Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

jueves, 28 de junio de 2012

Siria: ¿principio del fin?- Ofensiva gringa al sur del río Bravo-

Siria: ¿principio del fin?
          El inédito atentado de ayer en contra de las instalaciones de la televisora oficialista de Siria, Al Ijbariya –con un saldo de siete muertos–, los cruentos combates que han ocurrido en horas recientes entre las tropas oficialistas y las milicias rebeldes a las afueras de Damasco y el reciente reconocimiento por el presidente Bashar Assad de que su país enfrenta un estado de guerra, y de que centrará todos los esfuerzos de su gobierno en ganarla, parecen los primeros estertores de un régimen asediado por la ofensiva rebelde –alentada y armada desde el extranjero– y por la presión internacional, y hacen pensar que el conflicto que se vive en la nación árabe ha alcanzado un punto de no retorno.
La circunstancia vivida en horas recientes en territorio sirio da cuenta del inocultable fracaso de las gestiones realizadas por la Organización de Naciones Unidas (ONU) y por su enviado especial, Kofi Annan, con el fin de lograr un alto al fuego en la ensangrentada nación árabe. La razón fundamental de ese fracaso es, además de la intransigencia y la barbarie de los bandos en pugna, la abierta intromisión de las potencias occidentales en el conflicto en favor de los opositores al gobierno de Damasco, y la parcialidad de la propia ONU, que no pudo o no quiso desmarcarse de la aventura desestabilizadora emprendida por Washington y Bruselas.
A estas alturas, cuando prácticamente se ha cancelado la perspectiva de una solución negociada y, sobre todo, soberana en el conflicto sirio –como habría sido deseable–, y cuando cobra fuerza la posibilidad de que en ese país se dé un escenario similar al que se vivió en Libia –con el derrocamiento violento de Muamar Kadafi y la posterior ola de violencia tribal en ese país norafricano–, es necesario que los gobiernos del mundo centren sus esfuerzos en evitar un derramamiento de sangre mayor al que se ha dado ya en Siria, y que demanden el respeto y la observancia de todos los involucrados a las reglas mínimas que deben imperar en los conflictos armados en cuanto al trato de civiles, grupos vulnerables y prisioneros.
Semejante rumbo de acción es procedente y necesario: sin desconocer la barbarie a la que han recurrido las fuerzas oficiales en Siria, el bando rebelde al gobierno de Assad también ha incurrido en atrocidades graves –según ha reconocido la propia ONU–, y la evidencia histórica sugiere que los derrocamientos de regímenes de fuerzas rebeldes suelen estar acompañados de venganzas políticas y personales del bando vencedor, por la multiplicación de la violencia entre distintas facciones y, en general, por la continuidad en el sufrimiento de la población indefensa.
Si la comunidad internacional fue incapaz de contribuir a construir una solución pacífica para el conflicto sirio, lo menos que puede pedirse es que emplee los recursos a su alcance para ayudar a que el escenario que parece configurarse en ese país árabe sea lo menos doloroso y sangriento posible. Por su parte, las sociedades deben rechazar tajantemente la participación actual y futura de sus gobiernos en aventuras intervencionistas y desestabilizadoras, como la que ha ensangrentado a Siria durante los meses pasados.


Ofensiva gringa al sur del río Bravo
Ángel Guerra Cabrera
         La troglodita asonada parlamentaria que destituyó al presidente de Paraguay Fernando Lugo viene a poner de relieve dos cuestiones muy importantes. Una, Estados Unidos, cuya embajada en Asunción incubaba el derribo del mandatario desde 2009, ha sido el diseñador, fabricante o cómplice de todos los golpes de Estado contra los gobiernos democráticos latinoamericanos, aunque últimamente los disfrace con ropajes distintos a los tradicionales. Cataloga de amigos a los gobiernos salidos de las urnas sólo cuando se pliegan a sus dictados y no llevan a cabo reformas que afecten sus intereses. Así lo demuestran sólidas evidencias, cuya investigación debemos a una pléyade de eminentes historiadores insuficientemente conocidos, como el argentino Gregorio Selser.
Dos, esta tradicional conducta no ha sido modificada en lo esencial durante la administración de Barack Obama, que no sólo ha continuado, sino profundizado, la política de su antecesor respecto a nuestra región, persiguiendo los mismo objetivos aunque utilizando el llamado poder inteligente. Este conlleva, entre otros recursos, alianzas regionales de gobiernos derechistas, o efímeras y pragmáticas para ciertas coyunturas, cooptación de mandatarios que enarbolan posturas latinoamericanistas e intentos de dividir al bloque de gobiernos progresistas. Otro de sus componentes importantes es la infiltración de fuerzas populares a través de fundaciones y ONG yanquis y europeas o hasta la propia USAID, cuya expulsión de sus países recién acordaron los miembros de la Alba. De repente nos encontramos luchas sociales con demandas legítimas, usadas por la derecha con fines golpistas contra los mandatarios populares.
Con Bush o con Obama, presidentes que se oponen enérgicamente a las políticas neoliberales han debido enfrentar intentos de golpes de Estado, llamémosles de nueva generación, como en Venezuela –tres veces–, Bolivia –dos veces, el más reciente aparentemente desactivado hace unas horas– y Ecuador –una. Contra los presidentes patriotas y latinoamericanistas de Honduras y Paraguay los golpes triunfaron dada la fortaleza política y militar de la derecha comparada con la debilidad de sus movimientos populares no suficientemente articulados, aunque existen diferencias entre ambas situaciones. Zelaya tenía un equipo de colaboradores cualitativamente superior al de Lugo y su combatividad, anterior y posterior al golpe, estimuló la forja de un ejemplar movimiento de resistencia. En cambio, Lugo optó por hacer concesiones a la jurásica derecha paraguaya pensando tal vez que así podría evitar su derrocamiento. No obstante, el pueblo lo sigue llamando presidente y clama por verlo al frente de la resistencia.
Ahora bien, es conveniente recordar que Hugo Chávez, como Evo Morales, Rafael Correa y antes Salvador Allende, ya desde que eran candidatos tuvieron que vencer feroces campañas de calumnias y maquinaciones orquestadas por Estados Unidos y las oligarquías con la proverbial complicidad de los consorcios mediáticos. Evo pudo conquistar su primer mandato por la copiosa votación a su favor, pues hubo muchas evidencias de fraude electoral. La misma receta se aplica y aplicará en nuestra región contra cualquier candidato que se proponga cambiar, aunque sea moderadamente, el modelo neoliberal. Y si no es posible frenar su ascenso a la presidencia, Washington y la oligarquía no le darán un minuto de tregua a partir del momento en que se anuncie su victoria, como viene haciendo con los líderes mencionados. Es también el caso de Cristina Fernández de Kirchner, sometida a una intensa guerra sucia, antes y después de su primera elección, por los consorcios Clarín, La Nación y sus socios continentales, y a los intentos de golpe rural primero, y ahora camionero, lanzados por extrañas alianzas que unen a latifundistas, exportadores, sectores medios culturalmente colonizados, la liliputiense izquierda gorila y los resentidos de turno.
Conviene profundizar en lo que une estos hechos entre sí y a su vez con otros como el ataque a Ecuador de 2008, la restauración de la Cuarta Flota y la red de dispositivos militares y acuerdos de seguridad tipo Plan Colombia sembrados por Washington desde el mismo sur del río Bravo a lo largo de América Latina y el Caribe (alainet.org/active/45135). Se trata de una ofensiva para acabar con los gobiernos que se oponen a las políticas neoliberales y al saqueo de sus recursos cuando el hundimiento económico del imperio lo empuja a conquistarlos como sea.
Twitter: @aguerraguerra


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