Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

lunes, 24 de octubre de 2011

Riqueza y desperdicio - Guerra civil y lucha de clases

Riqueza y desperdicio

León Bendesky

En Estados Unidos dicen, con ingenio, que hace diez años tenían al empresario Steve Jobs, al cómico Bob Hope y al cantante Johnny Cash, pero que ahora no tienen trabajos (jobs), ni esperanza (hope), ni efectivo (cash). Lo mismo pueden decir en Europa, pues en ambos lados del Atlántico prevalece un completa incapacidad política para poner a la economía en el lugar que debería estar: creando riqueza.
 
En el entorno político, los partidos de cualquier signo ideológico, estén en el gobierno o en la oposición, no aciertan a proponer una forma distinta de encarar una crisis que, lejos de empezar a superarse, tiende a hacerse todavía más honda.
 
No se resuelve el asunto de las deudas soberanas y, en cambio, se imponen cada vez más recortes al gasto del gobierno, rebasado ya el límite de la atención mínima a la gente y el de la tolerancia social.
 
En el condado de Los Ángeles, California, más de 2 millones de personas no cuentan con seguro de salud. Hace unos días, la organización CareNow atendió gratuitamente a 5 mil personas con consultas básicas en un estadio deportivo (donde Kennedy ganó la nominación demócrata para las elecciones en 1960). En ese estado la tasa de desempleo llega a 12 por ciento.

En Europa la gente sale a la calle en protesta contra los bárbaros recortes a la educación pública y la salud; los sindicatos se rebelan contra los efectos del constante y cada vez más grande deterioro de la economía. Las familias siguen perdiendo sus casas como resultado de las deudas hipotecarias y hay millones desempleados y subempleados.

El desperdicio de recursos es enorme y también el de la energía colectiva, lo que lleva a mayor frustración y a la pérdida efectiva del bienestar que tomará mucho tiempo reponer. Esto ocurre en medio de una creciente desigualdad entre los grupos de la población, y le impone así un tono aún más grave. Otras contradicciones sociales han surgido por todo el planeta (sí, también en México) y su naturaleza y consecuencias no pueden eliminarse de las variables de la ecuación política.
 
A principios de la década de 1970 Nicholas Georgescu-Roegen argumentó en su libro La ley de la entropía y el proceso económico que el crecimiento económico incrementaba la entropía: la energía utilizable se disipa y no puede reciclarse. De ahí, anticipaba que la economía no puede crecer permanentemente a pesar de los avances tecnológicos. Así, por ejemplo, a medida que se agotan las fuentes de energía fósil, debería tenderse a formas más simples de existencia, y el ajuste debería ser pausado y no catastrófico.

Las ideas de Georgescu-Roegen han sido descartadas por el pensamiento económico convencional, pero hoy pueden ser una referencia útil para examinar los procesos sociales junto con los determinantes materiales en la perspectiva de la economía política. Un componente de la crisis actual, que no debe quedar en segundo plano, ha sido precisamente la elevación de los precios del petróleo crudo y de los alimentos.

El aumento de la población, junto con el incremento de las expectativas de vida y el uso extensivo de los recursos naturales, apuntan a una necesidad de adaptar la forma en que se aprovechan y se sustituyen. Igualmente, hay que reconsiderar los modos de producción y de distribución que se han llevado al extremo de inoperancia en el entorno de la liberalización económica a ultranza, incluidas las pautas de la política fiscal asociada con los impuestos y los subsidios.
 
Las disputas por el agua, la tierra, la posibilidad de tener trabajo y la oferta general de satisfactores, constituyen elementos que se integran a los posibles escenarios sociales que se prefiguran. Estos no se proyectan hacia una mayor armonía, sino que se asocian con fuentes de crecientes conflictos, cuya posibilidad no puede barrerse de manera políticamente conveniente por debajo de la alfombra.
 
La crisis económica actual no está disociada de los límites del crecimiento y de los enfrentamientos que ellos provocan, sino que le imponen, además, un componente financiero y de gestión de las políticas públicas que tiende a crisparlos aún más.
 
La creación y mantenimiento de la burbuja inmobiliaria desde fines de los años 1990 y su explosivo fin, tiene una relación con las medidas de la política monetaria aplicada por los bancos centrales, especialmente pero no sólo en Estados Unidos, y con el papel del gobierno en la regulación.

El análisis de la crisis no se puede constreñir al comportamiento de los mercados financieros y la colocación de deudas con carácter eminentemente especulativo o al hecho de que la incertidumbre es inescapable.

En todo caso, el comportamiento de los mercados financieros pudo acrecentar las deudas privadas y públicas y, efectivamente, crear una confusión entre la expansión del crédito y la creación de riqueza. Este par no se da necesariamente de manera conjunta.

La economía de la producción y la creación de empleos no puede forzarse a crecer al ritmo de las tasas compuestas de interés de las deudas. Hoy, incluso estas últimas son imposibles de mantener. En la Unión Europea se pretende castigar los bonos de la deuda griega hasta en 60 por ciento, lo que puede tomarse apenas como una medida de la discrepancia que hay entre las variables financieras y las de la economía real.

Guerra civil y lucha de clases

Víctor Flores Olea

Hay gente de México que se ha escandalizado porque altos funcionarios del gobierno estadunidense han dicho abierta o solapadamente que, con más propiedad, la llamada guerra contra el crimen” es una guerra civil disfrazada, y más aún, una de las caras en que se expresa “la lucha de clases” en nuestro país.

Sin pretender un especial rigor intelectual, diremos que en toda guerra civil está presente una buena dosis de lucha de clases, y lo contrario: en toda guerra civil, como la que vivimos, está inevitablemente presente la lucha de clases. Claro, en toda guerra civil se confrontan intereses de diferentes sectores o grupos sociales, pero en ese enfrentamiento privan las armas y su organización militar. De otro lado, en la lucha de clases no necesariamente la confrontación es armada, sino que alude también a la batalla entre ideas y teorías contrapuestas. Naturalmente, en la pacata sociedad burguesa se rechaza con horror que vivamos tales confrontaciones, que estemos divididos a tales extremos y que tal sea nuestro normal modus vivendi.
 
Tal ha sido la reacción que he podido percibir en estos últimos días en La Jornada (22/10/11), diciendo la cabeza de la primera plana: “Estamos en guerra civil no declarada en varias zonas del país; del río Suchiate al Bravo, un cementerio, aseguró el sacerdote Flor María Rigoni [director de la Casa del Migrante de Tapachula, Chiapas]”.

Es evidente que en el país vivimos una intensa lucha de clases. No sólo la confrontación armada entre militares y jefes de pandillas en el mundo del narco, sino la confrontación o despojo salvaje que significa una distribución del ingreso cuyo 80 por ciento favorece a 10 por ciento de la población. Estas últimas cifras no son únicamente el cálculo de juegos matemáticos, sino que, como resulta obvio, definen formas de vida y posiciones sociales que significan en primer lugar explotación y rapacidad.
 
Esto último ha pasado relativamente desapercibido. Con toda razón acaparan las ocho columnas de los periódicos el número diario de secuestrados y asesinados, y se pasa sotto vocce la real estructura social y económica del pueblo en que se cometen tales crímenes, y su verdadera raíz: las tremendas desigualdades en el ingreso que significa el impresionante número de delitos que vivimos a diario.
 
En otras palabras: el origen no plenamente reconocido de nuestras confrontaciones sociales se anida en la desigualdad y en la explotación de unas clases y sectores sociales por otros. En cualquier estrategia anticrimen deben considerarse en primer lugar los desniveles sociales, los odios, violencia y resentimientos entre clases y grupos que se unen y precipitan en un ánimo irrefrenable de borrar al otro del horizonte humano.

Resulta increíble que la discusión sobre las estrategias para combatir al crimen organizado se reduzcan a enfoques militares o de inteligencia policiaca, cuando el fondo del problema se encuentra en las desigualdades sociales y en los desequilibrios entre clases. Y resulta también increíble que una cuestión que al final de cuentas tiene que ver más con la distribución de la riqueza, con su concentración y con la explotación a que están sometidas unas clases sociales por otras, se pase por alto y en silencio el verdadero núcleo de la cuestión.
 
No es extraño, sin embargo, que en los grandes medios de difusión se guarde silencio sobre la explotación de unas clases por otras, y más cuando se trata de explicar el fenómeno del “crimen organizado”, ya que sería equivalente a mencionar la soga en casa del ahorcado. En una estructura de clases sociales como la que vivimos, y sobre todo cuando ha derivado prácticamente en guerra civil y en decenas de miles de muertos, resulta natural que los culpables efectivos no levanten la mano señalándose, sino procuren más bien esconderla y pasar desapercibidos. En una sociedad de autoengaño lo normal es el disimulo y el ocultamiento, y mucho más cuando la autodenuncia pudiera causar un tsunami que derrumbara esas estructuras que están ya fuera de tiempo.

Es evidente que en el México de hoy vivimos intensamente la lucha de clases. Y más que eso: la estamos viviendo ya, en muchos aspectos, como guerra civil que no necesita declararse porque eventualmente estalla en un sinfín de puntos geográficos o sociales de nuestro horizonte. Pero claro, mientras no vayamos a la raíz del fenómeno nos quedaremos a la mitad del camino y la cuestión de fondo pasará desapercibida para los responsables.
 
Vivimos, pues, una combinación de lucha de clases y de guerra civil que puede llegar a zonas de intensidad mucho más severas. Esta combinación da cuenta de la explosividad por la que cruzamos, que quizá no hemos llegado a percibir en toda su capacidad explosiva. Que vivimos elementos abiertos de guerra civil y de lucha de clases nos lo muestra, más allá de otro centenar de ejemplos, el carro bomba que se hizo estallar recientemente en las calles de Monterrey, dirigido especialmente a rebajar la capacidad de fuego del Ejército.

En todo, ¿cuál sería nuestro destino con esa capacidad de fuego disminuida? ¿Y con el abandono de los estrategas de la cuestión económica como necesario telón de fondo del real drama que vivimos?

No hay comentarios:

Publicar un comentario