Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

jueves, 31 de enero de 2013

EU: migración e hipocresía-Cameron y la Unión Europea -La Celac y las luchas contra el neoliberalismo

EU: migración e hipocresía
Luego de dar a conocer los lineamientos para una reforma migratoria integral –que incluiría la regularización de 11 millones de indocumentados, la verificación de centros de trabajo de migrantes y el reforzamiento de la seguridad fronteriza– y tras haber recibido el respaldo de organizaciones de latinoamericanos, defensores de derechos humanos y medios de comunicación, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, se dijo ayer confiado en que la reforma pasará antes de fin de año y llamó a los legisladores de su partido y de la oposición a colaborar en una redacción de la nueva ley.
 
Al colocar la migración como uno de los temas centrales de la agenda política de Washington –al plan del Ejecutivo se suma la propuesta elaborada por una comisión bipartidista en el Senado–, resulta inevitable recordar la improcedencia y la doble moral de la política antimigrante que ha mantenido ese gobierno en décadas recientes: en efecto, las medidas persecución en contra de la migración indocumentada no están orientadas tanto a la eliminación de ese fenómeno en el vecino país –perspectiva que derivaría en el estancamiento y hasta en la parálisis de varios sectores de su economía– cuanto a modular, mediante el relajamiento o la intensificación de esa persecución, la oferta de mano de obra barata en función de las necesidades del mercado laboral de ese país, y a proveer a su economía de un factor de competitividad financiera.
 
Es falso, pues, que la migración indocumentada constituya una amenaza de desestabilización o inseguridad para Estados Unidos, como han sostenido reiteradamente los estamentos más conservadores, chovinistas y xenófobos de la nación vecina; en cambio, la penalización de ese fenómeno ha constituido históricamente una forma inmoral, inhumana e insostenible de subsidiar la economía de ese país.
 
Por lo demás, la perspectiva de la aprobación de una reforma migratoria adquiere relevancia adicional para nuestro país, en tanto que permitiría corregir, así sea parcialmente, uno de los rasgos más perversos del proceso de integración regional a que fue sometido México desde el gobierno de Carlos Salinas: cabe recordar que la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) estableció la apertura de las fronteras entre México, Estados Unidos y Canadá para las mercancías y los capitales, pero las cerró a las personas; de esa manera, se otorgó a las trasnacionales el derecho a buscar mejores condiciones de desarrollo y se le negó a los trabajadores.
 
Tal discriminación resulta doblemente perversa, habida cuenta de que la aplicación de ese acuerdo ha tenido efectos catastróficos en nuestro país, empezando por la pérdida sostenida de independencia económica y alimentaria, la devastación de los entornos agrícolas, la aniquilación de la industria nacional –sometida a una competencia inequitativa y desleal con la estadunidense y la canadiense– y la consecuente pérdida masiva de puestos de trabajo, fenómenos que, en conjunto, han dejado a un sector importante de la población sin otra alternativa que la migración o la incorporación a las distintas vertientes de la economía informal, incluida la delincuencia.
 
Más allá de las propuestas legales, un paso fundamental para la aprobación de una reforma migratoria en Estados Unidos es el abandono –por parte de las autoridades representantes y la sociedad en general de ese país– de la hipocresía estructural que subyace en el entramado legal vigente en materia migratoria y que consiste en satanizar la migración indocumentada y, al mismo tiempo, beneficiarse del invaluable aporte de ese fenómeno a la economía y la cultura estadunidenses.
 
El gobierno mexicano, por su parte, debe abandonar la indolencia y la inacción sistemáticas que ha mostrado en torno al asunto –con el falso argumento de que compete exclusivamente al ámbito interno de Estados Unidos– y colocarlo como un punto central de la agenda de negociaciones bilaterales.
 
Cameron y la Unión Europea
Jorge Eduardo Navarrete
Para el primer ministro británico –con su país al borde de una tercera caída en recesión desde 2008, que ocurrirá si a la contracción del cuarto trimestre de 2012 se suma la del primero del actual–, el discurso sobre Europa era definitorio en más de un sentido. Él mismo lo veía como el pronunciamiento del que dependerá su lugar en la historia, al menos en la historia inmediata, cuando sigan apreciándose acontecimientos que, en una perspectiva secular, quizá no alcancen ese rango. Quizá por eso titubeó tanto en cuanto a la oportunidad para proferirlo. Lo hizo, a fin de cuentas y tras al menos una diferición, el miércoles 23 de enero.
 
Significados. Para el resto de la Unión Europea, que no lo recibió con júbilo, podría haber sido peor y más inoportuno, de no haber esperado a que más o menos se diera por establecido el momento positivo en que parece encontrarse la crisis del euro. La relativa tranquilidad derivada de la promesa del Banco Central Europeo de adquirir bonos soberanos, sin limitaciones a priori, y el retorno de España y Portugal a los mercados financieros, configuran ese momento, que debía ser aprovechado, ante el riesgo de que se disipe. Para el socio especial del otro lado del Atlántico, que se había permitido dejar saber, mediante declaraciones y enviados especiales, cuán inoportuna consideraría una asunción demasiado súbita y drástica de las posiciones del euroescepticismo radical, puede haber resultado, a fin de cuentas, algo manejable, que no llega a envenenar la atmósfera de las eventuales negociaciones de liberalización comercial entre Estados Unidos y la Unión Europea. Para la propia opinión política británica, verdadera destinataria del discurso, la oportunidad estuvo dictada por una combinación de factores: la necesidad de no esperar más para reducir la brecha a favor del laborismo, tan persistente y amplia en las encuestas de intención de voto; la urgencia de salir al paso a los rumores de indecisión y falta de rumbo, que alimentaban la idea de una posible sustitución anticipada del líder conservador; la conveniencia de enviar una señal clara e inequívoca al ala euroescéptica de los conservadores, fortalecida por los avatares de la crisis y, sobre todo, evitar una fuga masiva de sus integrantes al Ukip (el partido IndependenciaRU), que tremola la demagógica pero atractiva bandera de poner salvo a la nación del monstruo burocrático y federalista de Bruselas. Para los socios de coalición, los liberal-demócratas, un recordatorio de quién adopta las decisiones y quién es el socio menor. Cameron über alles.

Contenido. El núcleo del discurso de Cameron –que se extendió por casi 40 minutos y rebasó las 5 mil 500 palabras– puede resumirse en la floritura retórica de su penúltima cláusula: Porque hay algo en lo que creo muy profundamente: que el interés nacional británico puede ser mejor servido en una Unión Europea flexible, adaptable y abierta y que esa Unión Europea es mejor con la presencia británica. En otras palabras: la UE debe ser como el Reino Unido quiere y esa UE es mejor si el Reino Unido forma parte de ella. El Reino Unido es, entonces, el país indispensable para la Europa adecuada.

Para alcanzar este objetivo, Cameron planteó una estrategia que abarca los próximos cuatro o cinco años. Es una estrategia clonada de la que usó, a mediados de los años 70 del siglo pasado, un gobierno laborista. Como recordó John F. Burns en The New York Times (23/1/13), Harold Wilson, el líder laborista, renegoció la posición británica en Europa y después obtuvo un respaldo decisivo del resultado alcanzado en un referéndum celebrado en 1975, el único hasta ahora.
 
Cameron se propone negociar una unión más escueta, menos burocrática; una unión más flexible, que acoja a los que desean profundizarla y también a los que, como el Reino Unido, nunca perseguirán tal objetivo; una unión que devuelva poderes a sus miembros, más que continuar retirándolos de ellos; una unión más transparente, que rinda mejores cuentas a los parlamentos nacionales de sus miembros, y una unión más equitativa, tanto para los que son parte de la eurozona como para los que nunca adoptarán la moneda única, como el Reino Unido. La incorporación de estos cinco elementos exigirá negociar un nuevo tratado y Cameron anunció que en la próxima elección general, en 2015, pedirá al electorado británico el mandato para que un nuevo gobierno conservador lleve adelante esa negociación. Y cuando hayamos negociado ese nuevo arreglo, realizaremos un referéndum para que el pueblo británico opte por permanecer o salir de la unión. En otras palabras, condicionado a ser relegido con mayoría suficiente, Cameron promete la realización del referéndum.
 
Reacciones. No se hicieron esperar. Los liberal-demócratas, socios menores de la coalición en el poder, fueron muy críticos. Condenaron la estrategia anunciada al considerar que la misma condenaba al país y al continente a una incertidumbre extendida por varios años, convirtiéndose en un elemento de freno de las decisiones urgentes que deben adoptarse. El electorado conservador, en especial los euroescépticos de diversos matices, quedó deleitado y se informó de un repunte casi inmediato de los conservadores en las encuestas. En la Unión Europea misma las reacciones fueron diversas, con el común denominador de la mesura. Parecen entenderse los imperativos políticos internos que determinan en buena medida la actitud de Cameron. Merkel, que se ha convertido en una suerte de vocera mayor de la eurozona, fue en extremo conciliadora. Expresó la necesidad de hallar un terreno común con el gobierno británico y no se opuso a que se abriera una negociación en la que, sin embargo, también debería atenderse a los puntos de vista y proposiciones diferentes a las adelantadas, todavía en términos vagos, por el primer ministro británico.
 
Es difícil abandonar la impresión de que Cameron planteó una apuesta complicada y riesgosa. La celebración misma de un referéndum se considera inevitable, pero el planteamiento de optar entre permanecer en la unión o abandonarla es considerado por muchos como una invitación a saltar al abismo. No es claro hasta dónde está Europa dispuesta a reconocer la excepcionalidad británica y qué costo está dispuesta a pagar por ella. Queda la impresión de que el Reino Unido necesitará mucho más de Europa en los años y decenios por venir, que ésta de quizá el menos cooperativo y más exigente de sus miembros.
 
La Celac y las luchas contra el neoliberalismo
Ángel Guerra Cabrera/I
Los países de América Latina y el Caribe hicieron historia al acordar en la Riviera Maya, México (2010), la constitución de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). Significaba que los 33 estados de la región se reunieran por primera vez en una organización sin Estados Unidos ni Canadá y que en su gran diversidad hablaran a una sola y soberana voz en el concierto mundial de naciones. Su trayectoria hasta hoy, los pronunciamientos de su primera cumbre en Santiago de Chile (28/1) y la elección unánime de Cuba para encabezarla hasta la segunda cumbre de La Habana (2014), así lo demuestran. Esta decisión, indicando a Washington el apoyo latinocaribeño a Cuba y los clamorosos reclamos que debió escuchar Obama sobre la argentinidad de las Malvinas y contra el bloqueo y la ausencia de la isla en la llamada Cumbre de las Américas de Cartagena (2012) señalan el crucial giro político de América Latina y el Caribe.
 
La Celac es el proyecto de unión política, económica, cultural y social más importante de nuestra historia contemporánea señaló en memorable carta a la reunión de Santiago el presidente Hugo Chávez. Nadie más indicado para hacer esta valoración que quien ha entregado todo su talento y dotes de líder para conseguirlo. En la Cumbre de América Latina y el Caribe sobre Integración y Desarrollo, Brasil (2008), con la capacidad de convocatoria del presidente Lula da Silva se dio el primer paso, dijo entonces su homólogo Raúl Castro, y la reunión constitutiva, preparada exquisitamente por la diplomacia chavista, se realizó en la capital venezolana (2011). Allí se adoptaron la Declaración y el Plan de Acción de Caracas, así como otros documentos previamente sometidos al consenso de todos los gobiernos participantes. En ellos, como en los adoptados en Santiago esta semana se advierte una manera de pensar y un lenguaje propio humanistas y solidarios, alejados del cosmopolitismo y la tecnocracia neoliberales.

Y es que la Celac no es fruto de una decisión burocrática o cupular. Sólo fue posible como resultado de un nuevo y superior capítulo de la lucha de emancipación de los pueblos de América Latina. Cuando se anunciaba el fin de la historia y las políticas neoliberales parecían eternas, nuestros pueblos cambiaron la geografía política y el sentido común que parecía prevalecer entonces en la región. Lo hicieron a partir del estremecedor caracazo (1989) y la rebelión cívico-militar encabezado por Chávez (1992), pasando por el levantamiento indio de Chiapas (1994) y otros potentes combates populares que condujeron al advenimiento de gobiernos defensores del interés nacional y popular en Venezuela, Brasil, Argentina Bolivia, Uruguay, Ecuador y Nicaragua. La Celac es resultado de la aparición de estos gobiernos, de la rebelión antineoliberal que los entronizó y de un acumulado cultural a favor de la unidad como única vía de independencia. Alargando la perspectiva histórica, es también consecuencia de cinco siglos de luchas populares y se asienta en la solidez de las dos grandes civilizaciones de los pueblos originarios de América Latina y el Caribe y en el fecundo mestizaje indo-latino-africano. Encarna el postergado e indispensable objetivo unitario de Bolívar, de Martí y de muchos de nuestros próceres.
 
La cumbre de Santiago muestra una Celac en trance de consolidarse que inspira justificado optimismo aunque sería ingenuo suponer que estará exenta de escollos. Los sectores burgueses más entreguistas en cada país harán todo lo posible por poner palos en la rueda. Estados Unidos intentará aprovechar las evidentes diferencias de criterio en su interior para dividirla. En la organización están los países de la Alba así como Argentina, Brasil Y Uruguay –que se oponen al libre comercio– y están México, Colombia, Perú y Chile, agrupados en la Alianza Pacífico, que persisten por ahora en esa fórmula fracasada y socialmente ruinosa. Sin embargo, ambos grupos están demostrando la capacidad de trabajar juntos enfatizando en lo que los une y no en lo que los separa.
 
Raúl lo definió así en Santiago: Entre nosotros hay pensamientos distintos e, incluso, diferencias, pero la Celac ha surgido sobre el acervo de 200 años de lucha por la independencia y se basa en una profunda comunidad de objetivos. No es la Celac, por tanto, una sucesión de meras reuniones ni coincidencias pragmáticas, sino una visión común de la patria grande latinoamericana y caribeña que sólo se debe a sus pueblos.
Twitter: aguerraguerra

No hay comentarios:

Publicar un comentario