La oportunidad de Morena
José Agustín Ortiz Pinchetti
Morena es la alternativa a dos posiciones extremas. La de los pesimistas que creen que México no tiene remedio y que eso les justifica a ellos no hacer nada. Y los optimistas que piensan que porque a ellos les va bien, al país le va bien y por lo tanto no es necesario hacer nada. Morena sostiene que el país está mal, muy mal, pero confía en que pueda resurgir. Postula que son necesarios cambios fundamentales no sólo en nuestra estructura económica y política sino también en los principios que deben gobernar la conducta de los políticos. Morena se va a insertar en un medio particularmente difícil y para prosperar tendrá que generar condiciones internas que, por lo general, no se han dado a los partidos de oposición, y además, verse favorecido por condiciones externas que la nueva organización tendrá que aprovechar.
Deberá mantener el liderazgo de AMLO de modo firme. En una organización naciente el ejecutivo debe ser fuerte. Pero en una organización democrática deberá estar acotado y en forma progresiva se compensará con los poderes que surjan de la propia organización. Esto implica no sólo astucia sino disciplina y perseverancia, flexibilidad y firmeza, autocontención y energía, cualidades muy raras en nuestro medio.
Respecto del exterior, Morena debe mantener una relación de firme alianza con los demás partidos y fuerzas reformistas. La tradición de la
izquierdamexicana apunta en dirección contraria. Morena debe aprovechar la caída, el debilitamiento y el entreguismo del PAN para convertirse en la única oposición verdadera y atractiva. También debe aprovechar el desgaste inevitable del PRI. Su candidato (ahora presidente electo) no podrá combatir a los monopolios porque son ellos los que lo han impuesto. No podrá transparentar la función pública porque sus líderes requieren de la opacidad para sus grandes negocios. No podrá detener el deterioro económico y social del país porque las políticas a las que se ha comprometido son las que han provocado nuestra decadencia. No podrá detener la violencia porque fue la descomposición del PRI la que la generó. No podrá combatir la corrupción porque ha puesto en las manos de los más conspicuos corruptos la tarea de limpiar la administración pública.
Conclusión-Hernández
No a la imposición, no a la reforma de la LFT
Guillermo Almeyra
No se sabe cuántos votos obtuvo la candidatura de López Obrador, pues se conoce cuántos le adjudicaron pero no los millones que le robaron. De todos modos, conservadoramente, logró más de 16 millones y superó con creces un tercio del electorado. Esto demuestra que existe una fuerza –electoral– de centroizquierda que se mantiene desde hace muchos años, a pesar del lastre permanente representado por el sabotaje y las políticas de la dirección de sus
aliados, como los
chuchos, que controlan el PRD. Los votos obtenidos por AMLO asumen aún mayor importancia porque las elecciones se realizaron en uno de los peores momentos de la historia social de México, con el campo despoblado y crecientemente envejecido por la emigración, con las sucesivos golpes sufridos por los mineros y por los electricistas del SME, con el terrorismo de Estado y la barbarie del narcotráfico que reducen brutalmente los espacios organizativos y democráticos para la resistencia popular.
Como era previsible, las direcciones del PRD y de los otros partidos de la coalición obradorista decidieron gozar de sus curules y puestos conseguidos a la rastra de AMLO y otorgados por los organizadores del fraude, y AMLO decidió, por su cuenta, separarse de ellos y, también por decisión propia, transformar a Morena en un partido pluriclasista y orientado esencialmente hacia las elecciones. O sea, un PRD bis, quizás algo más limpio en su funcionamiento interno y algo menos integrado en el establishment. De aquí a diciembre centrará todos sus esfuerzos en la construcción de esa maquinaria electoral, en la elaboración de sus estatutos y programa y en la selección de sus dirigentes. Sin duda es necesario dar continuidad y extender la resistencia de #YoSoy132 y de los indígenas, trabajadores y campesinos, y organizar la ira popular, pero esa debe ser tarea –como plantea la Organización Política de los Trabajadores (OPT), que tiene como eje al SME y otros sindicatos– de un instrumento de lucha de los trabajadores plural y democrático, y capaz de aliarse con los movimientos sociales y de lucha democrática, y no de un partido del sistema y del régimen que tenga en su seno a los Camacho, Ebrard, Núñez, Gracos…
La historia mexicana enseña que ningún cambio social fue conseguido de modo pacífico y democrático, que jamás hubo ni pudo haber unidad de todos los mexicanos y que, por el contrario, la ferocidad y la violencia de las clases dominantes y su alianza con los imperialistas, desde la lucha por la Reforma hasta la Revolución Mexicana y después, han sido una constante, al igual que el fraude electoral (contra Vasconcelos, Henríquez, Cuauhtémoc Cárdenas o López Obrador, en 2006 y 2012). Si no se cambia pues la relación de fuerzas entre las clases, no estará asegurada ninguna conquista legal o constitucional ni ningún derecho. ¿Por qué atarse entonces a una declaración autolimitativa, sin ventaja alguna? Además ¿con el amor se cambia un régimen social? ¿Alguien vio alguna vez matar un cerdo a besos?
Es necesario resistir tenazmente y luchar para cambiar la relación de fuerzas sociales, contando también con el repudio a la imposición de Peña Nieto. En lo inmediato, hay que derrotar el intento de empeoramiento de la Ley Federal del Trabajo y la privatización de Pemex, para comenzar a cambiar la relación de fuerzas en la estrategia de disputar, no futuras elecciones –que serán fraudulentas– sino el poder mediante la autonomía y la autogestión en cada localidad, cada región y en el propio Estado, arrancándoles a las clases dominantes con esa lucha y con la disputa de ideas el consenso de los sectores más atrasados y al capitalismo en su conjunto la hegemonía cultural de que disfruta.
La lucha contra la Ley Federal del Trabajo, es cierto, no movilizará a los desocupados ni a los millones de marginales, pero sí contará con el apoyo de los trabajadores de todo tipo, de los estudiantes, de los demócratas. Mantener con la lucha el poder adquisitivo, a mediano plazo, favorecerá a los pequeños comerciantes y a las pymes y los separará de la oligarquía. La defensa de los derechos indígenas y campesinos quitará base al PRI y, de paso, su auditorio crédulo a los del reloj roto, que sólo da la hora exacta cuando se demuestra el carácter fraudulento del régimen, pero que nunca dice qué hacer ni frente a los procesos electorales continuos que conoce México ni en ningún otro orden de cosas. Es urgente un programa de acción inmediato y un instrumento amplio y democrático para organizar esa acción.
La reforma reaccionaria de la Ley Federal del Trabajo debe ser derrotada ya con amplias movilizaciones inmediatas, pues los agentes del capital quieren imponerla a toda marcha y por todos los medios, tal como impusieron a Peña Nieto. La resistencia a la imposición, la protesta contra el fraude y los organizadores y apañadores del mismo pueden confluir en la preparación, pasando por un paro nacional estudiantil, hacia la finalidad de un paro nacional obrero y popular, con movilizaciones para el 1º de diciembre. #YoSoy132, la Convención contra la Imposición y quienes quisieron con Morena luchar por un cambio político y social, sólo pueden tener futuro generalizando en todo el país una movilización democrática y anticapitalista.
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