Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

jueves, 6 de octubre de 2011

La guerra del opio- Atroz injusticia que Washington intenta ocultar.

La guerra del opio

Margo Glantz

Quién diría que durante el primer cuarto del siglo XIX, cuando Thomas de Quincey o Samuel Taylor Coleridge eran adictos al opio, éste podría comprarse a precios irrisorios en cualquier droguería de su país, Inglaterra; más barato que el alcohol, a él recurrían los pobres cuando deseaban obtener alivio para sus males. En sus Confesiones de un opiómano, De Quincey relata cómo, “al pasar por Manchester, hace algunos años, varios productores de algodón me informaron que sus trabajadores consumían cada vez más la droga y era tal la demanda que todas las tardes de los sábados los empleados de las farmacias apilaban en los mostradores de sus establecimientos montoncitos de opio de uno, dos o tres gramos, para satisfacer a los numerosos clientes que acudirían al anochecer”.

Recordemos que en el combate a algunas enfermedades del estómago o para aquietarlos y hacerlos dormir, se les administraba libremente a los niños y en las más famosas novelas inglesas de esa época el opio era fundamental si servía como analgésico o para realizar experimentos que justificaran la trama, un ejemplo, la famosa novela policiaca de Wilkie Collins, La piedra lunar. Es bien conocido además el dato de que Branwell Brontë, el hermano de las famosas escritoras Charlotte, Anne y Emily, lo consumía en cantidades alucinantes y cuando hace años viajé a Haworth, en Yorkshire, el pueblo donde vivieron toda su vida, uno de los lugares que primero visité fue la farmacia que suministraba la droga.
 
Agrega De Quincey en el libro mencionado: “... las medicinas utilizadas en los tratamientos médicos se presentan como anodinos (paliativos para el dolor), en la medida en que prometen aliviar los sufrimientos conectados con las enfermedades físicas o todo tipo de dolencias, pero sólo un verdadero anodino (por ejemplo media docena de gotas de láudano)... aliviará los dolores que aquejan a un niño en cinco o seis minutos”.

Para justificar su adicción, De Quincey alegaba que “probablemente sus dolencias provenían de una ligera parálisis infantil que le habían contagiado los hijos de su admirado poeta William Wordsworth, o de sus problemas intestinales, de su incorregible miopía agravada por el astigmatismo o de las neuralgias del trigémino que lo acosaban en frecuentes ataques de tal severidad que a menudo pensaba en recurrir al suicidio”. En su libro Recuerdos de la región de los lagos y de los poetas de esa zona De Quincey se defiende de las acusaciones de Coleridge, quien le achacaba que consumía opio sólo por placer. En realidad ambos necesitaban librarse de culpas aduciendo una causa noble, una medicina para el dolor o, al reprobar su práctica, justificaban su propia esclavitud: De Quincey consumía alrededor de 10 mil gotas de opio por día y Coleridge necesitaba ¡20 mil! ¿Placer o necesidad? Obviamente, ambas cosas.

Pero es hora de referirse a las famosas guerras del opio que la Gran Bretaña emprendió entre 1839 y 1842. El conflicto se produjo cuando los ingleses introdujeron en China el opio cultivado en la India. Esta droga comercializada por la compañía británica de las Indias Orientales constituía una importante fuente de ingresos para la Gran Bretaña y compensaba el desequilibrio producido en su balanza de pagos por las inmensas cantidades de té chino que importaba. El resultado fue la invasión de China por la Gran Bretaña y otras potencias imperiales –Francia, Estados Unidos y Rusia– que la obligaron a firmar varios tratados y a abrir 11 puertos al comercio exterior que enajenaron su soberanía, agravada aún más con la guerra con Japón entre 1894 y 95 y luego con la sublevación de los Boxers, en 1900.
 
Es evidente que la historia da vueltas inesperadas, China es ahora la mayor potencia emergente y el opio en sus diversas transformaciones es uno de los principales productos que al prohibirse provoca guerras intestinas e intervenciones disfrazadas con la característica hipocresía de las potencias que durante un tiempo gobiernan al mundo.

Atroz injusticia que Washington intenta ocultar

Ángel Guerra Cabrera

Hoy se inicia en México el sexto Encuentro Continental de Solidaridad con Cuba. El Movimiento Mexicano de Solidaridad con la isla escogió esta fecha por cumplirse 35 años de la voladura en el aire de un avión de Cubana de Aviación con 73 pasajeros a bordo. La nave sufrió un ataque terrorista planeado y dirigido desde Venezuela por Luis Posada Carriles y Orlando Bosch, ambos agentes de la estadunidense Agencia Central de Inteligencia con un notorio historial de acciones violentas contra Cuba. El primero reside allí como un respetable ciudadano y patriota estadunidense con quien Washington está endeudado a perpetuidad por sus valiosos servicios. Al segundo, sentenciado por acciones terroristas dentro de Estados Unidos, le fue otorgado el perdón presidencial por George W. Bush, director de la central de inteligencia en el momento del sabotaje. Vivió en Miami hasta su muerte, donde recibió continuos homenajes en los que se jactaba de sus acciones. El recuerdo del horrendo crimen subraya la sistemática política de terrorismo de Estado de Estados Unidos contra la revolución cubana. Su costo ha sido el de miles de cubanos muertos o mutilados además de cuantiosos daños económicos. Sus estragos no han sido mayores debido a que Cuba ha dedicado incalculables recursos a defenderse, un sagrado derecho y deber de los estados. Esto, sin mencionar el interminable bloqueo, la más criminal de las acciones terroristas, intento confeso y sordo de genocidio del pueblo cubano, mantenido contra su reiterada condena por la Asamblea General de la ONU.
 
Cuando el presidente Clinton intentó un tímido diálogo con su homólogo Fidel Castro, se puso en evidencia la enorme influencia política conseguida por la mafia contrarrevolucionaria de Florida en los círculos de poder estadunidenses. Debe reconocerse su habilidad para los trajines electoreros mediante sobornos, chantajes y contribuciones a las campañas de los candidatos, tanto republicanos como demócratas. Como cada vez que se inicia un intento de distensión del conflicto Cuba-Estados Unidos, la mafia abortó el intercambio mediante constantes e impunes provocaciones desde Miami, que culminaron con el derribo por cazas cubanos de las avionetas del grupo terrorista Hermanos al Rescate. Las autoridades cubanas habían exigido a la Casa Blanca que pusiera fin a la frecuente violación de su espacio aéreo por esas aeronaves y, ante su inacción, advertido que serían derribadas.

La Habana disponía de una red que monitoreaba los grupos terroristas anticubanos en Florida. De ella procedían los pormenorizados informes que proporcionó a la FBI sobre la actividad de esos grupos, que sólo podía elaborar personal sobre el terreno. Así que de la manera más oportunista y traicionera la agencia estadunidense arrestó en 1998 a los miembros de la red en lugar de actuar contra los terroristas, como había prometido. De los 10 arrestados, cinco rechazaron las presiones para declararse culpables de espionaje y otros cargos calumniosos a cambio de la libertad: Antonio Guerrero, Fernando González, Gerardo Hernández, Ramón Labañino y René González.
 
Los cinco proclamaron desde el primer momento que sí habían infiltrado a los grupos terroristas en defensa de su patria. Su juicio estuvo plagado de irregularidades, al extremo que una corte federal de apelaciones ordenó anularlo ya que en Miami –sentenció– se creó la “tormenta perfecta” para impedir un juicio justo pues no existen las condiciones para tratar con imparcialidad “nada que se relacione con Cuba”. En la cárcel los cinco han sufrido tratos inhumanos y degradantes antes y después del juicio, como el confinamiento solitario y los obstáculos a las visitas familiares. Mientras, los medios de difusión, salvo honrosas excepciones, permanecían –y permanecen– en silencio.
 
Se trata de un juicio altamente político, exactamente como los que critica Estados Unidos cuando presuntamente se efectúan en países que no le agradan. Por eso el fallo de la corte de apelaciones fue revertido. Mañana René, uno de los cinco, sale de prisión después de 13 años de encierro, pero no podrá volver a Cuba con su familia pues quedará en libertad “supervisada” tres años, nada menos que en Miami, la boca del lobo. Los otros cuatro continuarán purgando sus injustas, revanchistas, y desproporcionadas condenas. Solamente una ola arrolladora de solidaridad internacional y dentro de Estados Unidos, como la que se está levantando, puede acabar con esta atroz injusticia.
 
aguerra_123@yahoo.com.mx

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