Palestinos, a merced del enemigo
Palestinos. Temores comunes.
Foto: AP
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En los alrededores de Jerusalén oriental –donde los palestinos aspiran a establecer la capital de su largamente pospuesto Estado–, Israel autoriza el establecimiento de más y más asentamientos judíos ilegales. A Tel Aviv le conviene que los sionistas más radicales vivan ahí: son su punta de lanza. Los colonos tienen carta blanca para hacer lo que quieran, desde arrasar los cultivos y matar al ganado de los palestinos hasta golpearlos a mansalva porque la protección de los árabes en esa zona es responsabilidad… del ejército israelí.
BURIN, CISJORDANIA (Proceso).- El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, desdeñó la condición que Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), puso para sentarse a negociar con Tel Aviv: que cese la construcción de asentamientos judíos en los territorios internacionalmente reconocidos como palestinos.
Netanyahu afirmó que no quiere condiciones: “Estoy dispuesto a negociar en cualquier lugar, en cualquier momento sin precondiciones; sólo hay que hacerlo”, dijo el 26 de septiembre en entrevista con PBS, el canal público de televisión de Estados Unidos.
Y subió la apuesta: Ese mismo día Israel anunció en Jerusalén que había autorizado la construcción de mil 100 nuevas viviendas en el asentamiento suburbano de Gilo, en suelo cisjordano.
Gilo es parte de un cerco de colonias israelíes con las que están rodeando Jerusalén oriental, la parte de la ciudad que los palestinos quieren convertir en capital de su futuro Estado. El motivo: hacer imposible en la práctica su devolución a los árabes.
“Es como si un hombre te tuerce el brazo, tú le exiges que te suelte antes de hablar, él te replica que estás haciendo más difíciles las cosas y te aprieta más”, dice Haitham Khatib, un documentalista palestino de 35 años que forma parte de una patrulla civil que registra en video los ataques de colonos israelíes contra campesinos y aldeas palestinos.
El problema de los asentamientos israelíes en Jerusalén oriental y Cisjordania se ha convertido en el obstáculo principal para que haya un acercamiento entre las partes.
Entre 1993 –cuando se firmaron los acuerdos de Oslo que deberían conducir a un Estado palestino– y 2009 se duplicó la población israelí en los territorios donde debería crearse aquél. En Jerusalén oriental el número pasó de 152 mil a 192 mil personas; en el resto de Cisjordania aumentó de 111 mil a 304 mil, según datos de la Oficina Central de Estadísticas de Israel y de la Fundación para la Paz en Medio Oriente.
La molestia con los asentamientos judíos no radica sólo en que muchos de ellos se han levantado en tierras públicas y privadas de palestinos, se han apoderado de las fuentes de agua, han extendido la red de carreteras exclusivas que fraccionan Cisjordania y han creado un sistema de seguridad con muros y puntos de control militar que cercenan la libertad de movimiento de la gente.
También se debe a que desde varios de esos asentamientos se lanzan campañas de acoso contra los palestinos en su afán de obligarlos a abandonar sus casas y aceptar la extensión de las colonias judías y la creación de otras nuevas.
“Sí matarás”
El peligro que representan los colonos israelíes extremistas no es desconocido para Israel. Su servicio secreto, el Shin Bet, ha emitido varias alertas sobre su capacidad para desestabilizar Cisjordania mediante ataques contra palestinos. Ello crea un ambiente de confrontación y podría provocar un alzamiento.
Por ejemplo, Yitzak Shapira, rabino principal del Centro de Estudios Religiosos Od Yosef Hai enseña que el asesinato de los goyim (no judíos) es moral y legítimo.
En su libro La Torá del rey: Leyes de vida y muerte entre Israel y las naciones, publicado en 2009 en coautoría con el rabino Yosef Elitzur, Shapira explica que el mandamiento de “no matarás” sólo es válido entre judíos, en tanto que los no judíos “por naturaleza carecen de compasión” y, por lo tanto, es moral atacarlos a ellos y a sus niños, quienes, asegura el teólogo, “crecerán para dañarnos”.
En 2006 pidió que todos los palestinos mayores de 13 años fueran eliminados o expulsados de los territorios ocupados; en 2008 expuso su propia versión de la doctrina de la “guerra preventiva”: “Que cada quien imagine lo que el enemigo está planeando hacer contra nosotros y lleve a cabo una represalia proporcional”.
El 27 de septiembre, la prensa israelí anunció que el Shin Bet detectó que en ese Centro de Estudios Religiosos se incita a los estudiantes a llevar a cabo ataques contra palestinos y pidió que se suspendiera el financiamiento público que recibe de los ministerios de Educación (1 millón 315 mil shekels, equivalentes a 355 mil dólares en 2009) y de Asuntos Sociales (863 mil shekels o 233 mil dólares en ese mismo año).
El servicio secreto presentó la solicitud a finales de agosto, pero según el diario Haaretz, después de varias reuniones con los funcionarios ministeriales el Shin Bet, no había recibido respuesta, mientras que el Centro de Estudios Religiosos preparaba una demanda judicial en caso de que dejara de recibir dinero del Estado.
Entre los colonos israelíes existe una diversidad de posturas ante el conflicto: algunos sectores proponen regresar a Israel en caso de que sea creado un Estado palestino o que se permanezca ahí como israelíes que aceptan la autoridad de un gobierno palestino o incluso que se adopte la nacionalidad palestina, como ya han hecho grupos de judíos en la ciudad de Nablus.
Pero son los menos. La mayoría preferiría que Israel anexara los asentamientos o la totalidad de los territorios palestinos. Esta última es la postura de los extremistas, entre quienes es popular la llamada “política de la etiqueta de precio”. Se trata de una campaña lanzada en abril de 2008, cuando el ejército desalojó a un grupo de israelíes radicales de una casa palestina que habían ocupado en Hebrón.
La idea de los colonos es cobrar los actos gubernamentales contra los asentamientos israelíes con represalias sobre personas y propiedades palestinas, aunque no tengan ninguna relación con el agravio.
Vulnerabilidad
En enero de 2010, la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios-Territorios Palestinos Ocupados estimó que 250 mil palestinos en 83 comunidades de Cisjordania eran vulnerables de forma “alta o moderada” a la violencia ejercida por los colonos israelíes. De esa cantidad, 75 mil 900 estaban concentrados en 22 comunidades altamente vulnerables.
El organismo de la ONU identificó intersecciones y tramos carreteros especialmente riesgosos, incluidos los caminos en los alrededores de la ciudad de Nablus que usan tanto palestinos como israelíes.
Los asentamientos israelíes donde existe un riesgo especial de dar origen a agresiones, de acuerdo con la mencionada Oficina de la ONU, son Yitzhar (el del rabino Shapira), Itamar, Havat Gilad, Kedumim, Ma’aleh Levona, Shilo, Adei Ad, Nokdim, Bat Ayin, Neguhot, Kiryat Arba, Beit Haggai, Karmel y Sussia.
Los acuerdos de Oslo dividieron Cisjordania en tres áreas: la primera –19% del territorio–, donde la ANP se encarga de la administración y la seguridad; la segunda –21%–, donde los palestinos administran y los israelíes controlan; y la tercera –60%– bajo administración y control israelí. Es aquí donde los colonos han encontrado mayor libertad para construir asentamientos y donde la población palestina depende exclusivamente del ejército israelí para su protección. La policía árabe tiene prohibido entrar.
El organismo de la ONU señaló que “la principal preocupación es la frecuente omisión de las fuerzas de seguridad israelíes de intervenir y detener los ataques de los colonos, incluido el incumplimiento de arrestar a colonos sospechosos en el lugar y en el momento del ataque. Entre las principales razones de estas omisiones está el mensaje ambiguo que han dado el gobierno de Israel y la cúpula del ejército a los efectivos de las fuerzas de seguridad que actúan sobre el terreno respecto de su autoridad y responsabilidad de aplicar la ley sobre los colonos israelíes”.
Mezquitas, escuelas, cementerios, casas y vehículos palestinos han sido quemados o destruidos por colonos. El método más eficaz, sin embargo, es la destrucción sistemática de las plantaciones palestinas de olivos y almendros, la matanza de sus ovejas y el envenenamiento de sus pozos de agua. El daño económico los desincentiva a permanecer en el lugar y además limpia el territorio que eventualmente puede ser ocupado por los judíos.
Para no morir en silencio
Las poblaciones palestinas y las colonias israelíes se alternan en el norte de Cisjordania: en este territorio de cerros y hondonadas las primeras se extienden en las partes bajas y las segundas, estratégicamente, en las altas.
La forma más fácil de reconocer si lo que se ve es un bloque de edificios israelí o palestino es mirar las azoteas: si están llenas de negros tinacos, son árabes. La provisión de agua entubada es constante para los israelíes e irregular para los palestinos, que deben almacenarlo.
Lo mismo ocurre con la agricultura: en los campos israelíes se advierten sistemas de riego que sus vecinos sólo pueden envidiar. El control del agua es clave para sobrevivir en el árido Levante.
En la aldea de Burin, cerca de Nablus, abundan los depósitos de agua. Hay una pequeña estación de bomberos desde la cual se ve un extremo del asentamiento israelí de Yitzhar, el del rabino Shapira. Está del otro lado de una carretera controlada por el ejército.
El documentalista Haitham Khatib muestra en su cámara un video tomado semanas atrás, en ese mismo sitio, donde se ve a colonos israelíes convirtiendo en hogueras los centenarios olivos.
Extiende la mano para señalar el daño, aproximadamente a un kilómetro: “Tardaríamos cinco minutos en llegar con el auto y apagar el fuego –asegura–, pero no podemos porque, para pasar la carretera, necesitamos pedirles permiso a las autoridades militares. Si no, se considerará justificado que los colonos disparen sobre nosotros”.
Khatib tiene un par de meses para terminar su segunda película, Najah, sobre la aldea en conflicto de Bil’in, pero no tiene tiempo desde que, el pasado 18 de septiembre, se formó la patrulla civil autonombrada Negándonos a Morir en Silencio.
Khatib explica: como la policía palestina no puede defender a sus compatriotas y una respuesta violenta a las agresiones sería contraproducente, el objetivo de este grupo es documentar visualmente los ataques para mostrar lo que ocurre. Tiene cuatro vehículos que funcionan las 24 horas para movilizarse rápidamente, aunque todavía le hace falta darse a conocer y conseguir que la gente llame cuando ocurre algo.
El 23 de septiembre, Khatib y sus compañeros llegaron a la aldea de Qusra después de que un enfrentamiento –el más reciente de una larga serie– se saldó con un muerto a manos del ejército: Issam Kamel Abid Badran Odeh, padre de siete niños. Hubo también dos heridos: Fatih Faiz y Amar Masameer, ambos de 15 años.
Harriet Sherwood, reportera del diario británico The Guardian, estaba ahí cuando unos 15 colonos bajaron a los campos palestinos con banderas israelíes. La gente de Qusra fue a detenerlos. El ejército llegó. Los militares lanzaron gas lacrimógeno antes de que los palestinos empezaran a lanzar piedras. Luego dispararon e hirieron a Odeh en el cuello.
“Los militares dijeron que había habido un ‘motín violento’ en el que los palestinos aventaron piedras contra personal de seguridad; que durante el motín los soldados utilizaron medios de dispersión y eventualmente fuego real. Lo que yo atestigüé, sin embargo, fue que la dispersión del motín llegó antes que el propio motín”, relató la reportera.
Khatib documentó la muerte de un joven y el estado de los heridos. “La seguridad de esa gente está en manos de sus enemigos”, denuncia. “En el hospital de Nablus, Fatih me explicó que a él y a su amigo los capturaron los soldados después de haber herido a Issam. Cuando estaban vendados de los ojos y atados de manos, los colonos pidieron permiso de golpear a los detenidos. Lo consiguieron. Les dieron patadas y les lanzaron piedras. Uno levantó una roca y la azotó contra el rostro de Fatih. Le reventó la frente”.
BURIN, CISJORDANIA (Proceso).- El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, desdeñó la condición que Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), puso para sentarse a negociar con Tel Aviv: que cese la construcción de asentamientos judíos en los territorios internacionalmente reconocidos como palestinos.
Netanyahu afirmó que no quiere condiciones: “Estoy dispuesto a negociar en cualquier lugar, en cualquier momento sin precondiciones; sólo hay que hacerlo”, dijo el 26 de septiembre en entrevista con PBS, el canal público de televisión de Estados Unidos.
Y subió la apuesta: Ese mismo día Israel anunció en Jerusalén que había autorizado la construcción de mil 100 nuevas viviendas en el asentamiento suburbano de Gilo, en suelo cisjordano.
Gilo es parte de un cerco de colonias israelíes con las que están rodeando Jerusalén oriental, la parte de la ciudad que los palestinos quieren convertir en capital de su futuro Estado. El motivo: hacer imposible en la práctica su devolución a los árabes.
“Es como si un hombre te tuerce el brazo, tú le exiges que te suelte antes de hablar, él te replica que estás haciendo más difíciles las cosas y te aprieta más”, dice Haitham Khatib, un documentalista palestino de 35 años que forma parte de una patrulla civil que registra en video los ataques de colonos israelíes contra campesinos y aldeas palestinos.
El problema de los asentamientos israelíes en Jerusalén oriental y Cisjordania se ha convertido en el obstáculo principal para que haya un acercamiento entre las partes.
Entre 1993 –cuando se firmaron los acuerdos de Oslo que deberían conducir a un Estado palestino– y 2009 se duplicó la población israelí en los territorios donde debería crearse aquél. En Jerusalén oriental el número pasó de 152 mil a 192 mil personas; en el resto de Cisjordania aumentó de 111 mil a 304 mil, según datos de la Oficina Central de Estadísticas de Israel y de la Fundación para la Paz en Medio Oriente.
La molestia con los asentamientos judíos no radica sólo en que muchos de ellos se han levantado en tierras públicas y privadas de palestinos, se han apoderado de las fuentes de agua, han extendido la red de carreteras exclusivas que fraccionan Cisjordania y han creado un sistema de seguridad con muros y puntos de control militar que cercenan la libertad de movimiento de la gente.
También se debe a que desde varios de esos asentamientos se lanzan campañas de acoso contra los palestinos en su afán de obligarlos a abandonar sus casas y aceptar la extensión de las colonias judías y la creación de otras nuevas.
“Sí matarás”
El peligro que representan los colonos israelíes extremistas no es desconocido para Israel. Su servicio secreto, el Shin Bet, ha emitido varias alertas sobre su capacidad para desestabilizar Cisjordania mediante ataques contra palestinos. Ello crea un ambiente de confrontación y podría provocar un alzamiento.
Por ejemplo, Yitzak Shapira, rabino principal del Centro de Estudios Religiosos Od Yosef Hai enseña que el asesinato de los goyim (no judíos) es moral y legítimo.
En su libro La Torá del rey: Leyes de vida y muerte entre Israel y las naciones, publicado en 2009 en coautoría con el rabino Yosef Elitzur, Shapira explica que el mandamiento de “no matarás” sólo es válido entre judíos, en tanto que los no judíos “por naturaleza carecen de compasión” y, por lo tanto, es moral atacarlos a ellos y a sus niños, quienes, asegura el teólogo, “crecerán para dañarnos”.
En 2006 pidió que todos los palestinos mayores de 13 años fueran eliminados o expulsados de los territorios ocupados; en 2008 expuso su propia versión de la doctrina de la “guerra preventiva”: “Que cada quien imagine lo que el enemigo está planeando hacer contra nosotros y lleve a cabo una represalia proporcional”.
El 27 de septiembre, la prensa israelí anunció que el Shin Bet detectó que en ese Centro de Estudios Religiosos se incita a los estudiantes a llevar a cabo ataques contra palestinos y pidió que se suspendiera el financiamiento público que recibe de los ministerios de Educación (1 millón 315 mil shekels, equivalentes a 355 mil dólares en 2009) y de Asuntos Sociales (863 mil shekels o 233 mil dólares en ese mismo año).
El servicio secreto presentó la solicitud a finales de agosto, pero según el diario Haaretz, después de varias reuniones con los funcionarios ministeriales el Shin Bet, no había recibido respuesta, mientras que el Centro de Estudios Religiosos preparaba una demanda judicial en caso de que dejara de recibir dinero del Estado.
Entre los colonos israelíes existe una diversidad de posturas ante el conflicto: algunos sectores proponen regresar a Israel en caso de que sea creado un Estado palestino o que se permanezca ahí como israelíes que aceptan la autoridad de un gobierno palestino o incluso que se adopte la nacionalidad palestina, como ya han hecho grupos de judíos en la ciudad de Nablus.
Pero son los menos. La mayoría preferiría que Israel anexara los asentamientos o la totalidad de los territorios palestinos. Esta última es la postura de los extremistas, entre quienes es popular la llamada “política de la etiqueta de precio”. Se trata de una campaña lanzada en abril de 2008, cuando el ejército desalojó a un grupo de israelíes radicales de una casa palestina que habían ocupado en Hebrón.
La idea de los colonos es cobrar los actos gubernamentales contra los asentamientos israelíes con represalias sobre personas y propiedades palestinas, aunque no tengan ninguna relación con el agravio.
Vulnerabilidad
En enero de 2010, la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios-Territorios Palestinos Ocupados estimó que 250 mil palestinos en 83 comunidades de Cisjordania eran vulnerables de forma “alta o moderada” a la violencia ejercida por los colonos israelíes. De esa cantidad, 75 mil 900 estaban concentrados en 22 comunidades altamente vulnerables.
El organismo de la ONU identificó intersecciones y tramos carreteros especialmente riesgosos, incluidos los caminos en los alrededores de la ciudad de Nablus que usan tanto palestinos como israelíes.
Los asentamientos israelíes donde existe un riesgo especial de dar origen a agresiones, de acuerdo con la mencionada Oficina de la ONU, son Yitzhar (el del rabino Shapira), Itamar, Havat Gilad, Kedumim, Ma’aleh Levona, Shilo, Adei Ad, Nokdim, Bat Ayin, Neguhot, Kiryat Arba, Beit Haggai, Karmel y Sussia.
Los acuerdos de Oslo dividieron Cisjordania en tres áreas: la primera –19% del territorio–, donde la ANP se encarga de la administración y la seguridad; la segunda –21%–, donde los palestinos administran y los israelíes controlan; y la tercera –60%– bajo administración y control israelí. Es aquí donde los colonos han encontrado mayor libertad para construir asentamientos y donde la población palestina depende exclusivamente del ejército israelí para su protección. La policía árabe tiene prohibido entrar.
El organismo de la ONU señaló que “la principal preocupación es la frecuente omisión de las fuerzas de seguridad israelíes de intervenir y detener los ataques de los colonos, incluido el incumplimiento de arrestar a colonos sospechosos en el lugar y en el momento del ataque. Entre las principales razones de estas omisiones está el mensaje ambiguo que han dado el gobierno de Israel y la cúpula del ejército a los efectivos de las fuerzas de seguridad que actúan sobre el terreno respecto de su autoridad y responsabilidad de aplicar la ley sobre los colonos israelíes”.
Mezquitas, escuelas, cementerios, casas y vehículos palestinos han sido quemados o destruidos por colonos. El método más eficaz, sin embargo, es la destrucción sistemática de las plantaciones palestinas de olivos y almendros, la matanza de sus ovejas y el envenenamiento de sus pozos de agua. El daño económico los desincentiva a permanecer en el lugar y además limpia el territorio que eventualmente puede ser ocupado por los judíos.
Para no morir en silencio
Las poblaciones palestinas y las colonias israelíes se alternan en el norte de Cisjordania: en este territorio de cerros y hondonadas las primeras se extienden en las partes bajas y las segundas, estratégicamente, en las altas.
La forma más fácil de reconocer si lo que se ve es un bloque de edificios israelí o palestino es mirar las azoteas: si están llenas de negros tinacos, son árabes. La provisión de agua entubada es constante para los israelíes e irregular para los palestinos, que deben almacenarlo.
Lo mismo ocurre con la agricultura: en los campos israelíes se advierten sistemas de riego que sus vecinos sólo pueden envidiar. El control del agua es clave para sobrevivir en el árido Levante.
En la aldea de Burin, cerca de Nablus, abundan los depósitos de agua. Hay una pequeña estación de bomberos desde la cual se ve un extremo del asentamiento israelí de Yitzhar, el del rabino Shapira. Está del otro lado de una carretera controlada por el ejército.
El documentalista Haitham Khatib muestra en su cámara un video tomado semanas atrás, en ese mismo sitio, donde se ve a colonos israelíes convirtiendo en hogueras los centenarios olivos.
Extiende la mano para señalar el daño, aproximadamente a un kilómetro: “Tardaríamos cinco minutos en llegar con el auto y apagar el fuego –asegura–, pero no podemos porque, para pasar la carretera, necesitamos pedirles permiso a las autoridades militares. Si no, se considerará justificado que los colonos disparen sobre nosotros”.
Khatib tiene un par de meses para terminar su segunda película, Najah, sobre la aldea en conflicto de Bil’in, pero no tiene tiempo desde que, el pasado 18 de septiembre, se formó la patrulla civil autonombrada Negándonos a Morir en Silencio.
Khatib explica: como la policía palestina no puede defender a sus compatriotas y una respuesta violenta a las agresiones sería contraproducente, el objetivo de este grupo es documentar visualmente los ataques para mostrar lo que ocurre. Tiene cuatro vehículos que funcionan las 24 horas para movilizarse rápidamente, aunque todavía le hace falta darse a conocer y conseguir que la gente llame cuando ocurre algo.
El 23 de septiembre, Khatib y sus compañeros llegaron a la aldea de Qusra después de que un enfrentamiento –el más reciente de una larga serie– se saldó con un muerto a manos del ejército: Issam Kamel Abid Badran Odeh, padre de siete niños. Hubo también dos heridos: Fatih Faiz y Amar Masameer, ambos de 15 años.
Harriet Sherwood, reportera del diario británico The Guardian, estaba ahí cuando unos 15 colonos bajaron a los campos palestinos con banderas israelíes. La gente de Qusra fue a detenerlos. El ejército llegó. Los militares lanzaron gas lacrimógeno antes de que los palestinos empezaran a lanzar piedras. Luego dispararon e hirieron a Odeh en el cuello.
“Los militares dijeron que había habido un ‘motín violento’ en el que los palestinos aventaron piedras contra personal de seguridad; que durante el motín los soldados utilizaron medios de dispersión y eventualmente fuego real. Lo que yo atestigüé, sin embargo, fue que la dispersión del motín llegó antes que el propio motín”, relató la reportera.
Khatib documentó la muerte de un joven y el estado de los heridos. “La seguridad de esa gente está en manos de sus enemigos”, denuncia. “En el hospital de Nablus, Fatih me explicó que a él y a su amigo los capturaron los soldados después de haber herido a Issam. Cuando estaban vendados de los ojos y atados de manos, los colonos pidieron permiso de golpear a los detenidos. Lo consiguieron. Les dieron patadas y les lanzaron piedras. Uno levantó una roca y la azotó contra el rostro de Fatih. Le reventó la frente”.
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