Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

lunes, 28 de enero de 2013

American Curios- Obama, segundo término- Desaliento y arrebato

American Curios
Sueños
David Brooks
Dos noticias que a primera vista no están relacionadas brincaron a las páginas de los periódicos en estos días: la tasa de sindicalización de los trabajadores en Estados Unidos se desplomó a su nivel más bajo en casi un siglo y, en lo que algunos consideraron un gran paso en la equidad de los sexos, a las mujeres militares se les permite ahora participar en las primeras líneas de combate.
 
 
Las cifras sobre sindicalización son alarmantes para los gremios (y bien recibidas por empresarios y fuerzas antilaborales), ya que algunos sugieren que están llegando a un punto de extinción como fuerza social en los ámbitos político y económico. La Oficina de Estadísticas Laborales de Estados Unidos reportó que la tasa de sindicalización total (sector privado y público) se redujo en 400 mil agremiados durante 2012, aun cuando la fuerza laboral empleada se incrementó en 2 millones 400 mil. Con ello, la tasa de sindicalización se redujo a sólo 11.3 por ciento. Es el nivel más bajo en 97 años.
 
Peor aún, la tasa de sindicalización en el sector privado se desplomó a sólo 6.6 por ciento el año pasado (del ya muy bajo 6.9 por ciento en 2011). Vale recordar que hace medio siglo, 35 por ciento del sector privado estaba sindicalizado.
 
La ofensiva empresarial (apoyada en ocasiones por el gobierno) librada contra los sindicatos desde los tiempos de Ronald Reagan, junto con una ofensiva más reciente contra los sindicatos públicos impulsada por gobiernos republicanos y multimillonarios conservadores en varios estados (Wisconsin, Indiana, Ohio, Michigan, entre otros), ha brindado resultados.
 
El efecto de este debilitamiento sindical, señalan varios destacados analistas, ayuda a explicar no sólo el estancamiento y hasta la reducción de los ingresos para los trabajadores a lo largo de las últimas décadas, sino tal vez el fenómeno que más define este país (y gran parte del mundo) hoy día: la dramática concentración de riqueza por el 1 por ciento más rico (el cual ahora acapara alrededor de 25 por ciento del ingreso nacional y controla casi la mitad de la riqueza nacional). El economista premio Nobel Joseph Stiglitz indica que esta desigualdad está destruyendo el sueño americano.
 
Mientras se esfuma este sueño, en un anuncio que fue presentado como un gran avance en la equidad, el gobierno de Barack Obama levantó la prohibición a la participación de mujeres militares en las primeras líneas de combate en los campos de batalla. Desde ahora, las mujeres también tendrán la oportunidad de enfrentar al enemigo y defender la libertad en combate, incluso en operaciones clandestinas. Algunos festejaron esto como un gran avance de los derechos civiles de las mujeres. Otros decían que es un sueño hecho realidad.
 
Todo esto en unas filas armadas donde las mujeres han sufrido ataques sexuales cada vez más extensos. El informe más reciente del Pentágono sobre el tema registra que una de cada tres mujeres militares ha sido sexualmente asaltada dentro de las filas uniformadas: unas 52 mujeres al día (obviamente esto no es un fenómeno dentro de la vida militar. La periodista Rebecca Solnit reporta que en Estados Unidos, en promedio, hay una violación sexual de una mujer reportada cada 6.2 minutos y que una de cada cinco mujeres sufrirá una violación durante su vida).
 
Estas dos noticias, que se abordaron como temas sin ninguna relación, en verdad comparten un vínculo profundo. Las fuerzas armadas de Estados Unidos (hoy día con un millón 388 mil integrantes, segundas en número del mundo después de las de China) fueron proclamadas como una fuerza totalmente voluntaria después de la guerra de Vietnam. El servicio militar obligatorio fue anulado, y ahora los integrantes de las filas uniformadas son ciudadanos que decidieron sumarse o fueron reclutados de manera voluntaria. Estos ciudadanos son invitados al servicio militar a cambio de todo tipo de beneficios: primero, una chamba pagada, capacitación y educación especializada gratis, servicios de salud gratis, vivienda gratis, acceso a créditos y, para algunos inmigrantes, hasta ciudadanía, o sea, casi todo lo que uno no tiene garantizado en la sociedad civil.
 
Los que se integran a las filas militares, hombres y mujeres, son mayoritariamente de esa clase media trabajadora que no sólo es la mayor víctima de la crisis económica actual, sino también de las políticas económicas y sociales de las últimas tres décadas que han generado la mayor desigualdad desde antes de la gran depresión, lo cual fue acompañado con la pérdida de empleos de alta renumeración, permanencia de empleo, fondos de pensión, vacaciones pagadas y seguros de salud ahora sustituidos por empleos de salarios mínimos con casi nulos beneficios, o sea, sin todo lo que se conquistó en gran parte por los sindicatos y que llevó a la creación de esta amplia clase media integrada por trabajadores en la era de la posguerra.
 
Lo cual lleva a la pregunta para estos reclutas, y ahora para las mujeres que tendrán el privilegio de estar en las trincheras: ¿qué están defendiendo? Los militares regresan de las guerras (o puestos en unas 150 naciones) a un país donde los más ricos acumulan cada vez más, mientras los demás tienen menos, donde se han perdido millones de empleos y hogares por fraudes financieros. Y llegan a una guerra contra los trabajadores, los inmigrantes y las mujeres. ¿Eso es lo que aquí llaman la libertad por la cual fueron a combatir?
 
Todo ante una retórica oficial de igualdad, libertad, paz, seguridad, derechos civiles y humanos. A veces todo esto se parece al gran escándalo del momento: que el himno nacional entonado por la famosa cantante Beyonce junto con la Banda de los Marines en la toma de posesión presidencial de la semana fue un simulacro –ni cantó, ni tocaron–: se trasmitió una grabación. Si ya ni eso es real, ¿qué tanto lo es el resto del cuento oficial de ese sueño americano?
Tal vez es un intento de intercambiar un sueño por otro.
 
 
Obama, segundo término
Arturo Balderas Rodríguez
El segundo periodo del presidente Barack Obama se inició oficialmente el pasado 21 de enero, aunque tal vez sea mejor decir que ese día marcó la continuación de un largo periplo iniciado en 2008 que continuará hasta el año 2016.
 
 
Antes de revisar la agenda de lo que le espera en los próximos cuatro años es conveniente dar cuenta de algunos de sus principales logros y fracasos en la primera etapa de su gobierno. Sus detractores consideran que fue incapaz de conciliar a una nación dividida y que sistemáticamente excluyó a sus opositores de las principales decisiones de su gobierno e imprimió a su agenda un tinte abiertamente socializante, menospreciando los preceptos neoconservadores de promover el libre mercado, eliminar impuestos y reducir el tamaño del gobierno.
 
En el otro extremo hay quienes consideran que no cumplió con sus promesas, tal como regular más estrictamente al sector financiero, castigar a los culpables de la quiebra económica del país, cerrar la prisión militar de Guantánamo y promover la reforma migratoria, por mencionar sólo algunas de ellas.
 
Entre sus logros cabe destacar tres o cuatro que seguramente dejarán la huella de su mandato. El primero fue el salvamento de la economía, después que la irresponsabilidad de gobiernos anteriores y de los barones de Wall Street sumieron al país en la crisis más profunda después de la gran depresión de los años 30. El otro no menos importante fue la reforma al sistema de salud. Mediante esa reforma se incorporan a los sistemas de seguridad médica a más de 40 millones de ciudadanos, así como regulaciones para evitar que las compañías aseguradoras nieguen una póliza a quienes no representan una clara ventaja económica.
 
Es la más importante reforma de contenido social desde que hace 50 años Lyndon Johnson creó los sistemas de salud Medicare y Medicaid. En el plano internacional dio fin a la nunca plenamente justificada guerra en Irak y sentó las bases para la salida de las tropas en Afganistán, amén de rehabilitar la decaída imagen de Estados Unidos en buena parte del mundo.
 
Hubiera tenido menos dolores de cabeza y podría avanzar en otras partes de su agenda sin su obstinación por el consenso con sus opositores, que no cesaron en su propósito de obstruir cada una de sus propuestas. A final de cuentas, para juzgar sus primeros cuatro años de gobierno es necesario comparar la fotografía del país en enero de 2009 con la de enero de 2013.
 
Entre sus propósitos para los próximos años están una reforma migratoria, que incluya una vía para adquirir la ciudadanía estadunidense, una estricta legislación para proteger el medio ambiente, otra para el control en la proliferación doméstica de armas y una más para garantizar la igualdad de derechos para homosexuales y lesbianas, incluyendo el de contraer matrimonio. Por lo pronto, tendrá que lidiar nuevamente con quienes se oponen al aumento en el techo de la deuda. En una próxima entrega se ampliarán los comentarios sobre cada uno de esos retos.
 
 

Desaliento y arrebato
León Bendesky
En el mundo coexisten situaciones antagónicas derivadas del desempeño de la economía. Por un lado, un gran desaliento frente a las condiciones adversas en el campo del empleo y la producción, provocadas por un severo ajuste fiscal, como ocurre en España. Por otro lado, un verdadero arrebato sobre las posibilidades de la rentabilidad de las inversiones que se asocian con los programas que apenas anuncia el nuevo gobierno en México.
 
No hay contradicción en realidad entre ambas situaciones. Son producto de un mismo fenómeno que es la búsqueda de ganancias en un entorno global muy desigual. Se trata de aprovechar los desequilibrios existentes y las oportunidades que se van generando para sustituir aquellas que se cancelan.

Un asunto que pone de manifiesto esta cuestión es la reciente aseveración hecha en Davos por Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, acerca de que se percibe que en esa región el nivel de actividad va camino de estabilizarse a niveles muy bajos y esperamos que se produzca una recuperación a finales de año. Hay muchas dudas en el análisis y en la formación de las expectativas.

Según Draghi en la eurozona se debe superar la fragmentación de los mercados financieros y trasladar la mejora en ese terreno a la economía real. Esa es la verdadera bifurcación existente todavía en el ámbito de la crisis iniciada a finales de 2008. Ese es el entorno en el que se definen las decisiones de inversión. Y de ahí mismo es de donde surge la dicotomía entre el desaliento que prevalece en Europa, la lentitud de la recuperación en Estados Unidos, la reducción de las expectativas de crecimiento y rentabilidad en Brasil y hasta en China y el actual arrebato por México.

España es uno de los lugares en los que la gestión de la crisis a partir exclusivamente de imponer una bárbara austeridad económica se exhibe con mayor contundencia. La tasa de desempleo es de 26 por ciento y equivale a casi 6 millones de personas, de una población total de alrededor de 48 millones. La población activa disminuyo en más de 176 mil personas sólo en el último trimestre y se ubica en poco menos de 23 millones.

Los efectos del ajuste fiscal, es decir, la caída drástica del gasto público en especial en materia de salud y educación cancelan de modo efectivo las oportunidades, reducen la calidad de vida y, en efecto, hipotecan el futuro. Las repercusiones generales no son la suma de lo que ocurre a nivel individual. Lo que le pasa a cada persona no se esconde en una estadística.

La austeridad impuesta como eje esencial de la política pública para ajustar los presupuestos no es únicamente un criterio técnico, sino que tiene un carácter eminentemente político. Los efectos de esa austeridad van alcanzando incluso a su principal promotor que es el gobierno alemán. El objetivo de sanear los mercados financieros tiende a ser una victoria pírrica en la medida en que se agravan las condiciones sociales.
 
El que más directamente ha planteado el conflicto financiero que enfrentan los países, sobre todo aquellos en proceso de recesión y crisis fiscal, es el ministro de finanzas de Japón, Taro Aso. Llama a los ancianos a morir rápido para ayudar a resolver el problema de la seguridad social y las pensiones. Así debe ser Taro san, que se mueran los otros para que se ajusten la cuentas públicas.
 
Y a todo esto se añade la casi epidémica corrupción en los partidos políticos. Los casos notados de España e Italia no son los únicos. Tampoco se limitan al entorno público sino que se relacionan, necesariamente, con el sector privado. Esto significa un desgaste muy fuerte del entorno democrático, que ha sido uno de los valores sociales y políticos más destacables en la conformación misma de la Europa de la segunda posguerra. Es, inevitablemente, un rasgo más de la crisis y de la gestión social tal y como se practica actualmente.
 
En México el ánimo es el contrario. El ambiente positivo es el que prevalece hoy. La economía seguirá creciendo, las reformas se están planteando; todo es actividad a escala ejecutiva y legislativa. Los acuerdos y los pactos proliferan y son la base del quehacer político. De la educación a la energía; del financiamiento de la producción a la inversión en infraestructura; del reforzamiento de la política fiscal al fomento del mercado interno.
 
Y, sobre todo, la atracción de los capitales externos. México es un imán para los recursos que sólo obtienen un magro rendimiento en otras partes. La deuda pública es un gran atractivo, aunque sea parte integral de los desequilibrios que definen a los mercados financieros globales. Hasta cierto punto es una forma de burbuja especulativa. Y los nuevos negocios, como en el caso del sector de la energía, son muy apetitosos. El auge pude llevar, según algunos, hasta a una fuerte apreciación del peso frente al dólar.
 
Aquí también, como afirmó Draghi, habrá que llevar los resultados a la economía real. Es real no sólo en un sentido contrapuesto a lo monetario como lo entienden los economistas, sino de un modo literal, o sea, aquel en el que vive la gente, más allá del tan mentado efecto y su efecto en el consumo, e incluyendo, por cierto, la seguridad.

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