Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

lunes, 17 de septiembre de 2012

ASTILLERO- No repitamos la historia- Celebración del funeral- Morena

Astillero
Verde 132
Puebla hiperkafkiano
El delegado AMLO
Obituario legislativo
Julio Hernández López
Foto
Sin novedad terminó el desfile militar con motivo de la conmemoración de la Independencia en la Plaza de la Constitución
Foto Cristina Rodríguez
 
Ya que el verde olivo fue el color regente de su macabro paso por la silla presidencial, a Felipe Calderón no debería haberle molestado la aligerada tonalidad que por suministro juvenil le acompañó la noche de sábado en el balcón más sobresaliente del Palacio Nacional a la hora de pronunciar un Grito pasado por agua, notablemente disminuido en cuanto a asistentes, blindado en términos de seguridad en proporción a la inseguridad pero también a las protestas previsibles y desangelado, y no sólo por ser el postrero de un Felipe que ya está en un momento fuera de la realidad, según diagnóstico de salud mental emitido por uno de sus correligionarios, el senador chihuahuense Javier Corral.
 
La persecución en láser fue inocultable: Verde 132 para dejar evidencia inequívoca del rechazo al panista a quien desde la plancha de la Plaza de la Constitución le gritaban asesino, en entrega rigurosamente personalizada, y fraude, en referencia a lo sucedido en este 2012 encopetado pero también al 2006 del michoacano. Volatilidad tecnológica colorante sobre el rostro, el cuerpo y el cuadro general de ese Grito que no pudo ser más el mismo: a pesar de retenes, filtros y previsiones militares, jóvenes mexicanos desplegaron mantas de protesta y denuncia, lanzaron gritos insumisos e hicieron que en las transmisiones televisivas se viera afectada la careta del poder.
 
Persistencia opositora que se manifestó a lo largo de los días celebratorios de la independencia nacional que no se tiene. El sábado, jóvenes dando paso libre a vehículos en casetas federales de peaje y realizando manifestaciones de rechazo a Calderón y a Peña Nieto en otros puntos del país. Un caso especial fue Puebla, donde 63 personas sufrieron una suerte de levantón institucional. Instaladas en una plaza pública, fueron desalojadas violentamente sin que hubiera algún intento de justificación oficial más que una dictatorial interpretación de que era necesario retirar a los disidentes para evitar eventuales perturbaciones en posteriores actos de ensalzamiento de luchas cívicas del pasado y de ideales de democracia y justicia a los que se pretende mantener solamente en la carpeta de las efemérides.
 
En uno de esos lances que sólo pueden producirse en el México hiperkafkiano, las víctimas del levantón gubernamental fueron liberadas muchas horas después bajo ninguna acusación jurídicamente sustentable y sin pagar una discutible multa impuesta en función de nada: el presidente municipal de Puebla, Eduardo Rivera, confesó la insustancialidad de la acusación al condonar el pago de los tres mil pesos por persona que era el monto de la sanción fantasma. Rivera es un panista que mantiene un forecejeo político con el actual gobernador, Rafael Moreno Valle, el gordillista que antes fue cuadro distinguido del PRI y luego se volvió panista, hasta llegar a la hora de las alianzas camacho-felipistas que lo llevaron a sustituir al góber precioso, Mario Marín. Pero a la hora de la represión actuaron conjuntamente los granaderos marca RMV y los policías municipales de Eduardo Rivera. Por cierto, el gobernador RMV, dedicado al negocio y a la pose, al mejor estilo de EPN ha hecho cesiones muy importantes a las televisoras nacionales en busca de construirse una imagen de precandidato presidencial de 2018.
 
No fue Puebla el único lugar donde fluyó el Espíritu de Atenco orgullosamente proclamado en la Iberoamericana por el antedicho Peña Nieto. En varias partes del país los gobernantes se esmeraron en mostrar facetas agresivas a los jóvenes en protesta. Pareciera haber un ensayo generalizado de fórmulas para enfrentar la incontrolada acometida juvenil nacional. Como si los nuevos dictadores de línea política en el país creyeran necesario ir apretando el puño para que los insubordinados entiendan el tamaño de las acciones que puede ejecutar el aparato de poder para sofocar oposiciones.
El mismo 15, por la tarde, AMLO dio un paso más hacia fuera del escenario de la protesta postelectoral, concentrándose en los trabajos de construcción de un partido político a partir de la base social del Movimiento Regeneración Nacional. En una asamblea distrital en la que lo eligieron delegado, votó en blanco para no inclinar la balanza hacia alguno de los platillos que representan el sí o el no a la propuesta de crear el mencionado partido, pero es evidente que todo camina en función de aprobar la inclusión del morenismo en el sistema de partidos. Reconoció que nos dolió mucho este nuevo fraude, pero por mucho que nos haya dolido tenemos que seguir adelante. Y Morena va.
 
Las fiestas patrias seguían el domingo, con el Estado mostrando su enorme fuerza militar y con un sonoro parte de sin novedad rendido en la Plaza de la Constitución por el general de división Augusto Moisés García Ochoa, a quien algunos tratan de enfilar hacia la próxima titularidad de la Secretaría de la Defensa Nacional. Pero más allá de esa pacífica zona acotada la realidad seguía imponiendo su textura sangrienta: a un costado de la carretera Guadalajara-Morelia fueron tirados los cuerpos desmembrados de 17 personas.
Y otro diputado local priísta era asesinado en Ciudad Nezahualcóyotl (luego que el pasado viernes habían matado al diputado local electo del PRI en Ciudad Obregón, Sonora, Eduardo Castro Luke). Hechura del ahora gobernador Eruviel Ávila, Jaime Serrano Cedillo fue atacado, según los primeros reportes, con un arma punzocortante, en una modalidad poco usada por los grupos de delincuencia organizada, que prefieren las armas de fuego de gran calibre. Neza se ha convertido en un punto caliente de un tejido de intereses que días atrás devino en sicosis colectiva a partir de los enfrentamientos entre grupos de clientelismo político, la guerra entre cárteles y el control de funcionarios y políticos mediante el financiamiento electoral y el pago de protección por parte de narcos.
 
Y, mientras EPN inicia sus giras internacionales solo frente al presidente de Guatemala, fracasada su pretensión de que éste le juntara allí a los demás mandatarios centroamericanos, ¡hasta mañana!
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No repitamos la historia
John M. Ackerman
 
El guión de 1988 se repite. Así como Carlos Salinas después de 1988 quiso borrar las huellas del fraude con la creación de organismos con autonomía simulada, como el Instituto Federal Electoral (IFE) y la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), hoy Enrique Peña Nieto también busca tender una cortina de humo con nuevos organismos autónomos en materia de transparencia y combate a la corrupción. Simultáneamente, Andrés Manuel López Obrador recurre a la estrategia que Cuauhtémoc Cárdenas utilizó al fundar el Partido de la Revolución Democrática (PRD), promoviendo un nuevo partido político como vehículo para articular el descontento social y disputar el poder político a la coalición gobernante.
 
Pero el México de 2012 ya no es el mismo de 1988. Lo que hace 24 años generó cierta legitimidad y esperanza hoy es recibido con escepticismo y desánimo. Durante los últimos cinco lustros hemos visto cómo tanto partidos políticos como órganos autónomos rápidamente pierden la brújula y son cooptados por intereses oscuros.

El IFE y el PRD tuvieron sus épocas de oro en el auspicio de las causas sociales más nobles. Por ejemplo, entre 1996 y 2003 la valentía de los cinco consejeros electorales del pentágono del IFE logró contrarrestar el inmovilismo burocrático promovido por los consejeros más cercanos al priísmo: José Woldenberg, Mauricio Merino y Jacqueline Peschard. Asimismo, todos recordamos la destacada participación de la fracción parlamentaria del PRD durante la histórica 57 Legislatura (1997-2000), la primera en la que el PRI no contaba con mayoría absoluta en la Cámara de Diputados. En aquellos años, la izquierda encabezó una amplia alianza opositora al régimen del partido del Estado que transformó la negociación y aprobación del presupuesto federal, modernizó el Congreso de la Unión y mantuvo al Ejecutivo federal bajo estricta vigilancia externa.

Sin embargo, durante la última década la fe ciudadana en las instituciones se ha hecho añicos. La curva descendente de confianza en el IFE y en la limpieza de los procesos electorales ha venido acompañada de una espiral de desprestigio para los partidos políticos sin distingo. Hoy los ciudadanos estamos convencidos, y con razón, de que ambas instituciones sirven más a los intereses personales y políticos de sus líderes y funcionarios que al interés general de la sociedad.

Es poco probable entonces que Peña Nieto o López Obrador tengan éxito en recurrir a las fórmulas de antaño, a menos que incluyan mecanismos específicos que garanticen que las nuevas instituciones no repitan los vicios del pasado.

En el caso de los nuevos órganos autónomos, por ejemplo, se debe excluir formalmente en la ley cualquier participación del presidente de la República o los representantes de su partido en el Congreso en el nombramiento de los titulares, para que el proceso quede exclusivamente en manos de la sociedad y la oposición política. En general, el debate público sobre el futuro de la transparencia y el combate a la corrupción no debería partir de las propuestas convenencieras y mal redactadas de un aficionado a la opacidad y la manipulación institucional como Peña Nieto. Al contrario, habría que iniciar con un diagnóstico de la infinidad de artimañas jurídicas e institucionales que hoy se utilizan todos los días para vaciar de sentido las 33 leyes e institutos de transparencia y de fiscalización superior que existen en el país.
 
Ya contamos con numerosos organismos supuestamente autónomos en la materia en las entidades federativas, que en los hechos no hacen más que cuidarle la espalda al gobernador en turno. Peña Nieto evidentemente busca repetir a escala federal el mismo esquema que perfeccionó en el estado de México. Ello es simplemente inaceptable.
 
Por otro lado, los principios democráticos plasmados en los documentos básicos del Movimiento Regenración Nacional (Morena) también quedarán vacíos de contenido si no se encuentran respaldados con propuestas concretas que eviten que el nuevo partido se convierta en rencarnación del PRD. Por ejemplo, habría que considerar incluir una cláusula que prohíba que cualquier persona que ya haya ocupado un cargo de elección popular respaldado por Morena lo vuelva a hacer. Esta prohibición también podría hacerse extensiva a los familiares de aquellos que ya ocuparon cargos.
 
Con una regla de este tipo, que toma en serio el principio histórico de sufragio efectivo, no relección, el nuevo partido garantizaría un relevo constante de liderazgos y mantendría a los vividores de la política lejos del partido. El partido también se vería obligado a dar gran relevancia a su escuela de formación de cuadros, para garantizar un flujo constante de figuras nuevas con las capacidades y conocimientos necesarios para fungir como sus representantes y gobernantes.
 
El nuevo partido también tendría que establecer mecanismos institucionales infranqueables para garantizar su total transparencia y rendición de cuentas, así como su democracia interna. Sería necesario plasmar formalmente en los estatutos un modelo novedoso de comisiones verdaderamente autónomas, consultas internas y negociaciones políticas para evitar la eterna operación de los líderes de siempre, así como para desarticular las redes de clientelismo interno.
 
Los partidos políticos y los organismos autónomos que no toman en serio la participación social ni honran las convicciones democráticas no son más que cascarones vacíos que recubren la continuidad del autoritarismo y la manipulación. No repitamos la historia.
Twitter: @JohnMAckerman
 
Dejan Huella-Helguera
Celebración del funeral
Gustavo Esteva
No terminaban aún las exequias cuando algunos corrieron a vestir y perfumar el cadáver de la democracia para hacer creer que seguía viva.
 
El sostén de la religión democrática es muy extraño. Aristóteles consideraba ya que la democracia es una forma corrupta e indeseable de gobierno; que las elecciones favorecen a quienes pueden comprar votos; que la riqueza, más que el mérito, es la clave para entrar al gobierno, y que los ricos, una vez en el poder, gobiernan sólo para su propio provecho, no para el bien común. ¡Una buena descripción de nuestra situación! Una mayoría de personas razonables compartió ese punto de vista hasta bien entrado el siglo XIX. En 1988 Octave Mirbeau no ocultaba su desprecio por el votante, ese animal irracional, inorgánico, alucinante, que le parecía peor que los corderos, los cuales también van dócilmente al matadero, pero al menos no votan por el matarife que los sacrificará ni por el burgués que se los comerá (en Jappe, Crédito a muerte, p. 61).

En el siglo XX la experiencia de los regímenes autoritarios y totalitarios, que en México tomó la forma de la dictadura perfecta establecida por el PRI, hizo atractiva la democracia. Las clases gobernantes perdieron el miedo al sufragio universal porque lo controlaron rápidamente los partidos, ninguno de los cuales puede presumir seriamente de efectiva democracia interna. Todo esto se sabe. Como se sabe que en una sociedad capitalista las élites partidarias y corporativas controlan los procesos democráticos y los aparatos de gobierno, en función del monto de dinero al que tienen acceso.

Pero la gente sigue votando. Según Anselm Jappe, el votante de derechas no es tan tonto: obtiene a menudo lo que quiere. El que vendió su voto y vota por el candidato que va a contratar a su hijo u obtener subvenciones para los campesinos de su pueblo es, finalmente, el más racional. Jappe no perdona al votante de izquierdas: “Aunque jamás ha obtenido aquello por lo que vota, persiste. No obtiene ni el gran cambio ni las sobras… Votar todavía por la izquierda… entra en lo patológico” (p. 63).

El Movimiento Regeneración Nacional (Morena) no se recupera aún de la resaca de una borrachera que ni siquiera disfrutó. La depresión lo fragmenta. Unos se cuelgan aún del líder para averiguar qué es eso de la desobediencia civil institucional o soñar en el 2018, mientras otros empiezan a buscar una puerta digna de salida. La fe democrática que compartían se ha convertido en mera superstición, una fe fuera de lugar, un dios ridículo. Pero se reza aún ese catecismo.
 
Algunos desbalagados de esa tradición caerán en la Convención Nacional contra la Imposición que se celebrará esta semana en Oaxaca. Se sentirán incómodos en la compañía de quienes comparten su obsesión por conquistar los podridos aparatos gubernamentales pero propondrán armas en vez de votos para conseguirlo.
 
La mayoría de los delegados se repartirán en mesas para examinar la coyuntura y acordar la estructura y plan de acción del movimiento.
 
En nombre de demandas legítimas se propondrá pedir peras al olmo. Puede ser inevitable o conveniente presentar exigencias a los gobiernos. El problema está en la manera y condiciones de hacerlo. ¿Cómo evitar que así se entregue la primogenitura por un plato de lentejas, legitimando lo inaceptable?
 
Será fundamental identificar maneras de reaccionar ante las agresiones que se multiplican. ¿Cómo reaccionar ante hechos como los de Comandante Abel o Cherán? Sabemos ya que no bastan manifiestos de solidaridad. ¿Cómo expresar prácticamente el principio de que tocar a uno es tocar a todos? ¿Cómo hacer valer esa inmensa fuerza organizada de cuantos participan en la convención?
 
Un desafío central será definir la estructura. Algunos insistirán en la forma partido, con estructuras verticales y centralizadas. Otros sólo aceptarán una organización que respete la autonomía de cada quien y mantenga el carácter horizontal de las decisiones y los mecanismos de acción. Quieren estar juntos, pero no revueltos, y mucho menos sometidos.
 
Acostumbradas a ver sólo hacia arriba, algunas organizaciones despreciarán las acciones concretas de la gente común que configura transgresiones más allá del capitalismo, empieza a construir la nueva sociedad y contiene un vigoroso plan de acción por el cambio radical y la acumulación de fuerzas.
 
Quienes se preparan a recibir a los miles de delegados, en Oaxaca, saben de su responsabilidad. Alimentan la esperanza de que la convención transforme la resistencia en construcción creativa de un mundo propio, en formas de vida y de gobierno organizadas desde abajo, como las de quienes en barrios y pueblos han sabido siempre lo que es la democracia de los políticos y practican su propia democracia, la auténtica.
Morena
Arnaldo Córdova
 
Para muchos, el discurso de Andrés Manuel López Obrador el domingo 9 de septiembre pasado fue una despedida (¿de quién o a dónde?), para otros se trató de una ruptura (¿con quién o respecto de qué?). No hubo nada de eso. Él dijo: “… en esta nueva etapa de mi vida, voy a dedicar toda mi imaginación y trabajo a la causa de la transformación de México. Lo haré desde el espacio que representa Morena. Por esta razón, me separaré de los partidos del Movimiento Progresista. No se trata de una ruptura, me despido en los mejores términos. Me separo de los partidos progresistas con mi más profundo agradecimiento a sus dirigentes y militantes”.
 
Gran parte del discurso está dedicada, precisamente, al tema del fortalecimiento, consolidación y organización de Morena. Anunció incluso el camino que se seguirá para ello: la realización de asambleas distritales y luego estatales hasta culminar con un congreso nacional de representantes que tendrá lugar los días 19 y 20 de noviembre. Se inicia, así, todo un proceso deliberativo en el que se decidirá, dijo López Obrador, si continúa como una asociación civil o se constituye en partido político. Semejante proceso organizativo no podría sino desembocar en la formación de un nuevo partido (incluso siguiendo los lineamientos de la legislación electoral).

Todo ello tiene su lógica y encuentra su origen más lejano en las movilizaciones que López Obrador realizó desde antes de 2006. Aquellos procesos de credencialización de simpatizantes del líder tabasqueño anticiparon lo que años después tomó la forma del Movimiento Regeneración Nacional (Morena). Hubiera sido coherente que aquellas movilizaciones de masas se hubiesen realizado sobre la base de la estructura política y territorial de los partidos de izquierda, en particular del partido al que él pertenecía, el PRD; pero no hubo tal. Con algunas excepciones, el futuro candidato presidencial de la izquierda hizo su trabajo de difusión y de organización él solo.

Como no podía ser de otra manera, el movimiento se desarrolló y comenzó a consolidarse al ritmo de las movilizaciones. Las estructuras organizativas, endebles al principio, se fueron conformando y fortaleciendo hasta que el propio movimiento comenzó a ser el motivador y el organizador de la lucha electoral a nivel nacional. Los partidos, también con algunas excepciones, se dedicaron sobre todo a las campañas por los puestos de elección popular. Desde luego, ellos fueron los que financiaron la campaña nacional, pero su organización y desarrollo correspondieron sobre todo al candidato y al movimiento.

La organización del movimiento tomó, desde el principio, la forma de pequeños comités regionales o locales, animados por el esfuerzo de delegados enviados por López Obrador a todas las entidades federativas. Algunos de estos delegados hicieron tan bien su trabajo que ganaron las elecciones en sus diferentes estados. Un caso brillante de coordinación del trabajo del movimiento en el estado que le correspondía, fue el José Agustín Ortiz Pinchetti en Puebla. Y el caso de un comité local exitoso, porque también ganó sus elecciones, fue el de Jalapa, encabezado por Gloria Sánchez, Rafael Castillo y Víctor Valenzuela, entre otros.

Muchos de los que acompañamos a López Obrador pusimos el acento en la necesidad de concebir al movimiento como una organización permanente, más allá de las elecciones. Un movimiento así, nacido de la lucha y de la movilización de masas merecía permanecer y consolidarse. Para muchos, incluso, debía ser el germen de un nuevo gran partido de izquierda. Otros pensamos que debíamos irnos con pies de plomo. Pero que debíamos conservar y desarrollar al máximo la organización de este movimiento, resultaba ser una cuestión vital, independientemente del resultado de las elecciones.
 
Una vez que se ha consumado el fraude, por supuesto, se vuelve una cuestión de la máxima importancia saber qué se puede hacer para no perder en la nada esa fuerza organizativa que fue resultado del esfuerzo del candidato y de todos los ciudadanos que lo acompañaron. Ya desde los días en que Alejandro Encinas perdió la batalla por la dirección del PRD, muchos militantes y activistas del movimiento demandaron la ruptura con ese partido y la fundación inmediata de un nuevo partido. Varios perredistas abandonaron a su partido. Para mí, aquél no era el momento indicado y había que esperar a que la movilización electoral fortaleciera al movimiento.
 
Aquí no hay directivas de López Obrador. Él fue muy claro al proponer en su discurso que fueran las mismas bases ya organizadas en sus asambleas entre septiembre y noviembre las que decidieran si Morena se debe convertir en un nuevo partido o seguir como tal, como movimiento. Pero está claro también que ha llegado el momento de que se decida su futuro. En los tiempos de precampaña y de campaña el movimiento estaba ligado a los partidos por una necesidad realista y decisiva que tenía que ver con el entramado electoral en el que se desarrollaba la campaña. No se podía hacer a menos de ellos, aunque colaboraran poco en la campaña, y el movimiento debía seguir siendo tal.
 
En las nuevas condiciones, el desarrollo de Morena como movimiento o como partido no tiene nada que ver con los partidos, aunque dentro de éstos ha sonado la alarma, por lo que es obvio: muchos de sus militantes buscarán el abrigo del nuevo partido. Tal vez no haya desbandadas internas como ha dicho Jesús Zambrano, pero es evidente que una posible decisión en el sentido de convertir a Morena en partido los pone al borde de la histeria. Muchos perredistas están convencidos, ahora sí en serio, de que una refundación de su partido se hace indispensable y no es una preocupación gratuita.
 
Si Morena, como muchos deseamos, se convierte en un auténtico partido, por supuesto que traerá consecuencias para los otros partidos de izquierda. Muchos hablan de la irresistible tendencia de la izquierda a dividirse y estaríamos ante un nuevo caso de fractura irresponsable. No hay nada de eso: Morena no está desgajándose de ninguna otra organización ni está dividiendo a nadie. Desde luego que muchos miembros de los actuales partidos de izquierda acudirán a Morena y abandonarán sus antiguas formaciones. Pero eso no es divisionismo y, además, no se está haciendo ningún llamamiento en ese sentido.
 
Si se miran bien las cosas, se podrá percatar de que, en los hechos y a estas alturas de la historia, hay muchísimas más razones para pensar en Morena como un partido que como un movimiento. Los movimientos nunca son permanentes; aunque muchos partidos se llamen movimientos, son partidos y de ninguna manera movimientos. No logro imaginarme el sostenimiento de una estructura organizativa como la que se pretende dar a Morena (con asambleas fundadoras y todo lo demás) sin que se le convierta en un partido. Cabría una ligera posibilidad si Andrés Manuel López Obrador reeditara su camino del 2006 en adelante.
 
La lucha es por dar a Morena la mejor estructura organizacional y de principios, consolidarlo como frente de izquierda y como bloque de poder. Eso sólo se logrará convirtiéndolo en partido.

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