El escenario adecuado para una tormenta perfecta
¡Oh, Antifonte! –contesta Sócrates– nosotros creemos que (…) la sabiduría puede emplearse de manera honesta como deshonesta. Si una mujer vende por dinero su belleza a quien se la pide, se le llama prostituta; quienes venden su sabiduría por dinero se los llama “prostitutos”
Rodolfo Mondolfo, Sócrates
“(…) El pueblo/ había perdido la confianza del gobierno/ Y podía ganarla de nuevo solamente/ con esfuerzos redoblados. ¿No sería más simple/ en ese caso para el gobierno/ disolver el pueblo/ Y elegir otro?”
Bertold Brecht, La solución
“Cambio de horario el próximo 1º de diciembre, no olvide retrasar 70 años su reloj”
Vox populi
Potencialmente, México se encuentra en el escenario adecuado para una tormenta perfecta. Y la eventual revuelta social, cuyos síntomas se perciben a flor de piel en amplios núcleos de la población, será responsabilidad exclusiva del despotismo de los grupos de poder, los cuales se han convertido en los principales enemigos de la democratización de la nación y en la posibilidad de alcanzar una formación económico-social más justa, aún dentro de los límites que ofrece el capitalismo. Las fuentes de la ascendente cólera que someterá a fuertes tensiones al sistema y podrá en riesgo su estabilidad política, así como la tranquilidad de los sepulcros requerida por los empresarios para optimizar la sobreexplotación y la pauperización de sus esclavos asalariados y crear condiciones necesarias para maximizar su tasa de ganancia, pueden ubicarse en los niveles político, social y económico.
El inframundo político
Es obvio que su investidura de cancerberos responsables por velar la puerta del Hades (el inframundo) electoral, los funcionarios del Instituto Federal Electoral (IFE) y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) requieren una especialidad determinada. Por esa razón, puede justificarse, hasta cierto grado, que hayan sido confusos al momento de determinar la naturaleza de la alteración mental que padecen 15.5 millones de personas que votaron por Andrés Manuel López Obrador, más otra cantidad indeterminada que se sumaron a ellos, que juran y perjuran que el tabasqueño fue víctima de un grosero despojo, y que el triunfo de Enrique Peña Nieto fue producto de un monumental fraude –al clásico estilo del longevo partido autoritario, combinado por las trapacerías aportadas por los panistas– orquestado por los priístas y los grupos de poder que, con antelación, habían decidido que éste es el garante de la continuidad despótica-neoliberal capitalista por cualquier medio. Quizá valdría la pena que Enrique Peña encomendara a Rodrigo Reina Liceaga, a quien nombró como su coordinador de salud de la transición (en caso que pueda con el paquete, porque es un humilde licenciado en administración de empresas, egresado de la católica y conservadora Universidad del Valle de México, barnizado con un modesto diplomado en administración clínico-hospitalaria), o a quien nomine como titular del ramo, tratar de discernir el extraño trastorno síquico sufrido masivamente por sus detractores. Si fue un caso de alucinación multitudinaria, es decir, una falsa percepción subjetiva y carece de un estímulo real proveniente del mundo exterior que llevó a suponer tamaña insensatez; o si fue una ilusión: una percepción distorsionada de la verdadera realidad. Esto con el objeto de programar el tratamiento clínico masivo adecuado para restablecer el juicio de la bola de pendejos que forman parte de la prole (que tanta repugnancia le causan a la princesa Paulina Peña Pretelini, amamantada con los principios de la casta real elegida divinamente para gobernar la existencia imperativa de las clases sociales), el cual podría redundar en beneficio de la salud de la República y de la estropeada imagen de quien es apenas el rey de utilería electo.
Lo inadmisible en los cancerberos era el equívoco al momento de velar por la pulcritud de la legalidad electoral, a cuyas reglas deben ceñirse escrupulosamente todos los actores participantes que asimismo gustan denominase “republicanos”. Porque de esas instituciones depende la credibilidad, siempre cuestionada, de la “democracia representativa”, ropaje con el que gusta encubrirse la putrefacción impresentable del sistema presidencialista autoritario-neoliberal desde la alternancia foxista. El IFE y el TEPJF han sido dotados con las leyes necesarias o de principios generales que le ayuden en su tarea para subsanar las debilidades o huecos de aquellas, para asegurar las condiciones adecuadas de legalidad y transparencia de los procesos electorales, la igualdad en la competencia partidaria y la libre elección de los votantes. Sólo basta con la probidad de los garantes y su disposición para aplicarlas y certificar el derecho electoral, a contracorriente del resto del sistema donde priva lozanamente (no hablo de Javier Lozano en particular) la ausencia del estado de derecho, las arbitrariedades de los príncipes y de sus cortesanos.
Sin embargo, la pasividad cómplice con que se comportaron ambos órganos ante las bárbaras violaciones a las leyes que cometían los peñistas-priístas, la forma en que resolvieron las impugnaciones de la oposición y su demanda de anulación de la elección presidencial, los términos en que calificaron el proceso y declararon a Enrique Peña como el Ejecutivo electo, fueron proverbiales. Inusitadamente bárbara fue la unanimidad alcanzada por los miembros del Tribunal en sus decisiones. Igualmente bárbaros fueron la calidad de los argumentos empleados para justificarlas. Más que tribunos, actuaron como jueces de barandilla, de labia leguleya de baja y retorcida estofa. Fue una especie de esquizofrénica competencia para coronarse como el vencedor olímpico de la estulticia y terminaron empatados y premiados con los laureles del envilecimiento, en virtud de un extravagante consenso. ¿Simple casualidad o causalidad de libreto previamente impuesto y sumisamente aceptado?
Comparados a ellos, Carlos Ugalde y consortes, que refrendaron el golpismo ultraderechista del cristero Felipe Calderón, y que yacen abandonados por sus amos en el fondo del estercolero de la historia local, resultaron estrafalarios neófitos de diablos. La desvergüenza, el servilismo de Leonardo Valdés, Alejandro Luna y sus muchachos de Fuenteovejuna ante los grupos de poder, el sadismo con que aplastaron el estado de derecho, las reglas electorales, la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, su absoluto desprecio a quienes aún confiaban en las instituciones, su degradación, merecen ser escritas con letras de oro en la Historia universal de la infamia, escrita por Jorge Luis Borges, o Borgues, si se prefiere, ahora que el mesnadero Vicente Fox se afana por disputarle a Felipe Calderón el papel de Rigoletto en la corte del ducado de Atlacomulco, ante el escándalo de los panistas ortodoxos y pragmático-utilitaristas.
Los indicios de las predilecciones de los cancerberos eran abrumadores para asombrarse con el predecible desenlace electoral. La sorpresa hubiera sido que actuaran apegados a derecho, con justicia. La parcialidad mostrada por el Instituto y el Tribunal durante el proceso y sus dolosas declaraciones emitidas desde el mismo día de las votaciones, anunciaban que asumirían su papel de perros guardianes del sistema y su candidato. Ellos no son consecuencia de la dosificada “democracia perfectible” iniciada hace 35 años por Jesús Reyes Heroles y que a estas alturas ya está momificada, aunque cumplió con uno de sus propósitos básicos: abrirle la puerta electoral a la izquierda para eliminarle sus inclinaciones anticapitalistas y por la democracia participativa, corromperla y anularla con el presupuesto y los puestos públicos que se excluía la Presidencia. Valdés, Luna Ramos, Flavio Galván, María del Carmen Alanís y demás son producto de la reculada electoral. De los albañales del sistema fueron sacados de los pelos por el Partido Revolucionario Institucional-Partido Acción Nacional, lo que explica su genética perfidia. Ellos, a su vez, salvaron por los pelos a Enrique Peña, quien les dejó el trabajo sucio para limpiar su turbia imagen.
El resto carece de sentido: que Peña Nieto tuviera que llegar en helicóptero –parodia trágica de Ceau?escu, Isabel Perón o Fernando de la Rúa, que se “modernizaron” para huir de la furia popular en esa clase de aparatos– por la puerta trasera de la historia, entre sables, como Felipe Calderón, para recibir su constancia de golpista electo; que la legalidad y legitimidad de Peña Nieto se hundieran en el miasma; que se haya destruido lo que restaba de la credibilidad en sistema y sus instituciones; que se disolviera el espejismo electoral como opción pacífica y democrática de cambio; la crisis de representatividad de los partidos, debido al abismo existente entre ellos y la sociedad, a la que traicionan inescrupulosamente; a su conversión en organizaciones mercenarias, onerosamente parasitarias del presupuesto, campo fértil de la corrupción y parte de la estructura de poder y de dominación, que sólo les importa cultivar y devengar sus beneficios; en cotos de minorías mafiosas que se disputan los puestos directivos según sus intereses privados, familiares y de camarillas, que subastan los puestos de elección en función de los juegos palaciegos internos, como parte de las cuotas de las pandillas que los integran o las necesidades del hampa fáctica organizada que se cree dueña de la nación (la telebancada, por ejemplo); y que se agravaran las tensiones sociales y se profundizan las fracturas políticas.
Lo importante es el resultado no los métodos. ¿Acaso Felipe Calderón necesitó de la legitimidad y legalidad para continuar con el despotismo-neoliberal?
El avispero político se alborotó aún más ante la desfachatez de los delincuentes peñistas-priístas y la oligarquía que los apoyan, y a medida que se develaba la maquinaria del fraude montado. Pero el malestar no pasó a mayores.
La “izquierda” paraestatal (Partido de la Revolución Democrática, Partido del Trabajo, Movimiento Ciudadano) no escapa del recelo y el repudio social. A su calculada mezquindad se agrega el oportunismo de quienes abandonan el barco lopezobradorista y se preparan para medrar de los dividendos obtenidos a la sombra del tabasqueño (puestos públicos y miserables espacios de poder), con lo que, por ese hecho, legitimarán la ilegalidad electoral, el robo de la corona por Enrique Peña Nieto y sus medidas despótico-neoliberales.
El problema es la credulidad de los descontentos que dejaron a sus adversarios la iniciativa política y fueron fácilmente anulados por los jueces de barandilla, cómodamente resguardados en su búnker por los aparatos represivos del estado, así como el cuestionable y anticlimático repliegue táctico de Andrés Manuel López Obrador que desmovilizó y paralizó a sus seguidores. Anticlimática también es su decisión por retrasar la convocatoria de sus prosélitos después que Peña Nieto fue declarado presidente electo. Políticamente es demasiado tiempo, ya que la correlación de fuerzas se volvió más desventajosa. Y se tornará aún más si sus propuestas son tímidas.
El rencor social, empero, será atizado desde las entrañas del genocidio económico del sistema.
Las 80 millones de personas que padecen de hambre en diversos grados lo estimularán, debido al encarecimiento de la canasta básica y la indolencia cómplice del calderonismo. Al aumento mensual de los bienes públicos (agua, luz, gas, gasolinas) se añade la actual especulación del huevo. Hace tres meses el precio de un kilo equivalía al 28 por ciento del salario mínimo. Ahora a entre el 50 por ciento y el 116 por ciento. ¿Qué hacen los calderonistas? Impulsaron su importación tardía y dejan los precios en manos de los especuladores. El tragicómico Bruno Ferrari, primero recomendó que dejaran de consumirlos (el remedo de la expresión falsamente atribuida a la reina María Antonieta, en víspera de revolución francesa, a falta de harina y trigo para el pan, respondió altaneramente: “que coman pasteles”, lo que reforzó el odio del pueblo); luego respondió a la pregunta ¿cuándo bajará su precio?: “no soy mago para saberlo”. El Banco Mundial ha advertido el alza de los precios de los bienes básicos (maíz, trigo, frijoles, arroz, etcétera).
El “plural” equipo de transición de Enrique Peña Nieto, que proyecta su gabinete, está plagado de presuntos delincuentes (Navarrete Prida, Osorio Chong, Videgaray), oportunistas (los verdes), empleados de televisa (Alejandra Lagunes), escorias (Rosario Robles), Chicago boys Itamitas, ultras-clericales, que presagian otros seis años siniestros. La composición de la mayoría priísta-panista de las cámaras es similar. Sus contrarreformas (energética, laboral y fiscal) y la incorporación de sus consejeros hombres de presa, delinean la continuidad despótica-neoliberal. Mayor pobreza y miseria a maños llenas.
El mensaje es nítido: no habrá cambio de rumbo. Las salidas dentro del sistema serán clausuradas definitivamente.
El aviso del próximo diluvio sexenal reforzará la violencia social y la solución antisistémica como respuesta y única alternativa viable.
*Economista
Fuente: Contralínea 302 / Septiembre de 2012
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