Alianza Social de Trabajadores de la Industria Mexicana

sábado, 10 de noviembre de 2012

TTP: pacientes, patentes, tratados y mercados- Descifrando a Obama

TTP: pacientes, patentes, tratados y mercados
Gustavo Leal F.*
Al decir de Hedwing Lindner –socia de Arochi, Marroquín&Lindner– el Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica (TPP, por su siglas en inglés) se negocia en lo oscurito en materia del capítulo de protección intelectual. Con ello se están protegiendo intereses del sector farmacéutico –al disminuir requisitos formales para otorgar patentes, extenderles vigencia (más de 20 años), aceptar las periféricas o secundarias y rechazar la bioequivalencia– en detrimento del desarrollo pleno de la industria nacional.
 
Los excesos alarman, puesto que pareciera que se pretenden patentar métodos de tratamiento quirúrgico y diagnóstico, lo que implica que no se podrá operar a pacientes con metodolgías que salven vidas y que ya hayan sido patentadas, advierte. Se desconoce a ciencia cierta cuántos son los capítulos del TPP que ya tienen avances sustanciales. Así que México, sentencia Lindner, estaría por firmar un contrato de adhesión preacordado, sin haber negociado, ni defendido los intereses de los mexicanos, convirtiéndonos en simples receptores de bienes y servicios (El Financiero, 16/8/12).

Hay quien estima que México tendrá que negociar el equivalente a 10 tratados comerciales a la vez cuando se materialice el ingreso al TPP.

¿Qué mercados buscan amparar con el TPP?

En primer término, el farmacéutico. Para la consultora IMS Health el mercado mexicano suma un costo anual de 14 mil millones de dólares y los países de dónde se importa la mayor cantidad de productos son Canadá y Estados Unidos. Desde que México eliminó en 2008 el requisito a las firmas de tener planta en el país para expender sus artículos en el mercado nacional, las compras de medicamentos al exterior se triplicaron: 54 millones de productos en 2008 frente a 152 millones en 2011. Este incremento deriva también de que se han apresurado los permisos para compras externas de fármacos, insumos y dispositivos médicos.

Al decir del comisionado de Fomento Sanitario de la Comisión Federal para la Protección de Riesgos Sanitarios (Cofepris), Francisco Acosta Minquini, México gasta en promedio 28.3 por ciento en medicamentos, porcentaje superior al gasto promedio de 17 por ciento de los miembros de la OCDE: los precios aún son altos.

Según la Cámara Nacional de la Industria Farmacéutica (Canifarma) el sector ocupa el segundo lugar en el sector industrial; ha crecido por encima del PIB (representa 1.2 por ciento) y la industria manufacturera (representa 7.2 por ciento), así como en su nivel de inversiones (160 mil millones de pesos entre 2007 y 2012), ventas (195 mil millones de pesos en 2012) y empleos (76 mil directos en 2009). Se aguarda que –para 2013– las exportaciones hacia Brasil, Argentina, Colombia, Chile y Cuba crezcan 25 por ciento. Las inversiones incluyen las tres especialidades del sector: medicamentos para uso humano; dispositivos médicos y fármacos de uso veterinario.
 
Para Rafael Gual, director de la Canifarma, es claro que a pesar de que los laboratorios establecidos en México surten la mayor parte de los medicamentos que consumen los mexicanos, la balanza comercial 2011 fue deficitaria porque se importó más (4 mil 540 millones de dólares ) de lo que se exportó (mil 773 millones de dólares). Frente a este cuadro, la alternativa de Canifarma consiste en impulsar nuevamente la fabricación de farmoquímicos en México.
 
Y es que hacia 1977, México producía 35 por ciento de ellos (o principios activos), situación que se preservó consistentemente hasta 1985. Diez años después todavía podía apreciarse que 94 firmas de farmoquímicos abastecían hasta 67 por ciento de las necesidades nacionales, mientras el sector ostentaba un superávit anual cercano a los 40 millones de dólares.
 
La llegada del Tratado de Libre Comercio (TLC) alteró el panorama fortaleciendo la importación de insumos. El número de empresas disminuyó a 48 para surtir apenas 55 por ciento de la demanda de la industria. Hoy día sólo sobreviven 20 fabricantes de principios activos (Reforma, 3/7/12).
 
Por su parte, los laboratorios nacionales agrupados en la Asociación Mexicana de Laboratorios Farmacéuticos (Amelaf) se oponen a la implementación del acuerdo porque, según su presidente, Ricardo Romay, extenderá cinco años más las patentes de productos, lo que frenaría la innovación, afectando a la sociedad, instituciones públicas, laboratorios y distribuidores nacionales. En su opinión, el gobierno estadunidense y las multinacionales de ese país (Pfizer, Eli Lilly, MSD, Johnson&Johnson, Amgen) se encuentran detrás de la adhesión de México al TPP, ya que saldría beneficiadas con las modificaciones en materia de propiedad intelectual. Nos inconformaremos por canales legítimos (El Financiero, 13/9/12).
 
Es una intención que confirmó el propio secretario de Economía, Bruno Ferrari, al revelar que se ha reunido con las diferentes cámaras empresariales, asegurar que la opinión de los laboratorios nacionales se tomará en cuenta y considerar prematuro hablar sobre el tiempo de ampliación de la protección intelectual de los medicamentos (El Financiero, 14/9/12).
 
Ya desde los tiempos de Julio Frenk como secretario de Salud del foxismo se insistió reiteradamente en la conveniencia de respetar rigurosamente el sistema de patentes, aceptado por México con la adopción del TLC, salvaguardando así los intereses legítimos presentes en la arena de la política pública.
 
Pero, ¿quién vela por los la suerte de los pacientes y los intereses nacionales en materia de protección intelectual en las negociaciones –en curso– de ese Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica?
* Universidad Autónoma Metropolitana–Xochimilco
 
Descifrando a Obama
Ilán Semo/ II
Hace cuatro años, cuando ganó su primera elección a la presidencia, Barack Obama representaba, en rigor, una pregunta con P mayúscula. Mayúscula, primero, por la proporción del cargo que estaba a punto de ocupar; después, por la campaña llena de proyectos sociales que atrajeron a una amplia y esperanzada base social; y no menos, por su propia historia, que apuntaba hacia una biografía política entrecruzada por las antípodas. ¿Quién era Obama? Por un lado, una carrera vertiginosa en Harvard que apuntaba hacia una figura exitosa del mainstream, que simplemente sabía cómo hacer política en los duros laberintos de los lobbys convencionales. Por el otro, un activista político, que había actuado con enorme inteligencia en favor de los menos favorecidos frente a la rudísima maquinaria de los Daley en Chicago (cualquier cacicazgo mexicano palidecería de envidia frente a su poder y longevidad). Por cierto fue en esta ciudad donde acaso aprendió cómo hacer política alternativa en la gran escuela legada en los años 80 por el mayor Harold Washington, uno de los políticos afroamericanos más originales y sutiles para realizar reformas sociales en circunstancias (sin exagerar) inconcebiblemente desfavorables.
 
Pero el gran enigma que rodeaba a Obama en 2008 no era tanto su orientación política, sino cómo se desempeñaría en el cargo el primer presidente afroamericano en la historia de Estados Unidos. Un dilema que sólo podría ir resolviendo en la marcha de su ejercicio, sin olvidar su lúcido discurso sobre la cuestión racial que definió a la campaña de 2008 como una opción realmente alterna en la política estadunidense. A cuatro años de distancia la lucidez de esas palabras se preserva: Estados Unidos tendría una deuda histórica con sus minorías raciales que estaba aún por sufragar, y éstas tenían una responsabilidad con su sociedad en calidad de ciudadanos iguales. Fácil de decir, ¿pero cómo figurar políticas que efectivamente sanaran las heridas y los agravios raciales?

Hasta la presidencia de Obama, los políticos afroamericanos que habían ocupado altos cargos –como Condoleezza Rice en la administración de Bush II– se habían comportado como políticos blancos del mainstream (con toda la amplitud que ello puede significar) salvo notables excepciones. Una performance que el stablishment normalmente agradece y aplaude en Washington. Visto desde su campaña electoral de 2008, el caso de Obama era distinto. Al reto de una política de reformas sociales se aunaba el desafío de una práctica que pudiera cerrar brechas en el abismo de la conflictualidad racial de Estados Unidos.

Para Obama, incluso antes de ingresar a la presidencia, la situación se tornó en un auténtico crucigrama de obstáculos y condiciones realmente desfavorables. En noviembre de 2008, el colapso de Wall Street trajo consigo el colapso de las finanzas mundiales. Le siguió la crisis económica más severa desde 1929. Peor no podía ser.
 
La respuesta de Obama fue inédita e insólita: aumentar el gasto público, apoyar políticas contra el desempleo y promover una serie de leyes destinadas a reformar la condición social de los más desfavorecidos. Keynes regresaba 30 años después a la Casa Blanca en medio de un ambiente donde sólo eran legítimas las políticas monetarias y de restricción fiscal. Un balde de agua fría sobre el neoliberalismo. La derecha montó en ira; la extrema derecha cobró cuerpo bajo la forma del Tea Party y Obama fue puesto a prueba por un despliegue conservador que incluso hoy se ve como un ejercicio delirante.
 
Y comenzó el principio de un giro o casi una vuelta en u. Obama optó por negociar todo su programa con tal de mantenerse a flote. Lejos de recurrir a la base social que lo había llevado a la Casa Blanca, le dio la espalda. El político convencional de Harvard parecía imponerse al activista militante de Chicago. Renunció al apoyo al desempleo, a intervenir en favor de quienes habían perdido sus casas en la crisis; se distanció del programa de reformas sociales (con excepción de una exigua reforma del sistema de salud pública) y del intento inicial de disminuir el poder de los militares. Lejos de hacerle frente a la brecha racial propició que se polarizara aún más. La minoría mexicana fue afectada como nunca antes. Obama renunció también a las promesas de una ley sobre inmigración.
 
Lo único que logró mantener fue ese neokeynesianismo orientado a salvar empresas (y con ello, hay que decirlo, empleo), pero no a proteger a consumidores y trabajadores, tal y como lo dictaba la teoría antigua. Una política, por cierto visiblemente exitosa, llevada a cabo contra viento y marea. Obama logró demostrar que podía reducir el desempleo y retomar el ritmo económico (a diferencia, por ejemplo, de sus contrapartes europeas)
 
¿Quién es Obama? No hay duda de que se trata de un político con habilidades extraordinarias para mantenerse a flote. Lo ayudó, por suerte, la crisis del radicalismo que significó al republicanismo en su periodo. (Un suerte de delirio que probablemente tiene causas raciales o racistas) ¿Será su segundo periodo distinto?
 
Frente a México, en particular, y América Latina, en general, ha sido una de las administraciones más agresivas. Basado en una política de mantener al tema del narcotráfico y la seguridad nacional en el centro de las relaciones bilaterales, la presidencia de Obama fungió como uno de los centros para hacer crecer masivamente la exportación ilegal de armas y la expansión de los intereses informales de EU, uno de los rubros básicos de la actual economía del Norte.
 
¿Habrá cambios en este renglón?

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