AMLO, en la ruta 132
Andrés Manuel López Obrador dio una entrevista a Roberto Zamarripa. La charla ocurrió en dos sesiones y fue publicada el domingo en el suplemento Enfoque de Reforma. Más allá del tema de que AMLO no se retirará –que fue lo destacado por el diario y por otros espacios informativos–, el texto incluye una declaración que permite atisbar el perfil que López Obrador quiere para el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).
Vale la pena reproducir ese largo párrafo. El dos veces candidato presidencial dijo: “No nos podemos retirar porque los que llegan aunque son iguales que los que se van tienen un poco más de experiencia en lo que tiene que ver con la represión. Estos son verdaderos halcones. Los otros eran aprendices y ve cuánto daño hicieron. Pues estos que son profesionales de la provocación, de la represión, del autoritarismo, pues tienen que tener una oposición. Y Morena va a ser eso. Va a defender a todos los ciudadanos; si un empresario es víctima de acoso del régimen de manera injusta, ahí va a estar Morena. Si un integrante de clase media es víctima de violación de sus derechos individuales, ahí va a estar Morena. Si los estudiantes son acosados, ahí va a estar Morena protegiendo. Si los medios de comunicación, los pocos que hay libres, son sometidos a presiones queriéndoles imponer la línea editorial, ahí va a estar Morena. Imagínate qué país seríamos si encima de todo lo que está pasando de esta inmoral forma de gobernar nadie resistiera”.
Mientras Marcelo Ebrard declara que el camino hacia Los Pinos es crear una izquierda para gobernar, no para protestar (entrevista con El País, 24/09/12), su antecesor en la jefatura de Gobierno se prepara para seis años de resistencia, para el “no” como ejercicio cotidiano, para tender una sombra a las decisiones del gobierno con una movilización que no es descabellado pensar que podría ser más efectiva que cuando se declaró presidente legítimo. En esta ocasión, en vez de reclamar la legitimidad, utilizaría protestas que con pocos recursos pueden provocar gran repercusión mediática y, eventualmente, influencia política.
A mitad de la pasada campaña electoral, la coalición que impulsó a AMLO realizó una auditoría sobre los cuadros de Morena, pues se detectó que el padrón estaba inflado. Es difícil creer que López Obrador tenga hoy en esa red cinco millones de seguidores, como dijo en la misma entrevista con Zamarripa. O siquiera los dos millones y medio que el ex candidato asegura, en la misma charla, que participaron como representantes de su gobierno legítimo. Pero El Peje no necesita más que unos cuantos cientos de miles para que su movimiento de protesta sea un éxito, al menos en el corto plazo. Con mucho menos que eso las protestas del movimiento #YoSoy132 lograron un lugar privilegiado en la agenda mediática. Y estas expresiones de rechazo son acogidas ampliamente gracias en parte al ambiente de alta polarización en la sociedad.
No se puede regatear razón a AMLO cuando reclama que en el pasado inmediato muchas veces unos cuantos han establecido y perfeccionado condiciones para perpetuar indebidas ventajas sobre los más. ¿Cómo se cambia eso? López Obrador vuelve a apostar por una agenda de cero negociación. A diferencia de lo que hizo el PAN en 1988, que al pactar un listado de reformas con Carlos Salinas pavimentó algo del camino que le llevaría a la presidencia, el tabasqueño cree que es inevitable su escenario de que todo será para peor, y que con ello la advertencia que hizo sobre lo que suponía el regreso del PRI cobrará vigencia y, de paso, le revitalizará de nueva cuenta rumbo al 2018.
Sin embargo, más que depender de lo que haga o deje de hacer Enrique Peña Nieto y el PRI, el alcance de la operación de López Obrador recae en los partidos de izquierda. El discurso del tabasqueño se fortalecerá si sobre todo el PRD no logra establecer una política de negociación que muestre que el camino de la política, y no el de la resistencia, es el que traerá más beneficios para todos.
Por lo anterior sorprende que los perredistas no hayan, hasta ahora, sido capaces de arrancar al PRI y al PAN modificaciones a la propuesta de reforma laboral que les permita construir un espacio de negociación y de acuerdos para influir en la nueva ley. Puede ser que tengan razón en su rechazo a la iniciativa presidencial, pero de poco les servirá el atrincherarse, ese nicho, ese discurso lo reclamará López Obrador para su movimiento. Lo peor para el PRD sería que, comenzando con las discusiones de la ley laboral, sus líderes y sus partidarios descubrieran que ni pueden influir en cambios, ni pueden ser vistos como los que resistieron, sino solo como los que fueron rebasados por priístas y panistas. Esto último a quien beneficiará más pronto que tarde es a Morena que, ya lo dijo AMLO, estará ahí para instituirse como defensor de los que se sientan avasallados, adalides de ciudadanos que quizá hubieran preferido el más amplio triunfo de la política antes que de la resistencia.
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