Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

lunes, 17 de octubre de 2011

Crisis, civilización y barbarie- El garlito de Alabama- ¡Basta!

Crisis, civilización y barbarie
El precandiato presidencial estadunidense Herman Cain, republicano, propuso el pasado fin de semana la construcción, a lo largo de la frontera con México, de un muro de 20 metros de altura rematado por una alambrada que emita descargas eléctricas mortales, como una manera de combatir el arribo a su país de migrantes indocumentados, así como el emplazamiento de contingentes militares con armas de fuego real y balas de verdad en la línea divisoria.
Ésas y otras declaraciones de xenofobia se presentan en el contexto de campañas políticas en medio del estancamiento económico y de la desesperanza social por el fracaso de la administración de Barack Obama en enfrentar la voracidad de los grandes capitales y de formular una política económica de bienestar para la empobrecida población de la todavía máxima potencia económica del mundo.
En ese entorno, prolifera el recurso electorero de satanizar a los trabajadores migrantes y hacerlos depositarios de la culpa por la falta de empleo, la inseguridad y otros males reales o imaginarios. Con éstas y otras expresiones irresponsables, Cain ha logrado remontar en las preferencias electorales.
Por desgracia, la demagogia antinmigrante no se circunscribe a las campañas ni a los tiempos electorales, sino se sedimenta en corrientes de opinión perdurables. Cada uno de los excesos verbales proferidos incrementa las condiciones de peligro, abuso, discriminación y explotación que deben enfrentar los trabajadores extranjeros –mexicanos, en una importante proporción– en Estados Unidos.
Por desgracia, esas conductas políticas tienen un precedente pavoroso. Es un hecho histórico conocido que los impactos en Alemania del desbarajuste económico iniciado siete semestres antes –en lo que se conoció como crack de 1929– fueron el caldo de cultivo para la toma del poder por los nazis, y que el impulso a la xenofobia y el racismo constituyó un componente fundamental del Partido Nacionalsocialista para lograr ese objetivo.
El mismo año en que Adolfo Hitler fue nombrado canciller, en el otro lado del Atlántico Franklin Delano Roosevelt enfrentaba la prolongada recesión en forma muy diferente: mediante el lanzamiento de un programa de gobierno conocido como New Deal (Nuevo Acuerdo), consistente en proteger a los sectores más pobres de los efectos de la crisis, fomentar el sindicalismo, hacer crecer el mercado interno, emprender acciones para la reactivación del agro y aplicar controles gubernamentales a los mercados financieros; dicho sea de paso, Roosevelt emprendió, en el periodo 1933-1938, lo que Barack Obama debió haber hecho desde 2009.
Puede decirse, pues, que con el telón de fondo común de la crisis económica global, mientras el New Deal fortalecía la democracia estadunidense, el nazismo destruía la democracia alemana. Las catástrofes financieras suelen terminar en una disyuntiva entre civilización y barbarie.
Significativamente, fue en Tenesi –donde Roosevelt fundó una de las instituciones emblemáticas del New Deal, la Autoridad del Valle de Tenesi (TVA, por sus siglas en inglés)– donde Herman Cain cosechó aplausos con su propuesta de electrocutar y balear a los trabajadores indocumentados. Cabe esperar que en esta circunstancia histórica la barbarie no prevalezca en Estados Unidos.
El garlito de Alabama
Arturo Balderas Rodríguez
La decisión del gobierno del estado de Alabama de declarar la guerra a los trabajadores indocumentados pudiera tener consecuencias inesperadas en la política laboral de ése y otros estados que lo han seguido en su política antinmigrante.
Hasta el viernes de la semana pasada habían abandonado el estado 185 mil personas de origen latino, atemorizadas por las consecuencias que pudiera tener la aplicación de la ley, una de cuyas disposiciones establece que la policía puede detener a quien sea sospechoso de ser indocumentado y ponerlo a disposición de las autoridades migratorias. Al día siguiente de entrar en vigor la ley, las instalaciones de más de una empresa estaban semidesiertas por la ausencia de trabajadores; los servicios en hoteles y restaurantes se vieron seriamente afectados y las escuelas reportaron un ausentismo inusitado.
Algunos de quienes se expresaron en los medios de comunicación en torno a este asunto consideraron que el éxodo de trabajadores beneficiará a quienes están desempleados; otros dijeron estar preocupados porque no será fácil remplazar a quienes han abandonado sus trabajos, principalmente en el campo y en las plantas procesadoras de alimentos. A juicio de un funcionario de la asociación que agrupa a los productores de alimentos, será factible remplazar a quienes dejaron sus trabajos con los que han perdido el empleo como resultado de la crisis económica que sufre el país. Sin embargo, agrega, hay el riesgo de que el remplazo sea muy lento y no sean cubiertos todos los puestos que ahora están vacantes. Además, quienes sustituyan a los trabajadores indocumentados exigirán el salario mínimo que la ley establece, lo que implicará un encarecimiento en el sector de productos alimenticios, y también en el de los servicios.
De esta situación se pudieran derivar dos consecuencias: que la mano de obra inmigrante resultara innecesaria para la economía, como han sugerido algunos legisladores en ese estado, o que este éxodo masivo tuviera efectos devastadores para el sector alimentario y de servicios, lo que obligaría a los promotores de la ley a rectificar, no por una cuestión humanitaria, sino por necesidad económica. Una tercera posibilidad es que, en respuesta a la falta de trabajadores, las autoridades del estado sugirieran a la policía flexibilidad en la aplicación de la ley. Esto daría paso a la contratación irregular de trabajadores indocumentados, incluso con salarios menores de los que se les pagan ahora, como de hecho ha venido sucediendo en buena parte de Estados Unidos.
En cualquier caso, quienes carecen de documentos migratorios seguirán arriesgándose a ser detenidos y deportados debido a que, para la mayoría de ellos, no hay condiciones de vida digna en los países de los que provienen, uno de ellos México, a pesar de que sus autoridades insisten en lo contrario.
 
¡Basta!
Gustavo Esteva
Terminó el viernes el ciclo inicial del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Liberado ahora de la carga que imponía el frustrante encuentro/desencuentro con los poderes constituidos, cansado ya de pedir peras al olmo, puede quizás sumarse al movimiento que empezó el 17 de septiembre en Wall Street y así dar más profundidad a su creativa indignación.
El 7 de octubre Naomi Klein dijo a los manifestantes, ahí en la plaza: Mientras en la televisión los expertos se preguntan, perplejos, por qué protestan, en el mundo entero la gente se pregunta: ¿por qué tardaron tanto? Nos preguntábamos si algún día iban a aparecer. Bienvenidos. Y agregó: Tratemos a este bello movimiento como lo más importante del mundo. Porque lo es. Realmente lo es.
Parecen darle la razón los indignados de un millar de ciudades que lo replicaron el 15 de octubre en todo el mundo y los entusiastas que ven en él señas de la esperada revolución mundial en el corazón simbólico de la bestia. Pero muchos, que comparten el entusiasmo, no quieren anticipar vísperas. El filósofo esloveno Slavoj Zizek, por ejemplo, les advirtió: Me atemoriza pensar que un día de éstos nos vayamos a casa y luego nos reunamos una vez al año, frente a una cerveza, para recordar nostálgicamente el buen rato que pasamos aquí. Prometámonos que no será así. Zizek pensaba acaso en la nostalgia de los hippies de los años sesenta, que se reúnen de vez en cuando a recordar lo que pudo ser y no fue, aquel sueño de cambiar el mundo que finalmente se convirtió en otra forma de entrar en él. ¿Pasará lo mismo con los de Wall Street?
Zizek subrayó que el movimiento daba visibilidad a la falta de libertad e inventaba un lenguaje apropiado para hablar de ella. Y dijo otras frases memorables:
El matrimonio entre la democracia y el capitalismo ha terminado.
Nos dicen que somos soñadores. Los verdaderos soñadores son aquellos que piensan que las cosas seguirán siendo como son indefinidamente. No somos soñadores. Somos los que estamos despertando de un sueño convertido en pesadilla.
No estamos destruyendo nada, sino siendo testigos de cómo el sistema se destruye a sí mismo.
Se ha criticado insistentemente la falta de demandas del movimiento. Recojo aquí algunas reacciones de diversos manifestantes anónimos ante esta crítica:
No, el movimiento no tiene demandas. Si las haces estás pidiendo que la gente en el poder y las instituciones hagan las cosas de otra manera. No queremos presentar demandas porque para nosotros el problema está en las propias instituciones.
No, este movimiento no es para pedir algo en particular, sino para exigir que el 99% sea escuchado.
Presentar demandas sería no haber entendido de qué se trata. No es que haya alguna manera específica de arreglar el problema. El punto es que necesitamos unirnos y avanzar juntos en un proceso de cambio.
Más que presentar propuestas de política, la ocupación de Wall Street recuerda cómo debería ser la democracia: una discusión entre personas que buscan consenso, no una colección de urnas.
No estamos desorganizados. Lo que pasa es que hay muchos problemas. ¿Sabemos ya cómo resolverlos? No, desde luego; todavía no. Pero tampoco lo saben el presidente, el Congreso, las corporaciones y todos los poderes constituidos.
Es esto lo que examinan Hardt y Negri. Reconocen que el movimiento da voz a una extendida sensación de injusticia económica: Ha hecho evidente que la indignación contra la codicia de las corporaciones y la desigualdad económica es real y profunda. Pero según ellos es, sobre todo, una protesta contra la falta de representación o su fracaso. “No se trata simplemente de que éste o aquel político o éste o aquel partido sean ineficaces o corruptos… sino de que el sistema representativo mismo es inadecuado. Este movimiento de protesta puede, y acaso debe, transformarse en un genuino proceso democrático constituyente.” Como el de Sicilia.
Hace unos días quienes permanecen en la plaza hicieron una recapitulación: El 17 de septiembre personas de muchas partes del país y del mundo vinimos a protestar por las escandalosas injusticias de nuestra época, perpetuadas por las elites económicas y políticas. Nos levantamos ese día contra la privación de nuestros derechos políticos y la injusticia social y económica. Hablamos, resistimos y ocupamos con éxito Wall Street. Permanecemos orgullosamente aquí, en la Plaza de la Libertad, y nos constituimos como entes políticos autónomos empeñados en una desobediencia civil no violenta y en la construcción de solidaridad basada en el respeto mutuo, la aceptación y el amor. Desde este territorio reconquistado decimos a todos los estadunidenses y al mundo: ¡Basta!
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario