Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

jueves, 3 de mayo de 2012

Expropiaciones: descalificación y soberanía- La crisis capitalista y sus repercusiones políticas- Catástrofe nucleoléctrica

Expropiaciones: descalificación y soberanía
 
            En medio de la campaña de linchamiento mediático en contra del gobierno de Bolivia por la expropiación de la compañía Transportadora de Electricidad, propiedad de Red Eléctrica Española (REE), el presidente de ese país, Evo Morales, sostuvo ayer que las inversiones de la petrolera española Repsol en la nación andina no corren riesgo y que la compañía será respetada como socio. Estos señalamientos tienen como inevitable telón de fondo la reciente nacionalización la filial de Repsol en Argentina, YPF, hecho que desató una oleada de descalificaciones y amenazas en contra del gobierno que encabeza Cristina Fernández.
El ministro boliviano de Hidrocarburos, Juan José Sosa, manifestó ayer mismo la voluntad del gobierno de La Paz por compensar económicamente a REE por las inversiones realizadas en el país. Dijo: vamos a contratar una empresa que haga la valoración de todos los activos que tiene la empresa y afirmó haber tratado el asunto en términos bastante amistosos con el ministro español de Industria, José Manuel Soria.
Las aseveraciones del mandatario boliviano y, en general, la postura serena y conciliadora que ha asumido su gobierno en torno a la nacionalización de la compañía eléctrica referida desvirtúan las descalificaciones formuladas por medios de comunicación españoles, en el sentido de presentar la decisión como un expolio, un atentado a la libertad de empresa y un acto de abuso de poder contra España, y de colocarla, en conjunto con la medida adoptada semanas atrás por el régimen de Buenos Aires, como parte de una tendencia por afianzar en América Latina regímenes carismáticos a costa de expoliar propiedades privadas o de otros países. Semejantes afirmaciones resultan palmariamente falsas a la luz de las diversas alianzas existentes entre empresas extranjeras y gobiernos progresistas de la región, como el del propio Morales en Bolivia; el de Hugo Chávez en Venezuela –país en el que la propia Repsol cuenta con importantes inversiones– o los de Lula da Silva y Dilma Rousseff en Brasil.
Por lo demás, los ataques mediáticos enderezados en días recientes contra los gobiernos de La Paz y de Buenos Aires tienen origen en el deconocimiento o en la omisión de una de las facultades básicas e irrenunciables de los estados: intevenir los intereses de entidades privadas cuando representen un obstáculo para el desarrollo y la soberanía nacionales. No es gratuito que medidas similares a las asumidas recientemente por los gobiernos de Morales y de Fernández hayan sido adoptadas en su momento por regímenes nacionales de distinto signo político y en circunstancias históricas diversas: baste citar, como botones de muestra, la política de intervencionismo estatal emprendida por el gobierno de Franklin D. Roosevelt en el contexto del programa de reactivación económica conocido como New Deal, tras el crac de 1929; la nacionalización de gran parte de la industria en Francia bajo la presidencia de Charles de Gaulle (1959-1969) y la política de expropiaciones llevada a cabo por los gobiernos laboristas ingleses a finales de la década de los 40.
En suma, las expropiaciones de empresas estratégicas del sector energético en Argentina y Bolivia no están motivadas por animadversiones o fobias personales hacia consorcios, ni mucho menos hacia países en particular, sino por la identificación de necesidades específicas para el desarrollo nacional de esas naciones sudamericanas. Y constituyen, en ese sentido, ejemplos de aplicación legal y legítima del principio de soberanía y decisiones responsables, en la medida en que anteponen el bien común a los intereses privados.

La crisis capitalista y sus repercusiones políticas
Ángel Guerra Cabrera/II
 
           En la entrega anterior argumenté por qué la crisis financiera inaugurada en 2008 no es un hecho aislado sino parte de un ciclo de trastornos desencadenados en 1973. Tal vez un poco antes. En él se inscriben la quiebra de Leman Brothers y de Islandia, detonadores de la irresuelta Gran Recesión de la economía mundial. Lo novedoso dentro de este ciclo es el estallido de las crisis financieras en los centros imperiales, por no hablar de ese enfermo crónico llamado Japón. Las anteriores crisis de origen financiero dentro de esta onda se manifestaban en la periferia: deuda externa de América Latina (1982), México (1994-1995), tigres asiáticos (1997-1998), Rusia (1998), Brasil (1999), Turquía (2001) y Argentina (2002). No es ocioso subrayar que el capitalismo ha experimentado graves crisis desde el siglo 19, aunque la actual es sólo comparable con la Gran Depresión de 1929 y todavía es temprano para conocer su real magnitud.
En el orden político, la Gran Recesión y las humillantes derrotas militares de Estados Unidos en Irak y Afganistán han acelerado mucho los cambios en la correlación mundial de fuerzas que se venía gestando hace más de dos décadas. Lo comprobamos al comparar el estancamiento estadunidense y eurocomunitario con el acelerado crecimiento económico de los países emergentes y, en todo caso, la menor vulnerabilidad de los que rechazan o no acatan en crudo el dogma neoliberal. Estos han aumentado considerablemente su participación en la economía y la política mundial en detrimento de aquellos. Aunque Estados Unidos continúe siendo la economía más grande del planeta, existe gran distancia de la hegemonía unipolar que mantenía a posteriori del derrumbe soviético a la multipolaridad actual, con la consolidación de nuevos centros de poder económico, político y militar. Ello explica la creciente atención que todos los analistas geopolíticos serios le dan a los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). No hay más que observar su extensión territorial, población, tasa de crecimiento de sus economías, de educación de sus jóvenes y el hecho de que tres de ellos posean respetables arsenales nucleares. China ya es la segunda economía mundial y el arsenal nuclear de Rusia es comparable al de Estados Unidos.
A partir de 2008 se acentúan y se hacen más visibles las discrepancias de los BRICS con Washington en numerosos temas económicos y políticos. El caso más notorio es el de Siria al poner, sobre todo Rusia y China, un enérgico alto a la agresividad yanqui otaniana, impidiendo o dificultando mucho el plan de aplicarle el modelo libio. Otro ejemplo es la gravísima amenaza de guerra creada innecesariamente por Washington y Tel Aviv contra Irán. Si llegara a desmantelarse mediante una salida política muy probablemente se deberá a la razonable propuesta brasileño-turco-iraní contenida en la Declaración de Teherán. Patrocinada por los BRICS, ha ido ganado consenso internacional. Los BRICS, conviene no sublimarlos, también presentan serios problemas que deben atender para mantener su posición.
Estados Unidos se resistirá con todo a aceptar la disminución de su tiranía sobre el mundo. Pese a sus gigantescos y ultramodernos arsenales se ve orillado a menudo a la condición de uno entre otros interlocutores importantes, y hasta en ocasiones a ser prescindible en la decisión de ciertas cuestiones estratégicas internacionales, como es el creciente intercambio comercial de los BRICS entre sí y de estos con Irán y otros países en sus monedas nacionales, prescindiendo del dólar.
Cuando en materia de luchas sociales parecía no moverse una hoja en el planeta comenzó a vislumbrarse una luz al final del túnel en América Latina y el Caribe a mediados de los años 90 con el vigoroso resurgimiento de los movimientos populares del río Bravo a la Patagonia. Los movimientos entronizaron gobiernos reacios al dogma neoliberal en Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador, Uruguay, Paraguay, Nicaragua y algunas pequeñas isla del Caribe anglófono que, cada uno con sus características, ponen énfasis en la expansión del mercado interno, la atención a los problemas sociales y la unidad e integración regional. Ferozmente bloqueada, Cuba, con sus brillantes logros sociales y transformaciones en curso, continúa siendo un referente mundial. Si se tratara sólo de América Latina, podríamos casi asegurar que la crisis saldrá por la izquierda, pero no es así necesariamente en el resto del mundo. De eso hablaremos.
Catástrofe nucleoléctrica
John Saxe-Fernández
 
        Escasos días después de la catástrofe ocurrida en el complejo nucleoeléctrico Fukushima Daiichi, Japón, por el terremoto de 9 grados Richter del 11 de marzo de 2011, seguido por un devastador tsunami, se informó que en Europa se repartían tabletas de yodo. Los temores se dirigían a plantas instaladas, por ejemplo en Bélgica, que usan, como es el caso también de Estados Unidos, el mismo modelo y fabricante que en Fukushima.
El gobernador de Lieja explicó que esas pastillas se repartirían por millones porque ayudan a reducir notablemente el riesgo de cáncer. En ese momento advertimos desde estas páginas que los compromisos políticos de Obama con el cabildo nucleoeléctrico, la manipulación informativa de la operadora Tokyo Electric Power (Tepco) y el gobierno japonés, no permitían calibrar la dimensión del accidente (La Jornada 24/3/11). En pocos días fuentes científicas lo equipararon al ocurrido en Three Mile Island, Estados Unidos, 1979, de nivel cinco en la escala de incidentes nucleares, y un mes después se elevó a nivel siete, semejante al de Chernobil porque, según las autoridades, las sustancias radiactivas liberadas alcanzaban alrededor de 10 por ciento de las emitidas por la planta de Chernobil, en Ucrania, en 1986.
Esa fue una subestimación abismal. Ya entonces Robert Alvarez, ex consejero del secretario y asistente del Departamento de Energía (DE) para Asuntos de Seguridad Nacional y del Medio Ambiente del gobierno de Clinton, advirtió que un solo depósito de barras en Fukushima contiene quizá entre tres y nueve veces la cantidad de Cesio-137 lanzada en Chernobil y compartimos su temor de una diseminación radiactiva oceánica y atmosférica mundial, por las condiciones precarias y riesgos estructurales de los reactores y de los depósitos de refrigeración donde se alojan las barras de combustible usado, altamente radiactivo, cuyos niveles de agua bajaban, mientras se dificultaban los intentos por evitar su sobrecalentamiento.
Un año después el peligro aumentó y además de inminente es, en efecto, de dimensión global y no sólo local. Así advirtió Mitsuhei Murata, ex embajador de Japón en Suiza, al secretario general de la ONU y al primer ministro de Japón Yoshihiko Noda, en carta del 25 de marzo 2012, en la que solicita una urgente evaluación del reactor número 4 que contiene un depósito de enfriamiento con mil 535 barras, porque podría estar fatalmente dañado por las réplicas y temblores. Más aún, a 50 metros hay un depósito común para seis reactores que contiene ¡6 mil 375 barras!.
Consciente de las consecuencias para las presentes y futuras generaciones –y la biota global–, Murata consignó que no es exagerado afirmar que el destino de Japón y de todo el mundo dependen del reactor número 4. Esto lo confirman los más confiables expertos como el doctor Arnie Gundersen o el doctor Fumiaki Koide.
La carta de Murata, a disposición pública en el sitio electrónico del eminente diplomático japonés Akio Matsumara, (www.akiomatsumara.com) acompaña una entrevista de Matsumara a Alvarez, donde se revela que, según el DE, el total de barras usadas altamente radiactivas de ese complejo nucleoeléctrico asciende a 11 mil 421. Entre otros datos relevantes Álvarez indica que el depósito del reactor número 4 está a 100 pies del suelo y contiene unos 37 millones de curies de radioactividad de largo plazo y que, además, presenta daños estructurales y está a cielo abierto, por una explosión de hidrógeno ocurrida luego del accidente que hizo trizas la cubierta. De ocurrir un terremoto o cualquier otra eventualidad que secara el depósito, advierte Alvarez, podría producirse un fuego radiológico catastrófico que lanzaría diez veces la cantidad de Cesio-137 que se registró en el accidente de Chernobil. Pero como Fukushima contiene 11 mil 421 barras, la radiactividad por Cs-137 sería cerca de 85 veces la cantidad de Cs-137 lanzada en Chernobil, según cálculo del Consejo Nacional de Protección a la Radiación de Estados Unidos.
El orden de magnitud es inmenso: sería el equivalente a todo el Cs-137 lanzado por todas las pruebas atmosféricas de armas nucleares, más Chernobil y todas las plantas de reprocesamiento del mundo (ibid). Esta aclaración es vital para comprender que la prevención de la catástrofe no estaría tanto en la distribución de tabletas de yodo ¡a 7 mil millones! de seres humanos, sino en la concientización y movilización ciudadana de cara al cabildo nucleoeléctrico de Estados Unidos, Japón, México y el mundo.
Luego del desastre en Fukushima, Alemania (y no Estados Unidos), marca la pauta: en 2020 su mezcla energética excluye la nucleoelectricidad: 43 por ciento será de gas y carbón y 57 por ciento provendrá de fuentes renovables como viento, sol, biomasa, etc. El asunto no es menor. Como dice Matsumura, ahora “podemos captar qué quiere decir ‘85 veces mayor al Cs-137 lanzado por Chernobil’: significa la destrucción del medio ambiente mundial y de nuestra civilización”.

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