Los conflictos detrás de Londres 2012
Londres 2012. La parafernalia olímpica.
Foto: AP
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La fiesta deportiva universal por antonomasia, la justa olímpica, no está ni
puede estar a salvo de la política, de las ideologías y de los fundamentalismos
religiosos. Esto quedó demostrado hace 40 años, cuando ocurrió la tragedia de
Munich y se mantiene hasta hoy, en Londres 2012: incidentes diplomáticos
causados por errores en la presentación de banderas, atletas ausentes para
evitar confrontaciones con representantes de países enemigos, delegaciones que
participan bajo amenazas y presiones políticas… La fiesta de la hermandad
cojea.
LONDRES (Proceso).- Las banderas juegan un papel relevante en los Juegos
Olímpicos. Provocan controversias, generan incidentes diplomáticos y a veces
traen sorpresas… En todo caso recuerdan que la política nunca deja de rondar por
la fiesta mundial del deporte.
En Gran Bretaña no fue necesario esperar la inauguración para que empezaran
los problemas. El primero fue en el estadio de Glasgow –sede de los partidos de
futbol femenil– dos días antes de la apertura oficial de las Olimpiadas.
El 25 de julio las futbolistas norcoreanas se quedaron petrificadas cuando
vieron aparecer en las pantallas gigantes del estadio la bandera de Corea del
Sur en lugar de la de Corea del Norte, país con el que mantiene hondas
rivalidades político-ideológicas. Durante casi una hora las asiáticas se negaron
a salir a la cancha mientras los técnicos trataban de corregir el error. El
Comité Organizador multiplicó las disculpas para tratar de apaciguar a la
enfurecida delegación norcoreana. No era para menos: al igual que Kim Il Sung,
su abuelo y Kim Jong Il, su padre, el joven líder norcoreano Kim Jong Eun es
implacable cuando se trata de “defender el honor de su país”, que la dinastía
comunista a la que pertenece dirige con mano de hierro desde 1945.
Creció el nerviosismo del Comité Olímpico Internacional (COI) cuando quedó
establecido que las dos Coreas debían enfrentarse en el torneo de ping pong por
equipos el pasado sábado 4. El partido fue sumamente tenso pero no hubo
incidentes. Vencieron los surcoreanos y los del norte se esfumaron sin
comentarios. Yoo Nam-Kyu, entrenador del equipo de Corea del Sur, explicó
diplomáticamente: “Pertenecemos al mismo pueblo, hablamos el mismo idioma, pero
actualmente no somos muy amigos”. Concluyó: “Nuestra historia nos hizo sentir en
la obligación de vencer a Corea del Norte…”
Asiático también fue el segundo “banderazo”. Esta vez opuso Taiwán a
China.
El nombre oficial de Taiwán es República de China. Fue en esa isla donde se
refugiaron Chiang Kai-shek, líder del Kuomintang (Partido Nacionalista Chino) y
sus dos millones de compatriotas cuando Mao y el Partido Comunista proclamaron
la República Popular China en 1949. Desde entonces las relaciones entre la
minúscula República de China y su inmensa vecina son sumamente tensas y
complejas. Taiwán es soberano de facto pero no tiene margen de acción a escala
internacional.
La República de China tiene su propia bandera: roja con un rectángulo azul en
el extremo superior derecho, adornado por un sol blanco. Es el emblema de los
nacionalistas chinos odiados por la China continental. Se enarbola en la isla
pero no puede salir de ella. Taiwán debe presentarse con otro estandarte,
neutro, en todos los acontecimientos internacionales. Así lo dictaminó
Beijing.
Nunca se sabrá quién asesoró a la Asociación de Comerciantes de Regent Street
para la decoración de la más famosa “calle de compras” de Londres, pero es obvio
que desconocía la historia china de las últimas seis décadas.
Días antes de que empezaran los Juegos Olímpicos, Regent Street amaneció con
cientos de banderas de todos los países del orbe colgadas de un lado al otro de
la calle. Entre ellas, la roja y azul de la República de China. Los taiwaneses
que estaban de paso o que viven en Londres se entusiasmaron. En pocos minutos
las fotos de su “querida bandera nacional” flotando alegremente en una calle
londinense dieron vueltas por internet. En Taiwán se empezó a celebrar el
histórico acontecimiento.
Es fácil imaginar que la crisis fue mayúscula entre el embajador de la
República Popular China, el alcalde de Londres y el COI. Pero se dio a puerta
cerrada.
Muy pronto las banderas prohibidas por Beijing cedieron el paso a las
autorizadas. En Taipei –la capital de Taiwán– todo mundo entendió que la cúpula
del Partido Comunista Chino había ordenado la desaparición de la bandera
taiwanesa. La opinión pública se enardeció y la oposición aprovechó la
oportunidad para fustigar a su presidente Ma Ying-Jeou, por su falta de firmeza
ante la otra China. El jefe de Estado tuvo que comprometerse a pedir cuentas a
su poderosa contraparte Hu Jintao.
La tragedia de Munich
En Londres la bandera de Palestina ondeó por primera vez en unos Juegos
Olímpicos, lo que también causó sorpresa.
El Comité Olímpico de Palestina fue creado en 1986, pero el COI tardó nueve
años en reconocerlo. En 1996, en Atlanta, los deportistas palestinos pudieron
participar por primera vez en las Olimpiadas. En esa oportunidad y hasta los
Juegos de Beijing en 2008 desfilaron al amparo de la bandera olímpica. En
Londres cambiaron de estatus y el hecho distó de agradar a Israel.
Pero lo que más ofendió al gobierno de Netanyahu fue que Jacques Rogge
–presidente del COI– se negara a conmemorar la tragedia de la delegación israelí
en los XX Juegos Olímpicos, en Munich, en la entonces República Federal de
Alemania.
Hace 40 años, el 5 de septiembre de 1972, un comando palestino secuestró a
los atletas israelíes en la Villa Olímpica de Munich. La acción terminó en un
baño de sangre. Avery Brundage, entonces presidente del COI, no interrumpió la
justa olímpica. “The show must go on”, proclamó y desde entonces esa frase
persigue al COI: “El show debe continuar”.
Las familias de los 11 israelíes muertos en ese atentado multiplicaron
contactos con Rogge. En vano. Éste prometió viajar a Israel el próximo 5 de
septiembre para asistir a las ceremonias conmemorativas, pero fue todo. No
aceptó la idea de guardar un minuto de silencio durante la ceremonia de apertura
de los Juegos para rendir homenaje a los atletas asesinados. “El show debe
continuar”.
Por otra parte el público aplaudió al paso de la pequeña delegación olímpica
iraquí integrada por ocho atletas, cinco hombres y tres mujeres. Fue una de
ellas, Dana Hussein, corredora de 100 metros, quien portó la bandera de su
país.
Según Samir Sadiq al-Musawi, que encabeza esa delegación, los atletas
tuvieron que entrenarse fuera de su país porque Irak carece de una
infraestructura deportiva apropiada después de décadas de guerra y sanciones
económicas. Peak Sport, empresa china de productos deportivos, les obsequió a
los deportistas iraquíes todo lo que necesitaban.
Musawi reconoció que la presencia de Irak en Londres era, antes que todo,
simbólica.
Países en revolución
Mucha curiosidad despertaron también la minúscula delegación libia y la nueva
bandera de su país: tres franjas horizontales –roja, negra y verde– con una
media luna y una estrella blanca al centro. Sólo cinco libios participaron en
taekwondo, halterofilia, natación y atletismo sin la mínima ilusión de ver una
medalla.
Ali Elkekli, halterofilista, explicó a la prensa que la meta de su delegación
era “presentarse ante el mundo, exhibir su orgullo de ser libios y recordar a
los mártires de la revolución”.
Los atletas no pudieron entrenar debido al caos de la rebelión contra Gadafi
–la situación en Libia aún es inestable– e incluso estuvieron a punto de no
llegar a Londres.
El 15 de julio Nabil Elalem, flamante presidente del renacido Comité Olímpico
Libio fue secuestrado cerca de su oficina a las tres de la tarde en Trípoli. Lo
sacaron de su coche, le vendaron los ojos, lo encerraron en una casa de algún
suburbio de esa capital y durante una semana lo interrogaron sobre su
pasado.
Seguía secuestrado cuando llegó la fecha de viajar a Londres. Los atletas no
quisieron ir sin él pero las nuevas autoridades libias les rogaron que lo
hicieran para representar a su pueblo. Finalmente tomaron el avión.
Fue liberado el 18 de julio. El día 21 viajó a Londres. A los periodistas que
lo interrogaron les dijo que desconoce la identidad de sus secuestradores y sus
motivos.
Elalem es conocido en Libia. Era un judoka destacado hasta su detención y
encarcelamiento en 1984 por sus contactos con la oposición. Después de nueve
años de exilio en Malasia regresó a Libia en 2003 para encabezar la Federación
de Judo de su país.
No tenía buena relación con Muhamad Gadafi, hijo del exlíder máximo,
dirigente del Comité Olímpico Libio (COL). Elalem y sus judokas participaron en
los Juegos Olímpicos de Atenas y Beijing, pero cuando empezó la revolución
dejaron todo para unirse a los insurgentes.
El pasado octubre, poco tiempo después de la muerte del líder libio, Elalem
fue electo presidente del COL en reemplazo del hijo de Gadafi.
También la presencia de una delegación olímpica siria generó tensión en
Londres. Hubo muchas presiones sobre Rogge para obligarlo a impedir su
participación. Pero el presidente del COI fue inflexible. En una entrevista
publicada el 29 y 30 de julio en el vespertino Le Monde Rogge enfatizó:
“Los atletas están ahora en la Villa Olímpica y competirán en Londres.
Trabajamos en estrecha colaboración con el Comité Olímpico del país para que los
atletas pudieran entrenarse y participar en los Juegos a pesar de un contexto
sumamente difícil. Estos atletas cuentan con todo nuestro apoyo y nos alegra que
estén aquí.”
Gran Bretaña se mostró mucho más drástica y le negó la visa a Mowaffak
Joumaa, general retirado que funge como presidente del Comité Olímpico Sirio. En
algunas entrevistas con la prensa internacional Joumaa ha reivindicado su
orgullo de servir a Bashar al Assad.
A principios de julio el gobierno británico anunció su decisión de ser muy
selectivo para otorgar visas a los participantes sirios. Sólo 10 llegaron a
Londres para representar a su atribulado país… y huyeron de los periodistas.
Antes de viajar a Londres tuvieron una larga entrevista con Assad. Según la
oposición siria en Europa el dictador los amenazó con represalias contra sus
familias si los deportistas intentaban quedarse en Gran Bretaña o criticaban al
régimen.
Pero Muhammad Hamsho no se escondió de la prensa. Este campeón sirio de
equitación, de sólo 19 años y famoso en todo Medio Oriente por su talento en
salto de obstáculos, estudia ciencias económicas y sociales en Londres.
En entrevista con The Times el 25 de junio alabó a Assad, quien “protege al
pueblo sirio de los terroristas”. El padre de Hamsho, también llamado Muhammad,
es uno de los más poderosos hombres de negocios de su país y es socio de Mahir
al Assad, hermano de Bashar. Los servicios estadunidenses de inteligencia
afirman que sirve de intermediario al presidente sirio para sus negocios. Todos
los bienes que Hamsho tiene en Estados Unidos están congelados.
Rogge minimizó las polémicas que desataron en la prensa británica las
declaraciones del campeón de equitación y la indignación de la oposición siria,
que en Gran Bretaña es numerosa. El COI desechó las numerosas peticiones contra
Hamsho que le llegaron por internet de todas partes del mundo. “El show debe
continuar”.
Pero el show fue muy breve para los atletas sirios y sobre todo para Hamsho,
quien acabó en último lugar en la competencia de salto con obstáculos el domingo
5.
Diferencias religiosas
El presidente del COI debe tener nervios de acero porque al tiempo que
mantenía a Hamsho en los Juegos le tocó recordarles a los atletas que debían
enfrentar a sus competidores cualesquiera fueran su país o su religión. Aludía a
los musulmanes, susceptibles de negarse a competir con los israelíes. En
realidad tenía la mirada puesta sobre la delegación iraní.
Bahram Afsharzadeh, presidente de esa representación, captó el mensaje de
Rogge y aclaró que sus deportistas estaban dispuestos a medirse con todos los
atletas. La reacción de Teherán no tardó: El ministro de Deportes, Muhammad
Abbassi precisó que “rehusar competir con atletas sionistas es uno de los
valores que llenan de orgullo a los atletas iraníes y a toda la nación”.
Hasta el cierre de esta edición no se había señalado incidente alguno entre
deportistas de Israel e Irán, pero hubiera podido darse por lo menos uno si el
campeón iraní de judo, Javad Mahjub, hubiera ido a Londres. En vísperas de su
salida el judoka padeció “una terrible infección intestinal” que le impidió
viajar.
Según especialistas de la BBC es probable que se tratara de una “enfermedad
diplomática”: Mahjub quería evitar a toda costa luchar contra un judoka
israelí.
Los deportistas iraníes se sienten entre la espada y la pared. Si obedecen a
sus autoridades deportivas y rehúsan enfrentarse con un israelí, se condenan a
ser excluidos de los juegos. Si aceptan competir con un deportista de Israel
saben que serán expulsados de su federación nacional. Mahjub optó por vivir en
paz en su tierra.
Las futbolistas iraníes, en cambio, tenían las maletas listas para viajar a
Londres pero se quedaron en Teherán porque la FIFA prohibió que jugaran tapadas
de pies a cabeza con su hiyab.
Una vida azarosa
La política ocupa un lugar primordial en la vida del Guor Marial. Pero eso no
impide que su historia sea una magnífica parábola. Este maratonista sud sudanés
de 28 años desfiló bajo la bandera olímpica y compite como atleta independiente
en Londres 2012.
Su país, la República de Sudán del Sur, proclamó su independencia hace un
año, el 9 de julio de 2011. Aún no tiene comité olímpico y de todos modos el COI
pide al menos dos años de independencia y de reconocimiento internacional antes
de integrar nuevas naciones a “la familia olímpica”.
Marial nació en el pueblito de Pan de Thon, en la frontera entre Sudán del
Sur y Sudán. Huyó de la guerra civil –que sacudió el país durante 20 años y
causó 2 millones de muertos– después de que los soldados sudaneses quemaran su
pueblo y asesinaran a ocho de sus 10 hermanos y hermanas.
Empezó entonces una vida llena de infortunios: cayó preso de un oficial del
ejército que lo convirtió en esclavo, escapó y fue capturado por nómadas árabes
que también lo maltrataron.
En 1999 llegó a Egipto, donde vivió hasta que uno de sus tíos, radicado en
Nueva Hampshire, lo ayudó a migrar a Estados Unidos en 2001. Tenía 17 años y
muchos traumas. Detestaba correr.
“Corrí demasiado para escapar de la muerte”, comentó a la cadena televisiva
France 24. Consiguió una beca para estudiar en una universidad de Iowa y empezó
a hacer deporte. Venció su trauma y se dedicó a las carreras. En junio del año
pasado ganó su primera maratón en Mineápolis con un tiempo que le permitía
calificar para los Juegos Olímpicos.
Entonces empezó a soñar con Londres. Estaba solo. Sin patrocinador. Sin
entrenador. Ni siquiera podía representar a su país.
El gobierno de Sudán supo de su existencia y lo invitó a formar parte de su
delegación olímpica. Marial rechazó, ofendido, la propuesta: “Representar a
quienes mataron a mi gente hubiera sido una traición”, dijo a France 24. “Mi
deber es respetar la memoria de 2 millones de hermanos míos que dieron su vida
por la independencia de Sudán del Sur”.
Un abogado estadunidense se interesó en su caso y empezó a cabildear a su
favor en Estados Unidos, Londres y Lausana, sede del COI.
Marial no tiene pasaporte ni nacionalidad estadunidense. Posee una tarjeta de
residencia que no le permite viajar a Londres.
Fue sólo en vísperas de la inauguración de los juegos cuando reunió todos sus
documentos. El COI asumió sus gastos de viaje y de estadía en la Villa Olímpica.
Este domingo 12 será su hora de gloria: Su sola participación en la maratón vale
mucho más que una medalla de oro.
No hay electricidad en el pueblo de sus padres, que sobrevivieron a las
matanzas. Llevan 10 años sin ver a su hijo. Pero se aprestan a recorrer 60
kilómetros en autobús para verlo por televisión en la casa de un familiar.
Desertores
Hay otros atletas que hacen lo imposible por realizar sus sueños. Son los que
aprovechan su estadía en Londres para quedarse en esta ciudad, a veces como
asilados, a veces clandestinos. Las autoridades británicas informan lo menos
posible sobre los “desertores deportivos”.
Salieron a la luz los casos de tres corredores sudaneses que pidieron asilo,
los de siete atletas de Camerún –una futbolista, un nadador y cinco boxeadores–,
quienes optaron por la clandestinidad, y se mencionó además la historia de un
corredor de África Occidental –no se precisó el país–, quien también pidió asilo
en la región de Yorkshire.
La Oficina de Migración de Gran Bretaña sabía que iba a tener que enfrentar
situaciones así. Calculó que 2% de los atletas, de los miembros de las
delegaciones olímpicas y de los espectadores de países de África y Medio Oriente
iban a intentar quedarse en Europa.
Estableció una lista de 20 mil solicitantes de visas de seis meses oriundos
de esos países que pretendían asistir a los Juegos Olímpicos y les impuso
obligaciones draconianas: prohibición absoluta de casarse, de emprender estudios
o de trabajar durante su estadía en Gran Bretaña; dinero para mantenerse durante
seis meses, boleto de regreso y toma de huellas digitales y escáner facial a su
llegada al Reino Unido…
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