Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

lunes, 24 de septiembre de 2012

AMERICAN CURIOS- Opio del pueblo- Obesidad y sanidad pública

American Curios
Maldito mal
David Brooks
Foto
El republicano Mitt Romney, tal vez el candidato a la presidencia de Estados Unidos más rico en décadas, ayer durante un encuentro con patrulleros en CaliforniaFoto Ap
“Ya se nos fue este angelito/quizá cuantos más se irán…. A causa del maldito mal/De haber pobres y haber ricos… Ya se murió el angelito/Y no quisiera llorar/Quisiera poder matar/Al culpable del delito”, como lo canta Óscar Chávez.
 
Las estadísticas pintan de luto al país. De los 8.7 millones de empleos perdidos en la gran recesión de 2007 a 2009, sólo se han recuperado la mitad, y gran parte de ellos son con salarios y beneficios inferiores. Jóvenes con estudios universitarios regresan a la casa de sus padres no sólo por no encontrar empleo (la proporción de jóvenes de 20 a 24 años en la fuerza laboral está en su punto más bajo desde 1972), sino con deudas de decenas de miles de dólares por una educación que vale nada ante un futuro anulado. Uno de cada siete hogares padece hambre (el número más alto jamás registrado en décadas posguerra). El número de pobres marca nuevos récords mientras los programas de apoyo social se reducen. Los gobiernos estatales y municipales están cerrando escuelas y hospitales (pero siguen abriendo cárceles) por falta de presupuesto. Por primera vez, la expectativa de vida promedio de los trabajadores blancos pobres se ha desplomado cuatro años.
 
Ante todo esto, varios economistas prominentes, como el premio Nobel Joseph Stiglitz, declaran muerto el sueño americano a causa del maldito mal: la cada vez más extrema desigualdad en riqueza. La crisis mata angelitos por todas partes.
 
Del otro lado de este mar de miseria se reveló lo que todos sabían, pero no con nombre y apellido: los más ricos se hicieron aún más ricos.
 
La lista de los 400 estadunidenses más ricos elaborada anualmente por la revista Forbes detalló los que mejor lucran con la condición de las mayorías en el país. El valor neto combinado de los 400 estadunidenses más ricos se incrementó 13 por ciento en el último año para llegar a 1.7 billones de dólares, informó Forbes. Esta suma es equivalente a un octavo del valor de la economía de Estados Unidos (13.56 billones de dólares) y su tasa de incremento fue mucho más alta que la del crecimiento de la economía nacional con la cual se amplió la brecha entre ricos y pobres, reportó Reuters.
 
El valor promedio de estos 400 marcó un récord de 4 mil 200 millones de dólares, incremento de 10 por ciento respecto del año anterior. Una cuarta parte del club de 400 proviene del sector financiero e inversionista, justo el responsable de detonar la peor crisis desde la gran depresión; otra cuarta parte son de los sectores de tecnología, medios o energía.
 
El condado de Manhattan, en la ciudad de Nueva York, ahora tiene una brecha de disparidad en ingreso más marcada que casi cualquier otra parte del país, comparable a las disparidades en los países del África subsahariana, según cifras del censo analizadas por el New York Times. En la ciudad de Nueva York, donde se concentra el mayor número de multimillonarios de la lista de Forbes en el país (53), se registra una tasa de pobreza de 21 por ciento (o sea, más de uno de cada cinco residentes).
 
En este contexto, el candidato republicano Mitt Romney comentó, en una reunión privada de donantes millonarios grabada en secreto, que 47 por ciento de los estadunidenses no pagan impuestos federales y mi tarea es no preocuparme por esa gente. Jamás los convenceré de que deberían asumir responsabilidad personal y cuidado por su vidas, o sea, que son parásitos. Resulta que una gran mayoría de ese 47 por ciento son familias trabajadoras, jubilados que trabajaron toda su vida; otros son miles de militares en zonas de combate (que por estar desplegados no se les cobra un impuesto federal por sus salarios), y estadunidenses con incapacidades físicas.
 
Pero a nadie le sorprendió el gran desprecio a los trabajadores del Partido Republicano, encabezado por Romney, tal vez el candidato más rico de uno de los principales partidos en décadas.
 
Para el economista Paul Krugman, todo esto proviene de una visión republicana según la cual los empresarios son los generadores de todo bien económico, mientras todos los demás dependen de ellos. A los ojos de quienes comparten esta visión, los ricos merecen un trato especial, y no sólo en la forma de impuestos bajos. Tienen que recibir respeto, de hecho, deferencia, en todo momento, y si alguien se atreve a mencionar, aun ligeramente, que los ricos no merecen tal respeto, lo acusan de socialista.
 
Lewis Lapham, director de Lapham’s Quarterly, recuerda que Mark Twain afirmó que una sociedad que consiste en la suma de su vanidad y avaricia no sólo no es una sociedad, sino es un estado de guerra. Lapham escribe en su revista que “la formación de la voluntad del Congreso y la selección del presidente estadunidense se ha vuelto un privilegio reservado para las clases ecuestres del país, también conocidos como el 20 por ciento de la población que controla 93 por ciento de la riqueza; los felices pocos que administran las empresas y los bancos, son dueños y operan los medios noticiosos y de entretenimiento, componen las leyes y gobiernan las universidades, controlan las fundaciones filantrópicas, los institutos de política, los casinos y las arenas deportivas. Su compañía ansiosa y despilfarradora tiene la marca de oligarquía…”
 
Agrega que “es la sabiduría de la época… que el dinero gobierna al mundo, trasciende las fronteras de estados soberanos, sirve como la luz para las naciones y es lo que riega el árbol de la libertad. ¿Qué necesidad hay para estadistas, y menos políticos, cuando en verdad no es necesario conocer sus nombres ni acordarse de lo que dicen? El futuro es un producto que se compra, no una fortuna que se descubre”.
 
Cada vez es más amplio el coro –expresado en las consignas del movimiento Ocupa Wall Street, en los análisis de algunos de los economistas y comentaristas más reconocidos (Stiglitz, Bill Moyers, Lapham, Noam Chomsky), en los millones de anónimos con hambre y sin futuro aquí– que empieza a cantar, sin saberlo, estrofas, en inglés, de El Angelito.
 
Opio del pueblo
Hermann Bellinghausen
 
Muchos años pensé, con Roxy Music y Álex Lora, que la droga más cabrona era el amor. Me equivocaba. La droga más gruesa del mundo sigue siendo la religión. Hay que ver cómo pone a la gente de cualquier civilización contemporánea. ¿Cuál les gusta? ¿La de los fascistas ortodoxos que patrullan sus iglesias, hostiles, allá donde encarcelan a las Pussy Riot (Rebelión de Coños) por pedirle a dios, a su modo, que les quite de encima al tirano Putin? ¿La de Matt Romney, que como buen mormón piensa que dios está en el oro, y por extensión en el dinero, y que eso y un puritanismo autoritario e hipócrita justifican cualquier acción contra quienes piensan distinto? ¿El premier Netanyahu enseñando los dientes nucleares para amenazar al Enemigo haya de ser como haya de ser, mientras practica la atávica Ley del Talión y permite la invasión ilegal del territorio palestino por parte de ultras judíos (usualmente rusos) que porque dios dice que son sus tierras? ¿O la mayoría budista de Myanmar, monjes a la cabeza, demandando en grandes manifestaciones y con la simpatía del presidente Thein Sein la expulsión de la minoría musulmana rohingya, o reubicarla en campos de concentración? ¿Cuántas masacres (aprendidas del encomendero) de evangélicos por católicos tradicionales indígenas hubo en Chiapas? ¿Cuántas de católicos y disidentes por ciertos evangélicos proclives a paramiliarizarse en Guatemala, Colombia, México?
 
Pero no. La culpa de todo está en los otros, esa mitad de la tragedia humana de creer que se identifica con el Islam que el dichoso Occidente tan mal comprende y tan poco se interesa en comprender. Y, noticia: no sólo árabes. Prevalece en Nigeria, Mali, Sudán, Pakistán o en lugares excéntricos como Indonesia o Chechenia. Iraníes y somalíes tampoco son árabes. Ni los escasos musulmanes chamulas de inspiración ibérica. Ni los lakota y afroamericanos que siguen el Corán en Estados Unidos. No entendemos que esa vastedad que surca África y Asia es quizás la de mayor dificultad para cultivar, beber, trabajar, sobrevivir sin además volar por los aires. A diversas religiones les da por el martirologio, pero la más martirizada es el Islam; no debería extrañar que conceda tal prestigio a sus mártires.

Y con perdón de los bienpensantes, el antisemitismo en Europa hoy es menor que el extendido antislamismo, de Francia a los desdichados Balcanes. Además del hecho que los judíos forman parte de la civilización occidental, y que los líderes de esta parte del mundo coinciden con Samuel Huntington en lo del inexorable choque de civilizaciones, y que dios agarre confesados a los infieles. Como dijo Mumia Abu Jamal, la bomba atómica nunca ha caído ni caerá sobre cristianos. Al menos es el plan de Occidente. Aquí las iglesias, del Vaticano a la cienciología, son excelente negocio; su dios y sus modos se pretenden los únicos legítimos.
 
Hacen falta imbéciles como el matón de Noruega o el cineasta payaso que considera el Islam un cáncer (pero en Youtube) para encender mechas que, pum, derriban torres gemelas. ¿Tenemos idea de cuánta humillación, cuánto sufrimiento, cuánta desesperación hay detrás de aquello que los ayatolas con sus fatuas y los vivales delirantes tipo Bin Laden aprovechan para sus propios fines?
 
Acusamos a los islamistas de sólo saber de dictaduras y teocracias, discriminar a las mujeres (siquiera no las violan y desaparecen regularmente como en Bosnia, Congo y Toluca) o ser millonarios de clóset sentados sobre un tesoro de petróleo. Desde la derrota del imperio otomano Occidente no ha dejado en paz a los árabes. Ni a los africanos, vietnamitas, egipcios, aborígenes australianos o americanos. Si siguiéramos a John Lennon (dios es el concepto con que medimos nuestro dolor) al menos comprenderíamos cuánto sufrimiento hay ahí donde los pueblos abrazan el Islam de tantas maneras, por lo regular no violentas. Un universo humano donde no reina nunca la igualdad porque así conviene a sus jeques y a los imperios, inversionistas y ejércitos. Olvídense de Tahrir, las primaveras no se hicieron para ellos.
 
Ningún invento humano (ni la bomba atómica, ni los siete jinetes de Monsanto) es tan peligroso como la pugna de las creencias. Hay que ver las cosas que creen un moonie, un mormón, un salafista o un provida, seguido con la obtusa convicción de que obedecen al único y verdadero ídolo. Atendiendo al mero cálculo de probabilidades, ninguno tiene razón. Di tú que los politeísmos (griego, maya, hindú) eran entretenidos y humanamente arbitrarios.
Por qué confundir la auténtica experiencia de lo sagrado y el rico pensamiento que le aflora (Rumi, Juan de Yépez, María Sabina) con las conductas aberrantes, la paranoia apocalíptica o las reacciones sociales en cadena. Por algo las religiones son el combustible favorito en las guerras. Si somos incapaces de aceptar que en materia de dios-y-sus-reglas ahí sí cada quién, pues entonces que el dios que gane nos agarre confesados.
 
Obesidad y sanidad pública
Iván Restrepo
 
Un tema que cada vez más preocupa a las autoridades de salud de Estados Unidos es la obesidad y los problemas asociados a ella. La sufre uno de cada tres habitantes y su número aumenta cada día. Si existen decenas de millones en el umbral de pobreza, son más los que se alimentan pésimamente, aunque disponen de los ingresos para hacerlo sin arriesgar su bienestar. Las autoridades federales y las de algunos estados han tomado tibias medidas para revertir las tendencias y reducir los gastos que en tratar a los obesos desembolsa la sanidad pública.
 
De la mala alimentación tiene mucha culpa el enorme aparato publicitario de las trasnacionales de comida chatarra. Llevan décadas apoderadas de los medios de comunicación masiva bombardeando a los televidentes con mensajes (dirigidos en especial a niños y jóvenes) para que consuman productos que perjudican la salud. Lo hacen también en los centros educativos, medios de transporte, expendios de comida rápida, restaurantes y centros de trabajo. Y cuando las organizaciones de consumidores y los especialistas cuestionan el contenido alimentario de lo que venden, gastan millones en divulgar que van a mejorar sus productos, pero los resultados son prácticamente nulos.

En Nueva York, mueren al año más de 6 mil personas por sobrepeso y recientemente dieron un paso más en su lucha contra la epidemia de la obesidad, como la califica el alcalde de la gran manzana, Michael Bloomberg. A partir de marzo próximo, queda prohibida la venta de los refrescos azucarados en grandes envases. Bloomberg recibió antes críticas del sector restaurantero por obligarlo a que informe del contenido de grasas saturadas en los platillos que ofrece, para que el consumidor sepa a lo que se expone. Sus iniciativas en pro de la buena comida le ha ganado muchos detractores, pero, en cambio, el apoyo decisivo de la señora Obama, que en la Casa Blanca da ejemplo sobre la necesidad de cambiar los malos hábitos alimentarios de los estadunidenses. Mientras, en California la venta de comida chatarra y bebidas que engordan no se permite en las escuelas.
 
La nueva norma neoyorquina señala que los refrescos que tengan elevados niveles de azúcar (más de 25 calorías por cada ocho onzas, equivalentes a un cuarto de litro) no podrán venderse en envases que superen las 16 onzas (medio litro). Hoy día las presentaciones más promovidas por los fabricantes son las de 32 y 64 onzas. Precisamente las que en México ofertan las miles de tiendas de conveniencia de la empresa que embotella el refresco de cola más vendido. En otras mucho más grandes (Costco, Sam’s), quienes consumen la comida que venden a la entrada de esos mega, tienen derecho a llenar cuantas veces quieran el vaso con refresco de cola.
 
En Nueva York no se hizo esperar la protesta de los propietarios de restaurantes, cadenas de comida rápida, carritos de comida callejeros, bodegas y tiendas de ultramarinos, cines, estadios y salas de conciertos. Y de amplios sectores de la población que se oponen a que el gobierno les diga lo que deben comprar o consumir. En el fondo su malestar es porque les resulta más barato adquirir refrescos en sus presentaciones de uno o dos litros. Las organizaciones antirregulación son financiadas por las refresqueras y su campaña es muy vistosa: una silueta de la estatua de la libertad en vez de llevar en su mano una antorcha luce una botella de refresco. Los expertos, a su vez, sostienen que el problema de la obesidad es tan enorme que no se puede combatir solamente prohibiendo las bebidas con mucha azúcar.
 
En México no está regulada la venta de refrescos; crece de manera alarmante, pese a las advertencias de los especialistas de que son muy dañinos. Los imponen una publicidad machacona, malos hábitos de consumo y carencia de auténtica agua potable en los hogares, escuelas, centros de trabajo, oficinas de gobierno. Los sexenios panistas dejan más de 50 millones de pobres. Y al igual que el partido que gobernó 70 años y parece que nunca se fue de Los Pinos, no tocaron los intereses de las trasnacionales refresqueras. Los nexos de esas empresas con el poder político son cada vez más obesos. Pago por el apoyo en tiempo de elecciones, por ejemplo.

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