Felipe Calderón
Peña Nieto, el favorito de la derecha, en un extremo. López Obrador, el favorito de la izquierda, en el otro… y al centro, una coalición en la que se mezclan los nombres de Manlio Fabio Beltrones, Marcelo Ebrard y Santiago Creel, entre otros. Quizás por ello el historiador y analista Enrique Krauze pronostica que la izquierda podría ganar la próxima elección presidencial. Frente a esto, vale la pena preguntar, al margen de las preferencias ciudadanas y de los intelectuales, ¿cuál es el juego desde Los Pinos? ¿Qué le conviene al presidente?
Por Ramón Alberto Garza
A 13 meses de que se cumplan sus tiempos en Los Pinos, Felipe Calderón tiene una preocupación: cuál será su lugar en la historia como ex presidente de México.
La inquietud no es novedosa. La padecieron todos los mandatarios mexicanos en el ocaso de su paso por la silla del águila.
Y es la invocación de ese sitio en la historia la que termina por afianzar o desquiciar los últimos 12 meses de cualquier sexenio. Y el del segundo presidente panista no será la excepción.
Por eso vale la pena cuestionar en dónde está instalada la psique del hombre que más puede influir hoy en su propia sucesión. Analicemos.
¿Será un presidente que pueda heredar la silla del águila a otro u otra panista?
Difícil, a no ser que pueda frenar con acciones contundentes, de amplio descrédito, lo que ya se presume es un avasallador retorno del PRI o un inevitable ascenso de la izquierda. Los precandidatos albiazules no tienen hoy la contundencia necesaria para desafiar ni a sus contrapartes priistas, y tampoco a los perredistas o morenistas.
¿Será un mandatario que acepte el destino de convertirse en el hombre que devolvió al PRI las llaves de Los Pinos?
Sería una desacreditada factura que Felipe Calderón no está dispuesto a cargar hasta el fin de sus días. Vicente Fox los sacó, y él los regresó. Menos aún con el antagonismo declarado frente al popular y televisivo Enrique Peña Nieto. No lo desea ni en lo personal, ni en lo familiar. La historia lo perseguiría. Y ese PRI al que tanto detesta, también.
¿Será un jefe de partido que, ante la imposibilidad de imponer a sus correligionarios, prefiera el triunfo del PRD o incluso del bloque de Morena?
Tal vez sería un final menos infeliz que aceptar el retorno del PRI. Al menos eso le daría la legitimidad de haber dado continuidad a la transición y podría terminar como un héroe democrático. Sobre todo si la izquierda que se instale en Los Pinos es la llamada “funcional”, la que lidera Marcelo Ebrard. La reedición de Ernesto Zedillo, 12 años después.
¿Será un jefe de Estado que pueda o acepte articular para Los Pinos 2012 una coalición política que concite a un bloque de priistas, un bloque de perredistas, o incluso uno de panistas?
Si el priismo es el de Manlio Fabio Beltrones y el perredismo es el de Marcelo Ebrard, no hay duda. Con ambos se siente cómodo y ya firmaron el primer desplegado de coalición con el estampado de la firma del panista Santiago Creel, quien con su rebeldía a la figura presidencial daría más legitimidad y autenticidad al cogobierno.
PAN: Si no impongo, inclino la balanza
El PAN está debilitado. El virus que lo minó fue gestado este sexenio en Los Pinos. Y fue incubado por Felipe Calderón.
El primer síntoma se reflejó en la manipulación palaciega de los liderazgos nacionales. Desde la casa presidencial se impusieron las dirigencias de Germán Martínez, primero, y de César Nava, después.
La implementación del “dedazo azul”, articulado con encuentros en la oficina del presidente de México, al más puro estilo del viejo PRI, fue un golpe mortal a la democracia interna panista.
Aquella democracia interna que permitió la llegada del candidato rebelde Felipe Calderón por encima de Santiago Creel, el favorito de Vicente Fox.
La debacle fue evidente con la derrota azul en julio de 2009. Adiós a San Luis Potosí, a Querétaro y al casi seguro Nuevo León.
Y sólo en coaliciones con el PRD y el Panal, el PAN pudo salvar cara en los comicios de 2010 en Oaxaca, Puebla y Sinaloa.
Por eso Felipe Calderón no pudo imponer a su ahora secretario particular Roberto Gil como presidente nacional del albiazul. Por eso los panistas se le rebelaron y decidieron elegir a Gustavo Madero.
Pero el presidente no entendió la lección. Y decidió operar a favor de su secretario de Hacienda, Ernesto Cordero. Para designar desde Los Pinos a su candidato. Como lo hacía el PRI.
La rebeldía del Hijo Desobediente se transformaba en una condena para el rebelde Santiago Creel. La virtud que hizo candidato al ahora presidente en 2005 se convirtió en defecto para quien se le rebela en 2011.
Por eso Felipe Calderón busca desesperado hacer su última jugada en el PAN. Para ver si con un dejo de suerte y de manejo presupuestal a través del Consejo Nacional, puede imponer al precandidato que va en último lugar en las encuestas.
Y si Ernesto Cordero no termina de encender las pasiones azules, al menos estiman que recogerá las simpatías de entre 15 y 20 por ciento de los consejeros. Y eso será suficiente para que su apoyo instale a uno de los dos restantes. Y ésa sería Josefina Vázquez Mota.
El presidente parece sentirse menos incómodo con la ex secretaria de Educación que con el ex secretario de Gobernación. “Si yo no puedo poner candidato, sí puedo inclinar la balanza a favor de uno”.
La pregunta es si Santiago Creel podrá repetir la hazaña del rebelde Felipe Calderón, arrastrando tras de sí las concesiones de casinos y los acuerdos con las televisoras.
El género le da a Josefina Vázquez Mota una ventaja sobre sus dos rivales varones. Pero ninguno de los tres despierta las pasiones como Enrique Peña Nieto o Marcelo Ebrard. Y mucho menos tienen la experiencia de Manlio Fabio Beltrones o Andrés Manuel López Obrador.
Por eso dentro de la casa presidencial se dice que la única opción para que el PAN repunte es que se desacredite al PRI de Humberto Moreira, de Enrique Peña Nieto, de Fidel Herrera, de Ulises Ruiz, de Natividad González Parás.
Pero aun consumado ese descrédito con la captura de dos o tres gobernadores presuntamente corruptos o presuntamente ligados al crimen organizado, el beneficiario sería el PRD o Morena, no el PAN.
De ahí que tendría que gestarse otra operación descrédito, ahora contra Marcelo Ebrard y/o contra Andrés Manuel López Obrador. Y eso estaría más cuesta arriba. ¿Alguien compraría otra Operación Desafuero como la de 2005?
Por eso se ve con dificultad en el horizonte el triunfo del PAN en 2012. El electorado mayoritario, no el de clase media o el de la élite, está desencantado del foxismo y del calderonismo.
Prometieron mucho, entregaron poco. Y a pesar de la buena voluntad, hoy no se vive ni más seguro, ni mejor que con el viejo PRI. Y eso, sumado a la falta de un panista carismático, pasará su factura en las urnas.
PRI: Si va a ser el PRI, que sea Beltrones
A pesar de que el Sexenio del Cambio decepcionó a las mayorías, Vicente Fox tiene su lugar en la historia. Sacó al PRI de Los Pinos.
Por eso la obsesión de Felipe Calderón con la enorme ventaja del PRI en la antesala de la elección presidencial de 2012. Porque no quiere pasar a la historia como el presidente que le devolvió al PRI las llaves de la casa presidencial.
Y menos si el regreso tricolor viene acompañado de un candidato carismático, con una popularidad fabricada en la pantalla chica, arrastrando preferencias que hasta hoy sepultan las aspiraciones de panistas y perredistas.
Para Felipe Calderón, el posible arribo de Enrique Peña Nieto a Los Pinos está fuera de su esquema y de su estrategia.
Un candidato priista tan popular, que de llegar a Los Pinos, nada le debería, y que al cruzarse la banda presidencial, no le daría garantía alguna de negociación, mucho menos de inmunidad.
Por el contrario, con el regreso del PRI al top list presidencial, la estrategia más segura para perdurar sería exhibir los excesos panistas. Y eso va directo al corazón de la administración calderonista. Sobre todo en Pemex.
Por eso el presidente corteja a Manlio Fabio Beltrones. Por eso el sonorense corteja y se deja cortejar por Felipe Calderón. Porque el rival común se llama Enrique Peña Nieto. Y el poder del presidente, poco o mucho, no deja de tener sus efectos hasta el último día.
A eso se deben las posturas diametralmente opuestas de Peña Nieto y Beltrones.
El ex gobernador mexiquense se apoya en las arrolladoras cifras que le dan las encuestas para demandar un gobierno con poder absoluto. Gobernabilidad con 30 por ciento de los votos. El absolutismo de la minoría.
Quienes lo apoyan dicen que las simpatías mayoritarias le otorgan el poder para demandar esa cláusula de gobernabilidad. Y que la falta de ese principio es lo que tiene estancado al país. Argentina lo entendió, dicen, y por eso le entregó todo el poder a Cristina Krischner.
El ex gobernador sonorense, en contraparte, se presenta como el político reformista. El priista conciliador que empuja las tareas de Estado. El que ante la falta de mayorías alienta el gobierno de coalición de la mano de intelectuales y políticos de distinto cuño. Desde Carlos Fuentes hasta José Woldenberg, desde Santiago Creel hasta Marcelo Ebrard.
Y en ese contexto aparece el caso de Coahuila. El del endeudamiento del gobernador Humberto Moreira, hoy presidente nacional del PRI.
Sin intención de justificar, el de Coahuila no es el único caso de sobreendeudamiento público. Cuestión de voltear a Quintana Roo, a Nuevo León, a Veracruz e incluso al Estado de México.
Pero, documentado o no, el caso del ex gobernador de Coahuila se convierte en la antesala para sentar jurisprudencia.
Y ese precedente serviría para que se actuara mañana en otras entidades que disfrazaron sus adeudos con figuras legaloides, como pronto podría descubrirse en el Estado de México. Las asociaciones público-privadas (APP) serían su botón de muestra.
Y ésa promete ser la cruzada de la administración calderonista para desenmascarar al PRI de Enrique Peña Nieto. La de exhibir el dispendio y los arreglos para elevar el gasto público por la ruta de la deuda. Pero, al final del día, todo podría convertirse en un búmeran.
PRD: No se despreciaría ser el Zedillo 2012
Si el PAN no tiene la fuerza y lo último que se acepta es al PRI, la menos mala de las opciones opositoras es la del PRD.
Felipe Calderón ya lo probó con alianzas. Lo mismo en el Congreso que en las urnas de Oaxaca, Puebla y Sinaloa en 2010.
Y si en el PRI el presidente se siente más confortable con Manlio Fabio Beltrones, en el PRD esa figura es Marcelo Ebrard.
Después de todo, el jefe de Gobierno del Distrito Federal es el único de los perredistas encumbrados que distendió sus relaciones con el que llamaban presidente espurio, frente al “legítimo” Andrés Manuel López Obrador.
El saludo personal y la asistencia a actos oficiales de Felipe Calderón convirtieron a Marcelo Ebrard en el izquierdista razonable, el que no es intransigente, con el que se puede dialogar. El que puede convertirse en un Lula para México.
Al presidente se le presenta como la mejor opción para entregar la banda presidencial. Porque significaría que, así como al priista Ernesto Zedillo no le dolió entregar el poder al panista Vicente Fox, al panista Felipe Calderón tampoco le incomodaría entregar la banda presidencial al perredista Marcelo Ebrard.
El último presidente priista hoy goza de una buena imagen, es consejero de corporaciones internacionales, catedrático en Yale y puede darse el lujo de entrar a un restaurante repleto de mexicanos sin que lo insulten.
Felipe Calderón quisiera repetir esa fórmula. La del ex presidente respetado que no defendió a ultranza el poder de su partido. La del personaje que puede vivir en México o en el extranjero con el favor del aplauso y la sonrisa ciudadana.
Y el presidente sabe que eso sería imposible con el PRI. Pero con el PRD, sobre todo el de Marcelo Ebrard, podría repetirse el pacto silencioso que se dio en la transición de Ernesto Zedillo a Vicente Fox. Nadie volteó para atrás.
Sin embargo, el jefe de Gobierno del DF no tiene la candidatura perredista en la bolsa. Las encuestas ya pactadas terminarán por definir en 10 días si es Marcelo Ebrard o Andrés Manuel López Obrador el que merece ser candidato.
Un quiebre por diferencias entre los perredistas sería lo último en la psique presidencial. Porque la división de la izquierda, lejos de favorecer al PAN, beneficia al PRI.
La fragmentación del segundo y del tercer lugar en las preferencias electorales sólo fortalecería a unos tricolores que se irían casi solos con el triunfo el primero de julio de 2012.
Por eso hay quienes insisten en que a Felipe Calderón tampoco le disgusta del todo Andrés Manuel López Obrador. Aunque a los hombres del poder público, pero sobre todo del privado, les haga sentir lo contrario.
Al presidente y al ex jefe de Gobierno del DF los unen más coincidencias de vida que diferencias políticas. Ambos vienen desde abajo, navegando a contracorriente, posicionándose políticamente desde la rebeldía. Confrontados los dos, aunque por distintas razones, con Vicente Fox.
Es cierto que los separa el desencuentro electoral de 2006. Después de todo, es difícil para Andrés Manuel López Obrador aceptar una “derrota” en las urnas por 0.57 por ciento de los votos. “Haiga sido como haiga sido”. Sobre todo porque la contienda se inició con más de 20 puntos de ventaja a su favor.
Y si ya con el primero de julio a la vuelta de la esquina aparecen como punteros los nombres de Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador, es altamente probable que –por su cita con la historia– Felipe Calderón prefiera al “peligro” de Macuspana, Tabasco.
Coalición: Una banda presidencial a la suma de los opuestos
¿Qué tienen en común el priista Manlio Fabio Beltrones, el perredista Marcelo Ebrard y el panista Santiago Creel? Que hasta hoy los tres aparecen como los segundos en las preferencias para ser candidatos presidenciales de sus partidos.
Y salvo el caso de Santiago Creel, que viene de una añeja ruptura política con Felipe Calderón, el presidente cada día parece estar más cerca de los afectos y las preferencias de Manlio Fabio Beltrones y Marcelo Ebrard.
Por eso no se ve como imposible el propuesto gobierno de coalición que respaldan políticos de casi todos los partidos, intelectuales y periodistas. Porque la suma de tres tercios podría instalar en México la gobernabilidad perdida.
Sobre todo cuando los detractores de Enrique Peña Nieto lo acusan de querer volver al absolutismo del poder priista en el que se perdieron los gobiernos de Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, José López Portillo, Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari.
Sobre todo cuando los enemigos de Andrés Manuel López Obrador lo señalan como impositivo, amenazante, violento y más cercano al absolutismo de izquierda al estilo Hugo Chávez, que a los consensos a la hora de gobernar.
Si ubicáramos la paternidad de la coalición, bien podría pasar por ser hija lo mismo de Felipe Calderón que de Carlos Salinas de Gortari. O de los dos. Es el centro entre los extremos.
Panistas y priistas saben que los ciudadanos están cansados de que ni con uno ni con otro pueden recuperar el bienestar perdido.
Las cifras macro podrán exhibirse como aceitadas. Pero ese aceite no se refleja en los bolsillos resecos de la mayoría de los mexicanos.
Y si a los priistas les descarrilan a Enrique Peña Nieto porque le descubren su “quijada de cristal”, o los perredistas se convencen de que Andrés Manuel López Obrador va a buscar la candidatura con ellos o sin ellos, los extremos podrían acabar nulificados.
Es ahí donde la figura de la coalición se presenta como la novedosa oportunidad para conciliar lo que hoy parece irreconciliable.
¿Imaginan a Manlio Fabio Beltrones y a Marcelo Ebrard como candidatos de sus partidos y pactando que un mes antes de la elección, el segundo lugar en las preferencias se sume al puntero para derrotar a un desafiante Andrés Manuel López Obrador que incorpora aceleradamente adeptos con su Morena?
¿Pueden pensar en un Marcelo Ebrard como presidente con un Manlio Fabio Beltrones como jefe de Gobierno o como secretario de Gobernación? ¿O viceversa?
No sólo para Felipe Calderón, sino también para la élite que controla el statu quo de México, esa coalición terminaría por ser el acuerdo político ideal para alejar a los fantasmas. El de un gobierno absolutista con Enrique Peña Nieto o el del cambio radical de Andrés Manuel López Obrador.
Al binomio Ebrard-Beltrones o Beltrones-Ebrard, se le podría sumar con facilidad el panismo que apoya a Santiago Creel, quien ya se mostró en el desplegado afín a la coalición. Pero tampoco podría descartarse otro candidato panista, sobre todo si el resultado final ubica al albiazul en un tercer sitio.
Si esta utopía política de la coalición pudiera concretarse, el presidente tendría su legitimación histórica como el que transmitió la banda presidencial al primer gobierno de los opuestos. Y ésa no es una mala salida.
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