Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

miércoles, 19 de octubre de 2011

Argentina y el retorno de más (y mejor) política- Medio Oriente: liberaciones y contrastes

Argentina y el retorno de más (y mejor) política
José Steinsleger
Los pronósticos de tirios y troyanos anuncian que Cristina Fernández de Kirchner será relegida con más de 50 por ciento de los votos en los comicios presidenciales del domingo próximo.
Hace exactamente 10 años, la situación de los argentinos era totalmente distinta: implosión social, ruina económica, confusión política… ¡que se vayan todos!
El grado cero de la hiperpolitizada sociedad argentina tuvo lugar en las elecciones legislativas del 4 de octubre de 2001, día del voto bronca: más de 10 millones (42.6 por ciento), no votaron. El 20 de diciembre, con el pueblo en las calles y las instituciones colapsadas, el catatónico presidente cívico-radical Fernando de la Rúa, huyó en helicóptero de la Casa Rosada.
En los días siguientes, tres jefes de Estado interinos trataron de contener la ira y la frustración acumulada en 25 años de gobiernos dictatoriales y democráticos. Sin nadie que los convocara, la gente arremetía contra los bancos, y el corralito dispuesto por el FMI y el llamado Consenso de Washington (retención de cuentas corrientes, ahorros y depósitos a plazo).
El 2 de enero, con el respaldo del ex presidente Raúl Alfonsín (cívico-radical), los grandes grupos económicos encomendaron al peronista Eduardo Duhalde la gestión de la crisis más profunda de la historia nacional. Pero tras el juramento de oficio, el poderoso cacique del Partido Justicialista (PJ) preguntó si le habían puesto la banda presidencial o un salvavidas de plomo.
A Duhalde no le quedó más que empezar a serruchar los cimientos del libre mercado: reversión de la artificiosa paridad cambiaria (un dólar = un peso), devaluación de la moneda en 300 por ciento, y nueva convocatoria a elecciones en un clima de generalizado escepticismo.
En los comicios del 27 de abril de 2003 sucedió lo increíble: el ex presidente justicialista Carlos S. Menem (uno de los responsables de la debacle política) se ubicó en el primer lugar, con 24.45 por ciento de los votos, mientras su contendiente, el desconocido Néstor Kirchner, obtuvo un exiguo 22.24 por ciento.
Previendo otro estallido social, Duhalde y el PJ dispusieron que Menem desistiera de presentarse en la segunda vuelta electoral. Así, Kirchner fue presidente y el peronismo volvió al poder, y el PJ, que se hallaba en ruinas, fue prácticamente plebiscitado. Si se suman los apoyos obtenidos por ambos candidatos (y otro más del justicialismo que se presentó), se llega aproximadamente a 60 por ciento de los votos ciudadanos.
De arranque, Kirchner dio a entender que la política debía ser entendida como un espacio de rencuentro con el compromiso social, y con nuevas formas de ejercicio ciudadano. O lo que es igual: un sistema que funcione sin partidos y sin políticos, puede ser cualquier cosa menos una democracia.
Hasta entonces, por vía del golpe militar oligárquico (1955, 1962, 1966, 1976), y la proscripción violenta del peronismo (gobiernos cívico-radicales de Arturo Frondizi, 1958/62, y Arturo Illia, 1963/66), los argentinos habían vivido en la zozobra institucional.
Con excepción del efímero Duhalde, el peronismo se había impuesto, democráticamente, en seis ocasiones y épocas distintas:
• 1946 y 1952: Juan D. Perón (56 y 62 por ciento de los votos).
• 1973: Héctor Cámpora (49.5 por ciento de los votos, pero con la candidatura de Perón vetada por los militares.
• 1973: Juan D. Perón (62 por ciento).
• 1989 y 1995: Carlos S. Menem (47 y 49.9 por ciento), único momento en que tras el desangre al peronismo ocasionado por la dictadura militar (1976-83) y cosechado por Alfonsín (1983-89), los anti y contra apoyaron al peronismo.
La ingeniería política de Kirchner conjuró la triple crisis que encontró al empezar su mandato: la deslegitimación de los partidos políticos, el quiebre estuctural de la identidad peronista en la época del menemismo, y el vacío de liderazgo del PJ.
Su método fue el rechazo a la política construida desde los medios de comunicación, o basados en liderazgos de popularidad televisivos, patrones tecno-empresariales, líderes de opinión, y operadores políticos sin tradición partidaria.
Kirchner recuperó el sentido de la política, devolviéndole la dignidad al Poder Ejecutivo. Asimismo, se liberó del monitoreo del FMI en las decisiones ministeriales, confrontó a los medios con el pueblo liso y llano, reivindicó a los luchadores caídos en las luchas revolucionarias, impulsó la unidad latinoamericana, y logró lo más extraordinario: que la juventud volviese a la militancia política.
A muchos analistas les resulta incomprensible que en el país de Jorge Luis Borges, la mitad más uno se identifique con los ideales de Juan Domingo Perón. O que el peronismo haya probado ser la única fuerza política en condiciones de gobernar la cuna de Maradona, Freud y Gardel.
Pero en 2015, cuando termine el segundo mandato de Cristina Fernández, la identidad peronista habrá cumplido 70 años de hegemonía, en la historia político-cultural de los argentinos.

Medio Oriente: liberaciones y contrastes
C
omo lo había anunciado la víspera, el movimiento islamista palestino Hamas liberó ayer al soldado israelí Gilad Shalit, capturado en junio de 2006 durante un ataque a un puesto militar en la frontera entre Israel y la franja de Gaza. La liberación del militar de 25 años forma parte de un canje acordado hace una semana entre Hamas y las autoridades de Tel Aviv, por el cual las segundas se comprometieron a liberar a más de mil palestinos presos en cárceles israelíes, 447 de los cuales fueron soltados ayer mismo.
Sin dejar de saludar el intercambio suscrito entre el gobierno que encabeza Benjamin Netanyahu y las autoridades palestinas de Gaza, la operación deja traslucir algunos aspectos lamentables del conflicto central de Medio Oriente. En primer lugar, el hecho de que las autoridades de Tel Aviv confieran a la vida de uno de sus soldados el mismo valor que a la de un millar de palestinos es indicativo de la falta de equidad y proporción que prevalece entre los ocupantes y los ocupados. Otra desproporción célebre, aunque mucho más atroz, fue la que se registró durante la operación Plomo fundido, lanzada por Israel contra la franja de Gaza entre 2008 y 2009, en la que se estima murieron más de mil 400 palestinos y 11 soldados israelíes.
Por otra parte, el hecho de que Hamas haya tenido que recurrir a la retención del efectivo militar ocupante para lograr la liberación de centenas de sus connacionales, encarcelados de forma injusta en su gran mayoría, permite ponderar la dificultad de una salida negociada al conflicto palestino-israelí: aunque lamentable desde el punto de vista humano, la captura del soldado Shalit por Hamas ocurrió en medio de acciones de guerra y estuvo precedida por una serie de ataques israelíes a la franja de Gaza que, entre otras cosas, forzaron el fin de un alto al fuego que esa organización mantenía desde febrero de 2005. En contraste, el encarcelamiento de la mayoría de los palestinos ayer liberados se produjo sin cargos ni juicio alguno de por medio, y otro tanto puede decirse de la mayoría de los presos palestinos –entre 6 mil y 11 mil– que permanecen en las cárceles israelíes, cuyo único delito ha sido defender una causa legítima y respaldada por el grueso de la comunidad internacional: la liberación de los territorios palestinos ocupados por Tel Aviv y el derecho de ese pueblo a construir un territorio nacional.
Por lo demás, la liberación de algunos palestinos involucrados en acciones terroristas en contra de objetivos israelíes hace inevitable contrastar la captura y el encarcelamiento de éstos con la impunidad que prevaleció para el ex primer ministro Ariel Sharon, señalado como autor intelectual de las masacres de cientos o miles de refugiados palestinos en las aldeas de Sabra y Chatila, Líbano, en 1982, así como para los responsables del atroz bombardeo a la franja de Gaza en enero de 2009 y para quienes ordenan los embates de la artillería israelí contra escuelas, hospitales y barrios habitacionales en Gaza, ataques que suelen saldarse con la muerte de civiles inocentes, muchos de ellos niños. Lo anterior obliga a recordar la doble moral de Occidente al no condenar el terrorismo de Estado que practica Israel, pese a que sólo se diferencia de los atentados suicidas palestinos por la abrumadora superioridad de medios y recursos militares, y por el hecho de que suelen cobrar muchas más vidas de civiles que los ataques del terrorismo palestino contra la población israelí.
En suma, cabe esperar que el gesto adoptado ayer por las autoridades palestinas de Gaza y por el gobierno de Benjamin Netanyahu sea sólo un primer paso; que Tel Aviv acepte liberar a la totalidad de los palestinos que mantiene en sus cárceles por consideraciones políticas –que son la mayoría–, y ponga fin de una vez por todas a la política de encarcelamiento de quienes se oponen a la ocupación de su patria. A estas alturas debiera resultar claro que no es con actos de violencia de Estado como se logrará poner fin al conflicto entre israelíes y palestinos, y que, por el contrario, la barbarie, la injusticia y la continuidad de los saqueos territoriales de los ocupantes en suelo palestino seguirá alimentando el encono y la tensión en esa región del planeta.

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