El país sin rumbo
Se reúne Movimiento por la Paz con el procurador de
N.L.
Foto: Víctor Hugo Valdivia
Foto: Víctor Hugo Valdivia
MÉXICO, D.F. (Proceso).- La ignominia electoral comienza a hacer sentir la
profundidad de su horror: La compra del voto, la intromisión de dinero sucio y
la manipulación mediática en el triunfo del PRI son apenas la punta del iceberg.
Ese tipo de prácticas, que a menor escala y con menos recursos la hicieron
también los otros partidos, mostrará, de convalidarse el triunfo priista, que
las instituciones del país y una buena parte de la sociedad están profundamente
corrompidas. Un PRI en el poder en esas condiciones y bajo la extrema violencia,
la miseria y la fragmentación política que vive el país, no sólo significaría un
gobierno con graves sospechas de ilegitimidad sino un gobierno que, sostenido
por mayorías relativas, es decir por minorías –muchas de ellas extorsionadas–,
sólo podría gobernar bajo la corrupción y el autoritarismo.
¿Serviría de algo anular la elección presidencial? Desde el punto de vista
ético –algo que urgentemente necesita el país– sí. Sentaría un precedente de
mínima dignidad y confianza. Sin embargo desde el punto de vista político sería
igual de ignominioso. Sin una profunda reforma política que incluya la
revocación de mandato, el voto blanco, el plebiscito y la segunda vuelta; sin
férreos controles que castiguen de manera efectiva y con sanciones penales
severas la coacción del voto y la recaudación de dineros de dudosa procedencia;
sin una limpieza transparente de las filas de los partidos y de funcionarios
corruptos, la anulación serviría de poco y la grandeza moral de la anulación
sería una ignominia y una burla más. Ganara quien ganara en una nuevas
elecciones, volvería a hacerlo con severos cuestionamientos y con mayorías
relativas que –allí está el gobierno de Calderón, la guerra, la corrupción del
sistema y el 98 o 95% de impunidad que nos dejó, para mostrarlo– no servirían
más que para administrar con mayor dificultad el dolor y la miseria.
Por desgracia, hasta donde se ve no existen la voluntad política ni la
voluntad ciudadana para llevar a cabo estas reformas necesarias que, como no ha
dejado de repetirlo el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD),
debieron haberse hecho desde hace mucho tiempo y que ahora se vuelven más
urgentes que nunca para salvar a la nación. Entrampadas las voluntades en
discutir el síntoma –la trampa y la nulidad o la legalidad ilegítima–, en
fragmentar más a la nación, en no atender la profundidad del problema, en
olvidar la guerra en la que estamos inmersos con sus cientos de miles de víctima
y bandas criminales y abusos de las fuerzas armadas sin control, no miran que el
país, como un barco en medio de la tormenta, pedió el rumbo y está a punto de un
motín o de una imposición autoritaria para controlarlo, que lo hundirá en un
noche sin mañana.
Hoy más que nunca en la historia del país es necesario anular las elecciones
presidenciales. Pero hoy más que nunca esa anulación debe ir acompañada –sería
la labor del gobierno interino– no sólo por las reformas y la limpieza real y
transparente de los funcionarios y miembros corruptos de los partidos y del
Estado, a las que me he referido, sino también por un pacto de unidad nacional y
no de civilidad al que –como suele hacerlo la clase política tan ajena al país y
tan desdeñosa de las verdaderas vertientes de la democracia– el IFE, los
partidos y sus candidatos redujeron la demanda que el MPJD reiteró a los
candidatos en el diálogo que sostuvo con ellos en el alcázar del Castillo de
Chapultepec.
Esa demanda implicaría una agenda de unidad en la que todos acordaran 1) una
ruta de paz; es decir un acuerdo conjunto para pacificar el país enfrentando la
guerra contra el narcotráfico desde el ángulo de la regularización de las
drogas, del uso del dinero invertido para la violencia en trabajo de
reconstrucción del tejido social y del uso de las fuerzas armadas para proteger
a la población y no, como hasta ahora ha sido, a las instituciones; 2) una ruta
de justicia, lo que implicaría una severa vigilancia por parte de un consejo
ciudadano de las actividades del Poder Judicial, la publicación de la Ley
General de Víctimas y la creación de un instrumento real y efectivo para su
aplicación; 3) una política social ajena a la lógica neoliberal, esa que ha
demostrado su capacidad para crear oligarquías perversas, generar miseria y
destruir culturas y medioambiente; 4) una profunda democratización de los medios
de comunicación, como lo pidió el MPJD y lo pide el movimiento #YoSoy132 –sin
una democratización de medios la democracia es una mentira–; 5) una inclusión de
lo mejor de cada una de las agendas políticas de los partidos. Ningún partido en
el poder, con mayorías relativas, es decir con minorías que imponen a otras
minorías sus programas y proyectos, puede gobernar solo para una nación.
Una política sin ética –la misma que desde hace muchos sexenios vivimos en el
país– nos está llevando a una muerte espiritual que quiere acostumbrarnos a la
corrupción como método político y a la violencia, la impunidad, el asesinato, el
horror y la miseria como forma de vida.
Estamos a punto de perder el país. No una abstracción sino una realidad hecha
de personas que buscamos un mundo donde cada uno tenga su sitio. ¿Seremos
capaces de lograrlo?
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos
los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer
los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro
de San Pedro, liberar todos los presos de la APPO, hacerle juicio político a
Ulises Ruiz y cambiar la estrategia de seguridad.

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