“Tentáculos” de cárteles mexicanos alcanzan a Perú y Bolivia: DEA
MÉXICO, D.F. (apro).- La Agencia Antinarcóticos de Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés) aseguró que los cárteles de la droga mexicanos han extendido sus operaciones más allá de Centroamérica y ya tienen una creciente presencia en Perú y Bolivia, con la presunta colaboración de funcionarios de esos países.
En una audiencia celebrada en el Senado estadunidense, Rodney Benson, jefe de inteligencia de la DEA, sostuvo que desde esas dos naciones sudamericanas salen grandes cargamentos de cocaína hacia África o Europa, hasta donde se han extendido los “tentáculos” de los cárteles mexicanos.
“Desde 2007, la DEA ha notado un incremento en el procesamiento de cocaína al estilo colombiano y un incremento en la presencia de traficantes de drogas colombianos y mexicanos operando en Bolivia”, señaló Benson a integrantes del Senado encargados de asuntos de narcotráfico internacional.
Añadió que los cárteles mexicanos “han labrado un rol en el tráfico de drogas peruano y están crecientemente involucrados en coordinar grandes cargamentos” desde ese país convertido, junto con Bolivia, en un segundo frente de sus actividades en América del Sur.
El representante de la DEA refirió que tras la expulsión de sus agentes de Bolivia, por órdenes del presidente Evo Morales en 2008, “por considerar que conspiraban contra su gobierno, han tenido dificultades para identificar a los cárteles que operan en Bolivia”.
No obstante, afirmó que existen reportes que constatan la creciente presencia de narcotraficantes colombianos y mexicanos que, además, actúan en complicidad con funcionarios gubernamentales de ese país.
En el caso de Perú, dijo que se ha convertido en uno de los países con mayor cuota de producción de cocaína y está muy cerca de rebasar a Colombia.
De hecho, Benson afirmó que el rápido ascenso en la producción de cocaína y la creciente presencia de los cárteles mexicanos en Perú se han convertido en uno de los desafíos más importantes para el presidente Ollanta Humala, quien asumió el poder en julio pasado.
La recomposición de fuerzas y zonas de influencia de los cárteles de la droga mexicanos y colombianos, afirmó el funcionario de la DEA, es producto de la “lucha sin cuartel” por parte de sus gobiernos, lo que ha provocado el traslado de parte de sus actividades hacia Perú y Bolivia.
En este contexto, según el reporte presentado al Senado estadunidense, uno de los países que se ha convertido en ruta de distribución y consumo es Brasil, que sólo es precedido por Estados Unidos.
Una vez que la droga pasa por Brasil, Argentina y Chile, cruza el Atlántico y va a parar a distintos puntos de distribución en África y Europa.
Para la senadora demócrata por California, Dianne Feinstein, lo más preocupante, más allá de la expansión de los cárteles en Centroamérica, es el tipo de violencia que exportan, pues ponen en riesgo la seguridad y estabilidad de los gobiernos en esa región.
FUENTE PROCESO
Las elecciones del miedo
Las elecciones del miedo.
Foto: Octavio Gómez
Foto: Octavio Gómez
MÉXICO, D.F., 19 de octubre (apro).- Muchas veces, quién sabe cuántas, Javier Sicilia ha dicho que si no hay un cambio en la estrategia de combate al crimen organizado, y si no se atacan de fondo sus finanzas y alianzas políticas, las elecciones del 2012 serán las de la ignominia. Pero esta advertencia se ha ido perdiendo, diluyendo, en una sociedad donde la violencia y la corrupción se han normalizado, es decir, se han convertido en parte de la vida cotidiana.
Cuando la violencia y la corrupción se normalizan en una sociedad, pocas cosas pueden sorprender. Ni la más sangrienta masacre o el peor acto de corrupción oficial impresionan a la gente que ya está acostumbrada a ver todos los días ejecuciones, desapariciones, decapitaciones, torturas, asesinatos, enfrentamientos entre bandas de narcotraficantes o entre éstas con la policía y el Ejército, así como actos de corrupción en todos lados.
Normalizadas socialmente, la corrupción y la violencia serán el escenario en el que se desarrollarán las elecciones del próximo año en las que se elegirán al presidente de la República, el Congreso de la Unión, 15 gobernadores, y un buen número de alcaldes y agentes municipales. Y no se descartan que estas dos situaciones vayan a tener una incidencia directa en todos estos procesos electorales.
Desde ahora se prevé que el crimen organizado tendrá una incidencia o influencia directa en las elecciones, ya sea financiando algunos de los candidatos, actuando en ciertas zonas donde impedirán que se realicen los comicios o inclusive apoyando directamente a ciertos candidatos mediante presiones directamente y casillas como ha sucedido en las pasadas elecciones de Tamaulipas donde hombres armados recorrieron ciudades fronterizas ahuyentando o coaccionando el voto.
Ya en las elecciones de 2000 y 2006 hubo acusaciones de presencia de algunos narcotraficantes en las campañas de todos los partidos. Pero es hasta ahora que este riesgo se ha acrecentado porque el crimen organizado ha crecido de manera desproporcionada corrompiendo todas las instituciones políticas, judiciales y de gobierno.
La estrategia de los partidos para que el IFE llegue mermado, sin la elección de tres de sus consejeros, para la organización del proceso electoral del 2012, también tendrá su efecto negativo y abona a este estado de descomposición.
Sin la fuerza necesaria, sin los elementos suficientes este instituto y el Tribunal Electoral poco han podrán hacer para que los candidatos se sujeten a la ley y no caigan en la tentación de aceptar dinero de los grupos criminales.
Este contexto de permisividad a la corrupción, de violar la ley, como fue en los casos del Pemexgate o Amigos de Fox, así como de violencia generada por el aumento del poder del crimen organizado y la estrategia de guerra de Felipe Calderón, es que se observa el riesgo de una escasa participación ciudadana en las elecciones.
El voto del miedo será nuevamente el que reine y como ya ocurrió en las elecciones de 1994, cuando desde el PRI se promovió la idea de que la irrupción del EZLN traería caos al país; o en el 2006 cuando desde el PAN se difundió la idea de que apoyar a Andrés Manuel López Obrador sería “un peligro para México”, ahora estaríamos ente el riesgo de una nueva estrategia de promover el miedo en la ciudadanía y con ello nuevamente se favorecerá al partido que tiene un voto duro mayoritario, esto es, al PRI.
Quizá sea esto a lo que al final le apuesten los grupos duros del poder, esos que tienen ligas con las bandas del crimen organizado y a los que les interesa llegar al poder legitimados aunque sea con el mínimo porcentaje de votación.
Estas elecciones serían entonces, como dice el poeta Sicilia, las de la ignominia, las de la vergüenza y la infamia, con una legitimidad cuestionada no sólo por el escaso porcentaje de participación, sino por la asunción del crimen organizado al gobierno, legitimado a través del proceso electoral, con las consecuencias funestas en el futuro del país.
Cuando la violencia y la corrupción se normalizan en una sociedad, pocas cosas pueden sorprender. Ni la más sangrienta masacre o el peor acto de corrupción oficial impresionan a la gente que ya está acostumbrada a ver todos los días ejecuciones, desapariciones, decapitaciones, torturas, asesinatos, enfrentamientos entre bandas de narcotraficantes o entre éstas con la policía y el Ejército, así como actos de corrupción en todos lados.
Normalizadas socialmente, la corrupción y la violencia serán el escenario en el que se desarrollarán las elecciones del próximo año en las que se elegirán al presidente de la República, el Congreso de la Unión, 15 gobernadores, y un buen número de alcaldes y agentes municipales. Y no se descartan que estas dos situaciones vayan a tener una incidencia directa en todos estos procesos electorales.
Desde ahora se prevé que el crimen organizado tendrá una incidencia o influencia directa en las elecciones, ya sea financiando algunos de los candidatos, actuando en ciertas zonas donde impedirán que se realicen los comicios o inclusive apoyando directamente a ciertos candidatos mediante presiones directamente y casillas como ha sucedido en las pasadas elecciones de Tamaulipas donde hombres armados recorrieron ciudades fronterizas ahuyentando o coaccionando el voto.
Ya en las elecciones de 2000 y 2006 hubo acusaciones de presencia de algunos narcotraficantes en las campañas de todos los partidos. Pero es hasta ahora que este riesgo se ha acrecentado porque el crimen organizado ha crecido de manera desproporcionada corrompiendo todas las instituciones políticas, judiciales y de gobierno.
La estrategia de los partidos para que el IFE llegue mermado, sin la elección de tres de sus consejeros, para la organización del proceso electoral del 2012, también tendrá su efecto negativo y abona a este estado de descomposición.
Sin la fuerza necesaria, sin los elementos suficientes este instituto y el Tribunal Electoral poco han podrán hacer para que los candidatos se sujeten a la ley y no caigan en la tentación de aceptar dinero de los grupos criminales.
Este contexto de permisividad a la corrupción, de violar la ley, como fue en los casos del Pemexgate o Amigos de Fox, así como de violencia generada por el aumento del poder del crimen organizado y la estrategia de guerra de Felipe Calderón, es que se observa el riesgo de una escasa participación ciudadana en las elecciones.
El voto del miedo será nuevamente el que reine y como ya ocurrió en las elecciones de 1994, cuando desde el PRI se promovió la idea de que la irrupción del EZLN traería caos al país; o en el 2006 cuando desde el PAN se difundió la idea de que apoyar a Andrés Manuel López Obrador sería “un peligro para México”, ahora estaríamos ente el riesgo de una nueva estrategia de promover el miedo en la ciudadanía y con ello nuevamente se favorecerá al partido que tiene un voto duro mayoritario, esto es, al PRI.
Quizá sea esto a lo que al final le apuesten los grupos duros del poder, esos que tienen ligas con las bandas del crimen organizado y a los que les interesa llegar al poder legitimados aunque sea con el mínimo porcentaje de votación.
Estas elecciones serían entonces, como dice el poeta Sicilia, las de la ignominia, las de la vergüenza y la infamia, con una legitimidad cuestionada no sólo por el escaso porcentaje de participación, sino por la asunción del crimen organizado al gobierno, legitimado a través del proceso electoral, con las consecuencias funestas en el futuro del país.
Ocupar Wall Street
Protestas en Wall Street.
Foto: AP
Foto: AP
MÉXICO, D.F. (Proceso).- El título de este artículo es el lema de quienes participan en el movimiento político que desde hace casi un mes está instalado en el parque Zucatti, en la parte baja de Manhattan, en Nueva York. Se inició como un grupo casi marginal, al que prestaron poca atención los medios de comunicación, pero hoy las cosas han cambiado.
El movimiento se ha extendido a varias ciudades de Estados Unidos, tanto en la costa este como en la oeste y en el centro del país. Las manifestaciones a su favor reúnen ya a decenas de miles. Artistas e intelectuales los visitan, apoyan y opinan sobre sus reclamos; entre ellos se encuentran dos premios Nobel de economía, Paul Krugman y Joseph Stiglitz.
Las reacciones despertadas por el movimiento son diversas. Como era de esperarse, desde las filas del Partido Republicano lo descalifican, acusándolo de ir en contra de los grandes valores de la Unión Americana. Así, el precandidato a la presidencia Mitt Romney exclama que los manifestantes lo preocupan porque “desean iniciar la lucha de clases”.
Por el contrario, para intelectuales como Paul Krugman, se trata de un movimiento que, a diferencia del Tea Party, “está enfadado con la gente con la que hay que enfadarse (…) la acusación de que Wall Street es una fuerza destructiva, económica y políticamente, es totalmente acertada”.
El movimiento se ha fortalecido con el apoyo brindado por los sindicatos, los cuales marcharon junto a los inconformes en la gran manifestación que tuvo lugar en Nueva York el 5 de octubre. Cierto que hay distancia entre ambos. Al igual que los otros movimientos encabezados por jóvenes a lo largo del mundo, “los indignados” neoyorquinos están en contra de la emergencia de liderazgos que intenten apropiarse del movimiento. Se cuidan, por lo tanto, de sindicatos que podrían introducir intereses y componendas con los cuales no están de acuerdo.
La indignación de los grupos que participan en Ocupar Wall Street se origina, ante todo, en la incapacidad del gobierno para frenar la voracidad e incompetencia de los grandes grupos financieros que detonaron la crisis económica en 2008. Sin embargo, las causas del malestar van más allá. Reflejan el descontento general con la evolución de la situación económica en Estados Unidos durante los últimos años. Los datos más recientes de la Oficina del Censo de aquel país revelan una tasa de desempleo de 16%; una fuerte caída en el ingreso promedio de la clase media (se calcula una reducción de 3 mil 600 dólares anuales en la última década); 15.1% de la población (46.2 millones de personas) se encuentra por debajo de la línea de pobreza, y se ahonda el abismo entre la situación de la mayoría de la gente y el pequeño grupo de privilegiados, entre ellos los banqueros, que se hacen cada día más ricos.
La inconformidad –que incluye la desconfianza hacia los partidos políticos y, en general, hacia todo lo que hacen los políticos en Washington– no está acompañada de propuestas muy elaboradas. Por el contrario, al igual que los indignados de Madrid, el movimiento se caracteriza por no tener demandas concretas. ¿Cuál puede ser entonces la huella que dejen en la convulsionada vida política estadunidense? ¿Están destinados a quedar en la marginalidad, a pesar del ruido mediático que ya están provocando, o apuntan hacia una veta valiosa para mejorar las situaciones que denuncian?
Es justo reconocer que las protestas ya hicieron algo valioso: colocar de nuevo en el centro de la atención la responsabilidad de los banqueros en el desencadenamiento de una crisis económica devastadora, cuyas consecuencias aún estamos pagando en Estados Unidos y el resto del mundo. Asimismo, llaman la atención sobre el hecho de que, además de haberse beneficiado del rescate que se les brindó, los banqueros no han sido sometidos a nuevas regulaciones destinadas a garantizar la no repetición de los errores que llevaron a la crisis.
Un segundo efecto importante ha sido introducir un ánimo novedoso en la vida política de Estados Unidos, justo cuando la campaña electoral obliga a definir posiciones. El reto mayor representado por el movimiento va dirigido, desde luego, al Partido Demócrata y, en particular, al presidente Obama. Este último reaccionó señalando que “el movimiento expresa la frustración que siente el pueblo de Estados Unidos”. Es una forma de dar reconocimiento a la justeza de sus reclamos, pero se espera mucho más.
El malestar de estos jóvenes podría ser el punto de apoyo para que Obama recupere la simpatía de la amplia coalición que lo llevó al gobierno, en la que desempeñaron un papel destacado los jóvenes, los afroamericanos y los hispanos. Esos grupos, ahora frustrados por los problemas económicos que los agobian, esperarían del líder demócrata menos conciliación con los poderosos grupos económicos y más atención a los enormes problemas sociales, intolerables en la medida en que ocurren dentro de uno de los países más ricos del mundo.
Refiriéndose al movimiento, algunos han opinado que es la versión a la izquierda del Tea Party. La comparación parece desafortunada por los motivos tan distintos que inspiran a unos y otros. Sin embargo, no es ociosa si de lo que se trata es de ver el movimiento Ocupar Wall Street como una fuerza política capaz de ejercer un verdadero contrapeso a la extrema derecha y, en consecuencia, influir sobre la toma de decisiones de la manera en que ésta lo ha logrado. Baste recordar cuáles fueron las voces que se impusieron cuando se discutió el tema de la elevación del techo de la deuda.
En la medida en que se haga más visible el malestar de los grandes perdedores de la vida económica en Estados Unidos, la necesidad de que Obama los tome en cuenta será más urgente. Sólo por ello el movimiento ya vale la pena.
El movimiento se ha extendido a varias ciudades de Estados Unidos, tanto en la costa este como en la oeste y en el centro del país. Las manifestaciones a su favor reúnen ya a decenas de miles. Artistas e intelectuales los visitan, apoyan y opinan sobre sus reclamos; entre ellos se encuentran dos premios Nobel de economía, Paul Krugman y Joseph Stiglitz.
Las reacciones despertadas por el movimiento son diversas. Como era de esperarse, desde las filas del Partido Republicano lo descalifican, acusándolo de ir en contra de los grandes valores de la Unión Americana. Así, el precandidato a la presidencia Mitt Romney exclama que los manifestantes lo preocupan porque “desean iniciar la lucha de clases”.
Por el contrario, para intelectuales como Paul Krugman, se trata de un movimiento que, a diferencia del Tea Party, “está enfadado con la gente con la que hay que enfadarse (…) la acusación de que Wall Street es una fuerza destructiva, económica y políticamente, es totalmente acertada”.
El movimiento se ha fortalecido con el apoyo brindado por los sindicatos, los cuales marcharon junto a los inconformes en la gran manifestación que tuvo lugar en Nueva York el 5 de octubre. Cierto que hay distancia entre ambos. Al igual que los otros movimientos encabezados por jóvenes a lo largo del mundo, “los indignados” neoyorquinos están en contra de la emergencia de liderazgos que intenten apropiarse del movimiento. Se cuidan, por lo tanto, de sindicatos que podrían introducir intereses y componendas con los cuales no están de acuerdo.
La indignación de los grupos que participan en Ocupar Wall Street se origina, ante todo, en la incapacidad del gobierno para frenar la voracidad e incompetencia de los grandes grupos financieros que detonaron la crisis económica en 2008. Sin embargo, las causas del malestar van más allá. Reflejan el descontento general con la evolución de la situación económica en Estados Unidos durante los últimos años. Los datos más recientes de la Oficina del Censo de aquel país revelan una tasa de desempleo de 16%; una fuerte caída en el ingreso promedio de la clase media (se calcula una reducción de 3 mil 600 dólares anuales en la última década); 15.1% de la población (46.2 millones de personas) se encuentra por debajo de la línea de pobreza, y se ahonda el abismo entre la situación de la mayoría de la gente y el pequeño grupo de privilegiados, entre ellos los banqueros, que se hacen cada día más ricos.
La inconformidad –que incluye la desconfianza hacia los partidos políticos y, en general, hacia todo lo que hacen los políticos en Washington– no está acompañada de propuestas muy elaboradas. Por el contrario, al igual que los indignados de Madrid, el movimiento se caracteriza por no tener demandas concretas. ¿Cuál puede ser entonces la huella que dejen en la convulsionada vida política estadunidense? ¿Están destinados a quedar en la marginalidad, a pesar del ruido mediático que ya están provocando, o apuntan hacia una veta valiosa para mejorar las situaciones que denuncian?
Es justo reconocer que las protestas ya hicieron algo valioso: colocar de nuevo en el centro de la atención la responsabilidad de los banqueros en el desencadenamiento de una crisis económica devastadora, cuyas consecuencias aún estamos pagando en Estados Unidos y el resto del mundo. Asimismo, llaman la atención sobre el hecho de que, además de haberse beneficiado del rescate que se les brindó, los banqueros no han sido sometidos a nuevas regulaciones destinadas a garantizar la no repetición de los errores que llevaron a la crisis.
Un segundo efecto importante ha sido introducir un ánimo novedoso en la vida política de Estados Unidos, justo cuando la campaña electoral obliga a definir posiciones. El reto mayor representado por el movimiento va dirigido, desde luego, al Partido Demócrata y, en particular, al presidente Obama. Este último reaccionó señalando que “el movimiento expresa la frustración que siente el pueblo de Estados Unidos”. Es una forma de dar reconocimiento a la justeza de sus reclamos, pero se espera mucho más.
El malestar de estos jóvenes podría ser el punto de apoyo para que Obama recupere la simpatía de la amplia coalición que lo llevó al gobierno, en la que desempeñaron un papel destacado los jóvenes, los afroamericanos y los hispanos. Esos grupos, ahora frustrados por los problemas económicos que los agobian, esperarían del líder demócrata menos conciliación con los poderosos grupos económicos y más atención a los enormes problemas sociales, intolerables en la medida en que ocurren dentro de uno de los países más ricos del mundo.
Refiriéndose al movimiento, algunos han opinado que es la versión a la izquierda del Tea Party. La comparación parece desafortunada por los motivos tan distintos que inspiran a unos y otros. Sin embargo, no es ociosa si de lo que se trata es de ver el movimiento Ocupar Wall Street como una fuerza política capaz de ejercer un verdadero contrapeso a la extrema derecha y, en consecuencia, influir sobre la toma de decisiones de la manera en que ésta lo ha logrado. Baste recordar cuáles fueron las voces que se impusieron cuando se discutió el tema de la elevación del techo de la deuda.
En la medida en que se haga más visible el malestar de los grandes perdedores de la vida económica en Estados Unidos, la necesidad de que Obama los tome en cuenta será más urgente. Sólo por ello el movimiento ya vale la pena.
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