Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

jueves, 24 de enero de 2013

México y EU, grandes desafíos- NAVEGACIONES- Política exterior



México y EU, grandes desafíos

Napoleón Gómez Urrutia
El domingo 20 de enero, Barack H. Obama prestó juramento co- mo el presidente constitucional número 44 de los Estados Unidos de América. En este su segundo mandato, probablemente reforzará su estrategia y política para impulsar la actividad económica, la apertura de nuevas oportunidades, la generación de empleos y el equilibrio social entre los que más ganan y los que menos tienen. Las relaciones internacionales y su política de migración serán temas fundamentales, particularmente en su relación con sus países vecinos: México y Canadá.
 
 
México y el gobierno de Enrique Peña Nieto deberán mantener una sana distancia de colaboración en algunos asuntos y de fortalecimiento de la soberanía nacional en otros, que puedan resguardar las riquezas naturales, la justicia, el respeto y la dignidad de los mexicanos. Peña Nieto tiene que estar a la altura de lo que México necesita y espera de él. No se puede improvisar o cometer errores graves que pongan en juego el destino de la nación. Suficientes problemas acumulados existen como producto de haber descuidado durante más de una década la política exterior, el prestigio y la imagen nacional e internacional. La violación a la democracia que cometió Felipe Calderón para llegar al poder, con su lema haiga sido como haiga sido, no se puede proyectar más en el mundo si queremos recuperar lo más valioso de los mexicanos, su prestigio, su cultura, su historia, sus tradiciones y su inserción inevitable con ese legado en la modernidad. Los mexicanos tenemos dignidad y necesitamos un gobierno a la altura.
En el asunto migratorio, tanto Obama como Peña Nieto deben marchar hacia un verdadero acuerdo que respete la dignidad y los derechos de los trabajadores mexicanos en Estados Unidos. Esta debe ser una de las grandes reformas, ya anunciada por Obama, que el presidente de Estados Unidos debe impulsar para regularizar la situación legal de más de 11 millones de personas que todavía se encuentran en condiciones indefinidas. Pero también es una muy grave responsabilidad para el gobierno de México la necesidad de crear los empleos dignos para evitar la salida y el flujo de mexicanos hacia los países vecinos de Norteamérica. De hecho, ya existen voces, sobre todo en el sector sindical de EU, que han demandado a su gobierno encontrar solución a este fenómeno, como ha manifestado Richard L. Trumka, dirigente de la AFL-CIO, la más importante federación sindical estadunidense.
 
No podemos ignorar que México se ha vuelto más vulnerable. Una catástrofe de la naturaleza o cualquier conflicto político o social pondrían en grave riesgo la permanencia de un sistema de paz, seguridad y tranquilidad que sólo es aparente. No se debe exagerar el optimismo, los riesgos están presentes y se derivan de un descuido y abandono total durante 12 años de las administraciones pasadas que hundieron más a México en una crisis potencial de alto riesgo. La inseguridad, el desempleo, la crisis financiera mundial, la pobreza y la marginación, al lado de cambios climáticos y de fenómenos meteorológicos inesperados, continúan latentes y el tiempo no permite la improvisación o la aplica- ción de políticas equivocadas que sólo conducen a agravar más la situación.
 
México ya no puede esperar, ni tampoco la angustia e incertidumbre de los mexicanos. Por eso, el gobierno de México, como signatario junto con Estados Unidos y Canadá, del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) debe dejar a un lado el abandono con que ha manejado el tema laboral, dando cumplimiento al Acuerdo Complementario de Colaboración Laboral inscrito dentro del TLCAN. Este debe dejar de ser solamente un convenio comercial y convertirse en un tratado integral para la cooperación y el desarrollo económico y social entre los tres países. Tienen Estados Unidos y Canadá la suficiente presencia como para revisar el TLCAN en estos aspectos y lograr que el gobierno de México cese la represión y la violación constante de los derechos laborales y humanos de la clase trabajadora y se respete la libertad sindical.
 
En estas circunstancias, Peña Nieto tiene ante sí la responsabilidad de procurar la reconciliación nacional y encontrar las nuevas oportunidades que la población está deseando y esperando. El actual modelo de desarrollo no puede seguir operando para beneficio sólo de unos cuantos.
 
Esta es la realidad de un país como México, que tiene uno de los más altos grados de concentración de la riqueza en pocas manos. Debe haber una conciencia social que cambie los elevados niveles de explotación e injusticia a los cuales está sometida la enorme mayoría de la población. Esta es la terrible realidad en que vive más de la mitad de la población mexicana.
 
Obama lo dijo muy claro: Un país con extrema desigualdad no tiene futuro. Podría agregarse que una nación sin libertad y sin justicia tampoco puede avanzar a mayores niveles de desarrollo. Si no existe un verdadero estado de derecho y éste sólo se utiliza en beneficio de una reducida minoría, entonces México estará en riesgo permanente. Esto, el gobierno de México lo debe tener muy presente y actuar en consecuencia. La historia estará de testigo.
 Duda jurídica-Fisgón
 
Navegaciones
El placer y el dolor de la autopista
Pedro Miguel
Foto
Una disputa muy graciosa se centra en torno a la cuna de la civilización más antigua del mundo. En el polvo de Damasco –en ella se ha encontrado vestigios de vida sedentaria que datan de 12 mil años– y en los suelos de Göbelli Tepe, Jericó, Çatal Hüyük, Shush, Ur, Plovdiv, el Valle del Nilo, el Golfo de Cambay, Mohenjo-Daro, Las Shicras, Kambat, La Venta y Cuicuilco, además, por supuesto, de las ciudades griegas, se acumulan los milenios: uno, tres, seis o nueve. Digamos diez. Hagamos de caso que esta manifiesta necedad llamada civilización tiene diez mil años de existencia. Bien: durante nueve mil novecientos de esos años los humanos se las han arreglado sin autopistas (y, por supuesto, sin automóviles) pero no es fácil tener en mente ese dato cuando uno se agarra de un volante como una garrapata se prende de la dermis y enfila hacia alguna salida urbana para tomar una autopista.
 
 
A menos que el coche se encuentre en mal estado y vaya dejando un reguero de tornillos por el camino como para identificar la ruta a la hora del regreso, o que en nuestro vehículo viaje alguien que se tira pedos, la experiencia es característica y sublime; acaso, lo más parecido al vuelo para quienes carecen de conocimientos y licencia para pilotar aviones. Tal vez por eso entre las clases medias y altas de este periodo Cuaternario Neozoico –para las cuales se ha diseñado, con fines de dominio y de consumo, la parafernalia civilizatoria actual–, el viaje en autopista o autovía parece una vivencia consustancial al mundo y a la naturaleza. Pero qué va: los más antiguos de esos caminos apenas llegan a los cien años. Los más antiguos fueron construidos en 1908 (Long Island Motor Parkway, vía de peaje) y en 1925 (la autostrada entre Milán y Varese), en tanto que en España no se inauguró uno sino en fecha tan tardía como 1969; eso sí, sobre el trazado de un antiquísimo camino romano.
 
Con todo, las autopistas son parte de la cultura hasta el punto de que sin ellas Jack Kerouac pierde 50 por ciento de su significado y se derrumba el último relato que escribió Cortázar; en ellas se basa un subgénero cinematográfico: el road movie o película de carretera, en el que algún personaje más o menos contemporáneo (recuérdese que hablamos de los años sesenta del siglo pasado) protagoniza un viaje tan trascendente (bueno, eso dice el guión de esas pelis) como el del Odiseo homérico.
 
La OCDE, a la que le encanta decir la última palabra en tantos asuntos sin que nadie se lo pida, define autopista como a) una carretera específicamente diseñada y construida para el tráfico motorizado, b) confinada (esto es, sin acceso a las propiedades con las que colinda), provista de dos calzadas dobles, una para cada dirección, y separadas ambas por una banda, camellón o murete; c) está desprovista de cruces al mismo nivel con otras carreteras, vías férreas o pasos peatonales, por lo que todos sus intersecciones con otras vialidades deben resolverse mediante puentes o pasos a desnivel; d) cuenta con carriles específicos y señalizados de incorporación (aceleración) y de salida (desaceleración) asimismo, e) dispone en sus bordes exteriores de arcenes o acotamientos para efectuar paradas temporales de emergencia y pueda detenerse en esos casos de emergencia sin obstaculizar el tránsito; por último, f) su trazo debe ser lo más rectilíneo posible, y sus curvas, amplias y poco pronunciadas, a fin de que los automotores no disminuyan su velocidad o lo hagan lo menos posible.
 
En teoría, las autopistas son una manera de agilizar el tránsito regional, nacional e internacional, acortar distancias y tiempos de recorrido, dinamizar la economía y elevar la productividad. Lo malo es que suelen hacer trizas los entornos ecológicos y sociales por los que atraviesan y se vuelven un disparador para la producción, el consumo y el uso de automóviles, que representa uno de los callejones sin salida más evidentes del modelo (in)civilizatorio que vivimos.
 
Ya más entrados en el terreno de lo subjetivo, la combinación entre una construcción con esas características y un trebejo dotado de motor de explosión interna da como resultado el placer de manejar.
Si se piensa con detenimiento se verá que la conducción de un coche por una autopista es, antes que nada, una práctica de obediencia casi absoluta. Se puede (aunque no se deba) ignorar los límites de velocidad y sublevarse ante ciertas indicaciones y señalizaciones, pero resulta imposible apartarse del dictado principal, que reside en el trazado de la ruta, decidido por un manojo de ingenieros desconocidos décadas antes de que hollemos con el hule de nuestras llantas el asfalto o el cemento del camino.
 
Ah, pero en ese acatamiento no hay sacrificio sino gozo. Llevar el coche por esa línea, sin transgredirla nunca, es una experiencia (engañosísima, claro) de libertad y de poder: uno se deja llevar por la sensación de dominar el camino –como si no fuera éste el que nos domina a nosotros – y vive incluso un momento de sensualidad, como si el vehículo que se tripula fuera la mano propia que pasa suavemente por sobre los contornos dérmicos de un cuerpo deseado. Todo ello, sin mencionar que un viaje en auto conlleva dos aparentes milagros –el de salir y el de llegar– y una aventura: la de tripular una caja de fierro movida a punta de estallidos de gasolina comprimida y que alcanza velocidades invariablemente peligrosas.
 
El problema empieza cuando, acicateados por la necesidad de transportarse o de transportar personas y cosas, o bien por la mera evocación del placer, miles de automotores confluyen en una de estas vías y convierten lo que parecía paraíso en un infierno árido y desesperanzador, y nos vemos pegados al asfalto con todo y coche, sin escapatoria posible en medio de un paraje extraño y deshabitado e impedidos de alejarnos más de diez metros del coche por nuestros propios medios, sin tener, para colmo, una idea precisa de la causa que nos ha reducido a esa condición: ¿Es sólo el embotellamiento de la hora? ¿Hubo un accidente kilómetros adelante? ¿Ha llegado el fin del mundo?
 
Parece ser que un día la noción de las autopistas nos resultará tan remota como lo son hoy en día los sacbeob, los caminos reales y las rutas de diligencias, y que el automóvil quedará relegado a ejemplo histórico de estupidez, codicia y egoísmo. Mientras llega el momento, no hay motivo para declinar la invitación al viaje como debe ser: sin más motivación que el viaje mismo.
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Política exterior
Miguel Marín Bosch /I
En las últimas décadas se ha venido uniformando la política exterior de muchos países. Desde luego que hay excepciones, empezando por las grandes potencias militares y/o económicas. Empero, en términos generales, podría decirse que el margen de una acción independiente y distinta que hoy tiene un gobierno en materia de política exterior se ha reducido notablemente.
 
Son varias las causas de esa creciente uniformidad: la globalización y la revolución en las telecomunicaciones, así como las grandes empresas trasnacionales que nos van imponiendo gustos y modas. Sobre todo, la difusión masiva e instantánea de noticias va acercando el pensamiento de los habitantes del mundo y de sus respectivos gobernantes.

 
Los organismos internacionales también han servido para encontrar un denominador común en muchos aspectos del comportamiento de las naciones. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que agrupa en su mayoría a países desarrollados, tiene entre sus metas fomentar la democracia y la economía de mercado. Establece normas e identifica pautas a seguir por sus miembros.
 
En las Naciones Unidas también se han multiplicado los puntos de acuerdo entre sus ahora 193 miembros. La ONU ha hecho una notable contribución a la codificación del derecho internacional y ha elaborado un sinnúmero de tratados y otros instrumentos internacionales que se han convertido en códigos de conducta en una variada gama de asuntos.
 
En la pasada sesión de la Asamblea General de la ONU se aprobaron muchas resoluciones que reflejan una creciente coincidencia en temas económicos. En las cuestiones sociales también hay más acuerdo. Por ejemplo y pese a la resistencia de decenas de países, desde 2007 la Asamblea General ha venido pidiendo una moratoria en la ejecución de personas condenadas a muerte. Por otro lado, hace escasas décadas hubiera sido impensable que la Asamblea General aprobara una resolución condenando la práctica de la mutilación genital femenina. Pero eso es lo que hizo el pasado mes por iniciativa de países africanos, declarando además que el 6 de febrero será el Día Internacional de la Tolerancia Cero contra la Mutilación Genital Femenina.
 
La defensa de los derechos humanos no tiene pasaporte ni requiere de visa para ejercerse. Eso ha sido un avance significativo. Atrás quedaron los argumentos de que no hay valores universales en esta materia. Hoy resulta inaceptable que se traten de justificar, alegando diferencias culturales, ciertas prácticas que vulneran los derechos humanos. Piensen en la reacción mundial en el caso reciente de una adolescente paquistaní que recibió una bala en la cabeza por atreverse a pedir educación para las niñas de su país.
 
Aparte de los temas económicos y sociales (con excepción de los casos de la situación de los derechos humanos en determinados países), en la ONU también hay una posición abrumadoramente mayoritaria en torno de la política de Israel frente a los palestinos. Sólo unos cuantos países se unen a Israel en su rechazo a las resoluciones sobre la situación en Medio Oriente: Estados Unidos es su principal apoyo, pero también lo tiene de Australia y Canadá, así como de las Islas Marshall, Micronesia y Palau. El año pasado Panamá se unió a ese pequeño grupo.
 
Asimismo, los temas de descolonización cuentan con un amplio respaldo dentro de la ONU.
 
Hay una que otra excepción al creciente acuerdo en la agenda internacional. El mundo sigue dividido en materia de desarme, sobre todo en el campo nuclear. Para empezar, están los países que poseen armas nucleares (China, Estados Unidos, Francia, India, Israel, Pakistán, Reino Unido, Rusia y seguramente Corea del Norte) y sus aliados, sobre todo los que integran la OTAN, cuya política contempla el posible uso de dichas armas. Luego, en el otro extremo, están los que quieren eliminar dichas armas, en su mayoría los que están situados en las zonas libres de armas nucleares en América Latina y el Caribe, África, el Pacífico sur, el sureste asiático y Asia central. Estas naciones cuentan con el apoyo de algunos países europeos (Austria, Finlandia y Suecia) y no pocos asiáticos.
 
En vista de lo anterior, ¿qué puede hacer un país mediano o pequeño para distinguirse en materia de política exterior? Si tiene dinero puede promover su imagen en el mundo a través de fundaciones y organizaciones con vínculos gubernamentales. Varias naciones del Golfo Pérsico, Qatar en particular, así lo hacen.
Noruega, otro país con riqueza petrolera, ha optado por patrocinar seminarios internacionales sobre diversos temas, incluyendo el medio ambiente y el desarme nuclear. Cabe señalar también que las pláticas entre el gobierno colombiano y las FARC-EP en Cuba se inauguraron en Noruega en octubre pasado.
 
Venezuela ha optado por abrirse un espacio político en América Latina y el Caribe mediante la ayuda económica que proporciona a regímenes afines. En la ONU, junto con otros países latinoamericanos, el gobierno de Hugo Chávez también ha logrado separarse en algunos temas del grupo latinoamericano y caribeño (Grulac). Junto con Bolivia, Cuba, Ecuador y Nicaragua se distanció del resto del Grulac en varias resoluciones, incluyendo las relativas a la situación de los derechos humanos en Irán y Siria.
En las últimas décadas, en cambio, México ha navegado en materia de política exterior sin brújula o quizás con una brújula deficiente. Como siempre, esa brújula suele apuntar hacia el norte. Pero desde hace más de dos décadas lo ha hecho en detrimento de otros derroteros.
 
En el pasado pudimos, sin dejar de privilegiar la relación con Washington, abrirnos unos espacios multilaterales en temas económicos y de desarme y actuamos también en cuestiones de pacificación en Centroamérica. Ello redundó en beneficio de nuestro prestigio internacional, que empezamos a ganar a pulso en la Sociedad de Naciones y afianzamos en la ONU hasta mediados de los años 80.
 
En los años venideros México debería intentar recuperar un poco de ese prestigio del que gozó durante medio siglo a partir del sexenio del presidente Lázaro Cárdenas. Ese será el tema de nuestro siguiente artículo.

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