir de tres maneras diferentes:

        1) Diplomacia acoplada con severas sanciones convence a Irán de abandonar su búsqueda del arma nuclear. Considera improbable esta opción (aporta el ejemplo de Corea del Norte): Las sanciones no variarán la actitud de Irán si decide que su seguridad depende de la posesión de armas nucleares.

         2) Irán desarrolla la capacidad y se queda corta de realizar la prueba de una bomba nuclear (cita el ejemplo de Japón, que no posee bombas pero que detenta el know how y la capacidad de experimentar). Esta opción puede convenir a las necesidades de política doméstica de los ayatolas, lo que les permitiría zafarse de la condena y el aislamiento internacionales.
A juicio de Kenneth Waltz, Estados Unidos y sus aliados de Europa están preocupados con la fabricación de la bomba atómica, por lo que podrían aceptar un escenario en el que Irán se quede corto en adquirirla.
El escollo mayúsculo proviene de Israel, que considera como amenaza inaceptable la capacidad de significativo enriquecimiento (de uranio).
Israel, insatisfecho, estaría menos intimidado por una arma nuclear virtual (¡súper sic!) y probablemente continúe sus riesgosos sabotajes y asesinatos (sic) para socavar el programa nuclear iraní, que puede llevar a Irán a concluir que, sin la bomba, carece de seguridad y de una disuasión apropiada.

         3) Irán prueba su bomba nuclear, que Estados Unidos e Israel dramatizan de amenaza existencial (sic), lo cual, a juicio del académico, es una retórica típica de las grandes potencias cuando no controlan la fabricación de armas nucleares de otros países.

         Viene la parte medular: Al reducir los desequilibrios del poder militar los nuevos estados nucleares producen generalmente mayor estabilidad regional e internacional.

         Lo grave proviene de que el monopolio nuclear regional de Israel durante cuatro décadas ha alimentado la inestabilidad en Medio Oriente (también mi tesis). En ninguna otra región del mundo existe un Estado nuclear solo y sin vigilancia. Es el arsenal nuclear de Israel, no el deseo de Irán de poseerlo, lo que ha contribuido mayormente a la crisis. ¡De acuerdo!

         Sorprende que en el caso de Israel haya tomado mucho tiempo para que emerja un equilibrador potencial, ya que el poder ruega por el equilibrio.

         Relata cómo Israel ha bombardeado a potenciales rivales nucleares con impunidad (¡súper sic!) –Irak en 1981 y Siria en 2007– con el fin de permanecer como la única potencia nuclear en la región, lo cual es insostenible en el largo plazo. So what? Le vale un comino a Israel.

          Juzga que los estadios finales de la crisis nuclear de varias décadas en el Medio Oriente concluirán sólo cuando el equilibrio del poder militar sea restaurado. ¡De acuerdo!

           Kenneth Waltz desecha la propaganda muy primitiva sobre la supuesta locura de los ayatolas (nota: como si la contraparte israelí fuera muy cuerda), a quienes, al contrario, juzga de muy racionales porque tampoco desean ser borrados del mapa, cuando lo que buscan es su seguridad y su disuasión contra terceros (el monopolio nuclear de Israel).

        Tampoco los países podrían transferir sus arsenales nucleares a terroristas (guión publicitario muy trillado de Hollywood, controlado por el sionismo mesiánico), que Estados Unidos detectaría con su impresionante y creciente habilidad en identificar la fuente de materiales fisibles.

        Aduce que nunca ha existido un guerra de amplia escala entre dos estados nucleares y una vez que Irán atraviese el umbral nuclear, la disuasión se aplicará, aunque su arsenal sea relativamente pequeño.

       Apela para que sean levantadas las sanciones contra Irán, que dañan a los iraníes comunes con poco propósito.

        Concluye que los hacedores de la política y los ciudadanos en el mundo árabe, Europa, Israel y Estados Unidos deben tener tranquilidad de que la historia ha mostrado que cuando emergen las capacidades nucleares también las acompaña la estabilidad.

        Tal es la gran paradoja de las armas nucleares: su gravedad no radica en su posesión, sino en su distribución desequilibrada, como es el caso flagrante de Israel en el Medio Oriente, lo cual ha llevado a su incurable irredentismo mesiánico.

         Yo me hubiera satisfecho con la segunda opción –que va en el sentido de la Declaración de Teherán apuntalada por Turquía y Brasil, que además justifica la fatwa –proclama musulmana– del supremo líder Jomenei de que la posesión de la bomba por el chiísmo persa es antislámica–, digna salida en una negociación fructífera del P5 más 1 con Irán, pero no había reparado (contaminado quizá por mi casi ingenua proclividad al pacifismo nuclear), como lo hace persuasivamente Kenneth Waltz, en el factor perturbador de Israel que proseguirá con sabotajes (con virus letales) y asesinatos de científicos persas, que no se detendrán hasta que Teherán fabrique finalmente su bomba nuclear.

        Interesante: es el permanente acoso de Israel a Irán, y a todos los países de la región, lo que ha orillado a la teocracia dirigida por Jomenei a buscar su bomba, por lo que sólo queda la opción 3 de Kenneth Waltz. ¡Lástima!

        DeDefensa.org (16/6/12), think tank europeo, con sede en Bruselas, cita la crónica de Jordan Michael Smith en Salon.com (15/6/12), que coloca el luminoso ensayo de Kenneth Waltz junto a dos análisis que describen la prospectiva catastrófica en caso de un ataque contra Irán.

        Smith conjetura que el apoyo de Foreign Affairs a la fracasada guerra de Irak lo obligó a un mayor equilibrio (sic) editorial con el ensayo de Kenneth Waltz.

        Los argumentos de Kenneth Waltz sobre el equilibrio nuclear no son nuevos y han sido secundados por John Mearsheimer, otro gigante académico, y del lado militar de Estados Unidos, por el jubilado general John Abizaid (DeDefensa, 19 y 20/9/07).
A DeDefensa no le impresiona lo que dice Kenneth Waltz, sino que Foreign Affairs, portavoz del CFR (organizador del fantasmagórico Grupo Bilderberg), se haya atrevido a colocarlo en su portada.
Sólo el ejército tiene la victoria garantizada en las elecciones egipcias
Robert Fisk
         El fantasma de Mubarak, independientemente de si el ex mandatario sigue vivo o no, presidirá los resultados de la elección presidencial, los cuales serán dados a conocer este domingo. Ahmed Shafik y Mohamed Mursi representan dos caras de la narrativa que usó Mubarak para permanecer en el poder: la estabilidad o la pesadilla islamita. Shafik, último primer ministro de Mubarak, es la estabilidad, y el candidato ya proclamó su victoria. Mursi, de la Hemandad Musulmana, también se proclamó triunfador. Agreguemos a ello la pueril y arrogante afirmación del ejército y su codicioso mariscal, Mohamed Tantawi, quien pretende aferrarse a todos sus privilegios sin importar lo que los egipcios hayan votado, y todas sus promesas se convertirán en uno de esos momentos para inmortalizar en libros que tanto aman los historiadores.
Claro, si Mubarak muere, las teorías de la conspiración excederán cualquier otra de la historia árabe reciente. ¿Qué mejor para apaciguar la furia por una victoria de Shafik o Mursi que el anuncio del funeral de Estado del gran viejo, quien representó un Egipto que tenía una economía aunque ninguna libertad? El generoso pueblo egipcio seguramente no profanará la memoria de un gran líder egipcio, no importa cuán cruel haya sido su mandato. Después de que Sadat fue asesinado su cortejo fúnebre recorrió las calles en silencio. Hubo algunas multitudes, pero ni pizca de violencia o enojo.
Pero Mubarak, vivo o muerto, no puede cambiar el horrible significado de los resultados electorales. Si son parejos, como se predice –52 por ciento contra 51–, ello representará a una nación dividida, partida por la mitad, no tanto por una secta o familia, sino por el capitalismo de un lado y el islam del otro. Shafik, al final de cuentas, es un elitista mubarakista cuyo interés por la libertad se ve empañado por sus promesas de seguridad, lo cual significa que sólo habrá libertad para sus simpatizantes. Mientras tanto, el islamismo de Mursi, si bien en estos momentos está templado por la solidaridad con los egipcios, seguramente llevará a un estado de sharia blanda, en la cual cada minarete se erigirá a mayor altura que el edificio del Parlamento.
Aun cuando los militares ya se hayan aprovechado de los resultados de las elecciones parlamentarias, celebradas previamente –en las que triunfaron la Hermandad Musulmana y sus aliados–, y hayan decidido que sólo ellos son capaces de redactar una nueva Constitución y únicamente ellos definirán las facultades de un nuevo presidente, habrá poco que debatir en cuanto a quién resulta el ganador oficial de las presidenciales.
De seguro si existe un ganador oficial también habrá uno no oficial (no se tratará del mismo hombre). Entonces, el ejército, o bien el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA), como dicen que debemos llamarlos, se ofrecerá a garantizar la seguridad pública y en su infinita sabiduría a gobernar Egipto hasta que los ciudadanos hayan decidido a quién coronar como el mejor postor.
Si eso suena demasiado siniestro –los faraones tienen mal historial en Egipto– debe recordarse que el CSFA ha gobernado con nada más que torpeza los 16 meses desde el derrocamiento de Mubarak. No supo si cerrar o no la revolución en la plaza Tahrir, permitió que oficiales de policía de alto rango asesinaran impunemente y luego permitió que sus jóvenes soldados corrieran enloquecidos ante las cámara de televisión, que los captó abusando sexualmente de mujeres y golpeándolas. Tantawi puede ser amigo de toda la vida de Mubarak, pero no es ningún Nasser ni un Sadat ni Hafez Assad, hombres que nunca tropezaron en público. Los voceros del CSFA, sufriendo en cada hombro el peso de la insignia de general, que son dos espadas cruzadas, suenan muy incómodos, tímidos y hasta desdichados en sus conferencias de prensa. ¿Dictadura? ¿Nosotros?
Claro, aun si Shafik gana con su supuesto 51 por ciento de los votos, eso difícilmente valida una dictadura, y a menos que la hermandad declare un fraude y tome las calles masivamente, lo cual no es difícil de imaginar, sobre todo si consideramos que la policía bien puede tornar violenta una acción así, el ejército ya no podrá adoptar tan fácilmente las técnicas de represión masiva del pasado. De seguro tratarán de dividir a la hermandad de los salafistas, quienes obtuvieron tan buenos resultados en las elecciones parlamentarias, pero no es probable que los egipcios se enfrasquen en una guerra civil entre islamitas.
Lo más probable –aquí intervienen las políticas corrosivas del viejo Egipto– es que se ofrecerán oportunidades tentadoras. Si Mursi es declarado presidente, el ejército hará alarde de su lealtad hacia el triunfador de una elección democrática y garantizará que permanezca amordazado. La Hermandad Musulmana, cabe recordar, estaba negociando con el gobierno de Mubarak, aun mientras los manifestantes de la plaza Tahrir recibían los disparos de la policía. La idea de que el mayor movimiento islamita en Egipto ha pasado sus más oscuros años en la clandestinidad no es verdad. Mubarak, por razones propias, alentó a la hermandad a participar en elecciones con candidatos independientes y los islamitas obedecieron dócilmente.
En otras palabras, la hermandad no es necesariamente la otra cara de la moneda del emperador. Pueden ser seducidos y comprados, adulados con falsos elogios, y siempre y cuando no intenten disolver al ejército y al aparato de seguridad que los ha torturado (literalmente) durante tanto tiempo, bien pueden trabajar para el sistema dentro del Estado profundo que está emergiendo en Egipto.
Esto no dejará satisfechos a los verdaderos revolucionarios. Los jóvenes, valientes e intelectuales (que no necesariamente son todos lo mismo), quienes se sienten traicionados por los hechos del pasado año y medio. Los El Baradeis seguirán ahí para denunciar lo mismo: los fracasos políticos derivados de la primera elección presidencial, y Occidente vociferará, si los derechos humanos son violados, por cualquiera que sea el ganador de las elecciones. Ah, y Mubarak podría sobrevivir para ver todo esto.
© The Independent
Traducción. Gabriela Fonseca
Paragüay, ¿otro Honduras?
Guillermo Almeyra

         La conspiración contra el presidente paraguayo, el ex obispo Fernando Lugo, comenzó el mismo día en que éste triunfó en las elecciones presidenciales, pues sólo pudo asumir su cargo gracias a la movilización popular. Sin partido propio, sin una bancada parlamentaria relativamente importante que lo respaldase, con una base de apoyo vasta en el campesinado, pero dispersa y desorganizada, obligado a enfrentar la oposición de la jerarquía de su propia Iglesia, dependió siempre de su frágil alianza con el partido del vicepresidente Federico Franco, el Liberal Radical, el cual es sumamente conservador y representa a un sector de los terratenientes.
Los partidarios de la dictadura de Stroessner, en tanto, siguieron y siguen enquistados en la administración pública, las fuerzas represivas, la llamada justicia y la Suprema Corte. Tardíamente, Lugo intentó crear un partido-frente: el Frente Guasú (grande, en guaraní), que está dando sus primeros pasos y está lejos de ser homogéneo. Pero todas las derechas paraguayas, respaldadas desde la sombra por Estados Unidos, aunque falta más de un año para el fin del mandato de Lugo y 10 meses para las elecciones en las que el presidente no podía ser relegido, no quisieron dejar ningún espacio para que el centroizquierda se organizase y tratase de mantener el gobierno.
Bajo la batuta de Horacio Cardes, terrateniente ultraconservador del Partido Colorado, ligado además al narcotráfico, organizaron la parodia de un juicio político que duró un día y que se basó en acusaciones sin pruebas de que Lugo estimulaba las ocupaciones de tierras por los campesinos o sólo combatía blandamente contra la pequeña guerrilla campesina que existe en el departamento donde estaba su diócesis. Cardes, junto con los oviedistas, el partido conservador Patria Querida y los liberales, dieron su golpe blanco parlamentario –como sus colegas hondureños–, aunque sin tener que secuestrar a mano armada al presidente y expulsarlo del país en ropa interior, pues Lugo probablemente conseguirá refugiarse en la embajada de Ecuador.
El pretexto para acelerar el golpe fue la matanza de Curuguaty, ocurrida hace una semana, donde las fuerzas armadas agredieron a campesinos, que se defendieron, con un saldo de 17 muertos entre policías y campesinos, 80 heridos y decenas de presos. La destitución parlamentaria de Lugo fue resistida por los manifestantes que se reunieron espontáneamente ante el Congreso; por los campesinos del interior, que cortaron rutas; por los emigrantes paraguayos en Argentina, que volvieron por miles a Paraguay para impedir el golpe o que realizaron una manifestación en el Obelisco de Buenos Aires.
En el Senado, sólo cuatro legisladores defendieron a Lugo; pero el apoyo de éste no está en la capital, donde pesa la clase media de funcionarios y colorados, sino en las provincias campesinas del interior, donde la resistencia será larga y dura.
Fernando Lugo, además, era presidente pro tempore de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y el golpe contra él es, por tanto, un nuevo golpe de la derecha paraguaya contra la integración sudamericana, después de la negativa del Congreso paraguayo de aceptar a Venezuela en el Mercado Común del Sur (Mercosur) y de la resistencia a integrar el Bancosur. Los cancilleres de la Unasur que viajaron a Asunción para tratar de disuadir a los golpistas, no pudieron impedir este golpe mal disfrazado, como la Organización de Estados Americanos no pudo impedir la dictadura de Micheletti en Honduras cuando el parlamento de ese país destituyó ilegalmente al presidente constitucional Manuel Zelaya hace tres años, también en junio.
Es que detrás de ambos golpes –como fue demostrado ampliamente y documentado en el caso hondureño– está Estados Unidos. Paraguay es clave para controlar el acuífero Guaraní, la reserva de agua más grande del mundo, que abarca su territorio y partes del brasileño, el argentino y el uruguayo. En Paraguay está también la base militar estadunidense en Estigarribia, que controla la zona de la Triple Frontera argentino-brasileña-paraguaya. En la provincia argentina del Chaco, junto a Paraguay, Estados Unidos quería instalar otra base más pequeña, con el apoyo del gobernador Jorge Capitanich –el mismo que dice que los camioneros en huelga son antipatrióticos–, pero la protesta popular impidió esa violación de la soberanía argentina en el momento en que la presidenta Cristina Fernández decía defender la soberanía en las islas Malvinas.
Un gobierno paraguayo ligado a la Unasur y en particular influenciado por el eje brasileño-argentino, es contrario a los intereses de Estados Unidos. De ahí la luz verde para un golpe que, sin duda alguna, fue discutido y pergeñado junto a los diplomáticos estadunidenses en Asunción y que repite los métodos, algo mejorados, empleados hace poco en Honduras, otro país pobre y débil con un presidente vacilante.
Los países de la Unasur podrían ahora aislar económicamente a Paraguay, que no tiene salida al mar, y quitarle el apoyo a su economía; podrían también no reconocer al gobierno fantoche de Franco, que durará apenas el tiempo necesario para adelantar las elecciones presidenciales o hacerlas en 2013, dejando su sillón a los colorados. Pero los campesinos no esperarán esas presiones diplomáticas y reaccionarán con tomas de tierras, cortes de rutas, construcción de poderes locales y, posiblemente, dadas sus tradiciones, recurriendo a las armas para hacer guerrillas, las cuales podrían contar en las fronteras con la benevolencia de los gobiernos de Bolivia, Argentina y Brasil, que no pueden aceptar esta puñalada a la Unasur.
Los golpistas echaron al débil Lugo sin disparar un tiro, pero probablemente en lo sucesivo deberán disparar, y a menudo, contra crecientes protestas sociales que serán alimentadas por la ira de todos los movimientos sociales y campesinos del continente ante esta descarada repetición de la aventura hondureña.
El gobierno de Rajoy y el supuesto exilio mexicano
Néstor de Buen
         Leo con verdadera pena la noticia de que España no está permitiendo el ingreso de mexicanos que viajan a ese país y que los devuelven de manera inmediata. El pretexto es que, dada la situación económica española, tienen temor de que se trate de aspirantes a un empleo, que hoy no alcanzan los propios españoles.
Es una vergüenza, aunque no me extraña viniendo de un gobierno fascista como es el del Partido Popular, lamentablemente a cargo del gobierno por el fracaso del Partido Socialista Obrero Español en las elecciones más recientes.
Si hay un país que enfrentó la necesidad de recibir españoles que habían perdido la guerra y con ello el empleo, es México. Gracias al general Lázaro Cárdenas llegaron a México miles de españoles que fueron recibidos con los brazos abiertos y que ocuparon, sin duda alguna, puestos de trabajo a los que aspiraban muchos mexicanos.
Puedo invocar la propia situación de mi familia, no sólo mi padre y mi madre, sino también tíos y primos que encontramos en México, a partir de los años cuarenta, hogar, estudios y trabajos generosamente facilitados por México en favor de los españoles.
Me da vergüenza la actitud del gobierno español que desde el aeropuerto devuelve a México a los mexicanos que pretenden entrar a España si no cuentan con la invitación de alguna familia española que seguramente tendrá que asumir la responsabilidad de hacerse cargo de esos supuestos extranjeros que vienen de un país en crisis pero que indudablemente, con respecto a España, tendrían todo el derecho del mundo para trabajar allí, si es que eso buscan.
En estos días he estado leyendo libros escritos por exiliados españoles que enternecen cuando narran las vicisitudes para conseguir medios de vida en un México que tampoco estaba en la mejor condición económica. Fue la generosidad del general Cárdenas la que permitió la recepción y permanencia de miles de refugiados que respetuosamente hicieron lo necesario para sobrevivir, no solamente consiguiendo empleos sino también creando empresas y puestos de trabajo. Hay que reconocer, y lo digo con mucho orgullo, que el exilio español fue no sólo generoso para los republicanos españoles sino, además, positivo para la economía del país, para su cultura y para el arte mexicanos.
Me bastaría con poner como ejemplo la presencia del exilio en la Universidad mexicana. En lo que era la Escuela de Jurisprudencia, después convertida en Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México, los profesores españoles hicieron historia y colaboraron de manera totalmente eficaz en el crecimiento de la cultura jurídica de México. Puedo invocar muchos nombres, entre ellos el de mi padre, Demófilo de Buen, y con él a don Felipe Sánchez Román, don Manuel Pedroso, don Luis Recasens Siches, don Niceto Alcalá Zamora, don Mariano Ruiz Funes, don Joaquín Rodríguez y Rodríguez, don Javier Elola y don Rafael de Pina Milán, entre otros. El nacimiento del Instituto de Derecho Comparado, hoy Instituto de Investigaciones Jurídicas, fue resultado de la iniciativa de esos profesores y, particularmente por la influencia de Niceto Alcalá Zamora, se constituyó el doctorado en derecho. No es escasa la aportación bibliográfica de estos autores.
Me horroriza la conducta de las autoridades españolas al devolver a México a los viajeros que no pueden acreditar una invitación personal para viajar a España. Se les olvida a los majaderos que han puesto en vigor esas reglas que México fue parte importante de España y que siempre ha estado con los brazos abiertos para recibir españoles. Pero, por lo visto, el fascismo actual de España o, mejor dicho, del partido político dominante, no puede olvidar que México fue el único país del mundo que durante la Guerra Civil proporcionó armamento y alimentos a la República, y al final, el asilo. Lo que pasa ahora es un evidente saldo del franquismo.
Me temo que estamos en el caso en que se justifica una sonora mentada de madre a quienes sean responsables de esta conducta indecente.

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