La esquizofrenia de Calderón
Calderón. Lecciones sobre narcotráfico en la ONU.
Foto: AP
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MÉXICO, D.F. (apro).- Felipe Calderón fue a la ONU a buscar trabajo o
refugio. No se puede entender de otra manera su esquizofrénico discurso del
jueves 26 ante la Asamblea General de Naciones Unidas.
Carente de autoridad moral, su propuesta para que la ONU “se comprometa” y
revise a fondo el “actual enfoque prohibicionista en materia de drogas” más que
sorprender, ofende.
Durante todo su sexenio, fue determinante en rechazar la legalización de
algunas drogas y mantuvo la violencia como “estrategia” para combatir a la
delincuencia organizada, en particular el narcotráfico.
En búsqueda de la legitimidad que no le dejó la elección presidencial del
2006, con la etiqueta de “presidente valiente” abrazó el enfoque estadunidense
de “guerra a las drogas”; y como comandante en jefe de las fuerzas armadas
desplegó a tontas y a locas al Ejército, la Marina y la Policía Federal.
Aunque después ajustó su discurso a una “estrategia por la seguridad”,
mantuvo la reacción represiva como la principal política pública de su gobierno.
El resultado fueron, por lo menos, 60 o 70 mil muertos, miles y miles de
desplazados y desaparecidos, y la multiplicación de graves violaciones a los
derechos humanos, tanto por parte de agentes del Estado, como de los integrantes
de las organizaciones delictivas que dijo combatir.
Su propósito central fue descabezar a las organizaciones delictivas. Según
pregona, detuvo o ejecutó a 23 de los 37 más buscados; excepto, claro, el gran
protegido del PAN, Joaquín El Chapo Guzmán, jefe del cártel de Sinaloa.
Pero el resultado de la acción contra los cabecillas fue la atomización del
narcotráfico en México. Además de las miles de muertes, la multiplicación de los
grupos del narcotráfico en México es la herencia de Calderón.
Grupos más pequeños y violentos sucedieron a otros más grandes. Tejieron
nuevas alianzas pero no desaparecieron. Al mismo tiempo, el cártel de Sinaloa y
el cártel de Los Zetas, se consolidaron como las principales organizaciones de
delincuencia organizada en México.
El negocio sigue floreciente en México y el Estado mexicano sigue perdiendo
control de la violencia, de porciones del territorio y de la voluntad de un
creciente número de sus habitantes.
Ahora, peor aún, Enrique Peña Nieto se hace de los servicios para combatir el
narcotráfico, del general de policía colombiano Oscar Naranjo, una pieza más en
la estructura de poder que estableció el gobierno de Estados Unidos en México
durante el sexenio que acaba.
Calderón habló ante la comunidad internacional que ha sido testigo del
fracaso de su “guerra contra el narcotráfico”. Las embajadas extranjeras
establecidas en México reportan cada día a sus cancillerías los horrores de la
violencia en México y la consolidación de algunos cárteles como poderosas
organizaciones transnacionales.
La comunidad internacional escuchó el triunfalismo de Calderón, pero la
realidad es más testaruda. El que se va, habló de combatir la criminalidad para
que no se asiente en el territorio como si fuera un Estado nuevo. Sinaloa,
Durango, Michoacán, Estado de México, Tamaulipas, Veracruz, Chihuahua, Guerrero,
por mencionar algunas entidades, lo desmienten.
El fortalecimiento de las leyes y dependencias encargadas de aplicar la ley,
la depuración de las policías y de los ministerios públicos que mencionó
Calderón en la ONU queda en el discurso con una PGR que fabrica culpables y una
Policía Federal inmersa en escándalos de narcotráfico.
El mundo también sabe que “la restauración del tejido social” es mera
retórica. El informe de Naciones Unidas sobre Desarrollo Humano, los informes de
la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, también de la ONU, y
otras agencias del organismo internacional reflejan la pérdida en la calidad de
vida de los mexicanos.
La comunidad internacional también es consciente de los efectos negativos de
la “estrategia” de Calderón en los derechos humanos de los mexicanos y de los
magros resultados de su administración en materia de lavado de dinero.
El Consejo de Derechos Humanos de la ONU sometió a México, ya en el gobierno
de Calderón, a una revisión sobre los efectos de su “guerra a las drogas”. En
sus informes, el Consejo dio cuenta de la reiterada negativa de Calderón a
reformar el Código de Justicia Militar.
Más todavía, distintos relatores del organismo internacional fueron impedidos
por el gobierno de Calderón para dar cuenta de las ejecuciones extrajudiciales y
la tortura.
Ante la comunidad internacional y de cara a los mexicanos, Calderón carece de
autoridad moral para pedir una revisión de la “guerra a las drogas”.
Al siguiente día del ofensivo discurso, el director ejecutivo de la Oficina
de Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito (UNDOC, por sus siglas en
inglés), Yury Fedotov, desestimó la propuesta de Calderón.
Diplomático, dijo que la revisión de la Convención Internacional sobre las
Drogas que aboga por la prohibición de las drogas no le corresponde promoverla a
la ONU o a un solo país. En el fondo, la ONU tampoco le creyó.
jcarrasco@proceso.com.mx
El país más violento y feliz
La detención de dos presuntos sicarios en Sinaloa.
Foto: Juan Carlos Cruz
Foto: Juan Carlos Cruz
“En México se respiran aires de cambio”: Enrique Peña Nieto
(Diario El Tiempo, Colombia, 17 de septiembre de 2012)
Paradójico mensaje manda México al
extranjero: somos uno de los países más violentos del mundo y también de los más
felices.
El Instituto para la Economía y la Paz, que cada año publica su análisis
“Índice de Paz Global”, ubica a México entre las naciones con menos tranquilidad
en el mundo, colocándolo en el lugar 130 de una lista de 157 naciones.
De manera contrastante, el organismo News Economics Foundation posicionó a
México en el número 22 de entre los países más felices del mundo. El estudio
evalúa las condiciones de vida de 151 naciones. De acuerdo con esta fundación,
el 6.8 por ciento de los mexicanos reflejaron sentirse en una condición de
bienestar.
Ambos indicadores son una fotografía del ambiente contradictorio que vive el
país, donde un mismo día pueden aparecer cadáveres deshumanizados por los
cárteles de la droga y miles festejan en las calles el campeonato mundial de
futbol olímpico.
“Cada quien habla de cómo le va en la feria”, cita el dicho popular. Y vaya
que hay sabiduría en esta frase. ¿Es México un país feliz? La madre que jamás
volvió a ver a su hijo secuestrado diría que no, que es lo más cercano al más
maldito de los infiernos. Los miles de jóvenes que tocan incesantemente las
puertas de una universidad pública concluirán que es la nación de un futuro
carente de esperanza. Rosario Robles y el grupo compacto de transición que
acompaña a Enrique Peña Nieto expresarán que sí, que “en México se respiran
aires de cambio”.
Es un país difuminado por la disparidad. Anteriormente los ensayistas
intentaban cohesionar a la sociedad mexicana en un manto cubierto por cierta
identidad común: vírgenes de Guadalupe, Pedros Infantes y sábados de futbol. Hoy
no estamos más unidos que por un mapa geográfico.
Las ciudades son un buen indicador de estas desemejanzas. En unos puntos son
una estampa desoladora: nudos de cables que rodean mugrientas fachadas.
Limosneros con el rostro roto deambulando entre un tráfico agotador. Asientos de
transporte público que atentan contra la columna vertebral. Calles desiertas
apropiadas por el crimen organizado. Y hay, también, metrópolis rebosantes de
modernidad. Limpias, con fuentes de agua chispeando el aire. Con parques y
museos, hermosos restaurantes y carriles para ciclistas.
La sociedad está igualmente salpicada de ensimismamiento. Ahí están los
activistas cibernéticos desaparecidos por las fuerzas del poder. Los jóvenes que
volvieron una pesadilla la campaña de Peña Nieto. Y también la clase media con
tantas deudas como déficit de tiempo. En esta nación convive el más cínico
burócrata y aquél religioso comprometido que da de comer al hambriento.
En una comida familiar alguien puede crucificar a los activistas y reducirlos
a “revoltosos” y otro más daría su vida por defender a López Obrador. La noche
del sábado puede paralizar a los amantes del box o llenar un inmenso foro de
admiradores de una banda de rock. En el Distrito Federal las zonas de bares
llegan a estar atiborradas de jóvenes y en Monterrey no hay quien salga de casa,
paralizado de miedo.
Sin embargo, los datos duros no mienten: somos un país violento y feliz.
Algunos prefieren ignorarlo, pero el crimen organizado ahí está, impertérrito,
con la espada afilada en espera de su próxima decapitación. Y también ahí está
la esperanza, tal vez resquicio de la católica resignación. El clásico e
impreciso “sí se puede”, la omnipotente fuerza de voluntad, las cifras alegres,
el optimismo irreal.
Por más cabezas regadas en el asfalto, no ha habido un Día de la
Independencia que se haya dejado de festejar. A pesar de la crisis económica,
los mariachis no dejan Garibaldi. Por más balaceras que ronden sus puertas, los
table-dance permanecen abiertos para los asalariados oficinistas.
Siempre hay una nueva tienda Converse con más modelos para jóvenes desempleados.
La economía no crece para la clase trabajadora pero los despachos inmobiliarios
siempre construyen rascacielos imponentes en las zonas residenciales. Hay
regiones del país más pobres que las más miserables de África y también lujosos
gimnasios atiborrados de deportistas que gastan tres mil pesos en un par de
tenis.
Mientras un grupo de tuiteros convoca a boicotear alguna trasnacional, otro
más trabaja a sueldo para defender al presidente electo. No hemos dejado de ser
el México prehispánico dividido en tribus enfrentadas, presa fácil de la
rapiña.
¿Es México violento y feliz? La respuesta a lo primero es un inobjetable sí.
Hasta la familia más equipada de guardaespaldas puede caer en las garras de un
grupo delincuencial; la contestación a lo segundo es más divergente. Es un buen
país para algunos, y una película de terror para otros.
Aunque una mayoría refleje sentirse bien, un país con el grado de pobreza del
nuestro no puede ser feliz. Una nación que permite que a sus ciudadanos los
desaparezcan como en un cruel acto de magia no puede estar bien. Tampoco donde
la mayoría de los votantes detesta a sus abusivos gobernantes y donde el más
corrupto de los políticos restriega su impunidad en la televisión.
Tal vez somos una nación donde por más pesadillas que soñemos, siempre
guardamos la esperanza de un día dormir en paz. Como sea, valdría la pena
replantear nuestro concepto de felicidad colectiva. Si seguimos actuando como
islas, no estará lejos el día en que el mar nos cubra a todos.
Contacto: www.juanpabloproal.com
Twitter: @juanpabloproal
P.D. El músico José Cruz, fundador del grupo de blues Real de Catorce, y
quien padece esclerosis múltiple, necesita de su generosa solidaridad para pagar
la producción de su más reciente disco, “Una razón para vivir”, que presenta
esta noche en el Lunario del Auditorio Nacional. Las donaciones son recibidas en
la cuenta: 4213 1690 0274 6947 HSBC a nombre de José Cruz Camargo Zurita. Sitio:
http://josecruzelreal.com/ Contacto:
josecruzcatorce@hotmail.com
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